domingo, 19 de agosto de 2012

FRENTE A SU SOMBRA

Abrió lentamente las cortinillas del nicho.  Sus manos temblaban  al recordar la sentencia:  “Te encontrarás con tu sombra y te fundirás con ella, si quieres continuar”.  Los ojos de Godofredo captaron la figura que había en el centro multiplicada en los espejos a los lados y por detrás en aquel receptáculo.  El frente de la estatuilla era la de un joven apuesto, pero la parte posterior, medio borrosa en el  reflejo, parecía deforme.

 Instintivamente, alargó la mano para tocarla:  era de bronce y estaba fijada al piso.  La hizo girar y se enfrentó al ser amorfo con mayor claridad.  Los fríos ojos de metal atrajeron la mirada de Godofredo y de inmediato fueron apareciendo en su pantalla mental escenas olvidadas:  el descenso del ataúd de su abuela, su primer encuentro con la muerte; las burlas y abusos de algunos compañeros de colegio por ser huérfano;  las exigencias absurdas de su madre, a quien creía haber perdonando; el recuerdo borroso de un padre desaparecido...   Visiones  de tiempos remotos en los que nunca antes había pensado.

Bajo todo aquello existía una rabia ciega que afloraba cada vez que se enfrentaba a situaciones  en las que no podía defenderse, sino doblegarse y aceptarlas contra su voluntad.  Esa punzante impotencia que le mordía las entrañas, que lo atenazaba y le impedía continuar.  Además, algo muy profundo lo detenía ante un infranqueable muro, algo que había logrado ocultar, aín a sí mismo.  Y en ese instante sus ojos  descubrieron una gruesa cicatriz en medio del pecho de aquella figura metálica.  La marca mordió su propio cuerpo con dolor.

Con la respiración entrecortada, cerró las cortinillas.  No sabía por qué, pero tenía miedo.  Y un pensamiento fugaz cruzó por su cabeza:  era extraño que la causa de esa ‘gran herida’ no apareciera en su expediente.  Ni era posible que no lo supieran.  ¿Entonces, cómo era  qué le habían dado la oportunidad de ingresar? ¿O sería que Miguel tenía un alto cargo?  Ni pensarlo, las palancas no existían en el grupo.  Por lo pronto, no podía ni siquiera imaginar la razón, así que continuó con sus tareas.

Todo empezó aquella tarde cuando charlaba con Miguel.  Se habían ido a un tugurio llamado el Búho Calvo.  Se pusieron a hablar de lo fantástico que sería  entrar en uno de esos clanes, poderosos, semi-invisibles, pero con grandes metas a lograr, aunque ello implicara arduas tareas.  Miguel observaba a su amigo, el entusiasmo con el que se adentraba en el tema y, a boca de jarro, le preguntó si le interesaba “en verdad” ser un miembro activo.  A Godofredo se le iluminó la cara y se irguió de un salto.
- ¡Naturalmente!
- Pero... los reglamentos son muy estrictos-  le comentó Miguel.
- No importa, creo que desde siempre he tenido ese deseo.  No sé por qué.
- Será que en tu familia oíste de alguien que perteneció a un grupo de estos, preguntó Miguel.
- Hasta donde yo sé,  nadie en la familia ha estado en algo así- le confió a su amigo.
Miguel se le quedó mirando fijamente como queriendo entrar a su interior y conocer sus verdaderas intenciones.  Godofredo sintió un frío intenso que lo paralizó.  Su intuición lo movió y acercando su silla a la de Miguel  en un susurro le preguntó -¿Es que tú sabes.... ú perteneces...?    - Cálmate, voy a ver si puedo averiguar algo por ahí.-  Con una sonrisa a medias le palmeó la espalda, para cambiar a otro tema del todo diferente.

Después de un mes Miguel llegó como portavoz de la triste noticia:  al parecer los contactados no estaban muy seguros de la sinceridad de su intención.   Miguel volvió a preguntarle si estaba seguro de dedicar su vida, casi por completo, a una disciplina ardua y constante.  Godofredo temblaba de frustración, su corazón se le subió a la garganta y medio tartamudo, le dijo – ¿Qué si estoy seguro? ¿Cómo quieren que se los demuestre!  Que me digan qué hago!  Estaba tan feliz esperando la respuesta y todo se ha esfumado.   Fue un sueño que estuvo a punto de volverse realidad.
  
