domingo, 5 de agosto de 2012

HERENCIA FATAL


Eran las cuatro de la tarde cuando María Elena llegó a casa de su hermana, Catalina.  Aunque era pleno mayo, llevaba  abrigo, una mascada en la cabeza y lentes oscuros.  Afortunadamente, la encontró en casa.  Catalina se alarmó con su llegada sin previo aviso y tan entrapajada.  Nada más entrar, Malena se le abrazó y empezó a llorar desconsoladamente.  -¿Pero qué te ocurre, cariño?, ven vamos a sentarnos.  Al quitarse los aditamentos, se quedó muda al ver los golpes en la cara de su hermana y los moretones en los brazos.  -¿Qué te ha pasado, te caíste o es que alguien te ha lastimado de esa manera?

Entre sollozos, la chica fue contando  lo sucedido:  Estábamos a punto de comer y vi que no había pan, así que fui a la tienda de enfrente.  Un muchacho se acercó a preguntar por una calle. Compré el pan y regresé.  Al entrar Lalo me agarró con tanta rabia como si quisiera desbaratarme, me sacudió y me golpeó diciendo que yo era una mujerzuela…. y otras cosas peores.   -Pero, ¿qué le pasa a tu hermano… tiene problemas en la oficina… o algo que tú sepas?  Un poco más tranquila, Malena prosiguió:  No,  no es la primera vez que me insulta y me pega… pero sí la última.  Ayúdame, Cata, deja que me quede contigo, en dos semanas cumplo los 18, ya no podrán ellos hacerme más daño.  -¿Ellos?  -Sí, Cata, los tres son un encanto de hermanos.  Si supieras… por favor, por favor protégeme, ya no puedo más.  Y su llanto era desesperado.

Catalina temblaba como una hoja.  Ella vio nacer a cada uno y los ayudó siempre.  Qué les había pasado a sus queridos hermanitos para ser capaces de… ella dijo “si supieras”.  ¿Qué más faltaba por saber, cuánto ha callado esta criatura y durante cuánto tiempo?  Se cubrió la cara con las manos y empezó a llorar desconsolada.  No puede ser, esto es una pesadilla.

Cerca de las siete de la tarde, el teléfono sonó.  Eduardo quería saber si Malena había ido a visitarla, en tono despreocupado.  -Ella vino a verme  porque está muy golpeada…  -Pues, qué le pasó?,  preguntó Lalo fingiendo preocupación, lo que hizo que a Catalina le hirviera la sangre.   -¿Qué no sabes TÚ qué le pasó?  -Seguramente se rodó las escaleras otra vez, es muy… despistada, comentó con tono burlón.  -Será mejor que se quede unos días conmigo para que se reponga.  -Claro, claro, Catita, en tres días voy por ella, sin esperar más colgó.  Cata hubiera querido decirle tantas cosas… pero cuando lo tuviera enfrente.

Al otro día desayunaron tranquilamente.  Catalina había preparado un rico desayuno para agradar a su hermana.  -Lo que siento, es que estos días que estés aquí perderás tus clases.  -No te preocupes, hace mucho que no voy al colegio.  -¿Cómo… pero, por qué?  -No hay dinero para mí, yo en esa casa soy la criada.  Desde que murió mamá, los tres se dedicaron a escupirme su odio por haber sido su consentida.  - ¡Pero eso fue hace cinco años!  Por qué nunca me dijiste nada.  A Catalina se le hizo nudo el estómago sintiéndose  culpable, impotente y desesperada.  -Tú estabas muy ocupada con tu marido, tus hijos, tu casa…  - Perdóname, Malenita, por egoísta.    -No te culpes, por favor, aunque hubieras preguntado, no te hubieran dejado conocer la verdadera situación.  Y a mí me tenían amenazada y pisoteada.  Catalina se levantó y fue a abrazar a la pequeña que había sido la alegría de la casa desde que nació y a quien quiso como si fuera su hija durante sus primeros cinco años, antes de casarse, deseando borrar todo el dolor que se reflejaba en lo profundo de sus negros ojos.  Las dos lloraban por todo lo que no había sido.

