domingo, 22 de abril de 2012

LA ISLA

El barco de poca eslora había dejado las costas muy atrás varias semanas antes y venía vagando en alta mar sin provisiones.  Sólo quedaba el contramaestre; los demás marineros habían saltado por la borda, enloquecidos por los delirios después de tantos días de hambre y sed.

Oliverio salió a cubierta con los catalejos, buscando en aquella inmensidad el barco que lo salvaría.   Entre más tiempo pasaba, más se debilitaba su esperanza.  Por eso su corazón le dio un vuelco, cuando vio que aparecía algo como una isla.  Aunque bien podría tratarse de un espejismo, como muchos que habían visto sus compañeros.

Lentamente, la marea fue llevando la embarcación hacia aquella isla tan larga y  recta.   Seguro estaba de que era una alucinación.  Pero cuando la nave encalló, no pudo seguir negándolo.  Saltó al agua y nadó un trecho hasta alcanzar la playa.  Caminó por la arena hasta encontrarse con una calle larga bordeada por casas y comercios, como la de cualquier pueblo.  Le llamó la atención que la vegetación no fuese tropical.  Continuó su camino, y en el estómago fue apareciendo una extraña sensación  que crecía conforme avanzaba.  Miró por las puertas abiertas de las tiendas, el hotel, la farmacia, la peluquería, el bar... y no había nadie, pero todas estaban arregladas y surtidas.  Esa calle parecía interminable. Decidió doblar en una esquina para ver si encontraba a la gente del lugar, pero la isla era únicamente esa calle. Tanto atrás como por donde llegó,  sólo había  playa y mar.

Decidió entrar a cada establecimiento y gritar hasta que alguien lo escuchara.  Por fin, en una tienda de comestibles encontró a una muchacha que seleccionaba varias cosas, poniéndolas en el mostrador.  Al oírlo, apenas  levantó la vista, siguiendo con su tarea.

- Hola, por fin encuentro a alguien.
- Porque sólo yo vivo aquí.
- Pero... todas las tiendas están abiertas y las casas no se ven abandonadas.
- Yo las abro y las cierro todos los días.  No tengo otra cosa que hacer.
- ¿Y quién te trae lo que necesitas?
- Nadie... siempre hay suficiente.  Por más que coma o use las cosas nunca se acaban. Levantó la cabeza y lo vio con detenimiento:  te ves muy cansado, ¿no tienes hambre?  Ven, vamos a casa.

Oliverio se quedó atónito ante la frialdad de la muchacha.  Sin saber qué decir cogió la bolsa de los comestibles y la siguió.  La casa era de un piso.  El interior era acogedor y amueblado con buen gusto.  Llegó  hasta la cocina para dejar la despensa, mientras se hacía mil preguntas.  Se sentó en un banco para descansar y mientras ella preparaba la comida, le dio algunas frutas para ir mitigando su hambre.  En media hora estuvo todo listo  y dispuesto en el comedor de madera oscura, con mesa redonda y cojines con olanes en las sillas.  Gertrudis le contó de su familia, la escuela, los amigos y de la gente del pueblo, mientras él devoraba cuanto estaba a su alcance.  Ella  lo observaba con curiosidad y simpatía; se levantó y, descolgando una foto, se la mostró.

- Mira, estos son mis padres, y este muchacho supongo que es mi hermano.
- ¿Supones? 
- La verdad es que no los recuerdo, pero dentro de mí algo me dice que así es.   No sé cómo explicártelo,  no lo he vivido aquí, pero todo lo que te conté ha pasado en algún lugar.
- Me imagino que hace mucho que vives aquí, por la ropa que usas y los muebles...
- No lo sé, yo no mido el tiempo por días.  No sé cuánto tiempo me sumerjo ni cuánto tiempo estaré arriba.
- ¿Te sumerges...?   ¿Cómo...?
- Creo que cuando no hay peligro sobre las aguas, salgo al aire, como ahora.  Y cuando empieza a relampaguear en la lejanía es que algo se acerca, así que cierro todas las puertas, me meto en casa y me sumerjo como en un sueño.
Pero...   Oliverio hizo una larga pausa, pues las respuestas de la chica le parecían incoherentes. 
- Entonces, ¿por qué no te sumergiste al acercarse mi barco?
- Pues... no lo sé.  Es algo que no controlo yo.  Más bien lo controlan los de afuera, quizá las tempestades, quizá la marea, los barcos ...   Pero no lo sé.

Los dos se quedaron callados un rato.  Después recogieron la mesa, lavaron la loza y se fueron a dormir.  Oliverio, a pesar del cansancio que sentía, estaba tan confundido que iba de un lado a otro, como fiera enjaulada, por la recámara del hermano de la chica.  Entre más pensaba, más se enredaba a causa del cansancio y el stress de los últimos días.  Este pueblo, o mejor dicho, la calle se parece a muchas que he visto, pero en tierra.  ¿Cómo cree que me voy a tragar que ella vive sola aquí?  Alguien debe venir de vez en cuando.  Pero, la ropa y los muebles son de hace treinta y algo.   ¿En dónde se encontrará exactamente esta isla?  En la foto que me enseñó,  se ve ella igualita que ahora, ¿cómo es que  no ha envejecido?              

A pesar de tantas ideas revoloteándole adentro, por fin cayó en un sueño  profundo.  Al despertar, el sol estaba en el cenit.  Trudy, como le dijo ella que le gustaba la llamara, ya tenía lista la comida.  Y cuando lo saludó, por primera vez la vio sonreír.

- Hola, flojo, te perdiste de una espléndida mañana.
- Me costó mucho trabajo dormir, tenía mil grillos en la cabeza.  Todavía me siento medio apaleado.
- Pues nada mejor que nadar un rato, mientras termino de preparar todo, y ya verás con qué apetito regresas.  Además, tienes que reanimarte, porque en la tarde hay que trabajar.
- Me parece muy buena idea.   Tú eres el capitán aquí.
- Hay que empezar a subir provisiones a tu barco.  No sabemos con cuánto tiempo contamos antes de tu partida.

Oliverio se sintió reconfortado con la idea de preparar su regreso.

