domingo, 27 de mayo de 2012

OFRENDA IGNORADA

Las horas se entretejían en el tiempo, al igual que las telarañas que cuelgan en el palacio feudal.  Y entre los cortinajes deshilachados en las enormes salas, se aprecia una brújula que en el pasado lejano guió la nave del primer señor del antaño majestuoso recinto.  En su última travesía trajo, como polizontes, miles de insectos gordos y pesados, de palabras zumbonas, que rápidamente se esparcieron por el feudo y más allá.  La niebla de la desolación cubrió los campos, los bosques, las aldeas y por todas partes, a pesar de la oscuridad, se podía leer la desesperación y oír los gritos del hambre.

Un día se desgajaron los cielos y cayó la tormenta que salvó aquellos linderos, dejando limpias las desnudas piedras.  Entre la cortina de agua, algunos dijeron haber visto un espectro, una figura blanca formada de pétalos translúcidos que brillaban con el resplandor de los truenos, que atravesó la aldea de este a oeste deteniéndose en la plazoleta central; ahí dio tres vueltas y después se perdió en la lejanía.

Cuando el sol salió, la gente del lugar recomenzó con bríos las labores del campo y la limpieza de las aldeas.  Todo iba volviendo a ser como antes, hasta que alguien murió sin razón.  A los 21 días se presentó otro deceso a la misma hora… y luego otro y otro y otro.  Mas como esto ocurría en diferentes aldeas del gran feudo, nadie lo relacionó.  Hasta que llegó un caminante que venía de tierras lejanas y habiendo atravesado gran parte de toda la región, se había percatado de la coincidencia en las fechas de las defunciones.

Una vez que llegó cerca del palacio del señor feudal, pidió audiencia con él.  Dos días después fue conducido al palacio.  Ante un grupo de altos personajes explicó sus observaciones y mostró las anotaciones que había ido recopilando, con las fechas, el nombre del difunto y la región en que ocurrió.  Todos quedaron perplejos y muchos le creyeron un farsante que había inventado ese cuento para sacar provecho propio. <Es un espía del señor de H. Se presenta como amigo, pero hay algo que… No podemos creer sólo en su palabra.>  Los más poderosos eran los más desconfiados e hicieron todo lo posible para que su Señor Feudal no se dejara engañar con la ‘buena voluntad’ de aquel desconocido.

Tratando de convencerlos y evitar más muertes, el caminante pidió le llevaran al sitio donde el espectro se había detenido, como le habían platicado los aldeanos durante su recorrido.  Así lo hicieron.  La comitiva entera lo acompañó, unos deseando que quedara en ridículo, otros que les diera una solución.  Ya en la placita le indicaron el lugar aproximado.  ¿Las vueltas eran hacia la derecha o a la izquierda?  A la derecha y fueron tres.  De una alforja, el caminante sacó un pequeño rectángulo facetado de cuarzo blanco.  Lo sostuvo con unas delgadísimas pinzas de oro y empezó a caminar procurando que el sol traspasara el cuarzo y llegara un nítido rayo de luz a las baldosas.  En un determinado punto, el rayo de luz brincó.  Aquí es, hay que excavar. 

Los miembros de la comitiva y todos los mirones que se habían reunido, estaban atónitos.  Trajeron palas y levantaron el piso.  <Esperen, denme una pequeña cuchara  para cavar.>  Debía tener mucho cuidado.  Tras quitar un poco de tierra encontró una esfera hecha de hilos iridiscentes y una piedra negra en su interior.  <Este es el amuleto de la muerte, cuyo fin es no dejar vivo a nadie.  Habrá que destruirlo siguiendo un ritual estricto, cuyos pasos les….>

<A quien hay que destruir es a él.  Nos trajo la desgracia.  Son puros cuentos.  Quizá fue él quien lo enterró.  Cómo es que supo dónde encontrar ‘eso’.  Seguro es un brujo negro.  Que muera, que muera...>

<Bendito el cielo que llegó este hombre.  ¡Tiene un cristal mágico! Él evitará que sigamos muriendo.  Se le notan sus buenos deseos.  Sí, tiene cara de ángel.  Los ángeles lo enviaron para salvarnos….>

Sin escuchar las indicaciones que empezaba a darles el caminante, ni las protestas del vulgo, los poderosos ordenaron a la guardia que lo llevaran a las mazmorras.  La esfera fue pisoteada y la piedra negra se aventó a un pozo.  Todos los aldeanos de aquella comarca feudal fueron muriendo progresivamente, sin importar que tan lejos se fueran a vivir.   El caminante murió de tristeza

             < < < < < <- - - - - > > > > > >    2011

domingo, 20 de mayo de 2012

PENSIÓN BALVERDE

A las horas del anochecer, cuando el sol remite sus rayos de energía, los suspiros que salen por debajo de las puertas en aquel edificio para señoritas, empiezan a rodar por los pasillos y, a veces, se quedan atascados por los rincones.  Mas cuando el día está lluvioso la cantidad de suspiros aumenta, tanto que corren por todas partes y se precipitan por la escalera hasta la puerta de la conserje, quien los atrapa y los va metiendo en sacos de lona.

