domingo, 26 de agosto de 2012

DESPEDIDA

De pie en la orilla de la playa, ante un esplendoroso mar, verde, azul, transparente, oscuro, accesible, profundo, juguetón, acechante.. que se extiende por toda la faz de la tierra, hoy he venido a lavar mi tristeza, Junto mis manos para recoge agua y empaparme, pero veo cómo se escurre entre mis dedos, por más que los apriete el líquido se va y mis manos quedan vacías.  Igual que te fuiste tú y me quedé sin nada.

No, no… eso no es verdad.  Mis manos aún están húmedas, con diminutas gotas que se quedaron que al absorberlas mi cuerpo, formarán parte de mí.  Al igual que los recuerdos que siempre guardaré de tu paso por mi existencia.

Hace tan poco que llegaste, que te tuve en mis brazos y te cuidé.  Poco a poco te enseñé lo que sé y poco a poco te fuiste volviendo lo más importante para mí.  Creyendo siempre que el día de tu partida estaba muy lejano.  Al sentir esa amenaza, siempre me decía “para qué penar en eso, si falta mucho”.  Pero, sabiendo en lo más interno, que todos los ciclos se cierran.

Y de pronto ¡sucedió!  Te vas por otro rumbo, a seguir tus ilusiones, a enfrentarte con el dragón de las cinco cabezas, aunque al principio te parecerán mil.  Tienes el coraje y la fuerza necesaria para vencer y, sobre todo, llevas dentro de ti un gran amor a toda la creación.

¡Cuántas cosas nos faltaron por hacer!  ¡Cuántas otras nos faltaron por vivir!  ¡Qué rápido se fueron los años!  ¡Y qué terrible no poder regresarlos!

Vuela pajarillo, extiende tus alas y conquista los remotos cielos.  Me queda la felicidad de haberte dado todos los elementos para templarte invencible como el mejor acero.  Tus logros serán mis logros.  Los recuerdos llenarán mi vida, como estas gotitas que desaparecieron ya de mis manos, pero viven dentro de mí.  Y vendré cada mañana a empaparme de este inmenso mar, que ahora se me antoja como las lágrimas que llevo dentro, aunque en realidad son la cantidad de recuerdos que conforman la vida de todos, que muchos desechan y otros tratan de olvidar.

Yo no quiero olvidar, vendré todos los días a refrescar mi memoria, para sentirte junto a mí y juntas volvamos a admirar los atardeceres y las nubes.  Esas nubes que mi madre me enseñó a contemplar y en las que está presente…. y ahora, también estarás tú.  Te prometo que me sentiré feliz y platicaremos, nos comunicaremos en silencio ante cada manifestación divina de la naturaleza y gozaré sabiendo que tu destino será glorioso.

             < < < < < - - - - - > > > > >         1989


domingo, 19 de agosto de 2012

FRENTE A SU SOMBRA

Abrió lentamente las cortinillas del nicho.  Sus manos temblaban  al recordar la sentencia:  “Te encontrarás con tu sombra y te fundirás con ella, si quieres continuar”.  Los ojos de Godofredo captaron la figura que había en el centro multiplicada en los espejos a los lados y por detrás en aquel receptáculo.  El frente de la estatuilla era la de un joven apuesto, pero la parte posterior, medio borrosa en el  reflejo, parecía deforme.

 Instintivamente, alargó la mano para tocarla:  era de bronce y estaba fijada al piso.  La hizo girar y se enfrentó al ser amorfo con mayor claridad.  Los fríos ojos de metal atrajeron la mirada de Godofredo y de inmediato fueron apareciendo en su pantalla mental escenas olvidadas:  el descenso del ataúd de su abuela, su primer encuentro con la muerte; las burlas y abusos de algunos compañeros de colegio por ser huérfano;  las exigencias absurdas de su madre, a quien creía haber perdonando; el recuerdo borroso de un padre desaparecido...   Visiones  de tiempos remotos en los que nunca antes había pensado.

Bajo todo aquello existía una rabia ciega que afloraba cada vez que se enfrentaba a situaciones  en las que no podía defenderse, sino doblegarse y aceptarlas contra su voluntad.  Esa punzante impotencia que le mordía las entrañas, que lo atenazaba y le impedía continuar.  Además, algo muy profundo lo detenía ante un infranqueable muro, algo que había logrado ocultar, aín a sí mismo.  Y en ese instante sus ojos  descubrieron una gruesa cicatriz en medio del pecho de aquella figura metálica.  La marca mordió su propio cuerpo con dolor.