  Durante la comida Oliverio empezó a a formularle muchas preguntas. Trudy le pidió que confiara en ella y no volviera a tratar de averiguar nada sobre todo aquel misterio que la envolvía, hasta su partida.  Durante varios días se entretuvieron llevando provisiones de las tiendas al barco:  comestibles, agua, ropa, herramienta y todo lo que le permitiera sostenerse en el océano siquiera un mes.  Oliverio notó que cuando tomaba algo, al día siguiente en el hueco ya había otra cosa.  Al llegar al barco revisaba si se habían “esfumado” las mantas, sogas, toallas, etc. y hubieran vuelto a la tienda, pero todo estaba en el lugar dónde lo había puesto.

Pasaron varias semanas.  Un día Trudy dijo que había visto la señal para que partiera en dos días más, pero Oliverio ya no quería irse: prefería quedarse con ella.  Se había enamorado y estaba seguro de que ella también.  El tiempo  compartido era algo tan especial, tan diferente; nunca había conocido a alguien tan fascinante.  Pero  Trudy insistió en que cada uno debía seguir su propia forma de existencia .  Él no tenía la capacidad de “sumergirse”, ni ella podía vivir en su mundo.

- Sólo te pido que no pienses en mí.  Quizá tengas que hacer un esfuerzo, pero es necesario que me olvides.  Si no, harás que surja otra vez, en cualquier otro lugar del ancho mar.
- Me pides que no te extrañe, que te olvide.  Pero, si sabes que te amo.
- Si de veras me amas no me vuelvas a atar a esta realidad.  Mi liberación está muy cerca,  en ese barco que se acerca.  Si tú me vuelves a atar, pasarían muchos años en que también sufrirías por saberme en esta soledad; no podrías encontrarme, sino hasta el final de tu vida.
- Si yo hiciera eso, me quitaría la vida para liberarte.
- No te sería permitido y no me preguntes por qué.  Yo también te amo y por eso te quiero libre, sin remordimientos.  Mejor disfrutemos el tiempo que nos queda.

Las horas pasaron volando, y cuando ella empezó a divisar en la lejanía el barco que se acercaba, Oliverio zarpó en el suyo llevando oculta la foto de Trudy con su familia, la que le enseñara el primer día.  Pensar que nunca la volvería a ver, lo llenaba  de tristeza y celos.  ¿Quién era ese alguien que venía en su busca, en un barco que  él no alcanzaba a ver?  Quería  confiar en su historia y sentirse feliz porque ella dejaría esa existencia absurda, tan absurda como muchas cosas que había vivido ahí, pero todavía tenía muchas dudas y creyó que el verdadero amor de Trudy era para quien venía a rescatarla.  

Cuando navegaba a unas cien brazas tuvo una alucinación:  las aguas empezaron a cubrir la isla .  Oliverio no pudo evitar un fuerte sacudimiento, como si algo dentro también se hundiera.  Mientras su velero se alejaba, él permaneció inmóvil viendo cómo la isla desaparecía entre las olas.  Y entonces dudó de cuanto había vivido las últimas semanas.

A los dos días, Oliverio fue rescatado por un enorme crucero y desde la cubierta recorría con la mirada, la superficie del mar buscando algún indicio, que lo convenciera de que no había sido todo un sueño.  Unos gritos lo sacaron de sus reflexiones:  ¡hombre al agua,  un hombre cayó al mar!  Hubo confusión.  La tripulación acudió al rescate, pero no había ni rastro del hombre.  Con un fuerte presentimiento, Oliverio se acercó al capitán para preguntar quién era aquel que se cayó.

- El Sr. Gerardo Navarrete - le contestó.  Anoche cenamos juntos, me contó que estaba feliz porque iba a encontrarse con una damita muy especial.  Y ahora, ella se quedará esperando...

¿Navarrete?   Ese nombre lo había visto, ¿dónde?, sí, en el álbum de fotos que tenía Trudy en su recámara. 

- Sería mucha molestia si me permitiera ver su pasaporte, yo conozco a una familia con ese apellido, inquirió Oliverio, sintiendo crecer por dentro la duda y la angustia.   Al ver la foto, reconoció los rasgos de esa cara.   Sacó la foto que llevaba en el bolsillo interior del saco y comparó los rostros.  Sí, ahí estaba, más joven, pero era él: su padre.

Para serenarse caminó hasta la popa del navío.  Quería entender si había sucedido “lo vivido” o cayó en la inconsciencia alucinando todo.  Pero, ¡en las manos tenía su fotografía!.  Y el ahogado, ¿sería el padre de ella o una coincidencia?   Sus manos temblaban ante la impotencia de no saber si esa mujer que todavía amaba había sido real.   Se apretó el pecho sintiendo que algo se  hundía definitivamente dentro de él, haciéndolo doblarse sobre la barandilla.  Tras una pausa, se incorporó.  Miró la foto y rompiéndola  en pequeños pedazos los lanzó sobre la blanca estela que el barco dejaba atrás.

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domingo, 15 de abril de 2012

LA BRECHA

Iba caminando, deslumbrado, por unas calles desconocidas, tan lejanas y diferentes a las de su hogar.   Se sentía como en un sueño nunca imaginado, y los ojos se le iban detrás de tantas cosas maravillosas que ofrecían los escaparates de las tiendas.  Brincaba de una acera a la otra: no quería perderse denada.                                                            

Cuando la nieve empezó a caer, se percató de que todas las personas iban cubiertas con gruesos abrigos de lana, guantes tejidos y gorros de piel.  Pero él, Adalberto, a pesar de que sólo llevaba un suéter y pantalón de pana, no tenía frío.  Como nunca había estado en lugar nevado alguno, se entusiasmó tanto que se paró en mitad de la calle con los brazos abiertos  para recibir la lluvia de copos  en las manos, formando pequeños montecillos blancos, sin sentir el frío.

Siguió adelante, con ansias de comerse todo, pero pensó que no había prisa; podría venir cuantas veces quisiera.  Así que aminoró el paso y empezó a entrar en cada tienda:  unas con dulces y chocolates de todos colores y sabores, otras con juguetes de porcelana,  figuras de metal, coronas de muérdago y bellotas...  En donde más se entretenía era  en las que había cajas de música: desde chico le encantaron y tenía una pequeña colección; así que  abría cada una para escuchar su melodía.   En los restaurantes, cafés y salchichonerías se daba vuelo, ya que nadie le cobraba.

