domingo, 3 de junio de 2012

SOMOS TRECE

Caminando por las viejas calles de la ciudad, Gilberto pasó frente a una casa de antigüedades, donde vio  en el escaparate, un bargueño forrado  con pergamino gris.  ¡Era una maravilla!  No pudo resistirse y entró, sabiendo que no podía comprarlo, pero como siempre le habían fascinado los cajones, tenía que abrirlos  ¡todos! 

Un empleado se acercó.  Puede ver todo lo que guste, si algo en especial le interesa, estoy para servirle – y se retiró  A un lado había un viejo escritorio de cortina, con varios cajoncitos, también.  En uno de ellos encontró unos extraños anteojos, llenos de telarañas y papeles amarillentos.  Se los puso y notó que todo se veía extraño.  Llamó su atención un gabinete con libros, del que tomó uno, instintivamente.  Se trataba de un recetario de filtros secretos elaborados, quizá, por alquimistas del medioevo.  Por curiosidad, se detuvo en uno -  se trataba de una pócima hecha con granos de café, gran variedad de hierbas y semillas , que mostraría, a quien la bebiera, toda la gama de trebejos y escollos guardados en el rincón más oscuro de la mente, llamada “La Sombra”, donde se acumulaban creencias envejecidas, cargadas de dudas, angustias y rechazos.

Su cuerpo tembló al imaginarse enfrentándose a los fantasmas de vivencias presuntamente olvidadas.  ¿Tendría el valor de revivirlas? ¿Podría solucionarlas en el presente o volverían a hundirse  más profundo?  Se quedó pensativo y estremeciéndose cerró de golpe el grueso legajo, empastado en piel, otrora verde y ahora de color tortuoso.  Las hojas al juntarse desprendieron miles de motas de polvo, apenas perceptibles, que lo condujeron al  ensueño.

El zumbido de un taladro le provocó un ligero dolor en el corazón,  que lo despertó.  Al incorporarse del sillón donde se había acomodado sintió algo raro en su cuerpo:  las rodillas crujieron al levantarse y sus brazos temblaron con el esfuerzo.  Se acercó al espejo de un alto ropero y vio la imagen de un hombrecillo con larga barba y ojos chispeantes, las cejas enarcadas y una cálida sonrisa en los labios.   Gilberto volteó a su alrededor buscando a la persona reflejada, ya que él era más alto, de sólo 28 años, bien rasurado y con el cabello corto y abundante.  Además la indumentaria que vestía aquel personaje le era desconocida.  Al acercarse para verlo mejor, la aparición le habló.

-  No te espantes, ese que ves en el espejo eres tú, fíjate en mis ojos, ¡mírame!  ¿Qué ves?

El muchacho se sintió preso por la mirada del desconocido.  Sin embargo, en su pecho sentía un latido especial, un lazo de amor que lo unía al reflejo.  Absorto en la dulzura que se iba filtrando en él, las imágenes desaparecieron y se vio flotando en el espacio, sostenido por miles de hilos muy delgados que lo unían a otros seres, a  otras estrellas y meteoritos,  incluso al polvo cósmico.  Estaba arrobado de placer.  Aquello era mucho mejor que cualquier orgasmo.  Percibió con claridad el eterno palpitar del universo:  sus células se alejaban y regresaban a formar, nuevamente, su cuerpo en segundos, como un abanico que se abre y se cierra.

Un chasquido lo regresó al instante anterior.  Estaba  sentado nuevamente en el sillón.  Se sentía mareado.  El hombrecillo se le acercó.

-  ¿Ya entendiste de qué se trata? – le dijo mirándolo con curiosidad y bondad, como si tratara con un niño.

-  La verdad... ni siquiera puedo pensar en dónde...

-  ¡ No pienses !  Deja el raciocinio a un lado.  Dime cómo te sentiste, allá... flotando – y se quedó pendiente de sus gestos.

-  No sé... no puedo definir esa sensación de ingravidez y placer.  Se me ocurre que ha de ser como cuando estás dentro de tu madre y no has crecido mucho todavía, así que tienes un espacio inmenso para ir y venir.  Una extraña sensación de libertad absoluta y, al mismo tiempo, la total seguridad de estar protegido... ¿me entiendes? – se calló Gil, emocionado de percibir las sutiles vibraciones que habían quedado en su cuerpo.

