domingo, 2 de diciembre de 2012

MÁS VALE MALO POR ....

En un lujoso despacho, sentada frente a su escritorio,  Enriqueta Luján, veía varios folletos de cruceros que ofrecían viajes a diversas partes: las islas griegas, el Caribe, la Antártida, Alaska…   Su amiga Lucero Méndez entró ¿Qué te parecen los prospectos, ya te decidiste?  -Realmente no me seduce ninguno, unos por largos y otros por cortos.  –Lo que pasa es que tú crees que es súper aburrido ver siempre el mar, pero cuando tienes delante de ti tantos bellos ejemplares…. No te acuerdas del entorno.  -¿Y qué tal que nos agarra una tempestad?  -Pues te agarras de algún papucho uniformado para que te salve… además esos monstruos no se hunden. -¿Y cómo se hundió el Titanic?  -No te preocupes, esa ruta está cerrarada a los cruceros.  –Ojalá esté cerrado a los mexicanos… por eso quiero irme bien lejos.

Desde el DF, Keta voló a Vancouver para embarcarse en el Nordem, que venía por el Pacífico desde Alaska.  De bandera holandesa, así como la  tripulación de mando,  el personal de servicio eran filipinos,  y tanto unos como otros hablaban inglés y español a la perfección, pues llegaban hasta Panamá, donde cruzaban al Caribe, subiendo hasta la Florida.  El trayecto parecía inigualable. 

Cuando llegó Keta al embarcadero para registrar, se quedó asombrada ante el tamaño y belleza del coloso.  Mas el interior era todavía más impresionante – el mostrador de la recepción, escaleras,  pasamanos, muebles…  todo era de madera lustrosa finamente trabajada.  Daba  vueltas en redondo, con los ojos de plato, disfrutando  ¡cuánta elegancia!  El refinamiento y la pulcritud se notaban en todos los detalles alrededor.

La cabina que le asignaron la compartiría con una muchacha colombiana durante diez fascinantes días, en los cuales tendrían tiempo de contarse mil cosas de sus respectivos países.  La mayoría de los pasajeros eran parejas o familias con niños.  ¿Y los galanes, dónde están Lucero?  En cuanto a los oficiales no había ninguno antojable.  En cambio los filipinos  eran tan serviciales, que siempre se ofrecian para  “lo que usted guste”  –Quizá… en un momento de confusión, nunca se puede decir de esa agua no beberé.

Mira aquel que se está asoleando, qué te parece.  –Ay, no Cristi, tiene fachas de mexicano.  –¿Y qué pasa con ellos, les falta… algo?   - Les sobra machismo, sólo piensan en el acostón y les gusta que las mujeres sean unas tontas (que más bien se hacen y ellos lo saben) para inflar su ego creyéndose más fuertes, más inteligente, más productivos, más esto, más aquello.  – Bueno, pues te haces la bobita y¡ listo!    -No me gusta ese juego perverso en que tienes que fingir ser una bruta, ellos fingen que son muy Juan Camaney, cuando que en la cama la mujerdomina, obtiene lo que quiere… hasta información “top secret”.  ¿Lo puedes creer?  - Pero, Keta, si en todos lados es lo mismo – la famosa Mata Hari no era mexicana ¿o si?     -Es que no les importa nada, familia, hijos, trabajo… varias veces me corrieron porque al jefe no se le hizo conmigo.  El último fue un tipo con cara de aguililla;  me enteré cuando me dio mi liquidación el jefe de personal, que era muy cuate,  que cuando me contrataron ese ingeniero había dicho “páguele lo que pida, pero yo quiero esas piernas”.  –Caray, te lo hubieran dicho desde el principio.   –¡Se me revuelve el estómago!  No les importa que salga bien el trabajo, que ellos cumplan a tiempo,  que todo marche sobre ruedas…. Como no se les hizo, después de un añito se buscan otra que puede ser que ‘ora sí’.  Y parece que todos están cortados por la misma tijera.  –Quizá encuentres la excepción a la regla, porque siempre la hay.  Y de puro coraje, vámonos a la mesa de los pasteles.  –Pero, Cristi, si casi acabamos de desayunar.  –Comer es un placer genial, sensual…

