domingo, 11 de noviembre de 2012

LA CASA ROJA

Todavía no se sentaba, cuando una carta encima de su escritorio le  llamó la atención.  Preguntó a su secretaria y ésta le explicó que había llegado por correo, como llega normalmente la correspondencia.  El sobre estaba timbrado y venía a su nombre:  C. Aureliano  Galicia, Comandante de Policía, XI Distrito, México, D.F. 

Otra vez solo, leyó y releyó la misiva:  La Sra. Prudencia Anzures Vda. de Huerta no murió en forma natural: la mató su familia. Me consta.  Pero no firmaba nadie.

Con frecuencia llegaban anónimos, pero la mayoría no era más que para quitar el tiempo.  Sin embargo, Galicia intuyó algo en ese ‘me consta’, que podría ayudarle a cerrar la boca de muchos, por lo que desistió de seguir su primer impulso de arrojarlo a la basura.  Pasó el asunto al Lic.  Hernández, encargado de las investigaciones.  Anita, su secretaria, mientras se le secaban las uñas, se quedó observándolo un rato a través del cristal, pensando: “este hombre no tiene ni idea de las cosas, viene de otro mundo; en el mes que lleva aquí no ha hecho nada y ahora cree haber agarrado una buena piedra, pero se va a embarrar los dedos;  ni modo, así es la vida”.

Después de una semana, cuando el comandante ya había olvidado el asunto, tratando de orientarse en aquel nido de ratas, se presentó Hernández a dar su reporte.  Entró como Pedro por su casa y sentándose cómodamente sacó del interior de su blazer amarillo con rayas negras el reporte e inició:

 La susodicha vivía en Portales – Zapata, esquina con Gómez Rueda – la enterraron  en el Francés y las vecinas dicen que en esa casa espantan.

 ¿Habrá todavía gente tan boba que crea en fantasmas? dijo Aureliano con todos los cabellos de la nuca erizados. 

 El litigante trató de continuar narrando los chismes  (así le parecían) de los vecinos, pero Galicia se negó a escuchar tanta tontera y despachó al subordinado, puntualizándole cómo debía seguir las averiguaciones (de acuerdo a su maestro P.I. Taibo III).  Se había propuesto resolver este caso. Estaba harto de los cuchicheos y chistes a sus costillas por “el dedazo” de su compadre. Les demostraría a todos sus subordinados de lo que era capaz.

Se llamó al recinto policial a cada una de los habitantes de la casa: el hermano de la occisa, hombre rubicundo y cara de niño que llegó con su hija, también gordita y medio boba que a todo repetía lo que dijo papi; la hija de la muerta, disfrazada en negro, derramando lágrimas de cocodrilo, que hablaba entre moqueos así que nadie entendió nada  y que llegó colgada del brazo de un dizque primo, con toda la facha de gigoló, afectado con una seudo bronquitis;  el chofer y dos criadas, que no alzaban la voz, asintiendo todo lo que declaraban los patrones.  Todos hablaron maravillas de la difunta y de la larga enfermedad que padeció y que, gracias a Dios, ya había terminado.  Los acontecimientos parecían demasiado lógicos y normales.  Se procedió, entonces, a localizar y llamar a declarar a tíos, primos, tías, sobrinos, etc.  Nadie sabía nada.  Mientras tanto, habían llegado dos anónimos más insistiendo en que se prosiguiera con la investigación.  Anita entregaba cada uno con maliciosa sonrisa, inclinándose sobre el escritorio para lucir su profundo escote y se retiraba contorneándose,  satisfecha  del temblor en la voz del comandante, aunque en realidad no sabía si era de gusto o de susto.
    
Galicia se sentía desesperado, como en un callejón sin salida, pero no se podía dar por vencido.  Lograría, como fuera, el respeto de todos los de ahí, y los de su casa.  Entonces se presentó un primo de Doña Prudencia que vivía en Olinco, a dos horas de Chapala;  hombre sencillo como todos los campesinos, a quienes, sin ser tontos, les causa gracia tanto un mal chiste como un acto horrible.  Con toda naturalidad aceptó que sabía que la familia había envenenado a la prima.

