domingo, 29 de diciembre de 2013

POR MOTIVOS DE VIAJE

Eduviges y Edmundo estaban muy emocionados con la llegada de dos tornados anunciados para las siguientes horas.  Illinois, Kentucky e Indiana ya habían recibido el impacto de varias decenas de inmensos remolinos, que hasta el momento habían destruido más de 50 mil hogares.  Ahora sí seguro que pasa uno por aquí y me voy a quedar afuera, atado a cualquier cosa para recibirlo cara a cara.  Pero, Edy, si te pega algún tronco, mueble o lo que sea, te puede matar.  No importa, Duvi-du,  ya sabes que me encanta el peligro.

Eduviges había crecido en una familia a la antigüa donde la abuela y sus tres hijas vivían juntas y al irse casando fue creciendo el clan con los nietos.  Eduviges tenía dos hermanos y seis primos.  Un día la abuela  concibió el mejor negocio de su vida, que trastornó a todos sus familiares, y no sólo durante los años que mantuvieron el negocio, sino que para algunos nietos, como Eduviges, significó un enfoque muy diferente de la vida.
                               
Un buen día, allá por principios del siglo pasado, en que los abuelos platicaban de sus cuitas y achaques, sentados en los equipales a la sombra de los arcos llenos de bugambilias, en un jardín de fragantes rosales y macetones con frondosos helechos que se unían entre sí, doña   Magdalena se animó a tratar el asunto.

-         Me gustaría que nos fuéramos de viaje...  a cualquier parte.
-         Pero mamá, si no tenemos seguro para comer la semana entrante...
-         No soy exigente, me conformo con irnos a Cuernavaca... o Taxco...
-         Bueno por Dios, ¿qué ya te estás quedando sorda?
-         Espera, tengo una idea.  Vamos vendiendo TODO y nos vamos de vacaciones.  Cuando volvamos, en la Lagunilla podremos comprar lo necesario.
-         O sea que, compraríamos dos sillas; porque no alcanzaría para más. ¿Pero cómo se te ocurren semejantes cosas?  Estas delirando.
-         Mira, déjame pensar bien cómo le haríamos y te voy a demostrar que sí se puede.  No seas cobarde.  Total nunca nos hemos dado el gustazo de hacer una locura... de estas.

Por supuesto la abuela se salió con la suya.  Vendieron todo y se fueron de vacaciones.  La mayor parte la guardaron para comprar muebles a su regreso.  Para lo cual, recorrieron Tepito, la Lagunilla, la Merced y otros sitios por el estilo.  Resultando que pudieron hacerse de casi todo.  Entonces surgió otra idea más grande en la mente de la abuela... comprar en estos lugares y luego vender todo el menaje “por motivos de viaje”.  Así de simple, surgió un negocio próspero que les dejó jugosas ganancias.

Los mayores se acostumbraron y los menores aprendieron una forma diferente de vivir.   No había tiempo de encariñarse con nada.  Los niños nunca extrañaron su cama, pues seguido estrenaban otra. Tampoco tuvieron su ropero, ni su escritorio donde guardar cosas personales.  Los padres componían “por encimita” la casa, pero sin la ilusión de arreglarla poniéndole ese toque especial que va quedando en cada objeto que llega buscando su espacio para cohabitar con los que ya están.  No había tiempo para esos sentimentalismos, ya que en ocasiones llegaba un comprador ansioso que arrasaba con todo, aunque no estuviera  el menaje completo.

Eduviges se casó y descasó varias veces, por más que trataba no lograba arraigarse a nada.  Por supuesto que cambió de casa muchas veces y terminó alquilando ‘hogares’ amueblados, como para ser ella quien los abandonase.  Hasta que el compañero ideal llegó.  A Edmundo le encantaba participar en carreras de autos, el montañísmo, las excursiones a zonas peligrosas.  Amaba el peligro.  Así que cuando Eduviges le sugirió ir a vivir al centro de Estados Unidos, para que los tornados se llevasen la casa, de vez en cuando, y tener otra nueva sin necesidad de cambiarse,  Edmundo también vio en ella a la mujer ideal.


En noviembre de ese año, se incrementaron el número y la fuerza de  los tornados.  Edmundo se metió al pozo de agua, bien amarrado y ella, junto con su hermana y cuñado, que estaban de vacaciones, bajaron al refugio.  Por alguna inexplicable razón, a pocos kilómetros de la casa de E&E, el tornado fue perdiendo fuerza, lo que derivó en que todos los árboles y cosas que traía, las fue regando a su paso. Esto desvió un poco su trayectoria y pasó justo por encima de la casa, evaporándose después.

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domingo, 10 de noviembre de 2013

SIN RUMBO

José Luis ya había tomado una decisión y no podía echarse para atrás, aunque no había dormido en toda la noche.  En cuanto amaneció brincó de aquella incómoda cama de hotel.  Había metido en una pequeña petaquilla sus artículos personales y dos mudas de ropa.  Con eso es suficiente Alis, sólo estaré tres días fuera, no creo que el negocio se alargue.  No te preocupes, no me va a pasar nada.  Deja de preocuparte. Sí, te llamaré todos los días.

