sábado, 13 de octubre de 2012

CUESTE LO QUE CUESTE (1a.parte)

Luzca para su alma la luz perpetua, así sea.  Descanse en paz el alma de nuestro querido hermano, amén.  Queridos hermanos, recordemos que...  Las palabras se fueron diluyendo en el silencio del cementerio y Eulalio sólo volvía a ver el horrible aparato colgando del techo y un hombre... ahí... suspendido.  Le dijeron que era su padre, el mismo que ahora estaban enterrando.  Vamos Lalo, ¿no vas a echar un puño de tierra al féretro?  El niño volteó espantado, sin saber dónde se encontraba y salió corriendo.

Aquel domingo que habían ido a comer con sus abuelos, porque los primos de Monterrey estaban de visita, fue el más amargo de su vida.  Después de la comida, su prima Angelines, deseosa de llamar la atención, le preguntó a Lalo si visitaba seguido a su papá. 

Claro que no, papá viaja constantemente y ‘casi’ no lo vemos.  Por ahora está en medio oriente, no recuerdo dónde.

Entonces, ¿todavía no te lo dicen?   preguntó maliciosamente la chamaca, unos años mayor que Eulalio, mientras en sus ojos brillaba un relámpago de malicia.

Decirme ¿qué?,  Para que te haces la misteriosa.  Lo que quieras decirme, dilo,, contestó Lalo irritado y con un nudo en el estómago, ante la provocación de la prima.

Encantada, primito, le contestó sarcástica.

Subieron a la parte superior de la casa y al final del pasillo le indicó una puerta.  ¡Ahí está tu papá!  Lalo se paró de golpe.  Esa puerta había estado prohibida para todos... bueno, para él y su hermano.  ¿Qué había adentro que ellos no debían ver?  La mirada retadora de Angela le dio el coraje suficiente para abrirla y saber.  Tuvo que dominar el temblor de su mano al coger la perilla de la puerta.

Angelines  lo empujó, seguida por su hermano y los dos primos , con paso firme.   Entraron a un cuarto grande, con pocos muebles, todos  pegados a la pared.  Del centro del techo colgaba un aparato de madera donde un hombre estaba suspendido, casi en el aire y parecía dormido.  Saluden a su papá muchachos, no sean mal educados, dijo Angelines con toda la sorna posible.  Tanto Eulalio como Tomás se quedaron atónitos ante aquel espectáculo que parecía sacado de una novela de terror.  Los dos estaban engarrotados.  De súbito Lalo echó a correr gritando y Tomás cayó al suelo sin sentido.
  
Hubo necesidad de llamar al doctor de cabecera para que atendiera a los nietos.  Para Angelines hubo un severo castigo por su indiscreción.  Doña Magdalena tuvo que llevar con entereza el mutismo de sus hijos hacia ella, durante muchos días.  Para sentirse más fuerte se había quedado con sus suegros a enfrentar la situación, aunque después de tres días decidió irse a casa para apartarse de aquel cuarto que les oprimía el corazón a todos. 

Todos los días Magdalena se despertaba con la angustia de que ese día sus hijos le pedirían explicaciones.  Pasaron dos, tres, cuatro semanas sin que se tocara el tema.  Hasta que llegó lo ineludible.  Eulalio que era el mayor, de 14 años,  inteligencia despierta, alto, simpático y decidido, tomó la palabra:  Queremos saber si eso que está en casa de los abuelos es nuestro padre y por qué nos lo has ocultado.  Su voz temblaba por la rabia de sentirse traicionado, al igual que el temor de lo que su madre contestaría.  Tomás, de apenas 10 años, delgado, de carita angelical, estaba parado junto a su hermano.