Después de los pasteles, se sentaron en unos camastros en la terraza.  –Mira, ese guapazo nos está mirando.  Ya verás que se nos acerca.  –Pues ahí te quedas, yo me voy.  –Pero ¿a dónde vas?  -¡A la sala de máquinas!   El susodicho, un hombre con buena presencia, de unos 45 años, se acercó a Cristi, , lentamente para ser bien apreciado.  –Hola, buenos días, me llamo Aurelio González y soy de México ¿podríamos charlar un rato?

Más tarde Cristi le platicó a Keta lo simpático, educado, atento, guapo, culto y …lo apetecible que era Aurelio.  –Oh, cuántas maravillas, pero… es mexicano.  – Y dale con lo mismo, ya olvídate de nacionalidades.  –Imposible, cada país lo distingue su cultura social, que es la base de la educación infantil y, por lo mismo… ¡Ay, ya cállate! Mejor ponte guapa para cenar con dos galanazos.  –Seguro tu Aurelio y ¿quién más?   –Un argentino con quien ha hecho amistad.  -¿Un… argentino!!? Pero si son unos hígados; su ego es tan, tan grande que si se suben hasta arriba de él y se avientan quedan hechos una  vil tortilla en el suelo.  –Pues entonces se van a llevar muuuy bien ustedes dos.

Cuando atracaron en Los Ángeles bajaron muchos pasajeros y Enriqueta tenía la esperanza que entre aquella multitud de hormigas subiera  un griego, un escoses, un italiano… para conquistarlo y quitarse de encima al odioso che  Carlos.  Incluso ya le parecía más pasadero que el tal Aurelio, dedicado a parecer un caballero medieval con Cristina, y a veces también con ella.

¡No puede ser,  no puede ser, Cristi!  Todos los que subieron son ¡mexicanas y mexicanos.  ¡Esto es una maldición!  Son de una empresa multi-nivel  que cumple 25 años y premiaron a un montón de gente por sus ventas.  Y a mi, esa Moon Light me partió y me dejó  ‘dark’.

Para cuando llegaron a Cabo San Lucas, ya Keta se conocía todo el barco, admirando los arreglos florales que había por todos lados, siempre frescos. De curiosa indagó que en cada puerto que tocaban tierra, llegaba un avión cargado de provisiones y montones de flores.  Pero, lo máximo fue la Tarde del Té en el salón de baile, donde colocaron varias mesas en la pista formando una U, rematando dos cisnes de hielo en los extremos.  Había gran  variedad de pastelillos, tartaletas, pastas secas, flanes… y por supuesto, deliciosos tés.   Los ojos de los viajeros chisporroteaban  y sus bocas se llenaban de agua ante semejante despliegue de buen gusto.  Cristina quería comerse uno de cada uno, pero le fue imposible.  –Ya no puedo comer más, mejor nos llevamos algunos, así como hacen ellos ¿no?  Al voltear Keta vio a los convencionistas que se llevaban los platos rebosantes de panecillos y la boca llena.  –Soy mexicana, pero no muerta de hambre, ni naca como ellos.  –Bueno, a lo mejor es la primera vez que están en un lugar como éste.  –Para mí también es la primera vez, pero no me voy a llevar de “recuerdo”  los cubiertos, los ceniceros y hasta los sobresitos de azúcar… ¡eso es ser nacos!

La mañana que llegaron a Cabo San Lucas, Cristina había amanecido sintiéndose mal y sólo desayunó un jugo de naranja, que le sirvió de laxante.  No quiso arriesgarse a bajar y le ocurriera una emergencia.  – Quién te manda por glotona, ayer comiste cinco veces y luego arremetiste  con todos los pastelillos posibles.   –No sé cómo puedes ver tantas delicias suculentas y no probarlas.  –Precisamente porque no quiero enfermarme…. Y tener que quedarme encerrada y sola, mientras los demás se divierten.  –Carlos se quedará a cuidarme….   –Ah, bueno, entonces me voy muuuuy tranquila.