- ¡¿ Cómo ?! , preguntó horrorizado el comandante.

- Pues verá uste, señor autorida, hará dos o tres meses vine a la capital por semillas  y pasé a saludarla por su cumpleaños, que iba a ser o ya había pasado, bueno total.  La vi tan demacrada, la piel verdosa y los ojos amarillos, como si estuviera envenenada – porque estaba igualita que una vaca que me envenenaron a saber quién,  así que le dije lo que veía, porque nosotros somos muy sinceros y muy unidos.  Y ella me confirmó que lo sabía.  Me dijo: “será que ya se cansaron de mí, quizá ya es mi momento”.  Prude estaba bien tranquila.  Ella era muy creyente.  Siempre decía que la muerte viene del cielo y llega cuando tiene que llegar.  Así que a mi parecer, señor oficial,  no hay que buscar a nadie, no hay crimen,  pues fue de total acuerdo... o será que tenía remordimientos por lo que le hizo al marido y sería por eso la resignación...

El comandante iba de asombro en asombro.  Sus ojos de lenteja tras los cristales se convirtieron en grandes habas y con un hilo de voz, se atrevió a preguntar: ¿y qué le hizo? 
 
- Un buen día nos dijeron que se fue de viaje.  Verá, ellos tenían muchos pleitos, acabaron con todas las vajillas antiguas y, a la mejor porque ya no había más artillería valiosa, ya que la loza del diario no la tocaban.  Nunca volvió y nadie lo extrañó;  después supimos que lo enterraron en el jardín, como a los otros.... 
 
- ¿ Lo enterraron..... quiénes? 

- Pos todos, no le digo a uste que somos rete unidos y se hace todo de común acuerdo.  De lo de Prude me vine a enterar varias semanas después, porque andaba en el monte con el ganado y no me localizaron.

Hubo un silencio breve pero pesado. Galicia tenía un nudo en la garganta.  Su cara delgada se afilaba cada vez más.  No se atrevía a preguntar lo que había entendido. 

- Entonces... ¿se han puesto de acuerdo....... en otras ocasiones? 
     
- Pos, mire... uste me cae bien.  A leguas se nota que no es de la chota, se le ve clase, distinguido, bonito trajecito, una persona importante.... y en su frente se nota que es  inteligente.  Ora verá,  a ver si me acuerdo de todos.  Está Luisa, la cuñada de Prude (no soportaban cómo sorbía la sopa, le decían la cerdita). Carlos, el marido de mi prima, un hombre bien riata con todos, verdad de Dios (pero a ella le pareció un pelele y después de pasado  el año de las ilusiones ya no lo soportaba).  Teresita, una tierna criaturita, de apenas seis años, tan dulce pero tan fea, quizá por eso.... 

Sin poder seguir oyendo, el comandante se paró como resorte, apagando la tierna sonrisa que le traían al primo Higinio los recuerdos.
   
- Creo que con esta información es suficiente. Si lo necesitamos le avisaremos. 
Como pudo lo jaló de la manga de la chamarra y aunque había bastante diferencia en sus corpulencias, lo sacó de la oficina.

- Recuerde que siempre ha sido  todo de común acuerdo, señor autorida.

- Sí, sí, gracias por su colaboración. 
                  
Galicia se dejó caer en el sillón como saco de papas, con la cara y las manos sudorosas.  Cada vez las cosas se complicaban más.  Parece que todos los de la familia son una bola de asesinos.  ¡O de locos!  Salió de prisa, sin decir palabra. Quería huir, lejos de aquel maremagnum de posibilidades e incertidumbres, no pensar en ese intrincado asunto.  Quería algo que lo distrajera, que olvidara por un rato tanto enredo.  Se dirigió a un cinerama.  Otra vez se encontró  con la disyuntiva entre una de vampiros  o alguna de Disney;  se decidió por la segunda.  Después... ya pensaría por dónde retomar el asunto.

