domingo, 15 de enero de 2012

EL REMERO

Al despertar sintió el calor del sol, se estiró, se restregó la cara y abrió los ojos, desafocados todavía, como todos los días antes de saltar de la cama.  ¿Saltar?  Volteó alrededor para constatar que no estaba en su cuarto.  Por techo tenía un frondoso árbol que lo cubría y como las paredes habían desaparecido, podia ver todo la belleza exhuberante que lo rodeaba.  Un campo enorme de hierba salpicado de miles de flores silvestres.   De momento creyó que soñaba, pero poco a poco fue recordando el por qué se encontraba ahí.  ¿Había sido un sueño todo lo anterior o es que ahora estaba en un sueño?  La tristeza lo fue invadiendo hasta convertirse en miedo, para dar paso a la desesperación.  ¿Habría tomado la decisión correcta?  ¿Podría superar los pequeños obstáculos.... y los grandes?  ¿Tendría el coraje suficiente para levantarse una y otra vez, después de haber caido?  Él que siempre fue tan tímido, que siempre tuvo miedo de vivir... ¿podría?

Alfonso empezó a recordar su casa, sus padres, sus amigos... aquella despedida que le habían dado, tan conmovedora, tan llena de sincero afecto, que le había hecho saltar algunas lagrimitas.  Lo mejor para ti, hermano. Todo te será fácil, ya verás.  Vas a ser muy feliz.  Qúién fuera tú para irse a conocer el mundo.  Ahora sí vas a encontrar las respuestas que andabas buscando.  Adiós, hermano tú decides tu futuro.   Cuántos buenos deseos, pero qué tristes son las despedidas y cuántos los caminos que esperan ser recorridos.  Así partió, aunque dentro de su corazón Alfonso sentía miedo de ser él, de empezar y de buscarse a sí mismo, para bien o para mal.  Era una decisión que había tomado y no daría marcha atrás.

Se levantó de un salto, sacudiéndose el pasto pegado en la ropa y también los recuerdos, cual si fuesen hormigas que se le habían subido a molestarlo.  Empezó a caminar, tarareando una melodía, ya que le gustaba cantar y componía versos de cualquier detalle, acomodándoles la tonada que se le venía a la cabeza.   Siempre estaba tarareando, pero su canto y sus versos eran tristes, llenos de amargura.  Su corazón cantaba a las injusticias humanas o divinas, a la indiferencia de la gente, al hambre y a otras dolencias del mundo. 

Al poco rato de caminar, encontró a una campesina que llevaba al brazo un canasto con comida para los sembradores que trabajaban arriba, en el monte.  Siendo una linda moza y sintiendo las punzadas del hambre, Alfonso se acomidió a cargarle la canasta.  Sin desaprovechar la oportunidad para congraciarse, empezó a cantarle lo mejor que pudo, versos sobre una bella muchacha de lindos ojos y rizada cabellera, cuyo novio se hallaba lejos, pero su tendencia triste lo llevó a matar al novio que había partido a la guerra para salvar su patria.  La muchacha se puso a llorar y a maldecirlo por augurarle semejante futuro.  Aventándole un pedazo de pan, se echó a correr al tiempo que le gritaba 'ave de mal agüero,vete muy lejos'.  Alfonso se quedó más triste, sabiendo que la chica tenía razón, pues nadie quiere a la gente pesimista.

Continuó su camino y más adelante, al pie de una bella colina, encontró a un pastor.  La vista era hermosa y él se sentía cansado por la caminata, así que se detuvo a descansar y a platicar con aquel buen hombre, quien de inmediato le ofreció agua y comida, que aunque era muy poca la compartió gustoso con el recién llegado.  Alfonso con el deseo de agradecer en alguna forma al buen pastor, le platicó del don que tenía para componer canciones sobre cualquier tema, a lo que el pastor le pidió que cantara algo sobre sus queridas ovejitas.  Alfonso comenzó alabando la inocencia de aquellas pequñas criaturas, sus dotes y los servicios que dan al hombre, la hermosa nube que semeja el rebaño en la pradera... pero se fue desviando hacia su vulnerbvilidad ante animales más fuertes y terminó con un cuadro sangriento de los lobos atacándolas.  El pobre pastor, horrorizado ante aquel cuadro que Alfonso le describía, levantó su cayado y le propino tremenda golpiza para que se fuera a otra parte con sus cantos perniciosos.