Cuando la hora de cerrar el portón ha llegado, Camelia, amplia y frondosa como una flor, de tez pálida y hermosos ojos, que en su tiempo atrajeron muchos abejorros a libar su miel, lleva los sacos a su habitación, en la planta baja, no lejos de su lugar de trabajo, para atender cualquier imprevisto .

En su estudio, aparte de la cama matrimonial y un gran ropero de caoba, tiene una mesa redonda, no muy grande, que contrasta con los otros muebles y una silla que usa cuando se pone a escribir versos, su pasatiempo favorito.  Hay dos ventanas a la calle, una cerca de la cama y la otra junto a la cocineta, en donde prepara sus alimentos.  Acomoda los sacos junto a la mesa y del ropero saca cinco libros voluminosos.  Se sienta y jala hacia ella uno a uno de los sacos, para ir separando su contenido:  los suspiros que sólo guardan exhalaciones profundas los pincha como globos; los que encierran quejas,  recuerdos amargos, desesperación… les va quitando cada palabra, cual hebra de musgo, para colocarla dentro del diccionario que le corresponde, según el idioma en que fue pronunciada, ya que ahí conviven mujeres de diversas nacionalidades que fueron llegando desde que se construyó el edificio, hace cuarenta años.

Camelia sabe que las palabras contienen gran cantidad de energía y por ello cuida mucho lo que dice, por lo que da la apariencia de engreída y es criticada.  Pero la convivencia de 25 mujeres no sería posible sin chismes, críticas, rumores, envidias y hasta intrigas.  Muchas de ellas han compartido ese espacio por treinta años y se conocen tanto, que algunas se entienden con una simple mirada.

El día que llegó Adelina, toda la comunidad se alteró.  De figura espigada, alta, con un traje largo color turquesa, sombrero de ala ancha y un ramito de flores vivas diminutas en el escote, cuyo aroma la envolvía y le daba un halo de majestad.  Tomó la habitación al final del pasillo, en el primer piso, que daba hacia el patio trasero, pedregoso y sin chiste.  Cuando la mudanza bajo los muchos baúles de la nueva inquilina, las demás concluyeron que debía tratarse de alguna noble exiliada o una artista retirada.  Nadie pudo calcular su edad, ya que aunque su cutis se veía lozano, sus manos no correspondían sino a edad más avanzada.  También vieron pasar el estuche de un instrumento musical, que a partir del día siguiente empezaron a llenar los espacios con sus notas traslúcidas, como pompas de jabón.

El patio trasero se fue transformando en un vergel, gracias a los cuidados que Adelina le dedicaba todas las mañanas.  Y por las tardes, a las cuatro en punto, impecablemente vestida, traspasaba la puerta principal como un fantasma, cuyos pasos se deslizaban sin hacer ruido.  Nunca nadie supo a dónde iba,  nunca recibió una carta y siempre pagaba la renta puntualmente.  Se mantuvo siempre distante y saludaba cortésmente con quien se cruzara y se seguía  evitando hacer plática con nadie.  Pasados tres años, un buen día no volvió.  No se supo qué le pasó.  Se discutieron muchas hipótesis:  alguien la raptó… se suicidó… volvió a su tierra… la mataron.  Sus pertenencias quedaron largo tiempo en espera de su regreso, añorando todas sus vecinas volver a oír su música.  Todo se volvió un enorme vacío, donde flotaban notas fantasmales en la imaginación de esas mujeres, que las iban fortaleciendo con los recuerdos, los suspiros, las palabras.

Un aviso inesperado vino a sacudir aquel marasmo, tan fuerte como se sacude un tapete muy polvoso.  El municipio informaba que en tres meses la calle se convertiría en avenida, por lo que todas las construcciones serían demolidas diez metros adentro, a partir de la banqueta.  Por lo tanto, siete departamentos y la conserjería, caerían bajo la piqueta.  ¿Qué iban a hacer las ocupantes de esos espacios?  ¿Volar junto con las piedras y el polvo de los muros derruidos, junto con sus recuerdos?  Además, sería imposible encontrar algo similar en precio y tamaño, pues las rentas eran congeladas.  Era urgente hablar con el dueño del inmueble.