Con la respiración entrecortada, cerró las cortinillas.  No sabía por qué, pero tenía miedo.  Y un pensamiento fugaz cruzó por su cabeza:  era extraño que la causa de esa ‘gran herida’ no apareciera en su expediente.  Ni era posible que no lo supieran.  ¿Entonces, cómo era  qué le habían dado la oportunidad de ingresar? ¿O sería que Miguel tenía un alto cargo?  Ni pensarlo, las palancas no existían en el grupo.  Por lo pronto, no podía ni siquiera imaginar la razón, así que continuó con sus tareas.

Todo empezó aquella tarde cuando charlaba con Miguel.  Se habían ido a un tugurio llamado el Búho Calvo.  Se pusieron a hablar de lo fantástico que sería  entrar en uno de esos clanes, poderosos, semi-invisibles, pero con grandes metas a lograr, aunque ello implicara arduas tareas.  Miguel observaba a su amigo, el entusiasmo con el que se adentraba en el tema y, a boca de jarro, le preguntó si le interesaba “en verdad” ser un miembro activo.  A Godofredo se le iluminó la cara y se irguió de un salto.
- ¡Naturalmente!
- Pero... los reglamentos son muy estrictos-  le comentó Miguel.
- No importa, creo que desde siempre he tenido ese deseo.  No sé por qué.
- Será que en tu familia oíste de alguien que perteneció a un grupo de estos, preguntó Miguel.
- Hasta donde yo sé,  nadie en la familia ha estado en algo así- le confió a su amigo.
Miguel se le quedó mirando fijamente como queriendo entrar a su interior y conocer sus verdaderas intenciones.  Godofredo sintió un frío intenso que lo paralizó.  Su intuición lo movió y acercando su silla a la de Miguel  en un susurro le preguntó -¿Es que tú sabes.... ú perteneces...?    - Cálmate, voy a ver si puedo averiguar algo por ahí.-  Con una sonrisa a medias le palmeó la espalda, para cambiar a otro tema del todo diferente.

Después de un mes Miguel llegó como portavoz de la triste noticia:  al parecer los contactados no estaban muy seguros de la sinceridad de su intención.   Miguel volvió a preguntarle si estaba seguro de dedicar su vida, casi por completo, a una disciplina ardua y constante.  Godofredo temblaba de frustración, su corazón se le subió a la garganta y medio tartamudo, le dijo – ¿Qué si estoy seguro? ¿Cómo quieren que se los demuestre!  Que me digan qué hago!  Estaba tan feliz esperando la respuesta y todo se ha esfumado.   Fue un sueño que estuvo a punto de volverse realidad.
  
Once días después recibió una nota, dejada bajo la puerta de su casa, citándolo  en un céntrico hotel de lujo, el lunes siguiente a las 5 p.m.  En el Salón Gótico encontró a cuatro personas cómodamente instaladas en mullidos sillones.  La entrevista fue totalmente informal.  Las preguntas que le hicieron no se basaron en un tema particular y bien podría decirse que se trató de una reunión social.

Pasó otro mes sin saber el resultado.  Hasta que un día Miguel apareció con una enorme sonrisa y la dirección para recibir las primeras instrucciones.  Después de los abrazos le dijo –Será un año de muchas pruebas, sobre todo contigo mismo, difíciles y duras, durante las cuales tendrás que demostrar, a muchos, tu disciplina y perseverancia.   Si las superas te aseguro que no te arrepentirás.  El triunfo vale la pena.

Los meses transcurrieron rápidamente, entre las muchas actividades que le imponía su ingreso en el grupo y, por otro lado, la preparación de su tesis.  Siguiendo las instrucciones recibidas.  Lo primero fue ir al Archivo General para localizar su expediente.

Llegó a un enorme edificio en el que se guardaban los registros de todos los miembros, desde los de los aspirantes hasta los de los fundadores.  Al abrir su carpeta, Godofredo se asombró al ver un reporte del día anterior, así como la cantidad de datos personales ahí anotados.    En varias hojas había claves y referencias.  Una de ellas le llamó la atención:  orígenes.

Preguntó al encargado de la sección, quien le indicó que se dirigiera a la sala izquierda de la planta alta.  Ascendió por una escalera de piedra rosada y barandales finamente trabajados en hierro forjado, que arrancaba desde el centro del salón y a media altura se abrían dos brazos.  Dentro del recinto había hileras de enormes estantes repletos de documentos empastados y ordenados alfabéticamente.  Al abrir el correspondiente a él, encontró la historia de su vida y la de sus antepasados, ¡hasta la séptima generación!, con todos los detalles y datos – muchos que ni él mismo conocía.  Quedó impresionado.