Había tenido toda la noche para recapitular la constante obsesión de su esposa.  Su eterna persecución, tomándole el tiempo que debía hacer de la oficina a casa,  sus constantes preguntas Hurgando en los recovecos de sus emociones, queriendo descubrir algún engaño fantasma, alguna mentira sospechosa, que la llevaba a sumergirse en profundas depresiones recubiertas de celos delirantes e insoportables.  Todavía, después de diez años, la seguía queriendo, pero había llegado al punto de quiebre.

Salió con una maletita y se fue directo a la central de autobuses TAPO.  Compró un boleto a Veracruz, después ya vería, no tenía ninguna meta fija.  Ahí mismo se desayunó antes de subir al camión.  El movimiento del vehículo lo arrulló y se durmió enseguida.  Treinta minutos para comer algo… señor ya llegamos a Tecolutla… tiene treinta minutos para estirar las piernas, comer algo… antes de continuar a Veracruz.  ¿Tecolutla, qué hacemos aquí?  Todavía con los ojos entornados vio al chofer bajar del camión y dirigirse al restorán más cercano.  José Luis no tenía hambre, pero bajó para caminar un poco.  No podía dejar su maletín y se lo llevó consigo.

Percibió el oleaje del mar y se dirigió hacia allá.  Notó que los lugareños lo miraban de forma extraña, como asustados.  ¿Será que ando de traje?  Pasó a su lado una hermosa muchacha, que lo miró fijamente y una corriente eléctrica recorrió todo su cuerpo.  Ella le sonrió burlona y siguió su camino.  José Luis la siguió con la mirada largo rato.

Sin pensarlo dos veces corrió tras ella, antes de que se esfumara.  Al llegar a un grupo de casas de palma, se detuvo.  José Luis, casi ahogándose por la carrera, la alcanzó y no supo qué decir.  Dos mujeres mayores se acercaron, lo vieron detenidamente, con curiosidad, con asombro y de inmediato se hincaron, le tomaron la mano y se la besaron.  José Luis se quedó de una pieza.  ¿Qué le pasa a esta gente?

Doctorcito, esto es un milagro.  ¿Será que le rezamos tanto que bajó a visitarnos?  José Luis pensó que lo estaban confundiendo con alguien más.  Pero no podía hacer nada, por lo pronto.  Una de aquellas mujeres lo jaló de un brazo y lo metió en una choza pequeña, donde sólo había una mesa con una foto, rodeada de velas y flores.  Supuso que sería un difunto.  Mire, doctorcito, aquí tenemos su imagen, con velas y flores frescas pa’que vea que lo queremos mucho.  Entonces José Luis se fijó en la foto y se quedó helado.  Era él, pero con sombrero.  Al pie de la misma se leía:  Dr. José Luis Hernández, en proceso de canonización.  No es cierto, no es cierto, esto es una pesadilla.  Sí, todavía voy en el camión… Doctorcito, es un gran honor tenerlo aquí.  Usted sabe que somos gente pobre, pero le daremos el mejor lugar que tenemos.

José Luis no sabía qué hacer, ni siquiera entendía lo que estaba sucediendo.  Le quitaron la maletita y lo llevaron a una cabaña en donde había tan sólo una hamaca, una mesa y una silla.  Ahorita le traeremos un banco para que ponga sus cosas, doctorcito.  Pero… oiga señora…  Me llamo Ángela.  Bueno, doña Ángela, yo no me puedo quedar.  Tan sólo unos días, doctorcito, tan sólo unos días.

Pasaron muchos días, que se volvieron semanas y luego meses.  José Luis cada día se sentía más contento.  Toda la gente de aquel poblado se desvivía por atenderlo y procurarle todo lo necesario.  Aunque él se fue dejando querer, en su interior sabía que aquello era una farsa, que él no era quien decían que era.  Además de usurpador se sentía un abusivo ante la inocente entrega de toda esa gente.  Todas las noches se prometía irse en la madrugada, como el ladrón que era.  Pero, siempre había alguien velando su sueño.  Hasta que dejó de preparar un escape y aceptó la situación, mientras durara.

Antes del año llegó uno de los campesinos, con machete en mano y muy mala cara.  A ver, doctorcito, vengo por usted pa’que cure a mi muchacho, que se está muriendo.  Dicen que ha hecho muchas curaciones…  Sólo han sido cosas sencillas, ustedes son gente muy sana y yo… Pos m’hijo tose mucho y escupe sangre, así que llévese sus pomadas o lo que tenga y vámonos.  Sin esperar mucho el campesino lo jaló de la camisa.  Apúrese, porque si él se muere… usted también.  Y echaron a andar en medio de la selva.

Efectivamente el muchacho estaba grave.  Y ahora qué voy a hacer, Dios mio.  Mire buen hombre, su hijo está muy delicado, será mejor llevarlo a un hospital… yo no puedo curarlo.  Yo no creo en los doctores, pero me dijeron que usted hace milagros… así que quiero que me lo demuestre.  José Luis se pasó la noche en vela, rezando.  A la mañana siguiente el muchacho había muerto.  Qué le dije, doctorcito, hoy enterraremos  al Chaco y mañana a usted.  Entraron dos hombres y cogieron fuertemente a José Luis de los brazos y se lo llevaron.  ¡Yo nunca dije que hacía milagros… por favor no me mate!