Lo curioso era que la gente que pasaba junto a él parecía no percatarse de su presencia.  Para comprobar esa inquietud, se paró frente a una  hermosa mujer de cabello oscuro y ojos claros, la saludó con una profunda inclinación, pero ella  se siguió de frente como si él no existiera.  No hubo intercambio de palabras, así que no era cuestión del idioma, reflexionó.  El descubrimiento lo llenó de alegría y un júbilo infantil se desbordó dándole permiso de correr y gritar, ya que no había nadie que lo criticara. 

Más adelante llegó a una plazoleta, en cuyo centro se levantaba un enorme y frondoso árbol de Navidad, cuajado de  luces, moños, muñecos, esferas y más.  Alrededor,  había pequeños caballetes con pizarras  escritas en diferentes idiomas formando una valla.  Adalberto asumió que explicarían algo sobre el árbol y la festividad y pensó que quizá habría uno en español.  Iba tan concentrado buscándolo que de pronto topó con un hombre parado ante uno de los carteles.

-Usted disculpe... no lo vi... pensé que..

-No te preocupes amigo, yo también soy un viajero.  Vivo en Costa Rica ¿y tú?
-        
 - Yo vivo en México y es la primera vez que vengo a este lugar.  Un amigo me dio este juguetito como regalo navideño.

 - Yo tengo varios y ando por todo el mundo gracias a este maravilloso invento.   En estas fechas no podía dejar de venir al lugar donde nació el árbol de Navidad.  Es hermoso ¿verdad?

- En verdad estoy emocionado - contestó Adalberto que, tratando de ver la punta del árbol, casi se cae de espaldas. 

- Lo siento, me tengo que ir.  Me están llamando de mi casa.  Seguro que nos volveremos a ver, una vez que se conoce esto..... y desapareció.

Unas horas antes, Adalberto había llegado a su casa, feliz con una caja enorme.  Apenas  dijo hola a su esposa, que estaba en la cocina.  Se dirigió a la computadora en el cuarto de Fabrizio , su hijo mayor, que estaba estudiando.  Los demás chiquillos estaban todavía en la escuela.  Entre los dos rompieron la caja con impaciencia y sacaron un control, unos anteojos como de motociclista, unos audífonos y varios cables.  Fueron armando y enchufando cables.  Cuando todo estuvo listo, Adalberto tomó un respiro hondo y le sonrió a su hijo, quien le dijo:  no te tardes mucho, papá, que yo también quiero entrarle .  Sin saber lo que le esperaba, apretó la tecla.  Cuando llegó la hora de la comida, su esposa le llamó varias veces, sin que le respondiera.  Así que fue por él a la recámara.

¡Adalberto!  Beto! ¿No me escuchas?  Es el colmo - le gritó Carmela - tienes horas frente a esa estúpida pantalla.
-No, mamá, no te escucha.  Está conectado ahí – le dijo el muchacho con voz suave tratando que su madre se calmara.
 ¿Y dónde es AHÍ? - volviendo la cabeza hacia todas partes.
- Mira , la caja dice “Navidad en Alemania”.
- ¿Y de dónde sacó esa fregada cosa?
- Se la regaló el tío Edmundo por ...
- ¡Mejor le hubiera dado algo que nos ayude a salir a flote, no esa...!  -De un portazo cerró la puerta y se fue rezongando.
                                                                                         
Adalberto sintió una ligera sacudida.  Se dio vuelta, pero no había nadie.  A lo mejor me están queriendo jalar en la casa, pensó,  pero ni crean que voy a dejar este hermoso lugar para volver a oír los constantes  dramas de esa mujer, que no sabe hacer más que gritar y tener hijos; al rato iré.  Y continuó la marcha, solazándose con tantas cosas que ver y hacer.  Esta efervescente euforia le cosquilleaba el cuerpo y le adormecía sus famélicas responsabilidades.

Tres días después, Edmundo llegó a la casa de su compadre, a petición de Carmela, quien le había telefoneado furiosa y alarmada.

- Está nomás ahí sentado y por más que hacemos no responde.  No ha probado bocado.  ¡No sé qué hacer!  ¿Qué clase de diabólico juego es eso?  Usted es el responsable y usted tiene que arreglar esta situación. - La mujer estaba sumamente nerviosa y gesticulaba mucho con manos temblorosas.

- Lo siento muchísimo...  nunca imaginé que algo así podría ocurrir, pero... Edmundo recordó  las confidencias de su amigo:  la situación  tan tirante que había en su hogar, el montón de hijos, las histerias y exigencias de la mujer, el sueldo que no alcanzaba nunca y la falta de amor.

- Déjese de contemplaciones y disculpas, con eso no se arregla nada.  No se quede nomás viendo, caramba ¡haga algo!  -Carmela lo único que deseaba es que resucitara a su marido.

- Sí, señora, lo siento mucho…-   Se quedó pensativo un momento sin saber qué decir, asustado de que algo así pudiera suceder.   -Me parece que lo único que se puede hacer es cerrar el juego y apagar la máquina.-  Se aclaró un poco la garganta para continuar.   -Aunque... no le puedo garantizar que regrese.  Quizá se quede  allá y ...

Fabrizio se quedó petrificado y al borde de las lágrimas, preguntó titubeante:  ¿O sea que...  que su mente se puede quedar lejos... y, entonces, ¿su cuerpo?

- ¿Quiere decir que quedará como un vegetal?-  gritó colérica Carmela imaginándose sola con tanta familia, ya que buscando una mujercita, llegaron a la media docena de varones .  -Siempre fue un irresponsable y ahora por ese maldito jueguito quedamos todos y ¡en la calle!              