Once días después recibió una nota, dejada bajo la puerta de su casa, citándolo  en un céntrico hotel de lujo, el lunes siguiente a las 5 p.m.  En el Salón Gótico encontró a cuatro personas cómodamente instaladas en mullidos sillones.  La entrevista fue totalmente informal.  Las preguntas que le hicieron no se basaron en un tema particular y bien podría decirse que se trató de una reunión social.

Pasó otro mes sin saber el resultado.  Hasta que un día Miguel apareció con una enorme sonrisa y la dirección para recibir las primeras instrucciones.  Después de los abrazos le dijo –Será un año de muchas pruebas, sobre todo contigo mismo, difíciles y duras, durante las cuales tendrás que demostrar, a muchos, tu disciplina y perseverancia.   Si las superas te aseguro que no te arrepentirás.  El triunfo vale la pena.

Los meses transcurrieron rápidamente, entre las muchas actividades que le imponía su ingreso en el grupo y, por otro lado, la preparación de su tesis.  Siguiendo las instrucciones recibidas.  Lo primero fue ir al Archivo General para localizar su expediente.

Llegó a un enorme edificio en el que se guardaban los registros de todos los miembros, desde los de los aspirantes hasta los de los fundadores.  Al abrir su carpeta, Godofredo se asombró al ver un reporte del día anterior, así como la cantidad de datos personales ahí anotados.    En varias hojas había claves y referencias.  Una de ellas le llamó la atención:  orígenes.

Preguntó al encargado de la sección, quien le indicó que se dirigiera a la sala izquierda de la planta alta.  Ascendió por una escalera de piedra rosada y barandales finamente trabajados en hierro forjado, que arrancaba desde el centro del salón y a media altura se abrían dos brazos.  Dentro del recinto había hileras de enormes estantes repletos de documentos empastados y ordenados alfabéticamente.  Al abrir el correspondiente a él, encontró la historia de su vida y la de sus antepasados, ¡hasta la séptima generación!, con todos los detalles y datos – muchos que ni él mismo conocía.  Quedó impresionado.

Al final del informe sobre su bisabuelo había una referencia:  Misiones I y al final de los suyos decía: Misiones III.  -No sabía que mi bisabuelo había pertenecido a este grupo. Mamá nunca mencionó nada al respecto. Será que nunca lo supo. Pero ¿quién es el II, un tío, el abuelo.... mi padre?  ¿Será por eso que mamá nunca ha querido hablar de él, ocultándose en el dolor que le causa recordarlo?  Y por supuesto que su madre no hubiera podido explicar lo que ella misma nunca comprendió aunque lo aceptó a sabiendas, pero ¡estaba tan enamorada!  Siempre creyó que su lealtad a esa agrupación había sido  más grande que el amor a su familia.  Un día el padre partió en una misión de la que ella nunca supo nada, ya que cuando se casaron sólo  le había contado lo que le era permitido, pero nada sobre su firme propósito en seguir venciendo obstáculos y lograr subir peldaños, que algún día heredaría a su primogénito. 

Siguiendo la lista de actividades, llegó un día al Salón de los Nichos.  Al abrir la puerta del recinto sintió el aire pesado, lo que denotaba que pocos lo frecuentaban.  Era de forma circular y cubriendo los muros  había tres hileras de nichos, como urnas fúnebres, con una puerta de cristal y sobre ésta, los nombres.  Al encontrar el suyo tomó una llave pequeña que venía dentro del sobre de “Instrucciones” y la abrió. Se detuvo, tomó aire varias veces.  Sabía lo que encontraría:  su lado oscuro, donde se esconde todo lo que no se desea reconocer de sí mismo.  ¿Se trataría de otro legajo de notas con todos sus “pecados”, debilidades y falsos valores?  Cuando vio la estatuilla se quedó sorprendido. - ¡Otro símbolo que descifrar!  ¿Por qué usarán tantas  claves?  ¿Por qué será mi sombra tan deforme... por dónde habré de comenzar?