Todo el día y su noche, la pasaron los campesinos trajinando con los preparativos y velación del muerto.  José Luis fue atado a un poste, a la intemperie.  Nadie se acordó de su existencia.  Bien entrada la noche, silenciosamente apareció aquella muchacha de la mirada enigmática que vio al bajar del camión, hacía casi un año.  Le puso la mano en la boca para que no hablara.  Llevaba dos cuencos con comida y agua.  Lo desató y esperó en silencio a que terminara.  Luego, a señas, le dijo que la siguiera.  Caminaron varias horas por entre la selva, ella siempre adelante indicando el camino. 

El corazón de José Luis estaba desatado.  No sabía a dónde iba, si debía confiar en aquella mujer, pero tampoco tenía alternativa.  ¿Y si todo era una trampa?  En aquella selva nadie se enteraría.  ¿Hacía dónde iban?  Entre la maleza empezó a vislumbrar un río ancho.  Al llegar a la orilla, los esperaba una lancha.  Esto es todo lo que puedo hacer por ti, sé que no eres quien ellos quieren.  Sé que eres inocente y no me preguntes cómo lo sé.  Súbete a la lancha, hay algo de comida y el río te llevará con la corriente hasta un poblado bastante distante, donde no saben de ti.  Lo demás es asunto tuyo.  No pierdas el tiempo, seguramente ya se dieron cuenta que escapaste.  Vete ya.

La muchacha de los ojos enigmáticos terminó de hablar y sin esperar respuesta, se dio la media vuelta.  Todavía dudando, José Luis se trepó en la canoa y con el remo se alejó de la orilla, para que la corriente dirigiera su rumbo.  Largo rato se quedó mirando aquel punto por donde desapareció la mujer que le había salvado la vida. Toda aquella aventura había sido incomprensible desde el momento en que dejó su casa.  Ahora, ¿a dónde iría a parar?

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domingo, 3 de noviembre de 2013

TREMENDA VECINDAD

Entremos en una de esas viejas vecindades del centro de la ciudad, cuyos muros tienen cientos de años, construidas en época gloriosa. Uno de los muchos palacios de antaño que, por azares del destino, han terminado subdivididas en pequeños espacios para albergar a numerosas familias.  Ésta en especial sólo tiene veinte viviendas, lo que permite que el interior sea espacioso con dos amplias recámaras, el comedor y la sala de regular tamaño, suficientes para una familia de cinco o seis miembros y la cocina es más grande que la que tengo en mi casa en la Narvarte.  El baño estilo antiguo, tiene tina.  Los de la planta baja disponen de un patio trasero para colgar la ropa y no tener que subir a la zotea cargando la cubeta llena de ropa.   En el primer departamento, mucho más chico que los demás, vive la portera, doña Chila, una mujer baja, delgada, amargada y de lengua viperina, quizá por su avanzada edad y por su soledad. Pero como cualquier vigilante, tiene la oreja bien desenrollada.

- ¿Buenos días, doña Chelita, a dónde va tan guapa?
- No, doñita, si estoy como todos los días, aunque hoy estoy más achacosa….
- Qué tenga buen día, doña Ana, como siempre corriendo….
- Tengo cita a las ocho con unos clientes importantes y si cierro el ‘bisnes’, me toca muy buen ‘moni’ para pagar algunas cositas y… por supuesto me pondré al corriente con la renta.  Bueno, adiós.
- Esa mulata sí que es trabajadora. Todos los días se va bien temprano y regresa ya tarde…   en cambio su gringo…está medio ‘tocado’, será que fue a la guerra y lo regresaron paranoico.  Hace poco, después de una pelea con ella, yo creo que se echó sus copas y algo más, porque regresó y pintó con espray rojo todo el pasillo superior, donde viven.  Ella lo negó, pero lo pintó.
- ¿Qué quiere decir con ‘esa sí es trabajadora’?  Yo trabajé muchos años y por eso tengo tanto achaque, me jubilé y ahora puedo disfrutar de vivir tranquila.
- Si nomás se la pasa viendo películas.  ¿Para qué quiere tantas?  Ya se las ha de saber al derecho y al revés.
- Siempre me ha gustado mucho el cine.  De chamaca iba seguido con mi mamá y mis hermanos.
- Y de seguro era la consentida ¿no?
- ¿Por qué lo dice?
- Es que se le nota.  No sé cómo decirle… Me parece que sus dolencias son nomás para llamar la atención.  A veces dice que no puede caminar y al rato se va con sus amigas todo el día.
- Creo que mejor sigo mi camino, necesito ir al banco y al super.
- Buenos días, señor Rosendo, que tenga buen día.  Mire cómo camina, yo le digo el Rosado.  Es un farsante.  Tenga mucho  cuidado con él.
- ¿Y qué le pasa al Rosado, digo al señor… lo que sea?  ¿Acaso persigue ancianas?
- No, sólo que es demasiado ‘caravanero’ Y lo hace tan fingido que no creo que alguien le crea. Hace poco trajo una mesa de billar, nuevecita, muy bonita.  La anduvo ofreciendo, pero nadie dijo yo.  Se me hace que se la robó a alguien.
- ¿Pero cómo se va a robar una mesa de billar?
- Por supuesto, doña Chelita, que no se la metió en la bolsa y se salió.  Lo que pasa es que me huele a mal habida.
- ¿No será que tiene chueco el olfato?  A ver, yo ¿a qué le huelo?
- A persona sencilla y sincera.  El Rosado siempre anda con mentiras.  Que tiene un buen puesto en un hotel, Dios sabrá cuál; que pronto se casaría y de repente la novia lo cortó; que vendrá su mamá a verlo porque lo extraña mucho…  Puras habladas.  Se le nota.  Se lo huelo.
- Así que usted puede oler ‘de todo’.  Qué interesante.
- Buenos días, profesor.  Hoy se le pegaron las sábanas.
- No, doña Chilita, hoy no hay clases, se hizo puente por el 5 de febrero.  Pero tenemos junta.