Al final del informe sobre su bisabuelo había una referencia:  Misiones I y al final de los suyos decía: Misiones III.  -No sabía que mi bisabuelo había pertenecido a este grupo. Mamá nunca mencionó nada al respecto. Será que nunca lo supo. Pero ¿quién es el II, un tío, el abuelo.... mi padre?  ¿Será por eso que mamá nunca ha querido hablar de él, ocultándose en el dolor que le causa recordarlo?  Y por supuesto que su madre no hubiera podido explicar lo que ella misma nunca comprendió aunque lo aceptó a sabiendas, pero ¡estaba tan enamorada!  Siempre creyó que su lealtad a esa agrupación había sido  más grande que el amor a su familia.  Un día el padre partió en una misión de la que ella nunca supo nada, ya que cuando se casaron sólo  le había contado lo que le era permitido, pero nada sobre su firme propósito en seguir venciendo obstáculos y lograr subir peldaños, que algún día heredaría a su primogénito. 

Siguiendo la lista de actividades, llegó un día al Salón de los Nichos.  Al abrir la puerta del recinto sintió el aire pesado, lo que denotaba que pocos lo frecuentaban.  Era de forma circular y cubriendo los muros  había tres hileras de nichos, como urnas fúnebres, con una puerta de cristal y sobre ésta, los nombres.  Al encontrar el suyo tomó una llave pequeña que venía dentro del sobre de “Instrucciones” y la abrió. Se detuvo, tomó aire varias veces.  Sabía lo que encontraría:  su lado oscuro, donde se esconde todo lo que no se desea reconocer de sí mismo.  ¿Se trataría de otro legajo de notas con todos sus “pecados”, debilidades y falsos valores?  Cuando vio la estatuilla se quedó sorprendido. - ¡Otro símbolo que descifrar!  ¿Por qué usarán tantas  claves?  ¿Por qué será mi sombra tan deforme... por dónde habré de comenzar?

Al ingresar como aspirante, se le asignó un asesor.  Hubiera preferido hablar con Miguel, pero sabía que no le permitiría brincar jerarquías.  Su asesor le aconsejó buscar fotos de su infancia, de sus estudios, que rebuscara todo lo posible en sus doce primeros años de vida.  Era necesario sumergirse y obtener toda la información posible de cuanto hubiese ocurrido entonces.  Era importante que supiese cómo era la relación de sus padres cuando nació, por qué su madre eludía hablar del padre, además del marcado rechazo de la familia hacia ellos.  Tenía que enfrentar la verdad, fuera cual fuera. Godofredo salió sintiendo que la  tarea era más grande que sus fuerzas...., pero sabía que lo lograría; sólo era cuestión de dejar reposar las aguas, y el tiempo no estaba de su parte.
 
Aprovechaba cualquier momento para ir de un lugar a otro, buscando datos que lo llevaran a la siguiente pista. Habló innumerables veces con su madre, viajó para  obtener informes de los parientes, rebuscaba en todos los expedientes a su alcance, deambulaba de un edificio a otro, asistía a la universidad con la misma entrega que dedicaba a seguir la investigación, trabajaba en su tesis y anhelaba alcanzar la meta que a veces se acercaba provocándolo y otras se deshacía como el hielo en su corazón ardiente.

Dos semanas antes de la Ceremonia de Iniciación, el  Consejal  llamó a Godofredo a su despacho.  El hombre frente a él tenía rasgos duros, pero mirada bondadosa, el cabello abundante y canoso.  Lo invitó a sentarse en el sillón de cuero situado frente al escritorio de nogal, tras el cual aquel hombre de ojos negros y profundos proclamaba su jerarquía.

- Has tenido tiempo para revisar tus archivos y conocer, tanto tu historia como la de tus antepasados, con el fin de que sepas por qué eres como eres.  Estás en la recta final.  En catorce días se dará la bienvenida a todos aquellos que hayan logrado su metamorfosis y, entonces, se aclararán las últimas dudas.  Deberás esforzarte mucho todavía, pues te falta un buen trecho por recorrer.  Por último, quisiera hacerte una observación:  no se trata de que los dos lados de tu figura sean igual de hermosos, sino que los ames por igual, los reconozcas y los aceptes.-  Sin darle tiempo a responder nada, concluyó  -Eso es todo , puedes retirarte.

Godofredo dedicó todo su tiempo a largas meditaciones, recapitulaciones de vida, abstinencias, ejercicios de limpieza corporal y energética, así como   masajes.  Todo encaminado a llegar hasta la raíz de cualquier sentimiento adverso y liberarlo.  Así llegó a descorrer los velos de su mayor culpa: la traición a sus amigos: la gran cicatriz en el pecho de su sombra.  Tenía que arrancarse la máscara de las disculpas y empezar por aceptar que si la única salida era la muerte, aunque fuese todavía un chamaco,  esa debió escoger.  Había actuado como un cobarde y no podía seguir negándolo.

