domingo, 2 de junio de 2013

LA HUIDA

Por fin se decidió a emprender aquel viaje tantas veces postergado.  Sacó la maleta grande – sólo esa llevaría.  Tenía que seleccionar muy bien lo que pondría dentro y cuarenta años de vida no caben más que en el interior de uno mismo.

Fue poniendo sobre la cama su ropa:  cuatro vestidos, tres pantalones, cinco blusas… sus queridos sweaters tendría que dejarlos.  Tomó sólo dos de los quince pares de zapatos que tenía.  Cuando llegó a los collares y aretes, se le hizo un nudo en la garganta – eran tantos que habría de dejar muchos y en cada uno había recuerdos, vivencias, amores.

Dejó para el último su secretaire.  Sabía que sería la parte más difícil, pero necesitaba sacar sus documentos y, por qué no, algunos de los muchos recuerdos que tenía guardados, ya que de todos los sitios donde había estado, aunque fuera algo insignificante guardaba.

Sacó el álbum de fotos, tan grueso que era imposible cargar con él.  Tendría que escoger sólo algunas, como aquellas Navidades cuando era chamaca y la familia estaba completa.  El tiempo había volado hacía atrás, con sólo verlas esos instantes y muchos otros se precipitaron en su mente, como la compuerta de un dique que se abre, trayendo el olor del bacalao, la alegría de los abrazos,  y el cosquilleo que la sidra le provocaba.  Encontró las fotos de sus XV años y revivió los nervios de la fiesta, la emoción de ser la reina del momento y los muchos sueños que tenía entonces. 

También había guardado el balero que fue de su madre, el yoyo y las canicas  junto con las muñecas de papel, que en sus juegos infantiles alternaban su hermano y ella.  Cada objeto traía una avalancha de vivencias tan frescas y presentes, que la empaparon de una enorme nostalgia.  Todo aquello no cabía dentro de una maleta.

Llegaron también los recuerdos de una orfandad a medias, de esfuerzos constantes, de silencios largos y esperanzas cortas.  Sus ojos se llenaron de lágrimas y una opresión anegó su pecho.  Al resbalar una gota por su mejilla, cerró intempestivamente la petaca.  No quería llevarse ninguna amargura, ni siquiera la  sal contenida en una lágrima de tristeza.  Todo eso se quedaría ahí, en los muros, en aquel espacio que abandonaba, en todas las cosas que dejaba.  Por eso se iba y ya nada la detendría.

Sin pensarlo más, cerró los cajones, cogió la maleta y su bolsa.  Salió de la casa y subió al primer taxi que pasó.  Y sin volver la mirada se alejó para siempre hacia un futuro desconocido, y por lo mismo, lleno de promesas.

          < < < < < - - - - - > > > > >       1990

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