domingo, 29 de septiembre de 2013

INCÓGNITA ETERNA

Si vieras, hermano, ¡cuánto la recuerdo todavía!   Era una relación muy extraña.  A veces su rostro me era desconocido, como que se llenaba de viejas rencillas y su mirada se volvía torva, sus ojos me llenaban de impotencia, me aplastaban, me reclamaban algo que nunca supe qué era.  Mas a la luz de la luna, tendidos en la arena, tornábase dulce y tierna como un suspiro.  Entonces su amor era pleno, sin límites, se infiltraba en todo mi ser y explotaba iluminándonos hasta en las noches más oscuras.

Le gustaba dar largos paseos, dejando que la brisa mojara su cuerpo, mientras sus pies jugueteaban con las olitas que venían a besar la playa.  Al andar el viento hacía flotar su hermosa cabellera y a cada paso su cuerpo parecía perder peso, como si el aire la tomara en sus brazos , haciendo sus huellas menos y menos perceptibles, hasta que desaparecían.

Siempre viví pensando que éramos felices… hasta aquel día en el acantilado.  Un simple desacuerdo se convirtió en pelea, en gritos, en reclamaciones, en llanto… como los vientos que terminan en ciclones.  Le pedí que me explicara el motivo de su cambio, el por qué le irritaba todo.  Después de 20 años, de todo lo que hemos construido juntos en esta isla, por qué quieres borrarlo todo y huir ¿nadando? Si ni sabes.  Yo creo que eso la enfureció más y empezó a correr.  No me importa cómo, sólo quiero irme lejos de ti, dijo gritando.  Y al llegar a las peñas se lanzó al mar, sin que lograra alcanzarla para impedirlo.

Desde entonces no he vuelto ahí, hermano.  Desde entonces me siento aquí mirando a lontananza, esperando que el viento, el mar o el cielo se apiaden de mi alma y me respondan por qué  huyó de mí.

                                               - - - - - - - - - -                 1991


domingo, 22 de septiembre de 2013

LA CONQUISTA

Frente a sus ojos estaba la magnífica cordillera , enorme e impenetrable.  Jarmo había llegado hasta ahí siguiendo las indicaciones de su maestro.  Habían transcurrido muchos años de estudio, de paciente espera y sumiso aprendizaje, que ahora le parecían tan sólo unos meses,  ahora que se encontraba frente a la culminación de su devoción y entrega.  Ahora tenía que lograrlo.

Decidió descansar, recuperar fuerzas y reunir el valor necesario para continuar hasta la meta anhelada.  Caminó durante muchas jornadas, subiendo escarpadas colinas, bajando a los llanos, también disfrutó de las aguas mansas de los ríos que se formaban por los deshielos.   Por las noches buscaba alguna cueva o matorral  y se entregaba plenamente a la protección de sus dioses.  Por fin, después de varios meses, desde lo alto de un peñasco, apareció frente a él la cumbre nevada del Djordin – el trofeo más preciado.

Tardó varias semanas en llegar a las faldas de la imponente morada de su Yo verdadero.  Había que subir hasta la cima y por más que buscaba el camino para ascender, las laderas estaban completamente lisas.  ‘Pero, cómo subiré, sólo que fuera ave…’  Se quedó pensativo un instante y la respuesta llegó.  Estaba tan cansado de tanto andar buscando una subida, que ya no tuvo energía para armar la tienda de dormir y simplemente se tiró sobre la hierba.  Antes de la salida del sol, se levantó y, de cara al astro rey, se dispuso a realizar su diaria meditación.  Pero en esta ocasión, el propósito era muy especial y necesitaba más concentración para poder… ¡volar!

Con su maestro había practicado muchas veces el desprendimiento de su cuerpo astral y, guiado por él, habían viajado a diversos lugares.   Pero hoy requería más esfuerzo  para viajar, no sólo su astral, sino también su físico.  Jarmo conocía la técnica, mas nunca la había puesto en práctica.  ¡Ahora tenía que hacerlo!  En un profundo estado de concentración, sin percibir ninguna alteración en su cuerpo, fue percibiendo la cima de la montaña, que le pareció un gigante.  Al acercarse, movido por una fuerza desconocida,  se percató que en mitad del pecho había una puerta y hacia allí se dirigió.

Al traspasar la puerta se encontró en un gran salón repleto de gente.  Se quedó pasmado al darse cuenta que todos tenían ¡su misma cara!  Era como si mirara puros espejos.  Una voz interior le indicó que todos eran él y debía desenmascarar a cada uno, con las mismas artimañas con que lo había creado para defenderse del mundo, hasta que lograra encontrar a su Yo verdadero.  ‘O sea que de todos ellos, sólo Uno es el verdadero y para encontrarlo debo desaparecer a los demás.  Y si me equivoco y elimino al verdadero….’   Ante la sutil posibilidad de fracasar, se le hizo un nudo en el estómago.    ‘No creo que Él lo permitiría, sé que también desea integrarse a mí.  Así que me dedicaré confiado a acabar con todas las máscaras que formé por conveniencia’.