Al ingresar como aspirante, se le asignó un asesor.  Hubiera preferido hablar con Miguel, pero sabía que no le permitiría brincar jerarquías.  Su asesor le aconsejó buscar fotos de su infancia, de sus estudios, que rebuscara todo lo posible en sus doce primeros años de vida.  Era necesario sumergirse y obtener toda la información posible de cuanto hubiese ocurrido entonces.  Era importante que supiese cómo era la relación de sus padres cuando nació, por qué su madre eludía hablar del padre, además del marcado rechazo de la familia hacia ellos.  Tenía que enfrentar la verdad, fuera cual fuera. Godofredo salió sintiendo que la  tarea era más grande que sus fuerzas...., pero sabía que lo lograría; sólo era cuestión de dejar reposar las aguas, y el tiempo no estaba de su parte.
 
Aprovechaba cualquier momento para ir de un lugar a otro, buscando datos que lo llevaran a la siguiente pista. Habló innumerables veces con su madre, viajó para  obtener informes de los parientes, rebuscaba en todos los expedientes a su alcance, deambulaba de un edificio a otro, asistía a la universidad con la misma entrega que dedicaba a seguir la investigación, trabajaba en su tesis y anhelaba alcanzar la meta que a veces se acercaba provocándolo y otras se deshacía como el hielo en su corazón ardiente.

Dos semanas antes de la Ceremonia de Iniciación, el  Consejal  llamó a Godofredo a su despacho.  El hombre frente a él tenía rasgos duros, pero mirada bondadosa, el cabello abundante y canoso.  Lo invitó a sentarse en el sillón de cuero situado frente al escritorio de nogal, tras el cual aquel hombre de ojos negros y profundos proclamaba su jerarquía.

- Has tenido tiempo para revisar tus archivos y conocer, tanto tu historia como la de tus antepasados, con el fin de que sepas por qué eres como eres.  Estás en la recta final.  En catorce días se dará la bienvenida a todos aquellos que hayan logrado su metamorfosis y, entonces, se aclararán las últimas dudas.  Deberás esforzarte mucho todavía, pues te falta un buen trecho por recorrer.  Por último, quisiera hacerte una observación:  no se trata de que los dos lados de tu figura sean igual de hermosos, sino que los ames por igual, los reconozcas y los aceptes.-  Sin darle tiempo a responder nada, concluyó  -Eso es todo , puedes retirarte.

Godofredo dedicó todo su tiempo a largas meditaciones, recapitulaciones de vida, abstinencias, ejercicios de limpieza corporal y energética, así como   masajes.  Todo encaminado a llegar hasta la raíz de cualquier sentimiento adverso y liberarlo.  Así llegó a descorrer los velos de su mayor culpa: la traición a sus amigos: la gran cicatriz en el pecho de su sombra.  Tenía que arrancarse la máscara de las disculpas y empezar por aceptar que si la única salida era la muerte, aunque fuese todavía un chamaco,  esa debió escoger.  Había actuado como un cobarde y no podía seguir negándolo.

Subió por la ladera de un monte hasta el peñasco que dominaba parte del valle.  La tarde apenas comenzaba y los rayos inclinados dibujaban ya algunas sombras.  Se paró con las piernas separadas, subió los brazos al cielo pidiendo su guía e inició la práctica del vaciado profiriendo sonidos, palabras inconexas, sílabas sin sentido, en voz queda.  Poco a poco la voz fue subiendo de tono hasta convertirse en grito... bramido... aullido.  Su cuerpo sudoroso se retorcía mientras los recuerdos caían como un alud incontrolable.  Volvió a sentir las pinzas ardientes en su piel, los toques eléctricos en sus genitales, la gota que constante le caía en el cráneo, la desesperanza agónica de que aquello terminara. -¿Hasta cuándo?   Hasta que nos des el nombre de tus colegas... si no, seguiremos y seguiremos.

Un alarido de dolor llegó a las nubes y quebró su aura:  Sentía cómo su cuerpo se deshacía en pequeños pedazos.  Al igual que un gran ventanal se estrella al recibir el golpe de una piedra, las astillas rasgaban su cuerpo al salir.  Cayó de rodillas y lloró como niño, aquel niño lleno de rabia que no podía defenderse de los adultos y la profunda impotencia que se arraigó en su interior por el rechazo de la propia familia  hacia su madre y hacia él por ser el retrato de su padre, sin que hubiera podido comprender entonces  los motivos.  La extracción de esas raíces le rasgaban las entrañas.   Lloró el hombre y lloró la criatura, hasta agotarse, hasta sangrarse las manos golpeando la tierra.  Sin más fuerzas se tiró de bruces, ¡no quería pensar!.  Y entonces su inconsciente se abrió para dejar salir lo que ya no podía esconder, esa energía que lo había envenenado tanto tiempo.  La armonía de la naturaleza que lo rodeaba iba reemplazando lentamente los huecos que había ocupado el dolor.  El sol poniente ya se ocultaba y los últimos rayos iluminaron su cuerpo.  Ahí permaneció hasta el anochecer.