Subió por la ladera de un monte hasta el peñasco que dominaba parte del valle.  La tarde apenas comenzaba y los rayos inclinados dibujaban ya algunas sombras.  Se paró con las piernas separadas, subió los brazos al cielo pidiendo su guía e inició la práctica del vaciado profiriendo sonidos, palabras inconexas, sílabas sin sentido, en voz queda.  Poco a poco la voz fue subiendo de tono hasta convertirse en grito... bramido... aullido.  Su cuerpo sudoroso se retorcía mientras los recuerdos caían como un alud incontrolable.  Volvió a sentir las pinzas ardientes en su piel, los toques eléctricos en sus genitales, la gota que constante le caía en el cráneo, la desesperanza agónica de que aquello terminara. -¿Hasta cuándo?   Hasta que nos des el nombre de tus colegas... si no, seguiremos y seguiremos.

Un alarido de dolor llegó a las nubes y quebró su aura:  Sentía cómo su cuerpo se deshacía en pequeños pedazos.  Al igual que un gran ventanal se estrella al recibir el golpe de una piedra, las astillas rasgaban su cuerpo al salir.  Cayó de rodillas y lloró como niño, aquel niño lleno de rabia que no podía defenderse de los adultos y la profunda impotencia que se arraigó en su interior por el rechazo de la propia familia  hacia su madre y hacia él por ser el retrato de su padre, sin que hubiera podido comprender entonces  los motivos.  La extracción de esas raíces le rasgaban las entrañas.   Lloró el hombre y lloró la criatura, hasta agotarse, hasta sangrarse las manos golpeando la tierra.  Sin más fuerzas se tiró de bruces, ¡no quería pensar!.  Y entonces su inconsciente se abrió para dejar salir lo que ya no podía esconder, esa energía que lo había envenenado tanto tiempo.  La armonía de la naturaleza que lo rodeaba iba reemplazando lentamente los huecos que había ocupado el dolor.  El sol poniente ya se ocultaba y los últimos rayos iluminaron su cuerpo.  Ahí permaneció hasta el anochecer.

Llegó el día esperado, Godofredo se levantó al despuntar el sol, se sentía sereno y con una extraña sensación de ligereza.  La ceremonia se llevaría a cabo a las 7pm y hasta entonces, los aspirantes sabrían si habían sido aceptados. ¿Qué pasaría si lo rechazaban?  ¿Podría volver a solicitar su admisión?  Estaba pendiente el examen profesional... y ¿después?   Todo el día estuvo en un hilo, como esperando una llamada importante que sabía que no llegaría.  El evento no se cancelaría.  Llegó la hora para salir hacia la Casa Rectoral.

Había veinte candidatos, todos vestidos de traje azul agua, camisa blanca y corbata rayada en guinda y negro.  Volteó alrededor buscando una cara conocida, no había ninguna, sólo el mismo nerviosismo y angustia que sentía él. Se sentó en uno de los sillones de cuero y esperó a que le llamaran.  Tratando de aparentar serenidad, igual que los demás, nadie sabía qué hacer, ni tenía ganas de conversar con el vecino.  Por fin, llegó su turno.

Traspasó unas puertas de madera oscura labrada. Se encontró en un cuarto relativamente pequeño, de paredes blancas y desprovisto de muebles.  Sólo estaba el Concejal, que sin decir palabra le indicó que se parara en el centro, donde estaba él.  Vestía una capa negra con forro de satín guinda, que llegaba al tobillo, la que le daba mayor prestancia y resaltaba la armonía de sus movimientos.  Dio varias vueltas, en un sentido y en otro, alrededor de Godofredo, antes de hablar.   ¿Has visitado el nicho con tu esfinge últimamente?  Estoy seguro de que la cicatriz del pecho estará casi borrada.-  Sonrió con dulzura.  – Has hecho un magnífico trabajo, que requirió dedicación y la fuerte convicción de lo que deseas.  Tu padre se ha de sentir muy feliz. 

Godofredo se quedó helado. Su padre había muerto cuando él era pequeño, aunque su madre seguía rehusando hablar del asunto.  ¿De dónde lo conocía este hombre?.  Por unos segundos se le nubló la mente, como si se hubiera producido un corto circuito, tras el cual retornó a los sucesos presentes,  al momento que el Consejal veía alrededor de su aura y le decía:  No cabe duda que vienes de un linaje muy elevado ¡mira que hermosas alas.  ¡Enhorabuena , muchacho, lo lograste!  El camino que te espera tendrá más responsabilidades que el de la mayoría... pero de eso hablaremos luego.  Ahora, ¡adelante!

