domingo, 30 de junio de 2013

CONJUNCIÓN

En aquel silencio sólo podía percibir el sonido de mis pisadas y el crujir de las ramas que apartaba para seguir avanzando.  Caminaba lentamente, más por lo tupido del bosque que por ir admirando los tonos tan variados de los verdes en el follaje y los cafés y grises en ramas y troncos.  También llamaban mi atención los hermosos colores de las aves y la enorme variedad de sus cantos, tan diferentes a los sonidos de los demás habitantes del lugar.

¿Cómo había llegado ahí?  ¿Qué hacía en aquel bosque?  ¿Qué buscaba?  No tenía ninguna respuesta, pero en realidad no importaba.  Simplemente estaba y gozaba con aquellos inusuales descubrimientos, que duraron quizá una eternidad, quizá un instante.

A la distancia se distinguía una claridad,  la espesura de la vegetación se iba enrareciendo .   ¿Es qué ahí se terminaba el bosque? Para averiguarlo seguí adelante y cuando quité la última rama que me separaba de aquella claridad, me encontré ante una espesa neblina .  De ahí surgía una visión, que paulatinamente se fue perfilando en la silueta de un castillo blanco, de cuatro o cinco pisos, cada uno más pequeño que el inferior y  terminaba en una torrecilla de piedra,  que en vano intentaba pinchar el cielo.  Atrás de éste el fondo era suavemente lila y se fue encendiendo hasta llegar al violeta.

Me pareció un cuadro puramente lúdico y me restregué los ojos para cerciorarme que estaba ante mí.  El entorno se volvió azul, de un azul muy especial, como la flama de un encendedor.  Aquella increíble visión me hechizó y empecé a caminar hacia ella.  Al llegar hasta la escalinata principal vi que la puerta estaba abierta, así que  entré.  Todo estaba vacío, no había muebles, ni cuadros, ni tapices o espejos. ¡Nada!

Subí y bajé por cuanta escalera me encontré.  Todas las salas y salones los atravesé sin encontrar lo que buscaba.  ¿Pero, qué buscaba?  Algo dentro de mí me impulsaba a urgar por todos lados - piso por piso, cuarto por cuarto.  Por último llegué al torreón que coronaba al castillo con una enorme punta que pretendía hacer cosquillas a las nubes.

Cuando me asomé por una de las ventanas… ¡ahí estaba lo que andaba buscando!  Un enorme cuerpo celeste, de rojo profundo, se aproximaba lentamente hacia donde me encontraba.  Conforme se iba acercando me di cuenta que debía ser mucho más grande que la esfera en que había vivido siempre.  De pronto, el castillo empezó a trepidar,  pero no era un temblor de tierra, se podía percibir el ruido de un motor.  Sin saber por qué me asomé de nuevo a la ventana para mirar la punta de la torre que ahora parecía de acero.  Un rayo centelló  en el espacio y empezó a llover copiosamente.  La Luz me iluminó y empecé a entender. 

Aquella bola roja seguí aproximándose  directo a la punta de la torrecilla.  ¿Qué pasaría si aquella enorme mole se reventara?  ¿O si al pincharla el castillo entero quedara ensartado como un alfiler?  Los temores e ideas venían y se iban con rapidez.  Entonces, supe, no sé cómo, que la esfera sería penetrada y fecundada, permaneciendo ahí clavada creando  en un lapso de tinieblas.  Y en el tiempo exacto, nacería una nueva era, una nueva raza.

Me arrodillé en agradecimiento, dispuesta a esperar el tiempo necesario, segura de que cuando llegase el nuevo día, la vida estaría llena de Armonía.
          
          < < < < < - - - - - > > > > >       1990



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