Pasaron dos semanas sin que tomara ninguna decisión sobre qué hacer con el caso No. 42177; lo había metido en un cajón de su escritorio hasta saber por dónde seguir.   Al recibir otro anónimo sintió un escalofrío que le recorrió la espalda.  Con manos temblorosas tomó el papel que le entregaba su secre  quien con cada taconeo hacía balancear  su minifalda tableada, de lo que Galicia ni se percató.  De reojo empezó a leer: “Ahora ya puedo descansar en paz, gracias”.  ¿Firma?...  ¡¡ Prudencia ¿??    Pero, cómo!  Mi madre!  qué es esto..... una burla?   Se tiraba de los cabellos, mientras caminaba como león enjaulado por la oficina.  Anita, entró maliciosamente con un vaso de agua y un calmante en la mano.  Pero con un ¡Fuera!, salió como bala. 

Mil preguntas acudieron veloces a su cabeza:  ¿quién está mandando los anónimos?  Es evidente que nadie de la familia;  el mismo norteñito  me lo corroboró y no tenía para que echarse la soga al cuello.   ¿Será esto obra de algún envidioso que quiere mi puesto?  Tendré que ir yo a verificar la existencia de la casa roja en Portales y algunos otros detalles.  Y... si resulta cierta, ¿valdrá la pena exhumar el cadáver de la tal Doña Prudencia?  Habrá que catear la casa y rascar todo el jardín, para ver si encontramos el montón de esqueletos... Tendré que hacer esto por mi cuenta, por si todo es un bien armado teatro para dejarme en ridículo.  ¡Tengo que encontrar un aliado!
  
Galicia se paseaba por la oficina cual felino en su jaula,  mientras acomodaba sus pensamientos, volteaba la cabeza para todos lados, buscando la respuesta. De pronto, la luz brilló sobre un aparato gris metálico, junto al triturador de basura, al otro lado de la sala general, que dominaba desde su oficina.  La intuición le chisporroteó dos veces, juntó todas las notas, cintas grabadas con las declaraciones, sacó el expediente 42177 y rebuscó  cualquier detalle relacionado con él, de pasada notó que los sobres de los anónimos no tenían matasellos.   No era momento para detenerse a pensar en nada y se fue derecho a su objetivo. ¡Ahora, TÚ déjame en paz! , gritó y levantando la tapa dejó caer un montón de papeles  dentro del  incinerador.  Todos alrededor se quedaron inmóviles.

Sin embargo, una semana después llegó otro anónimo.  Con sólo ver el sobre, sabía de qué se trataba.  Pensó en arrojarlo de inmediato a la basura, pero había algo raro, se sentía algo de más volumen que una simple hoja de papel.  La curiosidad pudo más y lo abrió.  Sus finos dedos  fueron entrando al interior del sobre.  Se empinó un poco para ver de qué se trataba y con la punta de los dedos sacó... un ratón disecado.  La impresión lo hizo brincar y al sacudir la mano el animalillo salió volando.  También había una nota:   “Envío el cuerpecito de esta mascota, que he sacrificado, para que poder llegar a la verdad.  Prudencia”.

- Y ahora, ¡qué es esto, no entiendo nada!  ¿De qué se trata?  Me largo en este preciso momento.  Me quieren volver loco. 
-          
Su secretaria tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa, ya que sin poder oír su voz sólo veía cómo gesticulaba, se sentaba, se paraba. Galicia salió de la oficina, casi a la carrera, rumbo al despacho del director.  La chica entró de inmediato para leer el anónimo.  Después de cinco minutos, el jefe regresó con la misma prisa, sin mirar a nadie.  Cogió su portafolios, metió  varias cosas  y salió con la misma carrera, sin decir palabra, mirando sin ver, sólo parecía  que lo perseguían.  Tan atontado se veía que pareció no oír unas risitas, a sotovoche, en la sala general.  Mas se quedó pegado a la puerta antes de cerrarla.  El tono fue subiendo, hasta convertirse en sonoras carcajadas de todos.  Anita con el ratón seco cogido de la cola, les preguntó de quién había sido la ocurrencia.  Todos se veían unos a otros esperando  que alguien alzara la mano, pero nadie lo hizo.     En ese momento el Director apareció  a indagar el por qué de  tanta algarabía.  Todos callaron. 