Se abrió una puerta disimulada del lado derecho.    Al primer paso dentro de la gran sala, le pusieron una capa igual a la del Consejal.  Se situó en medio del tapete guinda que iba directo hacia la mesa central, ocupada por siete hombres con toga blanca.  A los lados, había dos filas de sillerías en madera labrada con el emblema de la Logia en el respaldo. Los ahí sentados vestían toga color marrón claro.  Godofredo abrió su ángulo de visión al máximo para poder verlo todo, sin distraer la mirada del punto central.

El Maestre Superior, un venerable anciano, con una amplia sonrisa  se levantó, le tendió la mano y dijo:   Felicidades muchacho, me siento muy feliz de que hayas llegado por ti solo, ahora contarás  con un excelente guía y juntos lograrán grandes proezas.

Mientras le ponía al cuello una cadena con la insignia de la logia, vio al hombre que estaba sentado a un lado.  Su mirada era dulce, la sonrisa tierna  y el pecho se henchía de satisfacción.  Cómo podía verlo así alguien que... esos ojos le removieron un profundo recuerdo:  la imagen de su infancia vino volando desde el pasado y se vio niño sacando una insignia igual de un cajón abierto en el escritorio de la biblioteca y era papá quien se la quitaba, lo besaba y volvía a guardarla.

               < < < < < - - - - - > > > > >        2004

domingo, 5 de agosto de 2012

HERENCIA FATAL


Eran las cuatro de la tarde cuando María Elena llegó a casa de su hermana, Catalina.  Aunque era pleno mayo, llevaba  abrigo, una mascada en la cabeza y lentes oscuros.  Afortunadamente, la encontró en casa.  Catalina se alarmó con su llegada sin previo aviso y tan entrapajada.  Nada más entrar, Malena se le abrazó y empezó a llorar desconsoladamente.  -¿Pero qué te ocurre, cariño?, ven vamos a sentarnos.  Al quitarse los aditamentos, se quedó muda al ver los golpes en la cara de su hermana y los moretones en los brazos.  -¿Qué te ha pasado, te caíste o es que alguien te ha lastimado de esa manera?

Entre sollozos, la chica fue contando  lo sucedido:  Estábamos a punto de comer y vi que no había pan, así que fui a la tienda de enfrente.  Un muchacho se acercó a preguntar por una calle. Compré el pan y regresé.  Al entrar Lalo me agarró con tanta rabia como si quisiera desbaratarme, me sacudió y me golpeó diciendo que yo era una mujerzuela…. y otras cosas peores.   -Pero, ¿qué le pasa a tu hermano… tiene problemas en la oficina… o algo que tú sepas?  Un poco más tranquila, Malena prosiguió:  No,  no es la primera vez que me insulta y me pega… pero sí la última.  Ayúdame, Cata, deja que me quede contigo, en dos semanas cumplo los 18, ya no podrán ellos hacerme más daño.  -¿Ellos?  -Sí, Cata, los tres son un encanto de hermanos.  Si supieras… por favor, por favor protégeme, ya no puedo más.  Y su llanto era desesperado.

Catalina temblaba como una hoja.  Ella vio nacer a cada uno y los ayudó siempre.  Qué les había pasado a sus queridos hermanitos para ser capaces de… ella dijo “si supieras”.  ¿Qué más faltaba por saber, cuánto ha callado esta criatura y durante cuánto tiempo?  Se cubrió la cara con las manos y empezó a llorar desconsolada.  No puede ser, esto es una pesadilla.

Cerca de las siete de la tarde, el teléfono sonó.  Eduardo quería saber si Malena había ido a visitarla, en tono despreocupado.  -Ella vino a verme  porque está muy golpeada…  -Pues, qué le pasó?,  preguntó Lalo fingiendo preocupación, lo que hizo que a Catalina le hirviera la sangre.   -¿Qué no sabes TÚ qué le pasó?  -Seguramente se rodó las escaleras otra vez, es muy… despistada, comentó con tono burlón.  -Será mejor que se quede unos días conmigo para que se reponga.  -Claro, claro, Catita, en tres días voy por ella, sin esperar más colgó.  Cata hubiera querido decirle tantas cosas… pero cuando lo tuviera enfrente.

