domingo, 24 de junio de 2012

POST UMBRA

A Paul Brown lo conocí cuando traté de pasar el puente.  ¿Y sus papeles? me dijo.  Me quedé muda.  No tenía ni idea de qué papeles me hablaba.  Seguramente la cara que puse lo conmovió y al hacerle un breve relato de mi situación, me ofreció trabajo en su casa.  Me dio miedo.  No conocía a aquel hombre.  Ni sabía cuáles serían sus intenciones.  Pero, no tenía a dónde volver, ni tampoco podía.

¿Cómo llegué allá?  ¿De dónde venía?  ¿De quién huía?  Bueno, hoy es un hermoso  día lleno de sol que evitará deprimirme con los recuerdos, aquellas vivencias de hace tanto años y que todavía duelen.

Verás, cuando tenía catorce años, más o menos tu edad, mi padre estando bien borracho me violó y luego obligó a mi hermano, un año menor que yo, a que hiciera lo mismo ‘para que se fuera haciendo hombrecito’.  Mientras, él nos contemplaba muy divertido, con la botella en la mano.  Nunca he podido olvidar aquella cara mofletuda y abotagada, sonriendo como un idiota.  Y, además del vicio del alcohol, también masticaba peyote.  Podría jurar que le dio un poco a mi hermanito para que se animara.

Él siempre había sido un padre amoroso, buen compañero de mamá, amigo de todos…  Pero,  empezó a juntarse con gente rara y fue cambiando.  En cosa de un año se convirtió en otra persona.   Por eso pienso que el hombre que se aprovechó de mí, no fue el hombre que me vio nacer y me arrulló en sus brazos.  Sino una bestia salvaje acosado por sus demonios y sus entuertos, porque ya había defraudado a mucha gente del pueblo.

Esa noche, esperé a que todos se durmieran y ayudada por la oscuridad me salí de la casa.  Alcancé a oír los sollozos de mi madre, que no supe si se había dado cuenta de todo o era que le había propinado otra golpiza ese hombre.  No le dije adiós a nadie.  Caminé toda la noche hasta que alcancé la carretera y me escondí en la cuneta.  Después de salir el sol, paré el primer tráiler que pasó.  Iba a la frontera y le pedí aventón.  Total, me daba igual a dónde fuera, sólo quería huir lo más lejos posible.  En el trayecto le platiqué lo sucedido a aquel desconocido que me escuchó en silencio… nunca una insinuación… nunca una mala palabra.  Al llegar a la línea, me dijo:  nomás cruzas el puente y tu vida cambiará.  Y no se equivocó.

Nunca le he contado todo esto a nadie, excepto a los Brown.  Ahora, viendo mi existencia a la distancia, quiero sacar aquella amargura que se clavó en algún rincón.  Por eso me vine al mar, para limpiarme en sus aguas transparentes y al caminar descalza por estas blancas playas, siento que voy despintando, poco a poco, la negra amargura.

 El dinero que me ha permitido vivir tranquilamente aquí, en la isla, se lo debo a la sabiduría de los Brown.  Durante 25 años trabajé con ellos y siempre me trataron como parte de su familia.  Tienen un hijo de mi edad y una hija dos años menor.  Para ellos fui como una prima.  Después de quince años en Laredo, nos mudamos a la frontera norte con Canadá.

Al principio nunca salía de casa, pues me aterraba toparme con mi padre que me anduviera buscando.  La boba de mí llegué a pensar que se había arrepentido y quería hacerme saber que seguía siendo ‘su nena’.  Por otro lado, todos los hombres me causaban asco, repulsión.  Sólo en la casa me sentía a salvo.  Me acostumbré a entretenerme con mil cosas, aparte de la limpieza de la casa,  tejía suéteres para todos,  bordaba sus monogramas en su ropa o me ponía a resolver crucigramas.  También me aficioné a leer cuanto libro tenía a mi alcance.

