lunes, 10 de octubre de 2011

Transmutaciones

Cuando llegan las mareas altas, los caracoles pintados en el cuadro del comedor cobran vida por las noches y se pierden durante varios días, sin que nadie sepa a dónde van, sólo se les ve pasar.

La dama del triste semblante atisba, desde su sitio en la pared principal de la sala, los movimientos de todos los demás.  En los últimos cinco años la he visto descender a la vida, siempre en la misma fecha - la llegada del otoño.  Recorre los jardines y se entretiene en hacer volar las hojas secas, que empiezan a caer, con el ala de su sombrero, que apenas las roza.  Se desliza como si flotase, sin dejar huella.  Sigue andando hasta perderse de mi vista, sin llegar a saber nunca hasta dónde llega.

Sobre el piano descansa un hermoso marco de plata y en él, la fotografía de un hombe apuesto vestido con uniforme militar.  Cuando la anciana, dueña de estos espacios polvorientos de recuerdos, se sienta a tocar piezas que la hacen soñar, el militar emerge del cuadro y se sienta cerca de ella:  juntos entonan viejas melodías.  Es entonces cuando el retrato se queda en blanco.  Luego se levantan, tarareando algún vals, recorriendo la enorme sala a los acordes de una orquesta imaginaria.  La arena del reloj sigue su tiempo y los enamorados no se percatan de nada.

Sin embargo, siempre a las 7:30 ella se siente exhausta - después de haber bailado ligera y graciosa como cuando se conocieron.  El militar la conduce a un sillón de respaldo alto frente a la chimenea, toma con dulzura su mano, la besa y se desvanece en el espacio.  Ella cierra los ojos, dibujando en sus labios una bella sonrisa. 

Al poco rato, por la puerta de la sala  entra la doncella, con el servicio de té, que deposita en una mesita frente a la anciana.  Está vestida de 'ballerina' y desde la lejanía viene la tenue música del Lago de los Cisnes.  La doncella empieza a bailar y aquella sala se transforma en un escenario, quedando la viejecita en las butacas de primera fila.  Los muebles y las paredes se han volatizado.

Absorta, sigue el desarrollo del ballet y se embelesa con la impecable realización que ella logró en aquel momento de su gloriosa despedida.  Al terminas, la ballerina toma de la mano a su presente y juntas se alejan entre la bruma que se ha apoderado del escenario.

Me quedo mirándolas hasta perderlas de vista, con la seguridad de que esta vez no volverán.   Mas no puedo hacer nada, por lo pronto debo esperar a que 'mi tiempo' llegue a liberarme, quizá para siempre.  Mientras tanto, en este lienzo que me aprisiona, cuento los días y espero...  serenamente, espero.

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