- ¿Junta con sus alumnos?  Por cierto, dígales a los chavos que no vengan a buscarlo tan tarde.  Usted sabe que cierro la puerta a las diez.  No es hora de venir a clase… o lo que sea.
- Es que algunos muchachos trabajan y se les hace tarde… no quieren atrasarse.  Pero les voy a decir.   Adiós.
- Ese Bristol es un jotazo, con el lápiz bien afilado.  Se me hace que algunos de esos chamacos le pagan las clases con cuerpomático.
- ¿Y eso también lo huele usted?
- Eso se le nota a todas luces, muchacha.
- Gracias por lo de muchacha y por las referencias que me ha dado de los demás inquilinos.  Siempre es bueno irlos conociendo…a todos.
- Uy, y todavía los que faltan.  Ni se imagina, Chelita.  Mire, ese que viene ahí, ese sí es un tipazo.   Buenos días, don Jorge.
- Muy buenos días, señoras.
- ¿Qué pasó con el concierto?  Estoy puestísima para echarme un tango con usted.
- No, señora, yo sólo toco.  El concierto se había programado para el próximo fin de semana, pero se pospuso, sin fecha.  Los trámites con las autoridades aquí, bueno en todas partes, son complicados.
- Mire usted, le presento a doña Chela, ella apenas tiene dos semanas aquí.  Don Jorge es argentino, como habrá notado, Chelita, y tiene con nosotros como un año.  Da clases de guitarra, chelo y piano.  Además compone los instrumentos musicales, ¿cómo se llama eso?
-  Laudería y no sólo es componer los instrumentos, sino hacerlos desde el inicio.
- Qué interesante.  ¿También da clases de cómo hacerlos?
- No, se requieren muchos años para lograrlo.  Y yo no tengo el tiempo.
- Pero podría tomar clases de guitarra, Chelita, en vez de ver tanta película.  Don Jorge le puede vender una.
- Claro, estoy a sus órdenes. Por ahora me retiro. Que tengan buen día.
- Este che es todo un caballero y su esposa ni se diga.  Ella hace títeres, chiquitos y grandotes.  Doña Araceli hizo tremendas Catrinas de 2.5m para el día de muertos y ahora está trabajando con unos monotes enormes para el próximo carnaval.
- Me encantaría verlos. ¿Puedo llegar así nomás y tocar la puerta?
- Por supuesto, ella es una persona sencilla y muy agradable.  Fíjese nomás, que recién llegaron, doña Flor, le encargo un Guepeto, un Pinocho y un Pepe Grillo.  Quedaron fabulosos.
- Pues sí que son una pareja increíble. 
- Buen día, ‘don’ Armando, milagro verlo tan temprano. ¿No quiere que le prenda una vela?
- Usted siempre tan ‘graciosa’… y metiche, Chilita.
- Pero yo sólo me meto con los adultos…..
- Se fue muy molesto ese señor.  No se vaya usted a meter en problemas.
- Es un puerco, un degenerado, un holgazán.  No trabaja, lo mantiene su mujer, que se va a la chamba bien tempranito.  A este tipo le gusta pararse en su ventana, desnudo, para que lo vean las chamacas cuando regresan de la escuela, pero….   Adiós, guapa, a  dónde va tan perfumada.
- Ay, Chilita, si nomás voy al mercado.
- Pero usted siempre anda muy arregladita, doña Lucerito.  Se me hace que anda buscando novio.
- No, no, no.  Ya con el ex tuve bastante.  Me voy, luego platicamos.
- Esta mujer es lindísima, aunque a veces se pasa de buena.  Tiene un hermano dizque se anda divorciando y a cada rato le cae aquí, porque no tiene ganas de ver a su mujer.  Pero hace como un mes fue su cumpleaños… si el de Lucerito, y llegó la cuñada a felicitarla jalando al supuesto próximo ex.  Después se fueron los tres muy contentos a festejar.  La verdad que no los entiendo.
- Pero ¿qué me decía del degenerado ese…?
- Doña Chulis, qué gusto de verla. ¿Cómo sigue la espalda?
- Le traigo un poco de chaya con huevo y su salsita, pa’que se echen un taco, ya se les hizo tarde en la plática y deben tener hambre.
- Encantada de la vida.  Ya sabe que todo lo que usted hace me sabe a cielo.  Muchas gracias y ahorita mismo le damos mate.  -  Esta doña es yucateca y cocina riquísimo.  Después que lo pruebe me dará la razón.  Y lo completaremos con unos frijolitos negros con epazote, recién hechos. 
- Pues sí que está delicioso esto.  ¿Qué es la chaya?
- Son unas hierbas como… verdes como las espinacas, pero sus hojas tienen ahuates, como las tunas.
- Entonces toda la boca me va a quedar…
- No, no.  Las hojas se ponen a remojar en agua con sal, para que los ahuates se doblen y luego se cocinan.  ¿Qué  tal, eh?  También hace un ‘Brazo de Reina’ – ese no me lo ha enseñado, es más complicado, pero le voy a pedir que me haga dos y la invito.