Después de varios años en Glasgow, empecé a sentir una extraña presencia, y no creas que por el encierro me estaba volviendo loca.  Un día vi claramente su rostro sonriente de mi padre, burlándose y los ojos clavados en mí.  De momento creí que me había encontrado.  Se me heló la espalda.  Respiré hondo y me volví a enfrentarlo… pero no había nadie.  Me lo seguí encontrando en todas partes, siempre riéndose de mí, a corta distancia.  No sabía si había muerto, pero sentía que su alma me perseguía para matarme.  No importaba en dónde estuviera, adentro o fuera de casa, siempre me sentía acechada.

La Sra. Emily notó mi nerviosismo, el descontrol en todo lo que hacía:  me pedía un vaso y le daba una cuchara, por ejemplo.  Bueno, ahora me da risa tantas barbaridades que hice, pero aquella temporada fue terrible y espantosamente larga, aunque en realidad fueron unos meses.  Cuando por fin me convencieron de que me sincerara con ellos, lo atribuyeron a mi constante encierro.  Había guardado silencio por miedo a que me llevaran con un médico y dijera que necesitaba tratamiento especial en algún sanatorio.  Ellos no querrían convivir con una loca.  Los muchachos ya se habían casado.

Un día que andaba tranquila, porque las apariciones a veces se espaciaban y otras eran frecuentes, me llevé una enorme sorpresa.  De buenas a primeras, me preguntaron si no habría un lugar que quisiera conocer.  La pregunta me cayó tan de sorpresa que no supe qué contestar.  Pero, al instante la mente me trajo los bellos paisajes de una isla en el caribe, llamada Cozumel, que había visto en un documental.  Sí, ahí me gustaría ir… es como el paraíso.  Entonces me enteré que mi sueldo lo habían ido guardando en el banco, para el día que quisiera irme.  Como casi nunca salía, muy de vez en cuando les pedía dinero.  Y en todos esos años se había acumulado una buena suma.

Al otro día fuimos a una agencia de viajes y dos semanas después subía a un barco ennooorrmeee  que me trajo hasta estas hermosas playas.  El dolor de dejarlos, aunque pensé que serían sólo unos meses y la excitación de viajar sola entre tantos extraños, me alteró tanto que no entendí que aquel trasatlántico era como un hotel, así que compré suficientes latas y una hornilla eléctrica.  Todo era tan lujoso, no le faltaba nada, había hasta un ¡elevador!  ¿Vas a creer que me perdí varias veces?  También hay un cine ¿no es fabuloso?  Y a todas horas había largas mesas con platillos tentadores, adornados con sumo esmero, para atraer a los golosos.  Pero, yo no pude comer nada de esos manjares, porque las apariciones volvieron y atrás del hombro de algún mesero, veía su cara burlona retándome a comer del plato que tenía delante y que yo sabía estaba envenenado.  En varias ocasiones encontraba una charola con alimentos en mi camarote, pero no la probaba… sabía que él me la había traído.  Así que me acabé  las latas que había llevado.

Cuando bajé del crucero, pensaba volver con mi familia en poco tiempo, pero el paisaje me fue enamorando y el retorno se fue alejando.  Las visiones las fue diluyendo este espléndido viento.  Entonces empezaron los dolores, cada vez más frecuentes, cada vez más intensos.  Ya no hay nada qué hacer.  Creo que los Brown ya lo sabían.  Cuando me subí al barco, sentí algo especial en su despedida, como si presintieran que no volveríamos a vernos.

Ya he consultado varios médicos de la zona.  Una vecina trajo una mujer que me hizo una limpia.  Tu tía me llevó con el “brujo” de Xoken  y un xmen me dijo que de tanto odio y tanto miedo se había podrido mi cuerpo.  Así que no tiene caso seguir buscando un milagro.

Por cierto, los Brown me llamaron ayer para avisarme que vendrán la próxima semana.  Ojalá todavía me encuentren.  ¿Qué a dónde voy?  Tengo una cita importante en el más allá con ese hombre.  Necesito sacar todo ese dolor y  ¡escupírselo a la cara!

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