sábado, 20 de octubre de 2012

CUESTE LO QUE CUESTE (2a.parte)

-  Ah caray, pues sí que tendré que exprimirme un poco la memoria.  Al hombre de la foto lo recuerdo.  No viene gente de su talla muy seguido  por aquí.  Pero… el asunto…

-  ¿No tiene usted algún expediente o registro de sus asuntos?-  La voz de Eulalio era apremiante,  hubiera querido que un relámpago iluminara la mente de ese hombre.  – Mi abuelo vino en tres ocasiones, aquí tengo las fechas de los cheques que le dio.  Haga un esfuerzo, por favor.  Le pagaré muy bien por sus servicios.

-  Sólo conservo los expediente durante cinco años y algunos especiales, máximo diez.  Si… el señor vino a verme por un caso de infidelidad, como la mayoría, pero… de momento no puedo decirle más.  Si gusta dejarme la foto, haber si viéndola mi memoria se despierta otro poco.

  -  Le dejaré también mi teléfono para que me informe de cualquier cosa que recuerde, por banal que le parezca. Pero, por favor, no deje recado con nadie, ni siquiera su nombre.

-  Sí, comprendo.  Como le dije soy muy discreto.  Hasta pronto.-  Eulalio salió desilusionado por la poca información obtenida.  Al abrir la puerta, Salazar comentó  -  Me parece que tenía algo que ver con su nuera, pero no me haga mucho caso, le llamaré con más datos.

Mientras bajaba las escaleras del edificio, Eulalio se preguntó si su madre habría convencido al abuelo para espiar a su propio hijo.  Quizá, siempre había visto que tenían una buena relación fraternal y lo habría convencido con lágrimas o quejas o porque pensara en la separación o…  La cabeza le daba vueltas.  Entonces, ¿su madre había contratado aquel matón?  No, no, ni pensarlo.  Un nudo se le hizo en el estómago.  ¿Habría descubierto algo gordo, Salazar?   Pero el abuelo no se lo habría dicho a mamá.   ¿Y él mismo buscó la solución?

Pasaron dos semanas sin saber de Salazar.  Eulalio le llamó varias veces sin resultado alguno.  Sería que no había recordado nada o…  Se decidió a hablar con su abuelo y presionarlo para que le explicara lo que había pasado.  Aunque podía meterse en un asunto privado del abuelo y sin conexión con sus padres.  Finalmente se decidió a preguntar a quien podía tener respuestas, al menos sobre los cheques.

-  ¿Por qué no dejas todo enterrado con tu padre y te olvidas del pasado?  Nada vas a remediar con revolver la ciénega.  Mira, hijo, bastante trabajo me ha costado olvidar todo, para que ahora tú…

-  No puedo, abuelo.  Me prometí a mí mismo que encontraría a los asesinos de mi padre y no voy a darme por vencido.  Cueste lo que cueste.-  Eulalio se sentía furioso de que lo siguiera tratando como a un niño al que hay que ocultarle la verdad, por su propio bien.

-  ¿De veras quieres conocer a los asesinos de tu padre?-  respondió don Gaspar, tratando de controlar su coraje, al sentir la provocación del nieto.  Se levantó del sillón detrás del escritorio de su despacho, con los puños crispados.  –Pues bien, ya que eres tan hombre como para hacer promesas estúpidas, te diré que el asesino vive en tu casa.

-  Pero… yo sólo vivo con mi madre.  ¿Qué estás insinuando?-  grito Eulalio furioso.

-  Que ella.. ¡ella!  fue la culpable, esa mujerzuela, esa zorra…

-  ¡No te permito que hables así de ella!  Aunque seas mi abuelo.-  Se levantó como resorte para enfrentar a aquel hombre que de pronto sentía odiar con todas sus fuerzas.

-  ¿No querías saber la verdad “cueste lo que cueste”?  Pues ahora ya abriste la puerta de la vergüenza de tu familia.  Y tendrás que oír lo que con tanto dolor he guardo estos años.-  El semblante del anciano cambió de pronto, su acostumbrada arrogancia sucumbió a la de un hombre abatido y desolado.  –Tu madre tenía un amante y quería divorciarse de tu padre.  Y en esta familia una mujer nunca desprecia a un Garza Peña.  No iba a permitir que nos pusiera en ridículo.  Cuando tuve en mis manos las pruebas del investigados, hablé con ella y traté de hacerla razonar,  que pasara desapercibidas  las ligerezas de su marido y siguiera siendo una Señora.  Prefirió ser la querida de un sátrapa.  No iba yo a aceptar el descrédito que ello significaría.  Así que contraté a alguien  y que resultó tan imbécil que se murió del choque, según me contaste.  Sin embargo, la suerte estuvo de su parte:  ese día habían peleado, ella cogió el choche para largarse y tu padre alcanzó a subirse del otro lado ¡donde ella debía haber estado!  Tu padre nunca supo lo que yo hice.

