sábado, 15 de diciembre de 2012

LA DAMA BLANCA

Dentro del frondoso bosque de abetos y pinos, donde los árboles pasan las horas jugando con las telarañas colgantes, hay un laberinto en el que, dicen, hay un retrato escondido, la Dama Blanca, de autor desconocido, que retrata a una hermosa mujer vestida con un complicado vestido blanco, lleno de pliegues, encajes y bordados, vaporosamente femenino.  La falda llega al piso y deja ver apenas la punta de una zapatilla blanca, las mangas ceñidas hasta el codo terminan en campanas alforzadas y un delicado encaje en la orilla.  El escote es profundo realzando los pechos firmes.  Pero el rostro está difuminado, aunque se adivina una leve sonrisa, por lo que no se sabe quién era ella ni qué edad tenía.  La Dama Blanca está de pie junto a una mesita, en la que descansa un cuadro con el retrato de dos niñas, una jarra panzuda de plata, un florero con rosas blancas y un alhajero tallado con incrustaciones de concha, que celosamente guarda su imposibilidad de un amor pleno.  Al fondo se ve una ventana de cortinas vaporosas y dos lienzos azules a los lados.  La alfombra es floreada en verdes y azules.

¡Pero qué haces ahí parada como una estatua, Casilda!  Te estoy esperando a comer desde hace rato y tú… aquí bobeando. 

La Dama Blanca y todo su entorno se fue desvaneciendo ante los ojos de Casilda. La interrupción la volvió a la realidad, a una vida que cada día soportaba menos.  Sin contestar a su marido, Casilda salió de la habitación y se fue a su recámara.  

* Le venía a decir, patrón que ya encontré a la señora – dijo Ifigenia con voz sofocada – pero creo que usted ya también la vio.

* Sí, aquí estaba parada contemplando ese cuadro.  ¿Me quieres decir quién trajo eso a mi despacho?
* ¿Cuál cuadro señor? Ifigenia volteaba por todos lados.

* Ese que tienes enfrente, recargado en mi escritorio ¿Qué no lo ves… necesitas lentes? – lo atontado de la criada ponía cada vez más furioso a Armando.

* Ah sí, sí señor, ese… cuadro, claro que lo veo… pero… no sé quién lo puso aquí – Ifigenia se sentía muy incómoda.

* Anda, vete a servir la comida, aunque con la muina ya se me fue el apetito.  
* ¿Ya se fue con quién?  
* Que te vayas a servir la mesa…. ¿sordita también?

Ay , Chata, yo creo que el patrón de plano está chocheando… -¿Y ahora qué hiciste?   -Yo sólo andaba buscando a la señora para que viniera a comer y la vi salir del despacho.  Ahí estaba el señor muy enojado porque había un cuadro que yo no vi, pero insistió y le dije que sí.. pero no había nada.  Te lo juro.  -Anda, ya está en el comedor, ve y luego me sigues contando.

Al otro día durante el desayuno, Armando empezó la discusión.  -¿Se ´puede saber, Casilda qué hace el retrato de tu bisabuela en mi despacho?  -No sé de qué hablas.  –La pintura de esa mujer con la cara borrosa.  –Ella es mi tatarabuela.  –Lo mismo da, lo que quiero que me aclares es qué hace en MÍ despacho.  Por qué no lo pones en TU recámara, ya que has insistido en tener la tuya propia.  –Es más saludable, para los dos.  -¿Qué apesto tanto que te enfermo?  -Yo no lo he bajado de la buhardilla, donde ha estado desde que se encontró al talar el bosque, y allí sigue, puedes comprobarlo ahora mismo.  –No trates de tomarme el pelo, ayer lo vi en el despacho y tú estabas como ida, contemplándolo.  –Yo estaba dormida, Ifigenia me fue a despertar, pero no tenía hambre y seguí durmiendo.  –Entonces, yo vi a tu fantasma.  –Pudiera ser.

Casilda decidió llevar el cuadro de su antepasada a su recámara.  Buscó el mejor sitio, donde la luz del día lo iluminara.  Había algo que la hechizaba.  Se sentaba frente a él y dejaba que su espíritu se fundiera en la tela, transportándola a otros tiempos y espacios.  Entonces era feliz, con el amor de Iván, quien iba pintando lentamente, cada detalle, alargando el tiempo de estar juntos y olvidar los impedimentos que se cruzaban entre ambos.  Cuando estaba por terminar el retrato y sólo faltaban unos pincelazos en el rostro, decidieron huir juntos.

¿Te has fijado, Genia que la señora está medio rara? Se pasa horas encerrada y cuando sale tiene una enorme sonrisa. ¿Pos qué hará?  Hasta parece que estuvo con su amante… pero, no hay por dónde entre.  Y cuando regresa el patrón de la chamba, se le apaga toda su alegría.  –Es que el viejo… pos está muy viejo pa’ella.  Se me hace que ya ni sopla, por eso duerme cada uno en su cuarto.  -¿Y la pobre seño con quién se consuela?  -Pos sola.

En el quinto aniversario de su boda, Armando llegó con un enorme ramo de flores.  Tenía planes para salir a festejar en grande, los dos solos.  –Ifigenia ¿dónde está la señora?  -En su cuarto, señor.  Armando tocó varias veces la puerta sin recibir respuesta.  -¿Tienes la llave de la puerta?  -Sólo la señora tiene llave ¿quiere que llame al cerrajero?  -No, yo la voy a tirar a patadas.  Y por más que trató no logró nada.  –Tráeme el hacha ¡muévete!   Armando estaba furioso, con la cara encendida y los miembros adoloridos por los golpes dados.  Una vez con el hacha en mano, fue más fácil. Y entró.  No había nadie.  La puerta estaba cerrada por dentro y las ventanas también. 

Los ojos de Armando se toparon con el cuadro de la parienta de Casilda.  Había algo raro.  Se acercó para observarlo.  El rostro estaba bien definido y se parecía tanto a…   
-¿Ese es el cuadro que decía, patrón?  Pos sí, ahora sí lo veo.

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