Un poco adolorido prosiguió su viaje, no sin recriminarse por la falta de tacto. ¿´Cómo podría hacer nuevos amigos,si no controlaba su tristeza?  Así, sumido en sus pensamientos ybuenos propósitos, llegó hasta un río, ancho y caudaloso, manso y majestuosamente verde esmeralda, imposible de cruzar a nado.  En la orilla vió una barca de regular tamaño y en la proa, un hombre que distraido miraba a la lejanía.  Se acercó para pedir que lo llevara al otro lado.  Al voltear el hombre y cruzarse sus miradas, Alfonso sintió un extraño escalofrío que le recorrió toda la espalda.  Era un hombre de mediana estatura, con profundas arrugas en el rostro, el  pelo cano, de movimientos lentos y aunque no había nada especial en él, podía sentir 'algo' que lo atraía y rechazaba, al mismo tiempo.

El remero accedió y en cuanto Alfonso subió a la barca, empezó la travesía.  La corriente del río, iba desviando el rumbo, silenciosamente, aunque no había ninguno específico.  Sin darse cuenta el muchacho empezó a canturrear acerca de las profundidades del río: sus obscuras entrañas, los peligros ocultos en la corriente y veinte cosas más sque se le venían a la cabeza. El remero en silencio le escuchó, sin hacerse presente en ningún momento.  Una vez que Alfonso terminó, el remero empezó suavemente, a cantar también sobre el río:  la frescura de sus aguas, la vida que da a la naturaleza, la belleza de sus tranformaciones - ahora agua, después  nube, llubia o granizo, para volver a ser río - en un ciclo interminable y grandioso.  Incluso le hizo probar el sinsaboro líquido.  Su canto era límpido y bella su voz, la dulzura de la melodía lo atraía.  No podía evitar, Alfonso sentirse hechizado por aquel personaje enigmático y extraño.  Al finalizar, Alfonso le expresó su admiración y dentro de su corazón, calladamente, deseó llegar a encontrar la armonía interna que exhalaba aquel viejo solitario.

Leyendo el secreto deseo de Alfonso, en sus ojos, el remero lo animó a que siguiera cantando, de cualquier cosa que le viniera a la mente y a la boca.  Alfonso empezó tímidamente a cantar sobre el terruñó, siguió con su novia, sus padres, la mañana que partió, sus amigos... y fue sacando, pocoa poco, todo lo que oprimía su corazón.  El remero a cada canto amargo de Alfonso, respondía con otro lleno de alegría y optimismo.

Entre canto y canto perdieron la noción del tiempo, la noche había llegado.  El remero sacó y prendió su linterna para colocarla en la punta de una garrocha atorada en la popa, a fin de alumbrar el camino.  Al prender el farol la cara del remero se iluminó y Alfonso se percató, por segunda vez, de la atracción que ejercía aquel hombre y de la belleza de su rostro, que reflejaba la tranquilidad y armonía de su espíritu.  Al sentirse observado, el remero volteó e invitó al muchacho a que tomara el timón..  Alfonso se sintió encantado.  Poco a poco se fue tranquilizando y el miedo a la noche o a los múltiples peligros, fue desapareciendo.  Los aromas de la naturaleza los iba percibiendo con mayor intensidad y el profundo silencio de la noche, sólo interrumpido por los habitantes de aquellos parajes, lo iba embriagndo, lento, lento, hasta el éxtasis. 

Al buscar al remero para comentarle sus sensaciones, no lo encontró.  ¡Estaba solo en la barca!   No sabía si estaba sorprendido o atemorizado.  Sus ojos descubrieron al borde DE la barca, un hermoso pájaro de mil colores, que al cruzarse sus miradas, levantó el vuelo, dejando oir un canto dulce y armonioso - un canto que ya antes había escuchado.  Nuevamente, un escalofrío recorrió su espalda.  Por instinto, tomó la garrocha con la linterna, se asomó al agua con la luz alumbrándole.  Tras un  instante apareció el mismo rostro dulce y sereno del remero, con la misma mirada imperturbable del que todo lo tiene.

Tras la popa de la barca se fue formando, paulatinamente, una espesa niebla, engullendo todo el pasado, dejándolo en el olvido.  Ahora, sólo existía el remero con su linterna iluminando el río, guiando su barca hacia el nuevo día y llenando el silencio - y las almas de todos los seres que lo escuchaban - con su dulce canto ,lleno de alabanzas a la vida y al amor.

                      < < < < < - - - - - > > > > >           1986

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