Malena despertó muy inquieta el día que Eduardo había quedado en ir por ella.  Catalina tratando de calmarla le aseguró que ya había hablado con los muchachos y habían prometido cambiar su actitud.  -¡No, no, Cata, no me pidas eso!  Prefiero huir a cualquier lado, menos volver ahí.  Las manos le temblaban y el horror se dibujó en su cara.  -Dime, por amor de Dios ¿a qué tanto temor?  Malena apenas y podía hablar, el recuerdo de lo sucedido la aterraba como si hubiera sido ayer.  – Tienes que decirme por qué esa desesperación.  -Es que, una noche volvieron de madrugada , borrachos y felices porque habían visto un strip tease y para que yo supiera de qué se trataba, se empezaron a desvestir mientras cantaban y bailaban.  Se fueron excitando… y terminaron… abusando de mí.  -¡¿Quién fue el desgraciado?!    -¡Los tres!  - Oh, no es posible, si nuestros padres estuvieran vivos… ¡Dios mío, no es posible!  Dime, cuándo fue eso.  -Pocos meses después de enterrar a mamá…- Pero si eras sólo una niña ¡de 13 años!  ¿Cómo fue que se convirtieron en bestias?  Catalina se paseaba por la estancia con tanta rabia que le había secado sus ojos.  -¿Por qué no dijiste nada, por qué no me avisaste?  -Me encerraron durante varios meses… pusieron candado al teléfono…

La voz de Malena fue bajando de tono, era casi un susurro, sin altos ni bajos, como autómata y cual si contara la historia de alguien más.  -Yo no tenía voluntad de nada… la ausencia de mamá, los desprecios e insultos de ellos y lo que me hicieron… no tenía fuerzas para pelear, no había con quien hablar, vivía en un infierno, perdóname, Cata.  -Si tú no tienes la culpa de nada, levanta esa carita y te aseguro que ya no tienes nada que temer, siempre fuiste mi bebé y te defenderé contra quien sea.

Varias horas más tarde llegó Eduardo por Malena. Catalina lo recibió echando chispas por los ojos.  -Llevé con un médico a Malena y los golpes no fueron de una caída, sino que alguien se los causó.  Por lo que ya levanté una demanda en contra de ustedes tres.  Así que ella se queda conmigo.  La situación tomó a Eduardo por sorpresa.  -Seguro que te habrá llenado la cabeza con mentiras, esa piojosa.  -¡Esa piojosa es tu hermana!  Tú vistes de casimir importado, mientras a ella la visten en el mercado, si acaso.  -Nosotros trabajamos y tenemos que estar bien presentados.  -Ella también trabaja todo el día en la casa y merece más respeto.  -No sirve para otra cosa… ah, por eso quieres que se quede, ya conseguiste gata.   -¡Lárgate de esta casa!  Y no quiero volver a verte jamás.

Catalina iba a ver a su confesor, necesitada de hablar con alguien.  Desde que su esposo, Miguel, murió se había refugiado en la religión.  -Padre José, ya no sé que más hacer con Malenita, ya le he contado de sus largos silencios ,  pero cada vez son más frecuentes.  Es como si estuviera en otro lado, muy lejos.  Le hablo y me contesto yo sola para ver si la animo, pero ella ni cuenta se da.  Y a veces, de pronto empieza a tirar lo que se encuentra a la mano contra el suelo o la pared.  Después vuelve a su mutismo.  Me siento maniatada, sin saber cómo ayudarla.  -Reza, hija mía y pídele a Dios…  -Con sólo rezar no gano nada, tengo que hacer algo.  -Tranquila, hija, no desesperes.  Déjame pensar un momento… te voy a traer algo.  No, no es un rosario  El cura se levantó de la silla y a paso lento se acercó a uno de los libreros que había en la sacristía.  Movió unos libros y de atrás sacó un frasco-gotero  ámbar.  Con sumo cuidado puso todo en su lugar, de nuevo.    -Ay, hija, estas reumas se agudizan con las lluvias.  Me prometieron traerme una matita de mariguana, que macerada en alcohol, es buenísima para darme fricciones, no para otra cosa, porque ya no tomo ni el vino de consagrar, ya no doy misa porque no aguanto estar parado.  Catalina quería que se dejara de tanta cháchara y le diera el frasco… de lo que fuera, si iba a ayudarlas.    -Mira, hija, este frasco contiene un tranquilizante muy potente, llamado láudano.  Le vas a dar a tu hermana TRES gotas, ni una más.  No lo dejes a su alcance.  Confío que esto le ayude a salir de su depresión.  Es natural con todo lo que ha sufrido, así que háblale de cosas alegres, de cuando era bebé, por ejemplo.   Ve con Dios y que su Luz las cobije.