Quedaron los tres viéndose sin que ninguno tomara la iniciativa. Con angustia, cerraron entonces el juego, apagaron la máquina y le quitaron las gafas y los audífonos, con la esperanza de que Adalberto respondiera.  Pero no fue así.  El cuerpo antes erecto se aflojó como desmayado.  Entre Edmundo y el muchacho,  lo llevaron hasta la cama.  Llamaron al médico, quien no pudo  entender cómo había llegado a ese estado, por más que se lo explicaron.  Les dijo que lo único que podía hacer era ponerle suero y esperar a que reaccionara.  Edmundo aprovechó la salida del doctor y sin decir palabra, lo secundó.  Carmela se sentó en la cama de otro de los hijos y se quedó viendo al marido que parecía dormir tranquilo.  Sin resistir la escena Fabrizio se fue a llorar al baño.

Momentos antes, Adalberto había sentido un fuerte jalón.  De algún modo comprendió lo que pasaba y la felicidad lo embargó.  Por primera vez en su vida se sentía tan... tan... libre, que no estaba dispuesto a dejar escapar aquel sentimiento.  Así que, sin prisas,  siguió recorriendo las calles profusamente iluminadas.  Iba tarareando los villancicos que cantaban los grupos  en las esquinas.   Tenía todo el tiempo del mundo para recorrer mil veces aquel pueblito, lejano e invisible.

Y lo recorrió quizá más de mil veces, hasta sabérselo de memoria.  Trató de irse caminando a otro lugar, pero donde acababan las casas y tiendas no había nada: era como un telón de niebla, impenetrable.  Adalberto empezó a cavilar sobre su  futuro:  dar de vueltas a lo mismo, como una ardilla corre dentro de una rueda sin fin en su jaula.  ¿Qué había hecho?  Eso sería su “vida” en adelante, hasta...  ¡Tenía que  encontrar la  forma de escapar!

 Tiempo más tarde volvió a encontrarse con el viajero de Costa Rica, Luis Sandini, quien le comentó que habían pasado dos años y nuevamente era Navidad.  Adalberto no pudo dejar de sentir una profunda nostalgia por su hogar.  Y le contó a Luis lo que le sucedía:  estaba atrapado en aquel espacio, sin posibilidad de regresar, ya que , obviamente, su cuerpo estaría bajo tierra desde hacía tiempo.  Luis le prometió que buscaría  la forma de sacarlo de esa cárcel, pero ¿cómo y a dónde?  Ni él lo sabía.

En esos dos años ocurrieron muchos cambios dentro de la familia  Rivero.  El cuerpo de Adalberto dejó de funcionar después de 55 días.  El entierro fue en el Panteón de Dolores, en la fosa común.  Fabrizio y su hermano menor, Joaquín, se pusieron a trabajar para que los menores pudieran seguir estudiando.  Y Carmela se las arreglaba haciendo de todo: lavando, planchando, cuidando niños o ancianos – lo que cayera.  Fabrizio, sin embargo, no descartó nunca la posibilidad de encontrar a su padre.  El coraje por su abandono iba en aumento en proporción a los descalabros y la miseria en que vivían ¡tenía tanto que decirle !  La dificultad fue encontrar el mismo juego, ya que su madre hizo añicos todo, un día que no tenía para darles de comer.  Pero de tanto buscar, un día, en un tianguis,  Fabrizio lo encontró.

Luis Sandini regresó con la solución.  Le había tomado más tiempo del esperado, pero la suerte estaba de su lado.  Un buen amigo, muy metido en electrónica, le ayudó, incondicionalmente, al enterarse de su problema.  Por casualidad  estaba experimentando con un aparato para unir dos programas en el espacio, pero hasta el momento, sólo era algo no comprobado.
 
- Tú decides Adalberto, esto no es 100% seguro. No lo tomes como la última posibilidad. Puedes quedarte aquí hasta que se perfeccione este aparato, o quizá  en poco tiempo surja algo más viable. -  Su voz era afable y su buena voluntad  notoria.    -Ya sabes  que cuentas conmigo, cualquiera que sea tu decisión, mientras yo tenga un cuerpo allá podré ayudarte.

- Ya no aguanto seguir dando vueltas a lo mismo.  Tengo demasiado tiempo para pensar.  Aquí nada se altera, todo es igual, una y otra  y mil veces.  Aunque haya sólo una posibilidad de éxito en mil, la tomo.-  En el fondo de sus ojos se reflejaba una gran desilusión.

Santini preparó todo en el laboratorio con su amigo, quien entusiasmado y lleno de curiosidad esperaba el desenlace, en vivo, sobre la eficacia de su invento.  Acordaron que Luis tendría 30 min. para preparar a Adalberto, antes de prender el “embudo”, como habían bautizado el transmigrador entre programas. 

Beto aguardaba impaciente.  Sin la noción del tiempo, la espera era extenuante.  Cuando por fin, llegó Luis con una gran sonrisa.  Todo resultaría perfecto, le aseguró.   Las instrucciones eran sencillas:  lo importante era relajarse física y mentalmente para no oponer resistencia al paso por el “embudo”.  Luis había traído varias imágenes del Templo de Karnak, a donde iría Adalberto.  Él asentía y obedecía a todo lo que Luis le indicaba.  Se tendió en el piso y siguió viendo otras fotos de Egipto, para ubicarse mejor.  Mentalmente empezó a visualizar la hermosa Calzada de los Carneros.  Mientras, tirado junto a sus pies, Luis pintaba sus manos con signos extraños, colocando después  sus palmas sobre las plantas de Beto, de manera que las   puntas de los dedos de ambos, quedaran unidas.  Los tobillos de Luis estaban conectados a la computadora, para que al prenderse el “embudo” la energía corriera por el cuerpo de Luis y “lanzara” a Beto al otro programa.  Sólo faltaban unos segundos, los dos estaban concentrados, cuando se oyó un grito, ¡ Papá!  Adalberto reconoció la voz de Fabrizio y alcanzó a abrir los ojos, Luis lo ignoró y siguió concentrado.  En ese instante se encendió el “embudo” y Adalberto desapareció.
 
- ¡ Papá ! ¿Qué pasa?  ¿A dónde se fue?-  preguntó Fabrizio desesperado, oteando el espacio.