-  Por eso fue que los trámites para localizar al asesino no prosiguieron, tú habías fraguado toso.-  Con los ojos llenos de lágrimas, Eulalio miraba asombrado al guiñapo humano que estaba sumido en el alto sillón.

-  ¡Sí!  Y por eso mantuve a mi hijo en ese estado.  ¡Para que ella sufriera y le remordiera la conciencia de lo que hizo!  La odio por tanto dolor, por tanta vergüenza…-  El viejo se inclinó sobre el escritorio y escondió su cara entre los brazos.

Eulalio estaba pálido, le costaba trabajo respirar.  Aquello era una pesadilla.  –Entonces… las atenciones para con mi madre eran comedia.-  El anciano meneó el brazo en señal de desdén.  –Y tu cariño hacia nosotros ha sido comedia, también…

-  ¡No, eso no!  Tú eres mi esperanza, mi heredero.  Te he preparado para que te hagas cargo de todo, cuando me retire.  Nunca lo dudes, ¡eres mi orgullo!-  La voz de don Gaspar era anhelante para que creyera en su sincero amor.

Eulalio se puso a pasear por el amplio despacho, sentía una lápida en sus espaldas .  Respiraba hondo para equilibrar tantas emociones y poder pensar.   La rabia, la decepción, el desprecio… y una impotencia sorda de no poder cambiar el pasado.  ¿Cómo podría seguir llamando abuelo a aquel hombre tan diferente al que siempre respetó y amó que ahora resultaba el responsable de la destrucción de su familia. Después de un rato, más sereno, se detuvo delante del escritorio.

-  Está bien.  Tendré que creer que soy tu heredero y tu orgullo, para continuar adelante.-  Caminó hacia la puerta y continuo,  -Así que tú empezarás a tramitar tu jubilación de inmediato.-  Antes de salir, volteo y con voz aparentemente tranquila, sentenció.  –Y no quiero encontrarte aquí mañana, en MI despacho.-  Cerró la puerta.

Se sentó en la banca de un parque cercano.  Las piernas no lo sostenían.  Estaba mareado.  Acabó vomitando.  Un sudor frío le recorría el cuerpo, se tendió en la banca como vulgar indigente.  Nada le importaba ya.  Su mundo se había hecho polvo con la confesión que acababa de escuchar.  No podía aceptar nada de todo aquello.  Hubiera querido correr de nuevo al despacho del abuelo y comprobar que nada había pasado, pero su cuerpo no reaccionó.  Al cerrar los párpados, su espíritu lo llevó a otro lugar, lejos de su realidad.  Cuando despertó, el piar de los pájaros volando a sus nidos, le indicó que la tarde había caído.  Se enderezó.  Al menos, el mareo había pasado.

En su corazón no aceptaba que su madre era aquello que el anciano había asegurado.  ¿Cómo podría averiguar la verdad?  Lo que dijera su madre no lo creería, la versión de los hechos del accidente eran muy diferentes a lo sucedido.  ¿Quién no estaba mintiendo?  Sus noches se vieron plagadas de pesadillas e insomnio.  No asistió a la oficina en varios días, alegando una gripe inexistente.  Tenía que tomar una decisión:  olvidar todo o seguir adelante, ¿cueste lo que cueste?  ¿Tendría la fortaleza de afrontar más revelaciones dolorosas?

Su madre, preocupada por su estado e intuyendo algo más profundo, le preguntaba de continuo, ¿qué te pasa, por qué no me cuentas?  Había pensado bien la forma de preguntarle, sin lastimarla.

-  El otro día, hurgando entre expediente muy viejos, encontré unas fotos tuyas con un hombre bien parecido, tomados de las manos.  Se veían medio acaramelados.  ¿Era algún galán que te asediaba, a pesar de estar casada?  Porque en la fecha de la foto yo tendría siete años.