Llegó el día esperado, Godofredo se levantó al despuntar el sol, se sentía sereno y con una extraña sensación de ligereza.  La ceremonia se llevaría a cabo a las 7pm y hasta entonces, los aspirantes sabrían si habían sido aceptados. ¿Qué pasaría si lo rechazaban?  ¿Podría volver a solicitar su admisión?  Estaba pendiente el examen profesional... y ¿después?   Todo el día estuvo en un hilo, como esperando una llamada importante que sabía que no llegaría.  El evento no se cancelaría.  Llegó la hora para salir hacia la Casa Rectoral.

Había veinte candidatos, todos vestidos de traje azul agua, camisa blanca y corbata rayada en guinda y negro.  Volteó alrededor buscando una cara conocida, no había ninguna, sólo el mismo nerviosismo y angustia que sentía él. Se sentó en uno de los sillones de cuero y esperó a que le llamaran.  Tratando de aparentar serenidad, igual que los demás, nadie sabía qué hacer, ni tenía ganas de conversar con el vecino.  Por fin, llegó su turno.

Traspasó unas puertas de madera oscura labrada. Se encontró en un cuarto relativamente pequeño, de paredes blancas y desprovisto de muebles.  Sólo estaba el Concejal, que sin decir palabra le indicó que se parara en el centro, donde estaba él.  Vestía una capa negra con forro de satín guinda, que llegaba al tobillo, la que le daba mayor prestancia y resaltaba la armonía de sus movimientos.  Dio varias vueltas, en un sentido y en otro, alrededor de Godofredo, antes de hablar.   ¿Has visitado el nicho con tu esfinge últimamente?  Estoy seguro de que la cicatriz del pecho estará casi borrada.-  Sonrió con dulzura.  – Has hecho un magnífico trabajo, que requirió dedicación y la fuerte convicción de lo que deseas.  Tu padre se ha de sentir muy feliz. 

Godofredo se quedó helado. Su padre había muerto cuando él era pequeño, aunque su madre seguía rehusando hablar del asunto.  ¿De dónde lo conocía este hombre?.  Por unos segundos se le nubló la mente, como si se hubiera producido un corto circuito, tras el cual retornó a los sucesos presentes,  al momento que el Consejal veía alrededor de su aura y le decía:  No cabe duda que vienes de un linaje muy elevado ¡mira que hermosas alas.  ¡Enhorabuena , muchacho, lo lograste!  El camino que te espera tendrá más responsabilidades que el de la mayoría... pero de eso hablaremos luego.  Ahora, ¡adelante!

Se abrió una puerta disimulada del lado derecho.    Al primer paso dentro de la gran sala, le pusieron una capa igual a la del Consejal.  Se situó en medio del tapete guinda que iba directo hacia la mesa central, ocupada por siete hombres con toga blanca.  A los lados, había dos filas de sillerías en madera labrada con el emblema de la Logia en el respaldo. Los ahí sentados vestían toga color marrón claro.  Godofredo abrió su ángulo de visión al máximo para poder verlo todo, sin distraer la mirada del punto central.

El Maestre Superior, un venerable anciano, con una amplia sonrisa  se levantó, le tendió la mano y dijo:   Felicidades muchacho, me siento muy feliz de que hayas llegado por ti solo, ahora contarás  con un excelente guía y juntos lograrán grandes proezas.

Mientras le ponía al cuello una cadena con la insignia de la logia, vio al hombre que estaba sentado a un lado.  Su mirada era dulce, la sonrisa tierna  y el pecho se henchía de satisfacción.  Cómo podía verlo así alguien que... esos ojos le removieron un profundo recuerdo:  la imagen de su infancia vino volando desde el pasado y se vio niño sacando una insignia igual de un cajón abierto en el escritorio de la biblioteca y era papá quien se la quitaba, lo besaba y volvía a guardarla.

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