- ¿Y quién eres tú, pequeño imbécil?  No tienes ni idea de lo que puedes haber causado.  ¿De dónde diablos saliste?-  Le preguntó Luis furioso, con los puños levantados, pero se detuvo al ver la angustia en la cara de aquel joven.

- Llevo dos años buscando a mi padre y ahora que lo encuentro es sólo por un segundo.  ¿Dónde está,  qué le hizo? ¿Por qué se esfumó?   ¿Es que esta pesadilla nunca terminará?

- Por lo visto tú eres el hijo de Adalberto.  ¿Por qué tardaste tanto en llegar?  ¿Nunca se te ocurrió que esto podía ser una cárcel sin escapatoria?  O a lo mejor, estabas muy bien sin él-  le dijo Luis visiblemente molesto.

- Él se quedó aquí por su gusto, feliz de librarse de nosotros y yo he hecho todo lo posible por llegar hasta aquí.  Usted no sabe nada..–  Se detuvo Fabrizio y su angustia se volvió coraje.   -¿Y quién es usted que se cree con derecho de pedirme explicaciones?

- Pues yo soy el único que puede encontrar a tu padre y estoy tratando de ayudarlo.  Espero que no haya brincado fuera del “embudo” e ido a parar al limbo.  No pongas esa cara, juntos lo vamos a encontrar.  Tu padre fue interconectado con otro programa; es una técnica nueva, todavía en experimentación.  Después te daré todos los detalles.  Toma  mi número de correo para ponernos de acuerdo.  Aquí ya no hay nada qué hacer.

Ese mismo día se comunicaron por internet y empezaron a planear la forma en cómo localizarían a Adalberto.  Sin embargo, en México no había el mismo programa “Luxor”,  por lo que Luis le envió una copia.  Después de una semana llegó a sus manos el disco y pudieron comenzar.  Se enlazaron en la red para fijar la hora y el punto de encuentro.

- Yo te sugiero que hagas unas pruebas – comentó Luis – no vaya a ser que la grabación esté defectuosa y no logres llegar...

- Ya no me interesa nada.  Ya no hay tiempo... o mejor dicho, la paciencia se me acabó.  No me importa lo que digas, en una hora a partir de este momento, sea cual sea tu hora local, emprenderé el viaje.  Nos vemos en la entrada del templo. -  Y cortó.  Se quedó frente a la computadora con una sensación de vacío en el estómago.  ¿Cómo reaccionarían los dos al volver a verse?  Muy pronto lo sabría.

Así fue que en la ancha Calzada de los Carneros se encontraron, para beneplácito de los dos.  Caminaron hacia la entrada y al traspasarla, una enorme explanada se abría ante ellos, franqueada a la derecha por una larga fila de enormes carneros tallados en piedra; al frente, el patio de las cien columnas y a la izquierda, una enorme pared.

- ¡ Esto es enorme !  ¿Cómo diablos vamos a encontrar a papá?  ¿Este es el único templo del programa o hasta dónde abarca? -  Fabrizio miraba alrededor con los ojos bien abiertos ante tanta belleza.

- Pues sí amigo, este programa es ¡una maravilla!  Incluye este templo de Karnak, el de Luxor, que no está lejos de aquí, la ciudad y, del otro lado del Nilo, el Valle de los Reyes y el de las Reinas.  Ah, y también las fábricas de alabastro, por allá.-  Luis hablaba con una gran sonrisa, sintiéndose dichoso de alcanzar un viejo sueño.

- Claro que  el viaje está genial, pero nos será más difícil dar con papá, con tantos lugares que visitar.  Si nos separamos podríamos cubrir más,  ¿no te parece?  

- Primero vamos a eliminar posibilidades:  ya debe haber estado en los templos y tumbas, así que mejor empezamos por los bazares, que tienen tantas baratijas  que ver y nunca te cansas.-  Los dos se encaminaron con paso rápido para ver lo más posible  y quedarse no más de tres días.

El primer y segundo día no lograron nada, ya que habían establecido un límite de tres horas para la búsqueda, pues ambos tenían una vida que atender.  Al tercer intento distinguieron a Adalberto cerca de una palmera recogiendo  dátiles , que saboreaba con deleite.  Al oír su nombre volteó a todos lados, buscando a Luis.

- ¡ Papá,  papá !  - gritaba el muchacho corriendo al encuentro de su padre, quien se quedó incrédulo al verlo.  Y venía con su amigo Luis.

- ¡ Fabrizio, hijo, ¿de verás eres tú?  Qué felicidad tan grande poderte abrazar de nuevo! -  La emoción de estrecharlo le trajo un torrente de recuerdos, que brotaron por sus ojos en lágrimas.  - Creí verte un instante antes de que me enviaran aquí, pero pensé que había alucinado, de tanto pensar en ustedes,  sobre todo en ti.-  Volviendo de su ensoñación se acordó del amigo.  -Qué gusto de verte Luis,  te felicito por la elección de mi destino, esto es maravillo.  Pero dime ¿cómo es que están juntos?

- Querido Adalberto, ya tu hijo te platicará con detalle todo lo ocurrido, que fue bastante.  Mi trabajo terminó y me siento feliz que haya sido con éxito.  Por aquí vendré a darme mis vueltas, además de que Fabrizio y yo estaremos en contacto “allá”.  Hasta pronto.

- Hasta la vista, Luis.  Y muchas, muchísimas gracias por el doble super regalo.

Adalberto estaba hondamente emocionado, las lágrimas seguían cayendo de vez en vez.  Rodeó con el brazo los hombros de su hijo y se dirigieron a sentarse en la banca de un parquecito.  Padre e hijo se miraban sin decir palabra, con un grito de júbilo atorado en la garganta.  Por fin, Adalberto empezó.

- Me parece imposible que estés  frente a mí.–  Lo veía y observaba los cambios:  su cara se había ensanchado, el tono de su voz era diferente y la nuez se le veía clara en su cuello.  -Quisiera que me platiques todo lo que ha pasado.  Aunque...  me he arrepentido tantas veces por haberlos dejado...

- Sí, padre, nos abandonaste..-   Fabrizio había esperado tanto este momento para reclamarle tantas cosas, pero ahora no pudo sacar ni un reproche, el gusto de verlo desplazaba la rabia acumulada y casi en un susurro sólo pudo decirle:  ¡te extrañamos tanto!...

