domingo, 23 de octubre de 2011

Al otro lado del agua

El viejo reloj dio nueve campanadas, que resonaron en la enorme pieza donde estaba, de pie, ante la ventana, como vigilando el armónico devenir de cada instante.  Era la hora en que acudían los murciélagos, puntuales a la cita, jalando con sus hocicos la niebla del bosque hasta cubrir la mansión.

Un poco más tarde, como en cada plenilunio, salió el mago en un corcel de ébano, en el que cabalgaba hasta la catarata para llegar en el momento en que la luna alcanzara el cénit.  Disfrutaba en contemplar las luminicencias que titilaban entre las aguas bajo los rayos selenitas, como pequeños pececillos tornasolados. 

El estrépito del agua al caer producía altas descargas de electricidad que, combinadas al magnetismo lunar, el mago absorbía por sus extremidades, aumentando así sus poderes.  Al bajar sus brazos, antes extendidos hacia la luna, abrió sus ojos y volteó a ver el otro extremo del ancho caudal del río.  Por primera vez descubrió un grupo de jóvenes con amplios vestidos de diversos colores que disfrutaban del fresco nocturno, jugando y bailando.  Se quedó absorto contemplándolas.  De improviso, quizá a una señal que él no escuchó, todas se reunieron para internarse en el espeso bosque.  Entre ellas distinguió una larga y flotante cabellera rojiza.  Aguzó un poco más la vista y pudo distinguir las bellas facciones de la mujer, quien al parecer se había percatado de su presencia, pues volteó y le sonrió.  El mago quedó intigado, sin saber cómo interpretar aquel adorable gesto.  No importaba, su corazón se llenó de júbilo y la fuerte certeza de que habría un encuentro próximo.

Unos días antes de la siguiente luna llena su esperanza se cristalizó al recibir una invitación para que fuera a visitarlas.  Con ansias contó los días y cuando llegó el plenilunio salió en su negra montura, con tiempo suficiente para estar del otro lado del río cuando la luna estuviera en lo alto.  Al llegar a la orilla alcanzó a ver el grupo de muchachas que lo saludaban y entre ellas, la dama soñada.

El caballo atravesó las aguas apenas rozándolas con sus pezuñas, hasta pisar la otra orilla.  El desmontar, el mago se vio rodeado del alegre grupo de damitas que le dieron la bienvenida.  Por un sendero lo condujeron al interior del bosque hasta llegar a una extraña construcción blanca y muy grande, que brillaba como si estuviera hecha de azúcar.  Traspasaron una amplia puerta con cuadros transparentes en los que se veía, como biseladas, figuras de hadas y gnomos.  Continuaron por un largo corredor que desembocaba en una sala circular completamente vacía.  Sus anfitrionas se retiraron dejándolo ahí.

Una vez solo, volteó alrededor en espera de algo o de alguien.  Al percatarse en el movimiento de sombras y luces en el piso, volteó hacia el techo que estaba formado por una gran cúpula translúcida con figuras alegóricas, pero que permitían admirar la brillantez de las estrellas y de la luna, que en ese momento se encontraba en el centro de aquel gran ventanal.  Se quedó arrebatado por el efecto que le producía, hasta que sintió una presencia.  Ahí estaba ella, bañada por la luz celeste del domo que aumentaba su belleza; serena y sonriente lo observaba.  Con un dulce gesto lo llevó a un asiento largo, sin respaldo, tapizado en azul pizarra, donde se sentaron.  Dos hermosas mujeres de tez morena colocaron una mesa baja y rectangular a un lado y otras pusieron en ella diversas viandas.  Por último, trajeron dos copas de cristal bellamente labrado y de una jarra que hacía juego, vaciaron un líquido entre blancuzco y dorado, algo espeso, que se veía y olía delicioso.

Brindaron y comieron mientras ella le contaba la historia de su pueblo:  su origen, su larga existencia, sus luchas y sufrimientos que las motivaba a ir cambiando de sitio para contemplar la luna llena, a la que dedicaban diversos rituales.  El mago estaba totalmente atento a lo que le contaba la hermosa mujer, sintiendo que su voz lo envolvía, la música que apenas percibía lo mecía con suaves cadencias; se empezó a sentir extraño, una sensación desconocida lo elevaba y le parecía que sus pies ya no tocaban la tierra.  Recordó la pócima que traía escondida, preparada por él mismo, para protegerlo contra cualquier tipo de hechizo, ya que no tenía idea quiénes eran ellas y cuáles sus intenciones al haberlo invitado.  Así que muy discretamente lo vertió en su copa.  Más tranquilo se dejó llevar a través de todos los senderos celestes que la mujer del cabello encendido lo conducía..

Después de la tercera copa cayó en un profundo sopor.  Lo acomodaron en el misma banqueta y lo dejaron a que las hierbas hicieran su efecto - llevarlo a las estrellas durante la noche.  ¿Sería posible que hubieran encontrado al primer hombre en entender y aceptar su esencia femenina?  Parecía tan sensible y profundo.  Lo sabrían al día siguiente, después de hablar todo lo necesario.  Sin embargo, el mago despertó antes del amanecer, sobresaltado por sueños apremiantes.  Sin pensarlo mucho, buscó por todas partes a la mujer de la cabellera rojiza, que tanto anhelaba para raptarla.

Cuando caballo y jinete iban atravesando el anchuroso río, el cielo empezó a clarear.  El mago apuró el corcel para evitar el sol y sintió como el cuerpo que llevaba entre sus brazos empezaba a perder peso.  Los ojos de lla se llenaron de tremenda cólera y, aún con la mordaza, escuchó claramente que ella le decía:  necios, su ambición por poseerlo todo los pierde.  Al tocar las pezuñas de su montura la orilla, el cuerpo de la amada se había volatizado.  Entre sus manos quedó tan sólo el lazo plateado que sujetara sus cabellos.

El mago continúa fiel a su cita con la luna.  Y entre el estruendo de la catarata ahoga sus gritos llamándola.  Desde entonces, en la otra otrilla tan sólo existe un extenso campo de trigo.

                             < < < < < - - - - - > > > > >

No hay comentarios:

Publicar un comentario