- ¿Ese brazo…  lleva carne de reina?
- No, las reinas ya están muy correosas.  Este brazo es como un niño envuelto, hecho de masa con chaya, huevo cocido, queso y otras cosas, todo envuelto en hojas de plátano.  Luego se baña en salsa de jitomate picosita, que ella prepara… y a disfrutar.
-  Dicen que por allá la cocina es deliciosa.  Es increíble que nunca he estado en Yucatán.
- Bueno yo sólo conozco Tepito y Xochimilco.  Me casé con un gachupín hermoso y grandote, me dejó un hijo y se murió. Así que no hubo tiempo más que para trabajar y criar al mocoso, que es su viva imagen.
- ¿Vive aquí en el DF o en otro estado?  No lo he visto.
- Pues no, viene pocas veces.  Casi siempre en mi cumpleaños, me trae algún regalito, me lleva a comer, platicamos un ratito y regresa a sus obligaciones.  Trabaja también por el sur… por donde vive.
 Parece que están tocando… no, señora no hay ni un cuarto libre por el momento.  Ahí viene ese…  Ya se le está haciendo tarde ‘don’ Armando.
- Que bueno que siempre esté taaann al pendiente de todo.
- Yo siempre mantengo el ojo y el oído abiertos, es mi trabajo.
- Total que no me acabó de contar de éste.  ¿Qué nadie le ha reclamado o dado una paliza?
- Por una parte a las niñas les da vergüenza y si lo dicen ni les creen. Como a Toñita, la del dos, se lo dijo a su tía y no hizo nada. Ah, pero la semana pasada, ya en la tardecita, doña Flor se lo cachó y… Buenas tardes doña Alicia, ¿qué anda haciendo tan temprano?
- Así son las cosas, doña Chila.  Hoy pude terminar temprano. Hasta luego.
- Ella es la esposa del pervertido ese.  Ha estado llegando temprano desde que doña Flor los amenazó.
- ¿Pues qué pasó? 
- Pues que se topó con él parado en la ventana, encuerado.  Que coge un palo para romperle el vidrio encima.  Pero al verla, saltó pa’tras y cerró las cortinas.
- ¿Y hasta ahí quedó, nomás?
- No, qué va.  En la noche que llegó la esposa, fue a verlos.  Cerraron la puerta, pero pudimos oír algo.  De muy buena manera, doña Flor les pidió que se fueran para fin de mes.  Doña Alicia se puso a llorar y, al principio, negó que su marido pudiera hacer algo así, que eran chismes.  Pero doña Flor se mantuvo firme, asegurándole que ella misma lo había encontrado ese día, en la ventana.  Además ya había oído rumores.  La mujer de ése, le juró y le perjuró que no volvería a pasar, que no tenían a dónde ir, que les diera otra oportunidad.  Por eso, ella está llegando a la hora en que regresan de clases la chamacada. Ella es contadora y se trae el trabajo a casa.
- Híjole, pobre mujer.
- ¿Cuál pobre?  Cómo es posible que sea tan bruta que alcahueté a ese degenerado y también lo mantenga.  Es el colmo.
- Es que una nunca sabe que traumas tenga esa mujer.  Quizá en su infancia….
- Aprendió a hacerle al tío Lolo ¿no?   Qué tal Luisillo, ahora sí ya vas a acabar…
- Ahora si creo que termino hoy.  Tuve que limpiar con ácido muriático el suelo, fumigar DOS veces y después pintar todo.  Aparte de cambiar la llave del fregadero, poner llaves nuevas en la regadera, comprar el tubo para la cortina de la regadera y cambiar también, el tubo del lavabo… y ya.
- ¿Qué vivía ahí un troglodita?  Cómo es posible…
- No, que va, si presumía de fino y excelente estilista.  Eso sí se meneaba al caminar como lombriz en charca.  Sergio Antonio se llamaba, bueno se llama y presumía de ser excelente en su profesión… no sé cuál de las dos.  Y el pobre perro que tenía, siempre flaco, creí que no le daba de comer todos los días, pero sería por el montón de bichos que vivían ahí. 
- Y ¿él cómo podía vivir en ese muladar?
- Yo creo que también por eso estaba flaco. ¿Cómo aguantaban las muchachas que venían  a que les cortara o pintara las mechas?  Bueno, supongo que a eso venían… pero sí salían muy peinaditas.   Buenas noches, doña Lupe, ¿por qué tan fatigada?
- Es que supuse que ya habría cerrado la puerta.  Ya pasan de las diez.
- ¡Qué barbaridad!  Mire nomás, doña Chelita se nos fue el día en güiri güiri.  Habla usted hasta por los codos y no encontré el momento de terminar la plática, para seguir con mis quehaceres.
- Buenas noches, doña Chilita. Gracias por presentarme con todos los inquilinos. Y espero que la lengua no le duela y pueda dormir bien.
- No crea que fueron todos, faltan más.  ¿Y por qué me va a doler la lengua?  Doña… ya se fue, bueno mañana le pregunto.