En efecto, ESO es su padre.  Magda había pensado cien veces cómo se los explicaría y tragándose las lágrimas, respiró hondo y de la manera más sencilla, les habló de la integridad de su padre, su tesón, carácter y empeño que ponía en todo lo que hacía.  Así llegó a tener un cargo de alta administración en la empresa de su padre.  Siempre fue generoso con aquellos que respondieron y enérgico con el reglamento para que saliera adelante la fábrica.  Como tampoco se dejaba sobornar se granjeó muchos enemigos.  Hacía más o menos ocho años, ellos iban a una fiesta de la oficina y los embistió una camioneta que enfiló directo hacia el coche.  El chofer huyó. Tras el golpe, ella quedó medio inconsciente  hasta que los rescataron.  A él no lograron matarlo,  aunque en el estado en que quedó hubiera sido mejor.   Su abuelo por protegerlos  y teniendo los medios para ello, se lo llevó a su casa y todos decidieron que sería mejor no decirles la dolorosa verdad – ¡eran tan pequeños!  La maraña se fue haciendo grande, porque nadie supuso que podría sobrevivir tantos años.  Siempre supo que algún día tendría que decirles lo que realmente pasó, pero e rezaba porque no fuera antes del entierro de Ricardo.  No quería que lo encontraran ni siquiera en su cama, mucho menos en ese aparato en el que lo suspendían para evitar se le llagara el cuerpo.  ¡Cuánto he pedido todos estos años porque no lo volvieran a ver vivo!   Si a eso se le puede decir vivir. 

Un año después, finalmente, murió Don Ricardo Garza Peña y pudo descansar en la sepultura.  Después de nueve años de sufrimientos y esperanzas frustradas, llegó la redención para todos, pero en el corazón de Lalo había nacido el deseo de venganza.  En la tumba de su padre le prometió que algún día encontraría a sus asesinos.

Los muchachos continuaron sus estudios y la vida siguió su curso aparentemente normal, pero Eulalio recordaba aquella promesa todos los días y sentía que ello le ayudaba a ser sobresaliente en todo.  Su madre y sus abuelos se sentían muy orgullosos de él.  Así pasaron 10 años.

Antes de terminar su licenciatura en derecho, se había ido involucrando en los negocios del abuelo.  Hallaba el tiempo suficiente entre sus obligaciones, para escudriñar los asuntos en que se había involucrado su padre.  Había sido un hombre recto, pero no un tirano e incluso encontró cartas de agradecimiento de muchos obreros por el apoyo que les había dado.  Entonces, ¿dónde estaban los enemigos?  ¿Habría existido con los mismos intereses, a quienes hubiera perjudicado?  Con esta idea en mente se dedicó a indagar entre los empleados con más de 20 años de servicios.  No encontró pista alguna.

Cualquier pequeña organización que surgió en el pasado, sucumbió pronto ante las prestaciones tan generosas que el abuelo había establecido para todos los trabajadores.  Tampoco su padre, cuando tomó la dirección general, hizo cambios que perjudicaran a nadie.  No le quedaba mas que pensar que pudiera haber sido un asunto de faldas.  ¿Su madre lo supo o no quiso que él se enterara de la infidelidad de su padre?  Pero, ¿qué clase de relación tan torcida se había conseguido para que una mujer lo mandara matar?

Se decidió hablar con su tío Jacinto, el padre de Angelines y el hermano mayor.  Era el único que podía saber algo. Así que pidió unos días de descanso y sin decir nada a nadie se fue a Monterrey.

-  Tu padre fue muy especial.  Tuvo muchas aventurillas, como todos los hombres, pero nunca se jactó de ello ni me las contó a detalle.  Francamente no creo que aquello fuera sino un terrible accidente.  Deberías dejar el asunto por la paz y no seguirte envenenando las entrañas.  No lograrás nada.

-  No, en las fotos del accidente se ve claramente que el auto los embistió directamente, eso fue a propósito, tío.   El cuerpo de mi padre recibió todo el impacto e impidió que le pasara algo a mamá.  De seguro que logró ver al otro carro segundos antes del impacto.  ¿Cómo es posible que con todo el dinero del abuelo no hallan encontrado al causante?