A los tres días se presentó el Sr. Gonzalo Balverde, al regreso de uno de sus frecuentes viajes.  De alta estatura, delgado, rasgos suaves, igual que su voz, y modales refinados, se apresuró a reunirse con las pensionistas afectadas, para resolver la situación.  Lo más sensato era desocupar todo el edificio, ya que quizá el edificio no resistiría los golpes demoledores.  Don Gonzalo había heredado el edificio a la muerte de su padre, Don Nicodemo, un hombre noble que había levantado el inmueble después de la guerra, para ayudar a las mujeres que quedaron solas y con necesidad de trabajar.

La discusión fue larga, ya que Margarita y Azucena, en representación de las no afectadas, manifestaron su decisión de no salir de sus aposentos durante el  tiempo que durase la demolición,  quedándose dentro durante el proceso.  Como no hubo modo de convencerlas, Don Gonzalo les aseguró que se construirían nuevos departamentos en la parte trasera y mientras tanto, se les conseguiría un lugar donde vivir para aquellas que sí tenían la necesidad de abandonar sus espacios.

Cuando llegaron las máquinas para derrumbar los diez metros, por doquier se prendieron veladoras para atraer la luz y la protección.  Los trabajadores laboraron doce horas diarias  y en diez días cesaron los golpes.  En ese lapso nadie salió a trabajar.  Se procedió a abrir ventanas en los departamentos que ahora quedaban al frente.  Casi al mismo tiempo se empezó a escarbar alrededor del patio, para hacer los cimientos de los nuevos departamentos.  Al tercer día, al fondo del jardín, se encontraron huesos humanos.

Se presentó el jefe de policía, quien tuvo que reprimir una mezcla de asco y malestar que se le había enredado en el cuello como bufanda.  A pesar de los años que llevaba de servicio, al retirar los restos no lograba apartar la vista de aquella carroña pestilente, que tiempo atrás había sido una persona lozana.  Sus ayudantes se dedicaron a hacer las preguntas de rigor, a todas la inquilinas.  Nadie sabía nada.  Posiblemente eran los restos de alguien que murió en la guerra.  A los dos días volvieron para ahondar el interrogatorio a las pensionistas, incluso a las que estaban viviendo, temporalmente, en otro lugar.  Entonces se supo que los restos pertenecían a Adelina Salvatierra, actriz retirada que en la farándula la conocieron como Dorothy Lamas.  Todas se quedaron sorprendidas y desconcertadas.

- Entonces… ¿quién la enterró?  Seguro, ella sola. -  Les dijo furioso el jefe de policía a los dos investigadores que le asignaron en el caso, ante la constante versión de que nadie la trataba, con nadie había hecho amistad.

- Tenemos que presionar más, jefe.  Alguien la envenenó, hizo el hoyo y lo disimuló con las flores. -   Contestó Rodolfo Cantero, el más “experto” de sus dos subalternos.

Durante una semana llamaron  e hicieron preguntas de diferentes formas, a cada una de las veinticuatro ocupantes del edificio.  Por último, se presentó, Gertrudis, una española refugiada, de estatura media, frondosa sin llegar a gorda.  Se sentó frente a los tres hombres, con la zalamería de su raza, cruzó la pierna bien torneada y a boca de jarro les informó.

-  Adelina, se suicidó.  Ella preparó la fosa, el veneno, las flores… todo.

A los tres hombres se les fue la respiración, como si les hubieran arrojado una cubetada de agua helada.  Les tomó unos instantes para que la sangre regresara a su cerebro.  Rodolfo fue el primero en reaccionar.

-  ¿Y ella también se echó la tierra encima y puso las macetas? 

-  No, claro, esa parte la hice yo.-  Lo dijo con tanta sencillez y una sonrisa casi infantil, que volvió a desarmar a los vigilantes de la ley, quienes tuvieron que esperar otros segundos para poder pensar.

-  ¿Tiene usted idea de la gravedad de sus palabras?   Usted se declara cómplice de una muerte, además de un entierro clandestino… si lo que dice es verdad.-  El jefe Amado Mata le abrió una puerta de escape, pues se le hacía inaudito lo que había oído.  Pero continuó presionando, como era su deber.  –Hable usted, Srita. Gertrudis, y vaya despacio con los detalles, para que todo quede bien claro.-  Prendió una grabadora y la puso sobre la mesa.

- Yo vivo frente al departamento que ocupó Adelina, con ventanas al patio trasero.  Un día nos topamos al salir al mismo tiempo, lo que después era frecuente y poco a poco empezamos a platicar.  Una tarde me invitó a tomar un cafecito.  Me contó muchas cosas de cuando “era una gran artista”, aunque nunca le dieron un papel principal.  Cuando llegó aquí se había retirado con una mísera mesada.  Todas las tardes salía a pasear con la esperanza de que la gente se acordara de ella.  Pero cada vez volvía más desilusionada.  Sólo en una ocasión, una pareja ya mayor, le dijo que la recordaban, aunque me pareció que a lo mejor la creyeron chalada y le siguieron el cuento.  El caso es que ya no quería vivir.  Y se le fue metiendo la idea del suicidio.  En varias ocasiones me hablo de ello.  Siempre traté de disuadirla, pero… no sé cómo me convenció para que la ayudara. -  Los tres hombres no emitían sonido, parecían figuras pétreas.