¿Cuánto tiempo pasó? No podría saberse, ya que en aquel lugar no había medidas para nada.  Jarmo fue enfrentándose a cada una de sus falsas personalidades y destruyéndolas.  A veces lograban escabullirse o ganarle la jugada, volviéndose más fuertes y temibles, pero la firme determinación de llegar a la meta anhelada, lo alentó hasta el final. 

Por fin, sólo quedo uno.  Se acercó con paso lento y una amplia sonrisa, de sus ojos brotaba alegría y amor.  Se abrazaron y el que ahí habitaba condujo al otro a un saloncito contiguo al gran salón, donde tan sólo quedaron montoncitos de cenizas por doquier. 

Dentro del pequeño salón había un gran ventanal circular  con vidrios de colores formando una flor de muchos pétalos, por donde se filtraba la luz que bañaba un altar de mármol rosa,  semi cubierto por un mantelillo violeta y en el centro un copón de oro con vino.  El primero tomó la copa y le dio unos sorbos.  Se la ofreció al que llegó y mientras éste bebía el preciado líquido, los dos se fusionaron en uno solo.  Jarmo sintió una corriente eléctrica que subía y bajaba y después un hormigueo que fue disminuyendo poco a poco.  Se sintió eufórico ante el cambio que se había realizado. Y comprobó si había cambios tangiibles en su cuerpo.  Feliz y satisfecho colocó la copa en el altar, elevó una plegaria de agradecimiento y salió por el mismo camino por el que llegó.

Seguro de lo que hacía, se dejó caer desde lo alto de la montaña.  Bajó lentamente sostenido por el viento y llegó hasta donde había dejado sus pertenencias hacia…. no lo sabía.  Emprendió el camino de regreso, que sería el mismo, mas su destino y sus metas habían florecido.


           < < < < < - - - - - > >  > > >             1990

domingo, 15 de septiembre de 2013

CON LOS BRAZOS VACÍOS

La luz crepuscular de la tarde alargaba las sombras, transformando la realidad de las cosas que reflejaba.  Algunas veces eran figuras hermosas, otras se antojaban deformes y monstruosas.  Siempre era la imaginación quien seleccionaba su intención.

Amelia se encontraba  recostada en el diván que tenía en su recámara, exprofeso para deleitarse leyendo, lo más seguido que el tiempo se lo permitiera.  Por más que estiraba los ojos, ya la luz que entraba por la ventana era tan tenue, que tuvo que declinar la lectura al igual que lo hacía el día.  Dejó el libro sobre sus piernas, abierto en la página que leía y recargó su cabeza en el respaldo dejando que su mirada traspasara los cristales de la ventana y la delgada cortina  llena de olanes, recogida por un lazo de seda del mismo tono.  Sus ojos se llenaron de aquella hermosa luz en contantes y rápidos cambios de tonalidades que pintan los atardeceres.  Por momentos, una nube tapaba al sol irradiando brillantes rayos, como ejes de una rueda magnífica y coloreando de rojos, naranjas y rosas todo alrededor.

Los pájaros piaban y gritaban, volando de un lado a otro, avisando que el día terminaba y había que regresar al refugio protector que los árboles les brindaban durante la oscuridad de la noche.

Aquel despliegue gratuito de belleza conmovió a Amelia, que no necesitaba ser razonado para invadirla plácidamente.  Ninguna idea cruzaba su mente permitiendo que su cuerpo se relajara y sus sentidos disfrutaran de aquel espectáculo que todos los días brinda la naturaleza, siempre diferente, para quienes sepan apreciarlo.

Más cuando sus pensamientos tomaron el mando, gruesas lágrimas corrieron por sus mejillas.  Esas pequeñas gotas contenían un poco de tristeza, de abandono, de alegría, de lástima y la profunda felicidad de estar viva.  Se sentía tan lejos de lo mundano y lo cotidiano, que en su boca se dibujó una sonrisa al pensar en todas las tonterías cotidianas, la tremenda importancia que se les da y que llega a opacar la propia existencia.  Todo aquello le pareció, en ese momento íntimo, puras niñerías.

Cuando finalmente el sol se ocultó en el horizonte y la luz se convirtió en penumbra, la habitación se oscureció casi totalmente, pero, Amelia no se movió.  Estaba tan a gusto como pocas veces se logra estar dentro de un mundo de prisas, ambiciones e intrigas.  Quería prolongar lo más posible ese incomparable estado en que el ser se une al universo entero.