Es tiempo de dejarlos descansar.  Este día como muchos otros, ya se terminó y las puertas de la vecindad se cierran a nuestra presencia y a nuestros oídos.  Ya vendremos en otra ocasión para seguir, aunque sea por encima, conociendo un poco de la vida de personas como todos nosotros.  Y por cierto, si alguno de los personajes se parece a alguien que conoces, es pura casualidad.

           < < < < < - - - - - > > > > >               2013                                                                                                                                                         


domingo, 20 de octubre de 2013

HOMBRE DE CONTRASTES

Desde abajo de la mesa alcanzaba a ver a mi madre tirada en el suelo con la cara escurriendo sangre y sus gritos : “El norte siempre gana, así que mejor mátame, mátame de una vez”.  Vi rodar por el suelo un martillo, que seguramente tenía mi padre en la mano, dando giros sobre el suelo y la cabeza de hierro le fue a pegar en la espalda.  El aullido que lanzó me heló la sangre. Para no seguir viéndola me encogí como un ovillo.  Después mamá tuvo que guardar cama varias semanas, pues el golpe le lastimó la columna.

Conforme fui creciendo me pregunté muchas veces, sin llegar a entenderlos, ¿qué los unía?  Toda mi infancia está plagada de escenas violentas, golpizas, arrebatos, gritos y sangre (siempre la de mi madre, claro).  Seguramente que a ella le gustaba, porque recuerdo a papá decirle “vete mujer, déjame en paz por ahora”, pero ella insistía e insistía hasta que lo sacaba de quicio, y no se necesitaba mucho.  Era un hombre muy violento. 

 Cuando pequeña, el abuelo vivía con nosotros y en una ocasión al ver que papá le daba una bofetada a su hija, se le enfrentó a reclamarle.  De un puñetazo en la cara lo sentó en el sillón.  El viejo era mi adoración y corrí a limpiarle la sangre que brotaba de la nariz y volteé furiosa contra su agresor.  Eso bastó para que me prensara de un tobillo, me levantara en vilo al grito de “estoy harto de esta maldita sangre”, con la intención de estrellarme en el suelo. Gracias a la intervención de un tío me salvé, pero la impresión se me quedó imborrable.

Yo no era hija de aquel hombre, a quien siempre llamé papá.  Al año de nacida mi madre se casó con él y llegaron después dos hermanas y dos hermanos.  Él era un hombre bueno a pesar de esas explosiones, quien siempre se preocupó porque estudiáramos y nos preparáramos todos por igual, para lograr una vida digna.  Su meta era que todos fuéramos a la universidad, lástima que antes de cumplir yo los 15 años se murió.  Quizá porque era masón se dedicó a cultivar en nosotros el amor a la lectura (en vez de cochecitos y muñecas nos compraba libros), el deseo de conocer y saber siempre más.

En cambio a mamá no le importaba mucho que fuéramos o no a la escuela.  Ella prefería seguir a papá donde quiera que lo enviaran:  construir una carretera o un puente, cerca de algún pueblo o en mitad del cerro.  Nosotros  lo disfrutábamos, pues corríamos libres por el campo, nos subíamos a los árboles, nos metíamos en los riachuelos que encontrábamos… en una palabra, éramos felices viviendo como chivas locas.  Cuando papá regresaba del trabajo, aunque debió estar bastante cansado, se ponía a darnos lecciones y nos dejaba tarea, para no atrasarnos con respecto a los niños que sí iban al colegio.  No cabe duda que fue un tipo especial.  Yo pienso ahora que esos contrastes eran los que tenían a mamá “embrujada”.

En una ocasión, el abuelo que se había cambiado a una casa frente a la nuestra, me enseño un baúl repleto de cosas que había ido guardando, más que nada por razones sentimentales.  Las fotos me llamaron mucho la atención:  los hermosos  vestidos de las tías, los muebles tan elegantes de la casa en que vivió,  con preciosos jardines.  Hasta entonces conocí el señorío en que vivieron mis antepasados.    También había una camisa suya de seda (para qué la guardaba?), un vestido de la abuela en gasa azul pavo con ramilletes de flores en terciopelo (¡qué hermosura!).  Había mil chucherías más en aquel ‘cofre de  los tesoros’ y todos a cual más de interesantes (y cada uno con su historia propia).
  Cuando cavilo sobre todo aquello, no entiendo cómo es que mamá prefería vivir en pleno monte, en vez de la casa que teníamos en la ciudad.  Aunque ella estaba pequeña cuando la familia se vino abajo económicamente, algo de la prestancia, la educación, el buen gusto por lo refinado debió quedarle. Quizá las ‘exigencias sociales’ de la familia fueron una carga muy pesada para ella, o simplemente nació con alma cerera.   Es una de las muchas cosas que le preguntaré cuando nos volvamos a ver.