- Ella, Adelina, no quería ser enterrada en cualquier lugar.  Nadie la visitaría, ya que su familia la repudió cuando se dedicó al vodevil.  Lo único que amaba era el jardín florido en que convirtió el patio trasero.  Así que, poco a poco, fue haciendo la fosa, que disimulaba con las macetas encima.  Llegó el día de su cumpleaños y decidió que ese era el día ideal.  Salió de paseo como siempre, pero se quedó vigilando a la Srita. Carmelita y cuando ella fue a sus habitaciones, Adelina se coló, subió a su cuarto en silencio, para que nadie se diera cuenta.  A las diez de la noche tocó mi puerta, iba vestida con una túnica blanca, muy ancha.  Se veía como… sobrenatural.   Bien, continúo… bajamos, retiramos las macetas y se metió en la fosa.  Por último me dio las gracias y me recordó el juramento que le había hecho de no denunciar su muerte.  Se acostó, se tomó el contenido de un frasquito que llevaba en la mano, lo aventó y se cubrió el rostro con parte de la túnica.  Yo me quedé esperando, sin saber qué.  Quizá esperando que todo fuera un juego.  Cuando vi que no se movía empecé a echar la tierra, siempre con la esperanza de que se levantara.  Un palazo, otro, otro más… y no se movió.  Cuando terminé puse las macetas en su lugar y lleve la pala a su sitio.  Eso es todo.

- ¿Y dónde quedó el frasco del veneno?  Registramos el lugar y no se encontró nada.-  Dijo el primero que pudo reaccionar.

- Al aventarlo cayó cerca de mis pies.  Lo recogí y me lo guardé en un bolsillo antes de empezar a echar la tierra.  Al otro día lo tire… por ahí.-  Su voz era tranquila, como narrando algo que sucedió en otro mundo.

- En vista de lo declarado por usted misma, tendrá que acompañarnos a la delegación por sospecha de asesinato, inhumación clandestina, ocultación de pruebas y…-  El inspector Durán, ya repuesto, buscaba todos los agravantes.

- Ya le dije que yo no la maté.  Y si la ayude fue por la promesa que le hice y yo no rompo un juramento.  Además, aquí tengo una declaración de ella, con su firma, donde lo explica todo.

- Ya veremos si este papel es auténtico.  ¿Por qué lo enseña hasta ahora?-  Sin esperar respuesta le empieza a dar órdenes a sus achichincles.   –Que vuelvan a buscar en los aposentos de la occisa, cualquier papel escrito por ella para comprobar la autenticidad de éste que presenta la Srita. Gertrudis.-  Volviéndose a ella.  –De cualquier manera tendrá que venir a la estación de policía por… enterrar sin permiso a su amiga, por lo menos.

Cuando los policías entraron a revisar las pertenencias de la muerta, varias de las vecinas se colaron detrás.  Encontraron varias cartas de despedida que nunca envió, lo cual corroboraba, en parte, la historia de Gertrudis.

Al enterarse el Sr. Balverde de la situación de Gertrudis, detenida en la delegación con serios cargos, contrató a un reconocido abogado para que defendiera el caso.  Aunque no se le consignó, tuvo que permanecer en los separos de la delegación durante 24 horas.  Se habló de la buena voluntad de la mujer y su lealtad a una promesa, cosa que tuvo mucho peso en la decisión del juez, quien fijó una fianza y la dejó en libertad condicional.

Gertrudis estaba libre y volvió a la pensión como heroína.  En cinco meses se terminaron los nuevos departamentos.  Con gran alegría llegaron las ‘ausentes’ para habitar los nuevos espacios que eran más grandes y tenían ventanas al jardín, con las plantas medio muertas.  Varias de ellas se abocaron a cuidarlo y hacerlo florecer de nuevo.  En poco tiempo, la rutina volvía a llenar la vida de aquellas mujeres que, en las tardes de lluvia, llenaban de suspiros los corredores y el jardín, rodando por las escaleras o rebotando entre los tiestos de flores, llenos de recuerdos, de nostalgias y de palabras.

                 < < < < < - - - - - > > > > >                2007


domingo, 13 de mayo de 2012

ANTONIA


Eran las once de la noche.  El reloj de la alameda dejo oír, una a una, las campanadas que reverberan por las calles desiertas, resbalando sobre el empedrado húmedo, al unísono de unos pasos lentos que cruzan la avenida en dirección a la antigua casona de los condes de Miravalle.