-  Papá se sumió en una terrible depresión y no quiso seguir con los trámites de la investigación.  Y la policía, aunque lo sigue de oficio, le da poco importancia cuando no hay ‘incentivos’, tu sabes, ¿no?

-  Aunque haya estado muy deprimido, el coraje de ver a su hijo en ese estado debió de haberlo impulsado a seguir.  El abuelo no es cobarde, siempre lo he visto luchar por lo que desea.  No puedo acertar su postura… a menos que…

-  A menos que… ¿qué?  Ahora, qué se te ha ocurrido para enredar más las cosas.

-  Que quizá sí encontraron al culpable y el abuelo no quiso o no podía hacer nada contra él… ¿por qué?-   Eulalio clavó sus ojos directamente en Jacinto como queriendo meterse en su consciencia y conocer lo que él en verdad sabía.

-  No tengo ni idea de a qué te refieres.  Si algo así pasó, papá nunca me lo dijo.  Yo me vine para acá poco después del accidente.  No soportaba ver a mi hermano convertido en un vegetal.  Si no me crees es tu problema.

Esa posibilidad, que era lo único que le quedaba, se incrustó como un clavo ardiente en su cabeza, y la esperanza de encontrar la verdad incrementó sus fuerzas.  Empezó a buscar entre los papeles del abuelo, con pasmosa lentitud para que la señal, aunque muy débil, no pasara desapercibida.  De los estados de cuenta del banco sacaba el nombre del beneficiario, cotejándolo con los clientes de aquella época.  Un tal Antonino Uh Salazar, que apareció en tres ocasiones, no tenía ninguna conexión con la empresa.  Eleazar Marín había recibido una fuerte suma, dos días antes del accidente y en el talonario había sólo ½, ¿la mitad de qué? y el nombre del sujeto no volvió a aparecer.  Sin querer hacerse ilusiones, se puso a la tarea de encontrarlos,  aunque fuera bajo las piedras.  Pero tendría que hacerlo solo, no se arriesgaría a involucrarse con terceros, que podían venderse.

Al primero que localizó fue a Eleazar, aunque demasiado tarde.  Había muerto al día siguiente del accidente, confirmándole los familiares que había huido tras chocar con otro vehículo y ocultándose en su casa murió desangrado.  Eulalio estaba seguro que aquel hombre había sido el causante de todo.  Entonces ¿realmente sí fue un hecho fortuito? Pero, lo del pago no encajaba.

-  ¿En dónde trabajaba el Sr. Marín? -  les preguntó a las dos mujeres que dijeron ser hermana y cuñada del difunto.

-  No tenía chamba fija.  Conseguía trabajitos por aquí y por allá – dijo una de ellas y, con cierto recelo, la otra añadió – Le hacía de todo, a usted… se le ofrece “algo especial”? porque tengo otro hermano… La primera le dio un codazo que Eulalio alcanzó a percibir.

-  Bueno, sí tengo un trabajito especial, pero vendré la próxima semana para hablar directamente con él.  ¿A qué hora estará?

-  Eustaquio siempre se levanta muy tarde, así que si viene antes de las dos, segurito que lo encuentra.

Tardó casi dos meses en encontrar a Salazar, ya que se había cambiado varias veces de domicilio.  Llegó a un edificio medio antiguo, subió las escaleras buscando el número y le sorprendió encontrar en la puerta una placa que decía “investigador privado”.  El despacho era sencillo y con escaso mobiliario.  Un hombre delgado y menudo, con poco pelo y facciones de cuervo, se levantó al verlo entrar.

-  Antonio Salazar, investigador confiable y discreto, para servirle, si me es posible.-  Le tendió la mano cortésmente.

-  Sr. Salazar, espero que tenga usted muy buena memoria y me pueda ayudar, ya que el asunto que traigo sucedió hace 19 años.  Usted hizo un trabajo  para mi abuelo Gaspar Garza Peña.  Aquí  le traje su foto.

          < < < < < Continuará > > > > >       2003

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