Magdalena se turbó visiblemente y le entró una risita nerviosa.  –No, Lalo, ese muchacho era un amigo de la escuela que por aquel tiempo volví a encontrarme.  Un buen amigo con quien charlar.  Yo vivía confinada a mi casa y mis obligaciones.  No tenía con quien salir a tomar un simple café.-  Con un nudo en el estómago, le pregunto, como por casualidad.  -¿Le enseñaste esas fotos a alguien?

-  ¿Y a quién le pueden importar?  Eran sólo tres: una en el restorán donde te tiene tomada de las manos, otra caminando y tú vas tomada de su brazo y en la otra te besa la mano, no sé si de bienvenida o despedida.-  La voz de Eulalio parecía monótona, casi indiferente.  -¿Y cómo se llamaba el galán?

-  No te pongas celoso.  Francisco Krueger siempre fue un muchacho muy gentil, hijo de padre alemán y educado en un régimen medio militar.  Fue mi pretendiente en la universidad, pero cuando conocí a tu padre, todos los demás desaparecieron.  Me enamoré locamente.

Sus ojos se entornaron hacia la ventana y brillaron tiernamente con el recuerdo, dejando resbalar algunas lágrimas por sus mejillas.  Eulalio no supo si esas lágrimas eran en recuerdo de su padre o del amante frustrado.

Ahora ya tenía los datos que necesitaba.  Fue al despacho de Salazar para que se encargara de localizar al tal Krueger,  condiscípulo de su madre.  Necesita hablar con él de frente. Mientras los días de espera se volvían semanas, hubo telefonazos, sin respuestas claras.   En su interior se sentía dividido entre su madre y su abuelo – ¿quién mentía, quién decía la verdad?  Los dos significaban mucho para él.

Por fin, Salazar llamó y le dio todos los datos que había podido obtener y algunos detalles que recordó sobre el asunto del abuelo, aunque le parecían triviales, pero resultaron muy interesantes para Eulalio.  El muchacho vivía en Monterrey y trabajaba en la misma empresa de su tío.  ¡Eso sí que era buena suerte!   ¿Se conocían… quizá amigos… quizá cómplices?  Otra vez el torbellino le revolvía la cabeza y el estómago.  Hizo los arreglos para salir lo antes posible  al encuentro del pasado.  Un pasado que no le pertenecía y que no podría cambiar, pero del que pendía su futuro.

No le costó trabajo encontrar a Francisco Krueger. Era coordinador de mercadotecnia.  Sin saber bien cómo abordar el tema, pidió una cita.  Fue una charla informal. Al cabo de una hora le había contado casi todo lo que Eulalio quería saber.  Cuando vivía en México le ofrecieron una buena plaza en Aceros <Monterrey y como dos años después llegó su tío Jacinto, a quien había conocido por Magdalena y a veces salían a dar la vuelta.  Aquella pequeña amistad se fortaleció cuando Jacinto se mudó al norte y de vez en cuando se visitaban.

-  Mi tío… ¿no le dijo por qué se vino a vivir acá?  ¿No le contó lo que le sucedió a mi padre?-  le preguntó directamente Eulalio.

-  Si mal no recuerdo me dijo que la iniciativa había sido de la empresa, él ya trabajaba para Aceros en el DF.  De la muerte de tu padre  me enteré hace poco.  ¿Había algo más que contarme?-  comentó con cierta extrañeza.

-  Perdone la pregunta, pero ¿mi madre no le escribía o se comunicaba con usted?  Es que ustedes eran buenos amigos  ¿no?

-  Si, entre tu madre y yo hubo una buena amistad.  Nos vimos varias veces poco antes de mudarme a Monterrey.  Creo saber por dónde vas y te puedo asegurar que nunca hubo más que una sincera amistad.  En aquella época ella sufría mucho por las calaveradas de tu papá, y perdona que lo mencione, pero supongo que estás enterado de eso.  Tu madre necesitaba con quien desahogar su desesperación ante las infidelidades del hombre a quien tanto amaba.  Yo creí estar enamorado de ella cuando estudiamos en la universidad, aunque nunca se lo dije y por eso con gusto la apoyé, al menos escuchándola.  Después de que me vine, no volví a saber qué decisión tomó.  Me supongo que se quedó junto a él hasta su muerte.

Eulalio pasó todo el día deambulando por la ciudad.  Quería distraer su mente de todo ese peliagudo asunto.  Había muchas discrepancias con la versión de su tío y la del abuelo.  Decidió esperar el fin de semana para encontrarlo en su casa.  Le llamó por teléfono y se invito a comer el sábado.

