domingo, 24 de marzo de 2013

LAS AVES DE FUEGO

En aquella tarde el viento silbaba y la lluvia  caía como alfileres, que por momentos parecían volverse hilos de cristal e incluso caían  algunos copos de nieve.  Me acerqué a la ventana deseando que empezara a nevar y contemplar la vista , a esta altura de la montaña, entre los pinos, abedules y fresnos. Pero, la lluvia, sólo agua, continuó impidiéndome salir.

Me propuse pasarla lo mejor posible.  Así que encendí el fuego de la chimenea, traje una cobija, café caliente,  una copa de Grand Marnier  y cómodamente arrellenada en el sofá me dispuse a gozar de un hermoso viaje al pasado.  A través de las páginas, Maradiaga me llevaba  ya a una provincia española, o me situaba en un pueblo vasallo del gran Moctezuma.  Conforme avanzaba la lectura me iba  transformando,  un rato en la princesa de Tescuco y en el siguiente capítulo me convertía en el heredero de Torremala, con aspiraciones a fraile.

Bajé el libro sobre las piernas para descansar un poco.  Iba a cerrar los ojos, mas el crepitar de los leños llamó mi atención.  Las llamas brincaban en tonos y formas sorprendentes y de entre ellas surgieron pequeñas aves de grandes alas que se sumergían en el mar de mis recuerdos e iban sacando, cual si fuesen peces, decenas de fechas, centenas de detalles, millones de alegrías.

Y las aves, incansables, seguían sobrevolando mi pasado y trayendo al presente muchos trofeos en sus picos – días pletóricos de vivencias.   Me complacía el recordar mi infancia y juventud, tan llenas de amor y de ilusiones que, aunque basadas en la inexperiencia, fueron válidas en su momento construyendo los escalones que me trajeron al hoy.

Profundamente agradecida con la vida, cerré los ojos para disfrutar la grata sensación de bienestar que me embargaba.  Sin sentir, lenta y dulcemente, me quedé dormida.

          < < < < < - - - - - > > > > >       1991

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