Al otro día desayunaron tranquilamente.  Catalina había preparado un rico desayuno para agradar a su hermana.  -Lo que siento, es que estos días que estés aquí perderás tus clases.  -No te preocupes, hace mucho que no voy al colegio.  -¿Cómo… pero, por qué?  -No hay dinero para mí, yo en esa casa soy la criada.  Desde que murió mamá, los tres se dedicaron a escupirme su odio por haber sido su consentida.  - ¡Pero eso fue hace cinco años!  Por qué nunca me dijiste nada.  A Catalina se le hizo nudo el estómago sintiéndose  culpable, impotente y desesperada.  -Tú estabas muy ocupada con tu marido, tus hijos, tu casa…  - Perdóname, Malenita, por egoísta.    -No te culpes, por favor, aunque hubieras preguntado, no te hubieran dejado conocer la verdadera situación.  Y a mí me tenían amenazada y pisoteada.  Catalina se levantó y fue a abrazar a la pequeña que había sido la alegría de la casa desde que nació y a quien quiso como si fuera su hija durante sus primeros cinco años, antes de casarse, deseando borrar todo el dolor que se reflejaba en lo profundo de sus negros ojos.  Las dos lloraban por todo lo que no había sido.

Malena despertó muy inquieta el día que Eduardo había quedado en ir por ella.  Catalina tratando de calmarla le aseguró que ya había hablado con los muchachos y habían prometido cambiar su actitud.  -¡No, no, Cata, no me pidas eso!  Prefiero huir a cualquier lado, menos volver ahí.  Las manos le temblaban y el horror se dibujó en su cara.  -Dime, por amor de Dios ¿a qué tanto temor?  Malena apenas y podía hablar, el recuerdo de lo sucedido la aterraba como si hubiera sido ayer.  – Tienes que decirme por qué esa desesperación.  -Es que, una noche volvieron de madrugada , borrachos y felices porque habían visto un strip tease y para que yo supiera de qué se trataba, se empezaron a desvestir mientras cantaban y bailaban.  Se fueron excitando… y terminaron… abusando de mí.  -¡¿Quién fue el desgraciado?!    -¡Los tres!  - Oh, no es posible, si nuestros padres estuvieran vivos… ¡Dios mío, no es posible!  Dime, cuándo fue eso.  -Pocos meses después de enterrar a mamá…- Pero si eras sólo una niña ¡de 13 años!  ¿Cómo fue que se convirtieron en bestias?  Catalina se paseaba por la estancia con tanta rabia que le había secado sus ojos.  -¿Por qué no dijiste nada, por qué no me avisaste?  -Me encerraron durante varios meses… pusieron candado al teléfono…

La voz de Malena fue bajando de tono, era casi un susurro, sin altos ni bajos, como autómata y cual si contara la historia de alguien más.  -Yo no tenía voluntad de nada… la ausencia de mamá, los desprecios e insultos de ellos y lo que me hicieron… no tenía fuerzas para pelear, no había con quien hablar, vivía en un infierno, perdóname, Cata.  -Si tú no tienes la culpa de nada, levanta esa carita y te aseguro que ya no tienes nada que temer, siempre fuiste mi bebé y te defenderé contra quien sea.

Varias horas más tarde llegó Eduardo por Malena. Catalina lo recibió echando chispas por los ojos.  -Llevé con un médico a Malena y los golpes no fueron de una caída, sino que alguien se los causó.  Por lo que ya levanté una demanda en contra de ustedes tres.  Así que ella se queda conmigo.  La situación tomó a Eduardo por sorpresa.  -Seguro que te habrá llenado la cabeza con mentiras, esa piojosa.  -¡Esa piojosa es tu hermana!  Tú vistes de casimir importado, mientras a ella la visten en el mercado, si acaso.  -Nosotros trabajamos y tenemos que estar bien presentados.  -Ella también trabaja todo el día en la casa y merece más respeto.  -No sirve para otra cosa… ah, por eso quieres que se quede, ya conseguiste gata.   -¡Lárgate de esta casa!  Y no quiero volver a verte jamás.