El otro día estuve platicando  ¿con quién crees, tío?, con el antiguo amante de mi madre.  Sí, Francisco Krueger y de pilón resultó buen amigo tuyo.  Por qué no me platicas como fueron realmente las cosas, porque tengo todavía algunas lagunas.

Eulalio contemplaba con una sonrisa burlona la palidez que de pronto había transformado la cara de Jacinto, quien al dejar la copa en la mesa del jardín, no atinó a ponerla derecha, tirando todo el líquido.

-  No tengo idea de lo que te haya contado Paco, para negar que fue amante de tu madre.  Nos hicimos amigos cuando llegué aquí.  Durante un almuerzo que me dieron de bienvenida… y por el apellido…  Sí, se me acercó para preguntar si era pariente de Magdalena.  Así fue… así empezó la relación.  Porque en el trabajo es muy difícil que nos veamos… él esta en un edificio y yo en otro.-  Hablaba con rapidez, como tomando las ideal al vuelo y las iba hilvanando.

-  Eso no es lo que me contó Salazar. Sí, el investigar que tú ya conocías, por no sé (ni me interesa) asuntos turbios y fuiste tú el que llevó ahí al abuelo, ¿o no?  Por alguna causa supiste que mamá veía a Krueger y te surgió la posibilidad de destruirla,  ¿o al que querías destruir era a papá?-  El tío se levantó aventando la silla, lleno de furia, sin ceder ante lo inevitable.

-  Ya te dije que conocí a ese fulano aquí, en Monterrey.  Tampoco conozco a ningún Salazar.  Ya no sabes de dónde inventar a los “asesinos” de tu padre.  Torciendo lo que nunca pasó.-  Eulalio se había resbalado un poco en la silla, con las piernas estiradas disfrutando de la ‘puesta en escena’, mientras Jacinto lo miraba con desafío y temor, deseando haberlo convencido para darle vuelta al asunto.

-  No sabes cuánto quisiera creerte tío, pero las pruebas que tengo en la mano, dicen lo contrario.  Fíjate que revolviendo cajones me encontré muchas fotos y negativos viejos, todos entremezclados. Con toda paciencia me puse a revisar las fotos una por una y encontré las que incriminaban a mi madre.  Se las enseñé a Salazar y confirmó haberlas tomado él.  Espera, tío, todavía falta.  Hasta ahí no apareces tú, pero, ¿qué crees?  Me puse  también a revisar los negativos y encontré detalles interesantes, por lo que las mandé revelar todas en las que aparecían pruebas de la “traición de mi madre”.  Y ¿sabes?, lo curioso es que en dos apareces tú.  Claro que esas no llegaron a manos del abuelo.  Se ven muy felices los tres, departiendo un rato juntos.  Mira, te traje una copia para tu álbum de recuerdos felices.-   Dejó caer sobre el vino derramado una foto a media carta, donde Francisco besaba la mano de Magda y el tío aplaudía.

Jacinto se quedó viendo fijamente la foto, paralizado.  Desenmascarado se dejó caer en una silla, cubriéndose la cara con las manos, durante un momento.  Sabía que su sobrino estaba frente a él, esperando, retándolo y como hombre tenía que responder.

-  Te dije que dejaras el asunto en paz.  ¿De qué te ha valido remover tanta porquería?  ¿Con eso vas a resucitar a tu querido papito?  Lo único que estás haciendo es apresurar la muerte de tu abuelo.  Estoy enterado de cómo lo tratas desde que tomaste la dirección de la empresa.  ¿Eso te hace feliz, ahora estás satisfecho?  ¿No quieres saber por qué odiaba a tu padre, el consentido del abuelo, el eterno genio, el de los dieces...

-  Guárdate tus justificaciones, no me interesan.  Sí, estoy muy satisfecho de haber reivindicado el honor de mi madre y también los años de agonía de mi padre, a quien TÚ clavaste en esa cruz.  Quédate con todo el veneno que has acumulado y ¡que te aproveche!

Cuando salió de la casa, sin despedirse de nadie, lo único que deseaba era llegar al hotel para llamar a la casa de los Garza Peña y saludar al anciano dueño de esos espacios, a quien otra vez podía llamar abuelo.

              < < < < < - - - - - > > > > >       2003

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