- Yo sé que merezco el desprecio de ustedes y todo lo que me digas será poco por lo que he hecho.  Cuando se me pasó la euforia de libertad era tarde para volver.  Muchas veces pensé en ti, fuertemente, para que vinieras a buscarme,  y tontamente creí que nunca lo intentarías, que me rechazabas por mi actitud y que no querrías volver a verme.

- Pues no estabas muy errado.–  Fabrizio tragó saliva, se enderezó y recordando que ya era un hombre, necesitaba decirle a su padre unas cuantas verdades, aunque les doliera, a los dos.  -¿Sabes cómo nos sentimos cuando nos repudiaste abiertamente?  No te imaginas las  que pasamos para sobrevivir, mientras tú andabas feliz en un eterno paseo, sin la lata de tanta familia que mantener.

- Sí, sí, lo sé, fui un cobarde.  La emoción de esa  libertad nunca antes sentida, me nubló la mente, y no te lo digo como disculpa, es algo que pasó y no lo podrías entender hasta no vivirlo.  Sólo te pido que no me niegues tu perdón, la vida se encargó de cobrarme:  esa enorme libertad se limitaba a una pequeña jaula de la que ya no podía salir.  Sin embargo, un rayo de luz llegó a mí, Luis, aunque siempre estaré dependiendo de él...bueno,  mientras tenga vida y yo...  Calló, con una profunda tristeza en sus ojos y aquella pregunta que se repetía demasiado seguido.  -¿Qué pasará cuando ya no esté Luis entre los vivos?

- Me pasé todo este tiempo buscándote y ahora no te voy a abandonar.- Todavía sentía  mucho coraje contra su padre y lo miró con dureza, pero al notar su honda tristeza, le tomó una mano, que le pareció muy liviana.  -El  sólo poder  verte y poder abrazarte... después de tanto tiempo...

- He tenido mucho tiempo para recapacitar.-  Adalberto tomó aire, como si le faltara, tratando de levantarse el ánimo, no era momento para decaer, ¡su hijo estaba con él!   -Aunque demasiado tarde, comprendí que había tenido una hermosa familia y que no la supe apreciar.  Lo único que me queda es pedirles perdón a todos.  Cuéntales lo ‘maravillosa’ que  es mi vida, que me perdonen y que siempre los he querido... mucho.   

- Sí,  regresaré a contarles que al fin te encontré.  Puedes estar seguro que toda la familia estará feliz.-  Fabrizio estaba tan nervioso, que se paraba y se sentaba constantemente; quería correr a contarles a todos la buena nueva, pero no quería dejar a su padre.  Hablaba como carretilla.  -Y me pondré de acuerdo con Luis para algunos detalles, a fin de poder quedarme contigo.  Ya no estarás solo.   Ya lo pensé muy bien.

- ¡Ah  no, de ninguna manera!-  El padre se paró de un brinco, con la cara pálida.  -No vas a salir huyendo como yo, no puedes abandonarlos también. Aunque  tu realidad sea muy dura,  tienes muchos objetivos por delante y planes para tu futuro.  No puedes...

- Pero, papá, mira las cosas desde otro punto de vista.  Podremos cambiar de lugar cada año.  Conoceremos palmo a palmo lo que hay en cada lugar.  Aquí, por ejemplo, estamos ‘en vivo’ entre estas maravillas, que es muy diferente a verlo en fotografías.  Iremos a conocer todas  las tumbas.  ¡Imagínate, papá!-  Los ojos de Fabrizio destellaban un fulgor de vida y entusiasmo. –Quizá en poco tiempo hagan otro programa de El Cairo e iremos a su famoso museo y a las pirámides. Todo esto no podría hacerlo nunca en mi realidad.  Piénsalo bien...

- ¡No, no!  Te estás yendo por el camino fácil.  No quieres enfrentar tus responsa.... – Beto sabía que no era el indicado para hablar de responsabilidad,  pero tenía que persuadirlo. Su hijo creía que sería una aventura fascinante. -Y además, ¿también dejarás morir tu cuerpo?

 Pero Fabrizio no estaba dispuesto a dejarse convencer.  -De todas maneras cuando mueres dejas el cuerpo y sólo queda la mente, que se va a vivir a otro mundo y tú eres la prueba de lo que digo.  Así que ¿por qué esperar a que decline, se deteriore y lo metan a un cajón?  Mis responsabilidades con la familia son relativas, porque sé que son capaces de salir adelante y de las que tengo para conmigo son de las que te estoy hablando.

- Pero, Fabrizio, dejar tu cuerpo...  así, tan premeditadamente...-  Beto buscaba las palabras e invocaba a Dios, aunque no confiaba mucho en Él, para que lo iluminara.  -Eso sería...  como suicidarte, ¿o no?

- ¿Y qué?  En algún momento elegí tomar un cuerpo, así que ahora decido dejarlo.  No es mas que un disfraz temporal para habitar un rato en este planeta, papá.  Dicen que nada se mueve sin que Dios lo permita, así que los suicidas tienen el permiso divino, ¿no lo crees?-   Ya se estaba encarrerando con sus filosofías, pero se detuvo al ver la cara de espanto de su padre.

- Pero qué cosas tan descabelladas estás diciendo, Fabrizio.-  Poco le faltó a Beto para persignarse, pero se contuvo, pues su hijo se hubiera reído.   -Te desconozco, de dónde sacas semejantes ideas blasfemas...

- Por favor, no te pongas de mochilongo, no te queda. Esta experiencia me ayudó a encontrar otras verdades.-  Fabrizio hubiera querido contarle todo lo que recorrió buscando respuestas después del fuerte  rechazo que significó su partida.  Su vida se volvió un callejón sin salida. Se había acercado a diversos grupos, leído muchos libros sobre diferentes filosofías, participado en diversas ceremonias y rituales. Pero él no podría comprenderlo, así de pronto, se requería tiempo.     -Hay mucho que contarte papá.  Pero será poco a poco. 
-
¿Y dónde has andado, que aprendiste tanta loquera?