Catalina iba a ver a su confesor, necesitada de hablar con alguien.  Desde que su esposo, Miguel, murió se había refugiado en la religión.  -Padre José, ya no sé que más hacer con Malenita, ya le he contado de sus largos silencios ,  pero cada vez son más frecuentes.  Es como si estuviera en otro lado, muy lejos.  Le hablo y me contesto yo sola para ver si la animo, pero ella ni cuenta se da.  Y a veces, de pronto empieza a tirar lo que se encuentra a la mano contra el suelo o la pared.  Después vuelve a su mutismo.  Me siento maniatada, sin saber cómo ayudarla.  -Reza, hija mía y pídele a Dios…  -Con sólo rezar no gano nada, tengo que hacer algo.  -Tranquila, hija, no desesperes.  Déjame pensar un momento… te voy a traer algo.  No, no es un rosario  El cura se levantó de la silla y a paso lento se acercó a uno de los libreros que había en la sacristía.  Movió unos libros y de atrás sacó un frasco-gotero  ámbar.  Con sumo cuidado puso todo en su lugar, de nuevo.    -Ay, hija, estas reumas se agudizan con las lluvias.  Me prometieron traerme una matita de mariguana, que macerada en alcohol, es buenísima para darme fricciones, no para otra cosa, porque ya no tomo ni el vino de consagrar, ya no doy misa porque no aguanto estar parado.  Catalina quería que se dejara de tanta cháchara y le diera el frasco… de lo que fuera, si iba a ayudarlas.    -Mira, hija, este frasco contiene un tranquilizante muy potente, llamado láudano.  Le vas a dar a tu hermana TRES gotas, ni una más.  No lo dejes a su alcance.  Confío que esto le ayude a salir de su depresión.  Es natural con todo lo que ha sufrido, así que háblale de cosas alegres, de cuando era bebé, por ejemplo.   Ve con Dios y que su Luz las cobije.

En la pared principal de la sala estaba el retrato de los padres , con marco de madera tallada.  Amalia, la madre, estaba sentada luciendo un vestido de raso verde Nilo, bordado en el escote y subiendo por los hombros, su cabello rubio rojizo, recogido en alto, permitía que sus ojos de avellana reflejaran una mirada dulce y tranquila,  en la mano derecha tenía un abanico de nácar cerrado.  A su lado, de pie, el padre, Armando, vestido de frac, de cabello negro, bigote recortado y mandíbula ancha, cejas pobladas y una mirada profunda que seguía a quien estuviera frente a él. 

Catalina sorprendió un día a su hermana viendo fijamente el retrato.  -Qué hermosa era mamá ¿verdad? Comentó Cata.  -En esa foto se ve como una reina y ese vestido está… increíble.  -Pues todo mundo dice que eres igualita a ella.  -¡Estás loca?  ¿Yooo parecerme a mamá ¿ pero si no soy más que una…  -Mira, te voy a demostrar que sí; te peinaré igual que en ese retrato que fue el último de la buena época, la última fiesta que hubo… bueno, ya verás que con el vestido…  -¿Tienes ese vestido?!!     -Sí lo tengo muy bien guardado.  Vamos a mi recámara.  A los pies de la cama, Catalina tenía un arcón de Olinalá, que al abrirlo el suave aroma de la madera llenó la pieza.  Puso el vestido sobre la cama, muy bien envuelto en papel de china.  Poco a poco los pliegos de papel volaron, hasta descubrirse la belleza de aquella confección.  Malena lo tomó con delicadeza y se lo sobrepuso en el cuerpo, mientras Catalina le recogía la melena en la coronilla.  -Ahora vete en el espejo ¡qué bárbara! Ves cómo te pareces a mamá, quien te viera así creería que resucitó.  Malena contemplaba hechizada el vestido ¡se sentía diferente!

Después de un rato, Catalina se sintió inquieta ante el mutismo de su hermana.  Sus ojos veían más allá del espejo.  -Bueno, Malenita, vamos a guardar el vestido, ya lo viste y cuando tengas una fiesta muy elegante…  Al tratar de quitarle el vestido que Malena sujetaba con todas sus fuerzas,  Catalina no midió el jalón que dio, rasgando un hombro, lo que hizo rodar por el suelo la pedrería.  -¡Estúpida!  Mira lo que hiciste.  Y le soltó una bofetada en la cara, haciendo que Malena volviera al lugar donde estaba parada.  -Perdóname, Cata, yo no quería… yo te ayudo, te lo coso y no se notará.  -Olvídate que existe, no volverás a tocar el vestido de mamá, es lo más preciado para mí.  Ese mismo día le puso un candado al arcón. 

Pasaron los meses en una aparente tranquilidad.  Catalina daba clases en un colegio, por las mañanas y Malena se ocupaba de la casa, las compras, la comida, etc.  Sin embargo, se daba tiempo para subir y ponerse el vestido de mamá.  Con él vivía, bailaba y cantaba imaginando las fiestas que sus padres daban a numerosos invitados, cuyos nombres y rostros cambiaban, así como el motivo de la reunión.