El hombrecillo lo observaba atento, deleitado con las reacciones que Gilberto, sin saberlo, le transmitía en oleadas constantes.  Disfrutaba recordando el momento por el que también había pasado alguna vez.

Para serenarse, Gil recargó la cabeza en el alto respaldo del sillón y su vagabunda mirada iba de un lado a otro sin mirar, pero sus pupilas mandaron una señal de alarma: ¡aquel lugar no era la tienda de antigüedades!  Ahora veía muros de piedra, altos y fríos, con ventanas rectangulares sin cortinas, por donde se asomaba un cielo plomizo.  La estancia era grande, casi desprovista de muebles.  En el centro había una mesa redonda con velas:   doce velas distribuidas alrededor del borde y una más grande al centro.    El hombrecillo se acercó con una pajuela encendida e indicó a Gilberto que las prendiera.

Al encender la primera apareció, cerca de la vela, una figura casi humana.  Gil se paralizó, pero el hombrecillo lo instó a continuar.  Y con cada vela que prendía, un nuevo ser surgía.  Con las últimas dos no apareció nadie.  Gil se desconcertó y volteó a preguntarle a su anfitrión, pero antes de formular la pregunta, éste contestó.

-  Esas dos somos tú y yo, más esos diez, somos doce. Y todos somos  uno.  Fija tu mirada en el espacio que hay entre cada uno de nosotros.  ¿Qué ves?

Gilberto empezó a notar los mismos filamentos casi invisibles que había visto cuando flotara.  Ahora los percibía con mayor claridad y  sintió como si estuviera dentro de una tela de araña.

- ¡No entiendo nada de todo esto ! -  se          quejó Gil con un dejo de desesperación en su voz.

-  No te precipites.   Cada uno de nosotros doce vive en una dimensión galáctica diferente.  De ahora en adelante estaremos en contacto, mentalmente, para ayudarnos.  Ya has podido comprobar los hilos que nos unen, incluso con la 13ª. Luz.-   Al señalar la vela en el centro de la mesa, ésta se iluminó.

-  Y por qué hasta ahora he tenido que sufrir tantas calamidades, tropiezos, angustias, enfermedades... por qué no apareciste antes. -  Su voz exigía explicaciones.

-  Simplemente porque tenías que aprender muchas cosas en esta     dimensión.  ¿De qué te servirán tus nuevas capacidades? – Notó la intención de replicar de Gil, pero prosiguió.    - Por supuesto que puedo oír tus pensamientos.  Tú también lo harás muy pronto.  Y cómo te decía, al estar conectados podrás tener varias respuestas desde diferentes puntos de vista, sobre cualquier asunto y podrás tomar una mejor decisión sobre cualquier asunto. Así de sencillo. Aunque te tomará tiempo desarrollar esas facultades.-  Hizo una pausa para darle tiempo a que Gil asimilara sus palabras.

-  ¿Y ellos podrían ayudarme a resolver cosas... que están atascadas dentro de mí? -  Aquello de La Sombra lo había dejado con muchas  inquietudes.

-  Naturalmente.  Así es como funciona y como vamos evolucionando.  Durante mucho tiempo te dedicaste a buscar, recorriendo valles, rascando tumbas,  flotando a las estrellas, te asqueaste de los placeres de la burguesía y las eternas mentiras de tu sociedad.  Bien,  ya todo eso... ¡se acabó!   Enhorabuena, Gilberto. -  Sonriente, el hombrecillo le dio una palmada en el hombro y todo desapareció.
  
El cambio le produjo a Gilberto un vacío en la boca del estómago y se encorvó.  Al enderezarse se encontró rodeado de antigüedades, sentado en el sillón y el antiguo recetario en las piernas, abierto en una página en que se leía “Para conocer el futuro”.
  
-  ¿Y para qué quiero conocer el futuro?  Si ya Begú me lo dijo... ¿Begú?  Él nunca me dijo su nombre.  ¿Será que ya hay comunicación entre nosotros?  ¿Cómo será con mis otros diez?  ¿Puedo confiar en lo que me dijo ese extraño “yo”?  Sólo puedo confiar en que el futuro me lo dirá.

Se levantó y salió de la tienda de antigüedades con el viejo recetario bajo el brazo.

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