De la vieja construcción sólo queda la casa principal, de fachada victoriana.  Todo está a oscuras, excepto una tenue luz en una de las ventanas del piso superior.  Una sombra entreabre las cortinas y una vela aparece, moviéndose de un lado a otro.  El caminante se acerca a una puerta lateral.  Está abierta y entra.  Recorre el pasillo, ya conocido, y sube las escaleras.  Antonia le aguardaba hacia rato y sus ojos brillaron al verle entrar. Se abrazan y se  besan.

- Tengo mucho miedo por ti, Rodrigo.  ¿Has visto los anuncios por todas partes y en los periódicos, incluso?

- He estado escondido y para llegar hasta aquí tomé callejuelas oscuras.  ¿Qué dicen esos papeles? –Sus ojos verdes se fijan en los de su amada, quien sonríe  tratando de disimular el temor que turba su voz y sonroja su pálido rostro. 

- El Sr. Cornelius ofrece una fuerte recompensa por tu captura…-  Antonia tiembla  y las lágrimas ahogan sus palabras.

- ¡Pero, si soy inocente!  Ese maldito vejete lo urdió todo.  Yo no he robado nada.-  Rodrigo se pasea colérico e impotente.

- ¿Entonces, por qué este acoso?  Algo debe moverlo a hostigarte…

- Lo que quiere es desaparecerme del mapa y…-   Se detiene un momento, sopesando si debe hablar con la verdad.  -…lo que quiere es quedarse contigo.

Antonia se queda sin aliento.  Con la sorpresa  sus hermosos ojos negros se abren espantados, mientras con sus manos se aprieta el estómago para  no vomitar.

- Vi la lujuria en su cara el día que fuiste por mí al despacho.  Tiene una mente muy sucia.  Pero, no te preocupes, no te tocará.  Primero, lo mató.

- ¡Entonces te ahorcarían…!

- Pero tú estarías a salvo.-  Y tomando su delicada mano,  se la besa.

- No, no.  Estaría a salvo de ese, pero hay muchos como él.  Yo te necesito a ti… te amo y no quiero perderte.-  Se abraza fuertemente a Rodrigo.

La fiel nana, Filomena, aparece  haciéndoles señas de que deben despedirse, ya que alguien se acerca.  Apenas se dan un breve beso y Rodrigo desaparece.  Justo en ese momento llega el padre de Antonia,  Edgardo del Valle, próspero comerciante que en su deseo de alternan con las clases altas, había comprado aquella finca, algo derruida, soñando en que la reconstruirá con la ayuda de su futuro yerno.

- Buenas noches, palomita querida.  Te traigo una magnífica noticia, que de seguro alegrará esa carita triste.  ¿Es que lloraban esos hermosos ojos? -  Antonia inclina la cabeza para ocultar las lágrimas, mientras su padre le toma las manos y la lleva a sentarse en uno de los sofás.

- En dos semanas habrá un baile de gala en el Palacio de Minería, en honor de…  no recuerdo.  Bueno, el punto es que, ahí conocerás a mi futuro yerno.-  El hombre cruza las manos sobre su voluminosa barriga y en su redonda cara brillan dos ojitos chispeantes, en espera de la reacción de su hija.

- ¿Es que has encontrado esposo para Amelia? -  Le pregunta con un nudo en la boca del estómago.

- Claro que no, palomita.  El banquero Emilio Santander se ha fijado en ti y me ha pedido tu mano.  ¿Qué te parece?  Serás una mujer importante, alternarás con la crema y nata de la sociedad y … -

- Pero, padre… yo no… -  Antonia sentía un puñal en el corazón que le ahogaba la voz.

- Así que, irás con tu hermana, mañana mismo, con la modista De Castro para que les hagan unos vestidos dignos de ustedes. -  Ignorando la angustia que ve en la cara de su hija,  su tono meloso se vuelve serio y demandante.

- Quiero que mis hijas sean las más bellas y admiradas del baile.  Ahora me retiro, que duermas bien.-  Sin tiempo a una réplica, sale de la habitación.

Esas dos semanas son un infierno para Antonia.  Rodrigo continúa  escondido sin que ella sepa en dónde.  Y la fecha del baile se acerca inexorablemente.  El padre anda feliz, imaginando un futuro seguro y cómodo.  Y Amelia se encarga de las compras, los preparativos, los sueños.  Sólo la nana Filomena sabe lo que ocurre y procura consolar a su pequeño tesoro, Antonia, quien fue la primera criaturita que tuvo en sus brazos.