- He andado por muchas partes y he tomado lo que vibra con mi corazón.  Al fin y al cabo cada quien toma de la vida lo que le conviene;  lo que le hace sufrir se oculta y si es posible, se elimina.-  Fabrizio hablaba con tanta serenidad y paz en su mirada, que Beto al observarlo le parecía un perfecto extraño; pero le gustó lo que sintió.

- Por favor, hijo, recapacita.  Vuelve a tu realidad, allá tienes muchas cosas hermosas por qué vivir:  un amor, el hogar, los hijos... apenas vas a cumplir los veinte y yo a tu edad quería comerme el mundo.  Además, podrías venir los fines de semana o en tus vacaciones.... en vez de dejarlo todo.

- No creo que trabajando seis días a la semana como burro tenga ganas de venir por un rato.  Y las vacaciones, sólo son una vez al año.   No quiero pasarme la vida trabajando para dar de comer a la familia... como tú.  Perdóname, pero no quiero repetir tu vida.    Eso sería seguir jalando la carreta de las tradiciones, negarnos al cambio, por miedo a lo desconocido.  Si todos pensaran así, viviríamos todavía en cavernas.  No te preocupes, padre,  analizaré los pros y los contras de las dos posibilidades, antes de tomar una decisión.  Tú serás el primero en saberlo.  Ahora tengo que volver a mis obligaciones y estáte tranquilo... que muy pronto regresaré.
             < < < < - - - - - > > > > >        2003

sábado, 7 de abril de 2012

PRESO EN EL CASTILLO

Los soldados llevaron, casi en vilo, al prisionero por los brazos, hacia el interior de un castillo.  Lo soltaron en el amplio recibidor con piso de mármol y una mesa circular al centro con un hermoso jarrón de alabastro.  Le quitaron la venda negra que cubría sus ojos y quedó asombrado, recorriendo con la vista el enrono, mientras un guardia le decía: 

- Aquí permanecerás hasta que se lleve a cabo el juicio y se tenga una sentencia. -  Dicho esto, junto con los dos escoltas se dieron la media vuelta y salieron.

-  ¿Pero, qué es lo que he hecho…  de qué se me acusa? -  preguntó mientras oía que cerraban con llave la puerta de entrada.

Dentro de su desconcierto, sin saber qué hacer, se puso a recorrer el lugar con la esperanza de encontrar a alguien que pudiera darle un poco de luz a su situación, pero por el silencio que percibía era probable que fuese el único “huésped”.  ¿Cuánto tiempo permaneceré aquí?  Trató de calmarse pensando que serían pocos días.

Su asombro fue en aumento conforme recorría pasillos llenos de hermosas pinturas, muebles con figuras de porcelana, candiles de cristal cortado, vitrinas con exquisitas colecciones de miniaturas.  Todo aquello le parecía un museo y la belleza de los objetos le ayudaban a olvidar el encierro.  Todas las puertas eran de cedro, labradas y con herrajes de bronce.  Cuando llegó al comedor, cuya mesa era para doce personas, la quijada casi llegó al piso,  al verla llena de exquisitos manjares:  diferentes carnes, frescas y apetitosas ensaladas, gran variedad de frutas y de postres.  También había varias  botellas de vinos y licores.  ¿Todo aquello era para él sólo?  Entonces, su estómago le recordó que no había comido en todo el día y no lo pensó dos veces.  Ante el primer intento, se paró de golpe ¿sería ilusión de óptica… o una burla con piezas de utilería?  Estiró  el brazo y tocó… con gran sonrisa se abalanzó a tomar pedazos de aquí y allá, abrió varias botellas de las que bebió directamente, se atragantaba queriendo probarlo todo.  La voracidad fue menguando  y sus nervios alterados se destensaron.  Una vez desaparecida el hambre se sentó a saborear, con parsimonia, el vino y los postres. 

La comida y la bebida lo relajaron tanto, que necesitaba encontrar pronto una cama o se tiraría a dormir sobre alguna de las alfombras persas.  Hasta ese momento se percató  de que muchas puertas estaban cerradas.  Sin embargo, logró llegar a un espacioso dormitorio, alfombrado, con pesados cortinajes cubriendo los cristales biselados de la ventana y un amplio y mullido lecho.  Se le antojó brincar sobre el colchón, así que se quitó los zapatos y cual si fuera un crío de seis años, dio tantos saltos como pudo resistir su inestable corpulencia.  Cayó de espaldas y apenas pudo pensar que aquello no estaba del todo mal, antes de ser atrapado por los brazos de Morfeo.

Pasaban los días sin grandes variaciones, pero se dio cuenta de que los muebles, adornos, e incluso los enseres, eran cambiados de tiempo en tiempo.  En una de sus excursiones por aquel inmenso lugar, que le parecía un castillo, llegó al recibidor circular por donde había entrado.  Parecía todo igual y al darle la vuelta a la mesa, deslizando su índice sobre la pulida superficie, se topó con un manojo enorme de llaves de todos tamaños.  ¡Qué maravilla!  Debían ser las llaves de las puertas. Ahora ya podré abrir todas, se dijo con alegría.  Y de inmediato corrió tras la nueva aventura.

Pero la cosa no fue muy sencilla.  Había que observar la entrada de la llave en la cerradura y luego buscar a las  “candidatas” .  Y aunque le tomara varias horas lograrlo, no cejaba hasta abrirla.  Esta diversión se fue volviendo apasionante por el misterio de lo que encontraba  adentro.  Porque algunas veces, después de tanto esfuerzo, se topaba con un muro o un simple closet de escobas.  Esta ansiedad se fue incrementando desde la primera que logró abrir:  era una recámara sencilla, con cama matrimonial, un gran ropero, un chifonier y una cuna, donde había un bebé que de inmediato empezó a llorar.  De súbito apareció la madre, solicita y cariñosa, que lo tomó en brazos y empezó a cantarle – mi niño precioso, florecita de té…  La cara de la mujer le parecía conocida, la canción le dio la seguridad.  Por supuesto ¡es mi madre!  Entusiasmado, fue hacia ella para abrazarla, algo rígido y transparente, se lo impidía.  Apesadumbrado se conformó con ver las imágenes que corrían frente a él y durante largas horas, contempló cómo había sido su vida en los primeros meses.  Y él se hubiera quedado días y días, siguiendo el curso de sus primeros pasos, sus primeras palabras, sus primeros juegos… pero, sin esperarlo el ‘vidrio’ se fue opacando y todo desapareció.  La habitación quedó vacía.  Triste y desconcertado salió. La puerta se cerró  sola.