En la pared principal de la sala estaba el retrato de los padres , con marco de madera tallada.  Amalia, la madre, estaba sentada luciendo un vestido de raso verde Nilo, bordado en el escote y subiendo por los hombros, su cabello rubio rojizo, recogido en alto, permitía que sus ojos de avellana reflejaran una mirada dulce y tranquila,  en la mano derecha tenía un abanico de nácar cerrado.  A su lado, de pie, el padre, Armando, vestido de frac, de cabello negro, bigote recortado y mandíbula ancha, cejas pobladas y una mirada profunda que seguía a quien estuviera frente a él. 

Catalina sorprendió un día a su hermana viendo fijamente el retrato.  -Qué hermosa era mamá ¿verdad? Comentó Cata.  -En esa foto se ve como una reina y ese vestido está… increíble.  -Pues todo mundo dice que eres igualita a ella.  -¡Estás loca?  ¿Yooo parecerme a mamá ¿ pero si no soy más que una…  -Mira, te voy a demostrar que sí; te peinaré igual que en ese retrato que fue el último de la buena época, la última fiesta que hubo… bueno, ya verás que con el vestido…  -¿Tienes ese vestido?!!     -Sí lo tengo muy bien guardado.  Vamos a mi recámara.  A los pies de la cama, Catalina tenía un arcón de Olinalá, que al abrirlo el suave aroma de la madera llenó la pieza.  Puso el vestido sobre la cama, muy bien envuelto en papel de china.  Poco a poco los pliegos de papel volaron, hasta descubrirse la belleza de aquella confección.  Malena lo tomó con delicadeza y se lo sobrepuso en el cuerpo, mientras Catalina le recogía la melena en la coronilla.  -Ahora vete en el espejo ¡qué bárbara! Ves cómo te pareces a mamá, quien te viera así creería que resucitó.  Malena contemplaba hechizada el vestido ¡se sentía diferente!

Después de un rato, Catalina se sintió inquieta ante el mutismo de su hermana.  Sus ojos veían más allá del espejo.  -Bueno, Malenita, vamos a guardar el vestido, ya lo viste y cuando tengas una fiesta muy elegante…  Al tratar de quitarle el vestido que Malena sujetaba con todas sus fuerzas,  Catalina no midió el jalón que dio, rasgando un hombro, lo que hizo rodar por el suelo la pedrería.  -¡Estúpida!  Mira lo que hiciste.  Y le soltó una bofetada en la cara, haciendo que Malena volviera al lugar donde estaba parada.  -Perdóname, Cata, yo no quería… yo te ayudo, te lo coso y no se notará.  -Olvídate que existe, no volverás a tocar el vestido de mamá, es lo más preciado para mí.  Ese mismo día le puso un candado al arcón. 

Pasaron los meses en una aparente tranquilidad.  Catalina daba clases en un colegio, por las mañanas y Malena se ocupaba de la casa, las compras, la comida, etc.  Sin embargo, se daba tiempo para subir y ponerse el vestido de mamá.  Con él vivía, bailaba y cantaba imaginando las fiestas que sus padres daban a numerosos invitados, cuyos nombres y rostros cambiaban, así como el motivo de la reunión.

Una de esas mañanas llegó Eduardo decidido a llevársela, aunque fuese a rastras; no habían conseguido una criada tan sumisa como ella.  Al verla vestida como su madre, se puso furioso.  –Estúpida, mal nacida, quién te crees que eres.  –Lalito, mi niño qué bueno que vienes a verme.  – No te hagas la tonta, te vistes de gran señora y no eres más que una zarrapastrosa … al tiempo que le daba una bofetada.  Malena despertó de su sueño y la presencia de su hermano la hizo temblar.  Pero ya no le tenía miedo.  Sin pensarlo mucho cogió un atizador de la chimenea que tenía a la mano y se le fue encima hecha  una fiera.  A Eduardo le tomó tan de sorpresa la iniciativa de Malena que se  quedó paralizado un segundo, mismo que ella aprovechó para asestarle un golpe que lo derribó. Una vez en el suelo, se sintió poderosa y le siguió golpeando una y otra y otra…. 