El día del baile llega.  Antes de la hora fijada, ya empiezan a llegar los invitados al Palacio de Minería.  La familia del Valle arriba a las nueve en punto, cuando gran número de altos personajes se dedican a recibir a los recién llegados, mientras otros se entretienen en el escrutinio y el cuchicheo.  La entrada de Antonia y Amelia dejan boquiabiertos a muchos de los asistentes.  Las dos lucen vestidos de raso francés, con pedrería en el escote y en la orilla de las amplias mangas, como campánulas, sujetadas arriba del codo con un coqueto moñito.  Aunque el modelo es el mismo, Antonia viste  de azul plúmbago  y el de Amelia es en verde Nilo, que hace juego con sus ojos.

Se entremezclan entre la concurrencia y el Sr. del Valle busca de inmediato a su futuro yerno.  Una vez localizado, toma a Antonia del brazo y la conduce hasta él.  Ella camina cabizbaja  para ocultar su angustia.  Qué puede decirle si tiene un nudo atorado en la garganta.  Al ser presentado el Sr. Santander, éste retiene su mano hasta que las miradas se encuentran.  El corazón de Antonia se para… está ante ¡Rodrigo! quien le sonríe con dulzura.

- Mucho gusto, Srita. del Valle. -  Se apresura a decir, antes de que ella exprese su sorpresa.  – ¿Me concede esta pieza?

En la pista de baile se integran con las parejas.  Antonia no habla, sólo lo ve embelesada.  El Sr. del Valle está muy contento ante la reacción de su hija, que toma como de plena aceptación.

- Rodrigo, ¿en verdad eres tú?  ¿Por qué te presentas con otro nombre?  Te creía en prisión y estuve tan angustiada… -   Empiezan a brotar las mil preguntas que bullen en su mente y salen en torrente.

- No te preocupes, todo se arreglará conforme a nuestros planes.  No encontré otra manera de que nuestro amor…

- ¿Cómo has podido llegar hasta aquí?  Te ves demacrado ¿Dónde estuviste?

- Por ahora no puedo explicarte mucho.  Tendrás que acostumbrarte a llamarme Emilio.  Empezaremos de inmediato con nuestros planes para la boda.  ¿Estás de acuerdo? -  Su voz es tierna y seductora.  Antonia no entiende  cómo ha sucedido todo, pero… ¡qué importa!  En ese momento era  profundamente feliz.

Los preparativos de la boda se realizan con rapidez y en un mes todo está listo.  La ceremonia religiosa se lleva a cabo en San Ignacio,  engalanada de nardos, gladiolas y azucenas.  Dado que los novios son muy conocidos en sociedad, los medios se presentan  a cubrir tal acontecimiento.  Al salir de la iglesia la cantidad de asistentes y mirones llenan la banqueta y la bocacalle.  Al momento de entrar en el carro, Antonia siente una fuerte mirada y al voltear se encuentra con los ojos de… ¿Rodrigo?,  quien le guiñe de la forma coloquial entre ellos.  Y desaparece.

Emilio trata de convencerla, con todos los argumentos a su alcance, de que ha sido una alucinación.  Todas las explicaciones de su cambio de personalidad, no satisfacen a Antonia.  Después de un mes por Europa regresan, con una luna de miel llena de fricciones y altibajos.  Pasan los meses sin que Antonia se convenza del todo, de aquella ‘alucinación’.  Un sentimiento interno le asegura lo que Emilio niega.

Una reluciente mañana, el cartero trae una tarjeta postal para Antonia, la cual está fechada tres días después y sólo dice  “Por los bellos momentos del encuentro”.  Es una foto de la Fuente de la Ranita.  Antonia reconoce la letra de Rodrigo, que la cita para el siguiente viernes, pero ¿a qué hora?  Al mirar   otra vez la foto, nota que en la parte superior izquierda hay un reloj marcando las once.  Su corazón late con fuerza.  Con ansiedad cuenta los días para la cita, sin atreverse a pensar ni razonar.  Sólo le importa volver a verlo.

Antes de la hora Antonia llega al lugar señalado y minutos después aparece Rodrigo, embozado en un saco largo, con las solapas levantadas, a pesar del calor y con gafas oscuras.  Se miran largamente sin hablar.  Él la toma del brazo y se dirigen al café La Rambla, que a esa hora está casi vacío.

- No entiendo nada de lo que pasa, Rodrigo.  Me casé con ese hombre creyendo que eras tú.  ¿Por qué son iguales? -  Con ansiedad busca sus ojos para saber la verdad, mientras se retuerce las manos de nervios.

- No lo sé, créeme.  Que yo sepa sólo tengo tres hermanas, incluso fui a ver a mi madre para que me aclarara este dilema y ella me juró que el único varón que tuvo fui yo.  Debe tratarse de esos casos raros, en que dos personas desconocidas son idénticas.  Y él se aprovecho de ello para engañarte.