En muchas ocasiones me hubiera gustado hablar  con papá  para saber qué pasaba en su interior, por qué en un instante se enfurecía de tal manera por cualquier insignificancia.  Como cuando mi hermano Miguel, que entretenido con sus juguetes y con apenas 8 años, no escuchó que le pedía le trajera algo.   Al ver que no hacía caso, se volteó con un formón en la mano, lo tomó de la camisa, lo levantó y ya iba a asestarle el golpe, cuando seguramente vio la carita desconcertada del hijo, que con sus ojos le preguntaba qué había hecho.  Porque algo lo contuvo, lo soltó y salió de  la casa a toda prisa.  ¿Se iría a llorar lejos para que nadie lo viera?  Nunca lo oí pedir perdón, pero estoy segura que sufría mucho al emerger de esas crisis de rabia ciega y darse cuenta de lo que había hecho o había estado a punto de hacer.  Estoy segura que nos quería mucho, tanto que el recuerdo que guardo de él, a pesar de los continuos combates que presenciábamos, es de amor y no de odio,  es de admiración y no de miedo.

Hoy, en otro aniversario más de su muerte y no sé ni por qué precisamente ahora,  han regresado los fantasmas de aquella época, buenos y malos, tristes y alegres.  Aquellas vivencias infantiles, tan llenas de lagunas, incógnitas, preguntas e incongruencias, que se quedaron flotando en el tiempo suspendido del pasado.  Preguntas, tantas, que podré hacer quizá, cuando llegue mi paso al otro lado, para aclarar todo aquello que en su momento me hubiera gustado haber comprendido.


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domingo, 13 de octubre de 2013

EL OCHO

Caminaba rumbo a la escuela, por las mismas calles, como todos los días, saludando a todos los perros dentro o fuera de las casas.  Al llegar a una curva pasó un carro a toda velocidad y alcancé a ver, por entre las ruedas,  cómo un falderillo color marrón se acercaba ladrando al vehículo y escuché claramente el tronido de sus huesos.

El coche siguió su camino y el inocente quedó tendido en mitad del asfalto.  Una terrible opresión contrajo mi estómago.  Corrí hacia él. Sus ojos estaban abiertos y volteó a verme, con una mirada llena de resignación, sin emitir un solo quejido.

Empecé a gritar desesperada para que saliera el dueño de aquel pequeñín, pero las lágrimas entrecortaban mi voz.  Una persona se acercó y me señaló una casa.  Me fui corriendo en esa dirección y me metí hasta encontrar a una mujer y un hombre en la cocina, preparando  algo en la estufa.  Traté de calmarme y explicarles que salieran e hicieran algo por su mascota.  El hombre, sin decir palabra, salió de la cocina – yo detrás de él – se acercó a un mueble, sacó una pistola y se fue a la calle.  Me detuve en la puerta sin ver para afuera.  Oí el balazo.  Me desplomé en un sillón.  El hombre volvió de la calle, puso la pistola en el cajón y se fue a la cocina a seguir con lo suyo.  Ni siquiera me miró.  Sentí como si alguien me  hubiera aventado un balde de agua helada a la cara.  Estaba aturdida y desconcertada.  Salí como autómata de aquella casa.  En la calle ya no había ningún rastro, como si nada hubiese ocurrido.

Desperté empapada en sudor.  Afortunadamente había sido un sueño.  Ya el día empezaba a clarear y el ventilador del techo giraba y giraba incesantemente refrescante.  Imposible volver a dormir.  Todo había sido tan vívido que debía haber un mensaje ahí.  ¿Sería el resultado de una situación opresiva por la que pasaba?  ¿O la sencilla explicación a algún problema específico?    Aunque pensaba que nada  me angustiaba por el momento.

Me imaginé un enorme ocho frente a mí.  Vertical:   Como es arriba es abajo, la vida y la muerte, los dos polos….   Horizontal:  El infinito, cuando un ciclo se cierra empieza el siguiente…. Sentí cómo mi cabeza se aclaraba y entendí que todo empieza y termina, aunque me duela y me empeñe en encontrar una solución. Pero eso es a nivel mental.  Mis sentimientos se adelantan siempre a mis pensamientos.

La vida continúa inexorablemente y los instantes vividos hace una hora ya son pasado y sea como sea que los viví ya no puede haber cambios, no se pueden parchar los momentos amargos, ni los gozosos.  Hay que aceptarlos todos, porque son pasado. La razón dice que así es.  Y me pregunto ¿cómo hacer que mi corazón razone lo suficiente, como para no acabar en las lágrimas ante tales acontecimientos?