Por los ventanales del comedor, del salón principal y de casi todas las habitaciones se podía admirar los hermosos jardines que rodeaban la construcción:  macizos de flores de todos colores, frondosos árboles, arbustos  cuidadosamente recortados para formar figuras diversas, fuentes de piedra, y en una esquina se alcanzaban a ver manzanos, ciruelos, naranjos e higueras.  Al abrir las ventanas el perfume de las gardenias, los floripondios y los laureles entraba a alegrar aquellos espacios.  Nunca intentó saltar por una ventana y averiguar qué había más allá de donde su vista llegaba, ni tampoco se le ocurrió buscar la llave de la puerta principal, aunque nadie se lo había prohibido.

Un buen día encontró una puerta, hasta el final del pasillo oeste, en la que probó todas llaves y ninguna funcionó.  Ya para entonces había desarrollado un método seguro para ir “separando” las llaves probadas y que no se le revolvieran, pues el llavero era imposible de abrir.  No puede ser, gritó furioso, debo haberme equivocado en algún momento.  Aventó con rabia el grueso llavero al suelo.  Se recargó en un hermoso mueblo estilo inglés, con varios cajones y puertas.  Maldiciendo su suerte y sin saber por qué, empezó a abrir los cajoncillos… era pura ropa de niño, pero en uno de ellos vio un sobre azul, sin cerrar.  Dentro había una tarjeta que decía:  ¿Quién es la diosa griega de la fertilidad?  Pero… qué es esta vacilada.  ¿Me cree tan bruto que no conozco la mitología griega?  Bien, pues juguemos:  La diosa era… Atenea…  no, Calypso… no, la tengo en la punta de la lengua… sí, sí… ¡Afrodita!  gritó con alegría.  Y la puerta se abrió.  Qué ingenioso este carcelero, pensó, mientras su corazón latía ante la expectativa de lo que encontraría en el interior.

Ahí estaba su esposa en las labores diarias del hogar, en la casita donde vivieron los primeros años de casados.    Hola, amor, qué haces tan temprano en casa?   De momento él no supo qué contestar.  ¿Dónde están los niños? le preguntó al azar.  ¿Los niños? pero sólo tenemos  a Fabián ¿es que ya estás pensando en otro?  Nuestro bebé está con sus abuelos y quedé de ir por él en la tarde.   Pasaron el tiempo charlando  y disfrutando el encuentro, mientras saboreaba los ricos platillos que su esposa había preparado.  Con alegría y ansiedad trataba de alargar lo más posible el tiempo, sabiendo que podía esfumarse en cualquier instante.

Creo que ya es hora de ir por Fabián.  ¿Por qué no vas tú y de paso saludas a tus suegros que te quieren tanto?  Claro que sí, amor; en un rato estamos de vuelta.  Tan feliz se sentía que había olvidado su situación.  Se levantó y salió por su hijo.  Al traspasar la puerta, ésta se cerró.  Al encontrarse en el pasillo su realidad le pegó de lleno.  Gritó muchas veces el nombre que antes le abriera la puerta, pero no logró la misma respuesta.  Se sentó en el suelo y rompió a llorar desesperado.  ¿Quién era ese loco que lo atormentaba así? 

Las jugadas iban cambiando periódicamente, sin que lograra encontrar el ‘patrón malévolo’ en todo aquello, si es que existía alguno.  Aquel carcelero desconocido, a veces le parecía ingenioso y divertido, pero otras, lo llevaba hasta la rabia ciega, como cuando se topaba con una pared después de haber pasado horas buscando la llave correcta que  abriera la puerta.  Y es que no había a quién reclamarle.  No había nadie que le ayudara a sobrellevar sus conflictos.  ¿De qué le servía tanto lujo, las mesas siempre llenas de exquisitas viandas, los confortables salones, las suntuosas alcobas… todas esas cosas le eran ajenas, no eran de él.  Nada ahí le pertenecía.  Sólo contaba consigo mismo para sortear los enigmas que día a día se le presentaban.

A veces, cuando estaba más relajado, pensaba que debía haber una salida al exterior, de la que ya no había recuerdos, por lo que la idea pasaba pronto.  Así que él seguía abriendo puertas, a pesar de las desilusiones, con la posibilidad de un encuentro feliz.  Aprendió a buscar, primero, si en algún mueble cercano estaba el sobre con la clave ‘mágica’ que podía ser:  la solución de un problema matemático, cierta palabra en un crucigrama, alguna adivinanza, el autor del poema escrito, las capitales de países lejanos,  el significado de símbolos celtas, autores de citas célebres, datos astrológicos… y mucho más.  En la enorme biblioteca había toda la información que podía requerir para solucionar el enigma planteado.  Ahí fue aprendiendo geografía, biología, matemáticas, teología, historia, etc.  Su perseverancia lo gratificaba con encuentros placenteros con familiares, amigos, compañeros, aquellos con quienes podía platicar y sentir su compañía durante largos o cortos períodos.  No había una medida en nada  y sabiéndolo, disfrutaba esos ratos sin pensar que, siempre serían  pasajeros.

Poco a poco ha ido aprendiendo muchas cosas, sobre todo a saborear los instantes y los detalles, que hacen brillar la vida.  El preso reconoce que en aquel laberinto de continuos cambios, el paso de los días se ha  ido volviendo agradable y divertido.   El deseo de salir, de regresar al exterior se perdió en algún momento.  Ahora le entusiasma estar en ese entorno y espera con anhelo  “el reto del día”, sabiendo que lo va a resolver y… conocer qué le aguarda.  Ha logrado vivir en armonía con aquel castillo y disfrutar de todo.  Sin saber que ya está muy cerca su liberación.

                    < < < < < - - - - -                   2007