- Pero ¿qué vamos a hacer, Rodrigo?  Yo no lo amo… no quiero seguir siendo su esposa… menos ahora que estoy segura que son dos.

- Ten paciencia, mi amor.  He estado pensando en la forma de desparecerlo, para tomar su lugar.  El lugar que me corresponde junto a ti.

- Pero… no pensarás matarlo.  Entonces te perdería para siempre y me volvería loca sabiendo que no habría manera de unirnos.

- No desesperes, pequeña.  Mira, me he tatuado una flor en el hombro para que me reconozcas, cuando llegue el momento… que será muy pronto.-  Con ternura enjuga sus lágrimas y la abraza.

Pasaron varias semanas, durante las cuales Antonia hizo todo lo posible por eludir a Emilio, quien con toda consideración respetó sus cambios de humor, sin desesperar.  Una noche, el esposo se acercó tranquilo para desearle dulces sueños.  Tomó su mano, la besó y mirándola fijamente le dijo,  - Hola, pequeña, ya estamos juntos.-

Antonia se quedó muda y se abalanzó a los brazos de aquel hombre que reconocía su corazón.  Ya estaban juntos y lo demás no importaba.  Pero, ¿no sería un truco? Se apartó con brusquedad.  –Enséñame tu hombro – le ordenó.   Rodrigo, sonriente y divertido le enseñó la flor tatuada.  Ahora sí, su dicha no tendría límites.  Pasaron días de embelesos y ternuras.  Sin embargo, una noche, Antonia notó un cambio repentino que la hizo estremecerse.

- Te quiero tanto, Rodrigo… soy tan feliz…

- Ya te dije que olvides ese nombre.  Soy Emilio, para ti y para todos.  Entiende, no hay ningún Rodrigo, sólo soy yo  ¡no hay otro!-   Sus palabras eran ásperas y tajantes.  –Ya me está aburriendo este juego tuyo.  He condescendido a tus locuras, pero ya me harté.

- En tu hombro está la flor… ¡tú eres Rodrigo! -  Lo dijo en un grito pleno de dolor y rabia.

- Este tatuaje es sólo un juego para convencerte.  No hay ningún Rodrigo, sólo yo, Emilio, tu esposo.  Tienes que aceptarlo o tendré que mandarte a un sanatorio para locos.-   Salió furioso de la recámara, azotando la puerta.  Antonia se quedó desconcertada, ¿en verdad se estaría volviendo loca?  ¿Su obstinación la hacía creer lo que no era?  El llanto y la desolación hicieron que se sumiera en un sueño profundo.

Pasaron días entre una bruma gris, metida en su recámara, lo que aumentaba su desconcierto.  No tenía a quien acudir por un consejo.  Su nana había muerto unos meses antes y cuánta falta le hacía su presencia y su amor.  Y su padre, que había cambiado para bien con ella, desde el matrimonio, tampoco estaba ya con ella.

Finalmente, una tarde clara y serena decidió a salir a caminar por el jardín de la casa, aunque parecía sonámbula.  Se sentó en un sillón de la terraza, junto a la biblioteca.  Contemplaba las flores, las nubes, los árboles…  sin verlos.  Por su mente nublada se fue deslizando una conversación, cuyas voces le parecieron conocidas, a través de la ventana abierta.

-  Te digo que está a punto de explotar.  Sólo tenemos que esperar un poquito  más.

- Pero yo la amo, hermano y no quiero que en verdad acabe loca.  Se trataba únicamente de…

- No me vengas con remilgos ahora.  Los dos empezamos esto de común acuerdo.  ¿O acaso yo te sugerí que sobornaras a Cornelius para que, dizque, te persiguiera?

- Bueno, eso fue para que se compadeciera de mí y me fuera incondicional, no trataba de lastimarla.  Y sin pensarlo… me enamoré.

- Yo también empiezo a quererla.  Es un animalito dócil que despierta afecto. Pero el negocio es primero, hermano.  Ya nos deshicimos del viejo para que ella heredara.  Así que, el siguiente paso…

Antonia había oído suficiente.  Se levantó con cautela y regresó a su habitación.  Con cada paso la luz iba entrando en su mente, aunque la verdad era tan brutal como un fogonazo, que le corroía todo por dentro.  Las lágrimas se negaron a brotar para aliviar el dolor.  Quería conservar ese clavo ardiente quemándole las entrañas.  Se recostó y cerró los ojos.  No quería dormir, sino pensar, llamando a sus dos seres queridos para que la ayudaran.

Al día siguiente fue a ver al abogado de la familia y le dio poderes amplios para que en tres meses, vendiera la casa y todo su contenido.  El dinero se depositaría en una cuenta, que más adelante ella le informaría en qué banco. Sin darle más explicaciones ultimó hasta el mínimo punto a seguir.