 Ese día, casualmente, Catalina no iría a comer a casa pues tenía que quedarse a una junta en la escuela. Lo que le permitió a Malena limpiar la casa.  Como a las nueve de la noche llamó por teléfono Luis y Cata contestó:   - ¿Qué se te ofrece?  No puedes olvidarte…  No, no he visto a Eduardo y ¿qué quería viniendo aquí?  Ah  ¿siiii? y yo que me la creo.  Espera,  Malena, has visto a Lalo, nuestro hermanito Luis dice que vendría esta mañana    -No ha venido nadie hoy.        –No, Luis, no lo hemos visto, ni queremos saber nada de ninguno de ustedes.   -¿Qué crees, Malena?  Según Luis, Eduardo iba a venir a pedirnos perdón. ¿Creerá que somos tan tontas para tragarnos ese cuento?    -No hay nada de que pedir  perdón, ya todo quedó enterrado.  – ¿Lo dices en serio, Malenita?  Qué gusto me da que no guardes resentimientos contra nadie en tu corazón.

Un día, Catalina, canceló la última clase, ya que no se sentía bien.   Al entrar en la casa le sorprendió la música.  Fue directo a apagar el aparato y lo que vio la dejó helada.  ¿Era el espíritu de su madre?  Después de unos segundos se dijo que tenía que ser su hermana.   Malena bailaba y bailaba en éxtasis alrededor de los muebles, sin percatarse de su presencia.  ¡Detente! le gritó furiosa, sin obtener respuesta.  Presa de indignación persiguió a su hermana sin llegar a sujetarla, sólo lograba pisar el vestido y desgarrarlo, enfureciéndola más.  Por fin la agarró bien del talle, rompiendo el lazo de seda que colgaba por la espalda.  -¡Detente! no te hagas la sorda, mira mi vestido… ¡mira lo que has conseguido!  Las fuerzas le faltaron, se sostuvo en un sillón y se desmayó.  El final del disco coincidió con el golpe de su cuerpo en el suelo.
¿Qué te pasa, Cata?  Trató de levantarla, pero el cuerpo flácido resultaba muy pesado.  -Oh, Dios mío, qué hago.  Y se acordó de las gotas milagrosas que Catalina le daba y la hacían sentirse mejor.  Corrió a la cocina por el frasco. 

Estaba dando las gotas a Cata, cuando llamaron a la puerta.  El padre José se quedó sin aliento al ver a la difunta Amalia frente a él.  -Buenos días, padre Jerónimo, qué gusto de verle, llega justo a tiempo.  No cabe duda que Dio me lo envió.  El cura desconcertado por la aparición que tenía enfrente, se atarantó más al ser confundido con su antecesor.  -Pase por favor, padre, vamos a la sala.  Catita hizo uno de sus berrinches y le dio el soponcio.  Aquí está tirada en mitad de la sala, pero no puedo levantarla.  Ya le di las gotas que me recomendó y nada.  Así que le di un traguito, pero tampoco reacciona.  ¡¿Un… traguito?!!  Al tiempo que sus ojos encontraban el frasco de láudano en una de las mesas laterales.  -Vamos a sentarnos, padrecito, mientras las gotas hacen su efecto.  Ella tomó asiento en el sofá bajo el retrato de sus padres.  El cura lo hizo en un sillón frente a ella, permitiéndole observar asombrado el parecido de doña Amalia y su hija:  el mismo vestido, ahora deshilachado por el tiempo, el peinado, los modales…  Malena hablaba de cosas que el sacerdote no escuchaba.  Y en medio, Catalina, en el piso, inmóvil.  El tic-tac del reloj sonaba impasible  ante la presencia de la muerte.  Ese monótono ruido se iba haciendo cada vez más fuerte en los oídos del párroco, al igual que los latidos de su corazón.  Sentía que se ahogaba.  Tenía ganas de correr.  ¿Cuánto más podría soportar aquel cuadro?

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