- Anita, por favor cuando regrese su jefe le dice que pase a verme. 
- ¿Regreseeee? 
- Sí, claro.  Me dijo que sólo se ausentaría unas horas  para atender un asunto personal.  ¿Qué no le dijo nada a usted?  
- No... es que... no estaba aquí cuando él salió.. pero no tenga cuidado yo le aviso.  El director regresó por donde vino.  A todos se les borró la felicidad y una interrogación pintó sus caras.

Antes de  tres horas, apareció el jefe Galicia,  tranquilo, luciendo unos lentes oscuros, pequeños como sus ojos y con una  bolsa de papel estraza, en donde traía tremenda torta cubana.  Entró a su despacho, apartó los papeles del escritorio, extendió una servilleta de papel y colocó su espectacular almuerzo.  Srita. Fernández, tráigame un café, por favor.  Ana sonrió asintiendo y al levantarse se tropezó con el basurero, desparramando por el piso varias revistas y periódicos.    Risueño y despreocupado Galicia se dispuso a disfrutar su olorosa comida y gozar, disimuladamente, de las caras atónitas de todos en la sala general, empezando por la de Ana, que ni se acordó de darle el recado del director.  Cuando bien había acabado de deleitarse chupándose los dedos, llegó el director al cubículo reclamando su falta de atención al mensaje que le dejó.  Galicia se paró, se excusó, fueron bajando la voz mientras entraban, cerraron la puerta. 

- Tenemos resuelto el caso, Sr. Director.  El primo veterinario que me encontré cerca de la casa en cuestión  , cuando andaba en mis investigaciones - ¿recuerda que le comenté? - me dijo esa vez,  que periódicamente la familia Huerta ha comprado varios ingredientes, siempre los mismos.  Cuando supo el objeto de mis pesquisas, se puso a hacer experimentos con esos productos, mezclándolos en diferentes proporciones.  ¿Y qué cree usted?  El ratoncito que le dije me llegó esta mañana, murió en cosa de una hora, sin dolor.  Eso fue hace dos días.  Lo puso a un lado para después avisarme... pero se enfrascó en otro asunto.  Hoy lo encontró momificado.  ¡ Se secó en menos de 48 horas!!  También encontró varias de las notas de compra, nunca quieren factura.  Con las que podremos  comparar las fechas con las desapariciones.  Necesitamos una orden de cateo. Veremos si hay más cadáveres en el jardín además del marido de doña Prudencia y si los demás fueron enterrados en el panteón, saber de qué murieron.  El  pastel está listo para echarle la mordida, Sr. Director.  ¿No le parece?

- Lo felicito Galicia, no cabe duda que el General supo bien por qué lo puso en este lugar.  Sin duda se sentirá muy orgulloso de usted.  Y yo también.  Se despidió con un fuerte abrazo y salió del despacho.

A las dos semanas el Director reunió a todo el personal para anunciarles:  Quiero comunicar a todos ustedes que el Lic. Aureliano Galicia, hasta hoy jefe  de esta sección, ha demostrado una tremenda pericia y amplia experiencia al esclarecer el intrincado caso de la Casa Roja.  Tomando en sus propias manos el asunto, descubrió cómo se llevaron a cabo las muertes y cómo operó el cerebro maquiavélico de todo esto.   Por lo tanto, ante el despliegue de tan extraordinario talento, nuestro honorable compañero ha sido ascendido a la Procuraduría General, con carácter de urgente.  Por lo que, a partir de mañana vendrá otra persona a ocupar su lugar.  Mil felicidades Sr. Lic. Galicia, todos nos sentimos muy orgullosos de haberlo tenido entre nosotros y estamos seguros que seguirá ascendiendo y cosechando grandes éxitos.
 
Todo el personal estaba con la boca tan abierta que no pudieron decir nada, sólo  aplaudieron.

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