Esa tarde, Emilio le avisó que saldría de viaje por una semana, debido a negocios.  Antonia sabía que le estaba dejando el campo libre a su hermano.  Y efectivamente, al día siguiente recibió una carta de Rodrigo, la que aventó sobre la cama, sin abrir.  Estaba a punto de ‘desaparecer’.

Antonia se juró que jamás la encontrarían, tenía suficiente dinero para moverse.  Ni tampoco sabrían del hijo que llegaría para alegrar su vida, fruto de su amor por Rodrigo.  Y, aunque quizá lo hubiera engendrado el cuerpo de Emilio, para Antonia no tenía importancia.  Ellos habían decidido ser uno y el mismo.  Y ella, también, así lo aceptó.

                  < < < < < - - - - - > > > > >       2007


domingo, 6 de mayo de 2012

BIENVENIDOS A CASA

Al fin la nave del Grupo Internacional del Espacio (GIE), The Magic Pal, dejaba el planeta tierra para colonizar, de forma definitiva, a Marte.  Poco a poco se habían ido levantando las instalaciones necesarias para llevar una vida más o menos como estaban acostumbradas las diez familias que formarían la primeria colonia sideral. 

Gracias a un proyecto audaz, en septiembre de 2007,  los rusos pusieron en órbita durante doce días a varios grupos de insectos para estudiar su comportamiento:  moscas, hormigas, cucarachas, grillos, pulgas y abejas.  Todas las especies regresaron sanas  y en algunos casos hubo anomalías, como con las cucarachas que aumentaron su procreación  un 25%, mientras que en las hormigas y las abejas sólo aumentó un diez por ciento.  En los demás animales no hubo alteraciones visibles.   Sin embargo, se quedaron en observación tanto las cucarachas, como las abejas y las hormigas,  observándose que poco a poco fueron remitiendo la cantidad de huevos, hasta volver a su punto de equilibrio.  Los insectos fueron devueltos a su hábitat después de un año y anunciaron al público que no había nada que temer.

Este pequeño experimento entusiasmó a varios países a enviar “muestras de vida” en naves cada vez más lejanas a la tierra.  En febrero de 2010, Irán  se atrevió con animales más grandes, como lechuzas, conejos y ratones,  para que viajaran en un transbordador, como muchos otros que iban a la luna, dizque  sólo a tomar muestras.  Con el objeto de estudiar su comportamiento fuera de la gravedad terrestre, las jaulas quedarían expuestas sobre la superficie del planeta rojo, el tiempo que durara la misión.  Estaban perfectamente controladas y monitoreadas desde la tierra.  Las jaulas, que eran más bien cajas de cristal, estaban bien equipadas con comida, agua y oxígeno.  Éste se les retiraba  a ratos permitiendo que el aire exterior entrara y se mezclara con el oxígeno interno.   Pero hubo un corto eléctrico.  El suministro de oxígeno cesó y algunas cajas se abrieron.  Fueron sólo quince minutos.  Todos los especímenes se perdieron, unos por falta de aire y otros sobre la superficie indómita.  Los mandos terrestres se persuadieron de que el ambiente exterior    las aniquilaría.

Continuaron las tentativas de conocer otros mundos y todos los países invertían enormes cantidades de dinero en  buscar una solución, para la sobre  población de la tierra, en el espacio, en vez de buscarlo en casa.  Aunque la razón principal era tomar posesión de otro planeta para, desde ahí, controlar la tierra, por lo que todos tenían la urgencia de ser el primero.   

Con el correr de los años fueron enviando animales cada vez más grandes, hasta que finalmente se llegó la hora de enviar humanos a vivir en Marte, donde se habían ido construyendo refugios, luego albergues mejor equipados y después casas.  Todo estaba cubierto de una gran cúpula de algo parecido al plexiglás,  un material que se había ido perfeccionando también.

En noviembre 3 del 2057,  el centenario del lanzamiento del sputnik con Laika, la primera astronauta,  fue lanzado el Magic Pal con diez familias jóvenes, con uno o dos hijos, como pioneros de la nueva civilización.  El entusiasmo fue mundial.  Había una lista enorme de solicitantes, de todos los países, para  ser tomados en cuenta para el siguiente año.

Durante las recolecciones de nuestras y el levantamiento de instalaciones y refugios temporales, los inmigrantes jamás se percataron de ser observados.  Todos los insectos, roedores, incluso mamíferos, que dejaron a la deriva, se mezclaron, mutaron y crearon una nueva criatura que había evolucionado más rápido de lo que lo hubiera hecho en la tierra, debido a las condiciones especiales  que la rodeaba.

Una vez que se instalaron los pioneros, las nuevas criaturas marcianas se presentaron para hacerles saber que los amos del planeta eran ellas.

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