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domingo, 6 de octubre de 2013

LA VOZ

 En aquellos parajes habitaban seres fuertes, de complexión atlética, que se recreaban en divertirse, cada vez con mayor agudeza, y dada su brillante inteligencia habían llegado a sutilezas muy crueles, aunque magníficas dentro de su maldad.  La comunidad entera se manejaba casi como una democracia perfecta, así que hombres y mujeres gozaban de los mismos privilegios y deberes.   A falta de la obligación de ganarse el pan con el sudor de su frente, dedicaban gran parte de su tiempo en cultivar su cuerpo, ya que las competencias eran muy  importantes, invirtiendo el tiempo sobrante en cultivar la mente.

Durante una de aquellas habituales competencias, en la que el perdedor debía arrojarse por la catarata – con la promesa de que si sobrevivía se le coronaría emperador.  Claro que nadie lo había logrado y sin embargo la competencia subsistía.  Mientras organizaban el juego, reunidos todos en la plaza principal, el cielo se oscureció en segundos y una voz suave y clara se dejó oír reprochandoles sus excesos y los instaba a recapacitar,  para que quizá evitaran el castigo.  De inmediato cayó una fuerte tormenta con rayos, que los hizo correr a todos a sus casas.  En todo el día no volvió a brillar el sol.

A la mañana siguiente llegaron los campesinos, que vivían en el valle y a quienes tenían sometidos para que les proporcionaran todo lo necesario y no preocuparse mas que de sus diversiones.  Al momento de la llegada de los súbditos, los pocos que habían empezado a meditar sobre los acontecimientos del día anterior,  se olvidaron de todo y corrieron felices para unirse a la algarabía general, que siempre terminaba en tremenda bacanal.

Pasaron varios meses y un día subió, por el único camino que unía a los campesinos con aquellos arrogantes señores de la montaña, un hombre con máscara de plata.  Se podían ver sus ojos rasgados color miel y su melena que le caía hasta los hombros.  Con paso firme se dirigió hasta la plazoleta, como si conociera el camino.  Al verle pasar todos se hacían a un lado, sin atreverse a preguntar quién era.  Ahí, con voz potente convocó a los habitantes de aquel lugar a que se reunieran, porque tenía algo importante que decirles.  Su voz resonó y atravesó los muros de las casas, los frondosos bosques y subió hasta más allá de las nubes.  Éstas se abrieron y la luna llena iluminó la pequeña aldea.  El mensaje era contundente:  ya que no habían querido cambiar su vida, sólo quedaba el castigo anunciado y aquel personaje había sido enviado para llevarlo a cabo.

Levantó el brazo derecho, hizo un rápido giro y de su brazo surgió un rayo de luz blanquísima, que encegueció a todos poniendo, al mismo tiempo, un espejo frente a cada uno.  Fue sólo un instante y después todo quedó en la oscuridad y aquellos seres fueron absorbidos por el reflejo de su propia imagen.  Un delgado rayo de luna penetró la negrura y llegó hasta el ejecutor, quien dejando sus ropas en el suelo, desapareció. 

Cuando aquellos cuerpos empezaron a reaccionar, corrieron horrorizados de sí mismos, arrojándose a la catarata o perdiéndose en el bosque.  Otros se sacaron los ojos para no verse más.  Los menos, se agazaparon en un rincón a llorar su desgracia. 

Al llegar la alborada, el pequeño grupo de sobrevivientes se dio valor y bajaron a pedir ayuda a sus vasallos.  Estos al enterarse de su tragedia, los acogieron, subieron a la montaña y generosamente los conservaron como criados.
    

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domingo, 29 de septiembre de 2013

INCÓGNITA ETERNA

Si vieras, hermano, ¡cuánto la recuerdo todavía!   Era una relación muy extraña.  A veces su rostro me era desconocido, como que se llenaba de viejas rencillas y su mirada se volvía torva, sus ojos me llenaban de impotencia, me aplastaban, me reclamaban algo que nunca supe qué era.  Mas a la luz de la luna, tendidos en la arena, tornábase dulce y tierna como un suspiro.  Entonces su amor era pleno, sin límites, se infiltraba en todo mi ser y explotaba iluminándonos hasta en las noches más oscuras.

Le gustaba dar largos paseos, dejando que la brisa mojara su cuerpo, mientras sus pies jugueteaban con las olitas que venían a besar la playa.  Al andar el viento hacía flotar su hermosa cabellera y a cada paso su cuerpo parecía perder peso, como si el aire la tomara en sus brazos , haciendo sus huellas menos y menos perceptibles, hasta que desaparecían.

Siempre viví pensando que éramos felices… hasta aquel día en el acantilado.  Un simple desacuerdo se convirtió en pelea, en gritos, en reclamaciones, en llanto… como los vientos que terminan en ciclones.  Le pedí que me explicara el motivo de su cambio, el por qué le irritaba todo.  Después de 20 años, de todo lo que hemos construido juntos en esta isla, por qué quieres borrarlo todo y huir ¿nadando? Si ni sabes.  Yo creo que eso la enfureció más y empezó a correr.  No me importa cómo, sólo quiero irme lejos de ti, dijo gritando.  Y al llegar a las peñas se lanzó al mar, sin que lograra alcanzarla para impedirlo.

Desde entonces no he vuelto ahí, hermano.  Desde entonces me siento aquí mirando a lontananza, esperando que el viento, el mar o el cielo se apiaden de mi alma y me respondan por qué  huyó de mí.

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