Estiró los brazos con modorra, como los gatos flojos y comodines.  Se arrellenó nuevamente en el sillón para seguir dentro de ese dulce embeleso.  Sus dedos encontraron el libro olvidado sobre sus piernas y lo colocó sobre una mesita.  El tema de la lectura fue volviendo a su mente, tomando forma, hasta hacerse presente.   El libro era una antología de escritores latinos del siglo pasado.

¿En qué estaba?  Ah, sí el Cuento Blanco narraba una fiesta a la abuela, rodeada de sus hijos y nietos, que festejaban su cumpleaños LXXX.  Por la edad estaba muy enferma, pero más que achaques físicos, sufría de una terrible nostalgia por la tierra que la vio nacer… por su juventud, perdida… por su pasado siempre glorioso, por haber pasado.  Su marido había muerto y nunca se animó a volver al lugar de donde voló cuando conoció al hombre con quien compartiría su vida y los hijos que llegaron, quienes seguramente le dieron muchas penas y también muchas alegrías.

Oh Dios, cómo es posible que Madres y Abuelas puedan sentirse tristes o nostálgicas, rodeadas de su “creación”, cuando somos tantas las que nos quedamos con los brazos vacíos.

La misma tristeza que había sentido antes de aquel hermoso crepúsculo volvió a invadirla.  La eterna ausencia de un cuerpecito tibio entre los brazos, había ensombrecido constantemente su vida.  Todas la penas, todos los esfuerzos, todos los problemas del mundo, los hubiera aceptado sonriente tan sólo con su presencia, compartiendo sus alegrías y sus descalabros…   Sus reflexiones le provocaron un llanto amargo.  Un nudo en la garganta la incitaba a gritar, protestar, reclamar…. Pero a quién, ¿a la vida?

Hubiera sido mi sol, un hermoso sol de amanecer, lleno de promesas, lleno de alegría.  Un sol limpio y ascendente y más, mucho más bello que el que hoy contemplé… se detuvo en este punto recordando la íntima felicidad que había experimentado poco antes. Empezó a sonreír y después rió abiertamente de sí misma, ante los rapidísimos cambios que se pueden lograr.  Se serenó por completo y recapacitando se reprochó el haberse dejado arrastrar por sus eternas frustraciones, sin solución.

Se levantó de súbito y prendió la lámpara.  Sintió que esa luz la refrescaba, calmaba sus sentimientos desbocados.  Pidió a su mente borrar esa contante amargura y proyectar otra vez el hermoso atardecer.  Con ello se fue reconfortando para recuperar la paz de espíritu que le era necesaria con el fin de comprender todo lo que abarca el hecho de existir.

No debo enfrascarme en lo que me falta, si hay tanto que disfrutar, tanto que recibir, tanto que dar.  La lástima que me he tenido, ahora la guardaré sólo para aquellas mujeres que teniendo una flor en sus brazos no supieron o no pudieron llenar sus vida.  Lo que importa es estar viva, que puedo ver, caminar, hablar, comer, reír, amar… y derramar todo ese amor que el Creador puso en mí.  ¡Qué tonta soy al fijarme sólo en lo que no me tocó!  Por eso me he perdido de tantas cosas:  cuántos amaneceres me pasaron desapercibidos, cuántas nubes  habrán desfilado sobre mi cabeza sin verlas, cuántos verlas, cuántos trinos que mis oídos no recogieron,  cuánta lluvia ha caído sin mojar mi cara, cuántas risas infantiles que no he compartido…  cuántos…  cuántas lágrimas nublaron mi corazón.  Pero,  ¡ya basta!

Empezó a canturrear y a danzar por la habitación.  Estaba realmente alegre, se  sentía revitalizada.  Por primera vez se percataba de la maravilla de tener un cuerpo que obedece en un instante al pensamiento.  Empezó a desvestirse para un duchazo antes de ir a la cama.  Aquel sol del atardecer había logrado un cambio asombroso en su interior, era como si la hubiera ‘iluminado’.  Esos cambios bruscos en su ánimo que la llevaron de la tristeza a la euforia, del calor al frío, del día a la noche, habían contribuido a lograr la transmutación de su esencia.  Ahora podía darse cuenta de todo lo que tenía al alcance de su mano, de sus ojos, de su corazón.

Se asomó a la ventana para respirar el aire tibio de la noche.  No había luna y las estrellas brillaban relucientes en la inmensidad del cielo.  Con serenidad levantó los brazos al cielo, estirándolos como para recibir el maná del cosmos y cerrando dulcemente sus ojos se hizo la firme promesa de vivir todo lo que la Creación entera le brindara.  Mucho más que suficiente para que cualquiera sea feliz.

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