Una de esas mañanas llegó Eduardo decidido a llevársela, aunque fuese a rastras; no habían conseguido una criada tan sumisa como ella.  Al verla vestida como su madre, se puso furioso.  –Estúpida, mal nacida, quién te crees que eres.  –Lalito, mi niño qué bueno que vienes a verme.  – No te hagas la tonta, te vistes de gran señora y no eres más que una zarrapastrosa … al tiempo que le daba una bofetada.  Malena despertó de su sueño y la presencia de su hermano la hizo temblar.  Pero ya no le tenía miedo.  Sin pensarlo mucho cogió un atizador de la chimenea que tenía a la mano y se le fue encima hecha  una fiera.  A Eduardo le tomó tan de sorpresa la iniciativa de Malena que se  quedó paralizado un segundo, mismo que ella aprovechó para asestarle un golpe que lo derribó. Una vez en el suelo, se sintió poderosa y le siguió golpeando una y otra y otra…. 

 Ese día, casualmente, Catalina no iría a comer a casa pues tenía que quedarse a una junta en la escuela. Lo que le permitió a Malena limpiar la casa.  Como a las nueve de la noche llamó por teléfono Luis y Cata contestó:   - ¿Qué se te ofrece?  No puedes olvidarte…  No, no he visto a Eduardo y ¿qué quería viniendo aquí?  Ah  ¿siiii? y yo que me la creo.  Espera,  Malena, has visto a Lalo, nuestro hermanito Luis dice que vendría esta mañana    -No ha venido nadie hoy.        –No, Luis, no lo hemos visto, ni queremos saber nada de ninguno de ustedes.   -¿Qué crees, Malena?  Según Luis, Eduardo iba a venir a pedirnos perdón. ¿Creerá que somos tan tontas para tragarnos ese cuento?    -No hay nada de que pedir  perdón, ya todo quedó enterrado.  – ¿Lo dices en serio, Malenita?  Qué gusto me da que no guardes resentimientos contra nadie en tu corazón.

Un día, Catalina, canceló la última clase, ya que no se sentía bien.   Al entrar en la casa le sorprendió la música.  Fue directo a apagar el aparato y lo que vio la dejó helada.  ¿Era el espíritu de su madre?  Después de unos segundos se dijo que tenía que ser su hermana.   Malena bailaba y bailaba en éxtasis alrededor de los muebles, sin percatarse de su presencia.  ¡Detente! le gritó furiosa, sin obtener respuesta.  Presa de indignación persiguió a su hermana sin llegar a sujetarla, sólo lograba pisar el vestido y desgarrarlo, enfureciéndola más.  Por fin la agarró bien del talle, rompiendo el lazo de seda que colgaba por la espalda.  -¡Detente! no te hagas la sorda, mira mi vestido… ¡mira lo que has conseguido!  Las fuerzas le faltaron, se sostuvo en un sillón y se desmayó.  El final del disco coincidió con el golpe de su cuerpo en el suelo.
¿Qué te pasa, Cata?  Trató de levantarla, pero el cuerpo flácido resultaba muy pesado.  -Oh, Dios mío, qué hago.  Y se acordó de las gotas milagrosas que Catalina le daba y la hacían sentirse mejor.  Corrió a la cocina por el frasco. 

Estaba dando las gotas a Cata, cuando llamaron a la puerta.  El padre José se quedó sin aliento al ver a la difunta Amalia frente a él.  -Buenos días, padre Jerónimo, qué gusto de verle, llega justo a tiempo.  No cabe duda que Dio me lo envió.  El cura desconcertado por la aparición que tenía enfrente, se atarantó más al ser confundido con su antecesor.  -Pase por favor, padre, vamos a la sala.  Catita hizo uno de sus berrinches y le dio el soponcio.  Aquí está tirada en mitad de la sala, pero no puedo levantarla.  Ya le di las gotas que me recomendó y nada.  Así que le di un traguito, pero tampoco reacciona.  ¡¿Un… traguito?!!  Al tiempo que sus ojos encontraban el frasco de láudano en una de las mesas laterales.  -Vamos a sentarnos, padrecito, mientras las gotas hacen su efecto.  Ella tomó asiento en el sofá bajo el retrato de sus padres.  El cura lo hizo en un sillón frente a ella, permitiéndole observar asombrado el parecido de doña Amalia y su hija:  el mismo vestido, ahora deshilachado por el tiempo, el peinado, los modales…  Malena hablaba de cosas que el sacerdote no escuchaba.  Y en medio, Catalina, en el piso, inmóvil.  El tic-tac del reloj sonaba impasible  ante la presencia de la muerte.  Ese monótono ruido se iba haciendo cada vez más fuerte en los oídos del párroco, al igual que los latidos de su corazón.  Sentía que se ahogaba.  Tenía ganas de correr.  ¿Cuánto más podría soportar aquel cuadro?

                  < < < < < - - - - - > > > > >       2010