Así que Keta bajó sola.  Al llegar a la zona de souveniers, encontró a dos paisanas agarradas del chongo por una figura tallada en madera y que era la última.  Keta se sentía mortificada, como se dice “con pena ajena” por aquel espectáculo.  Aurelio iba llegando cuando la vio entre los mirones del pleito y se acercó a ella.  –Hola, vamos a tomar la próxima lancha que va al arco de la punta, con las focas, leones marinos y pelícanos;  lástima  que no es temporada de ballenas… ¿me estás oyendo?   Keta dio un pequeño respingo al ver a Aurelio, junto a ella, sonriendo.  –Hola ¿dónde andabas?   -Creo que abajo del suelo, nomás de ver el show de nuestros compatriotas.   –Velo como un espectáculo de circo… es falta de calidad humana y se da en todas partes.  Anda, olvídalo y vamos a disfrutar del mar.   Enriqueta lo miró con atención y descubrió a otra persona;  sacándolo del casillero donde lo tenía. 

Cuando regresaron al barco, encontraron a la convaleciente y su enfermero muy acaramelados. –Pues ya ves, amiga, Carlos y yo nos simpatizamos… ¿no te importa?   -Para nada, por más que trato no digiero a los ‘ches’.   –En cambio a mí Carlos me parece tan delicioso… listo para comérselo.   – Ten cuidado, Cristi, está grandote y te podrías empachar.  –Ayyy, no importa.

La última noche en altamar habría fiesta.  Era la Noche del Capitán.  La mayoría de las damas iban de vestido largo y los caballeros con traje de etiqueta.  Aurelio fue al camarote de Keta, que al abrir la puerta se encontró con una gardenia y una amplia sonrisa.  Se le nublaron los ojos.  -¿Lista para bailar toda la noche?  -Por supuesto, sólo me pongo esta hermosa flor en el hombro.  Aurelio no era guapo, pero tenía un “algo” que con el trascurso de los días, Keta había ido descubriendo.  En el mismo salón de la inolvidable Tarde del Té, se montó un pequeño foro donde la tripulación hizo gala de sus dotes histriónicas.  La cena fue estupenda y el capitán brindó con cada uno de los pasajeros.  La música en vivo hizo las delicias de muchos durante horas y horas.  ¿Y los nacos?  Ni los vieron.

Al siguiente día llegaron a Acapulco.  Desde temprano las maletas habían sido recogidas de las puertas de los camarotes, con cintas de diferentes colores que indicaban si los turistas se quedarían en el puerto, si irían al aeropuerto o a la terminal de autobuses.  La organización y puntualidad en todos los eventos eran la admiración de Enriqueta, que disfrutaba del orden en su vida diaria.  Así que tenían todo el día libre, ya que el último viaje de la lancha a la garita aduanal sería a las 7pm.  Los cuatro compañeros de viaje desayunaron en el comedor principal, luego fueron al cine, tomaron café  junto a la alberca, comieron todas las cosas que se les antojaron y se fueron a platicar al solárium en popa.

Poco antes de las siete, les avisaron que el último bote a tierra partía en cinco minutos y además la aduana cerraba y se quedarían sin equipaje.  No había de otra, lo que empieza, acaba y el final había llegado.  Después de recoger sus maletas, intercambiaron teléfonos y correos electrónicos.  Aurelio se ofreció a llevar a Keta a su hotel  en la costera Miguel Alemán.  Él se hospedaba hasta el Princess.  Frente al hotel, en el camellón, había un gran anuncio que decía:  CONSUMA LO QUE EL PAÍS PRODUCE.   Aurelio al verlo se sonrió.  –Me comentó Cristi que tenías la intención de conquistar algún extranjero… pero me conquistaste a mí  ¿Yqué opinas de eso?   Enriqueta volteó a ver hacia donde señalaba Aurelio.   –¡¡Pues que tienen toda la razón!!  

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