domingo, 13 de mayo de 2012

ANTONIA


Eran las once de la noche.  El reloj de la alameda dejo oír, una a una, las campanadas que reverberan por las calles desiertas, resbalando sobre el empedrado húmedo, al unísono de unos pasos lentos que cruzan la avenida en dirección a la antigua casona de los condes de Miravalle.

De la vieja construcción sólo queda la casa principal, de fachada victoriana.  Todo está a oscuras, excepto una tenue luz en una de las ventanas del piso superior.  Una sombra entreabre las cortinas y una vela aparece, moviéndose de un lado a otro.  El caminante se acerca a una puerta lateral.  Está abierta y entra.  Recorre el pasillo, ya conocido, y sube las escaleras.  Antonia le aguardaba hacia rato y sus ojos brillaron al verle entrar. Se abrazan y se  besan.

- Tengo mucho miedo por ti, Rodrigo.  ¿Has visto los anuncios por todas partes y en los periódicos, incluso?

- He estado escondido y para llegar hasta aquí tomé callejuelas oscuras.  ¿Qué dicen esos papeles? –Sus ojos verdes se fijan en los de su amada, quien sonríe  tratando de disimular el temor que turba su voz y sonroja su pálido rostro. 

- El Sr. Cornelius ofrece una fuerte recompensa por tu captura…-  Antonia tiembla  y las lágrimas ahogan sus palabras.

- ¡Pero, si soy inocente!  Ese maldito vejete lo urdió todo.  Yo no he robado nada.-  Rodrigo se pasea colérico e impotente.

- ¿Entonces, por qué este acoso?  Algo debe moverlo a hostigarte…

- Lo que quiere es desaparecerme del mapa y…-   Se detiene un momento, sopesando si debe hablar con la verdad.  -…lo que quiere es quedarse contigo.

Antonia se queda sin aliento.  Con la sorpresa  sus hermosos ojos negros se abren espantados, mientras con sus manos se aprieta el estómago para  no vomitar.

- Vi la lujuria en su cara el día que fuiste por mí al despacho.  Tiene una mente muy sucia.  Pero, no te preocupes, no te tocará.  Primero, lo mató.

- ¡Entonces te ahorcarían…!

- Pero tú estarías a salvo.-  Y tomando su delicada mano,  se la besa.

- No, no.  Estaría a salvo de ese, pero hay muchos como él.  Yo te necesito a ti… te amo y no quiero perderte.-  Se abraza fuertemente a Rodrigo.

La fiel nana, Filomena, aparece  haciéndoles señas de que deben despedirse, ya que alguien se acerca.  Apenas se dan un breve beso y Rodrigo desaparece.  Justo en ese momento llega el padre de Antonia,  Edgardo del Valle, próspero comerciante que en su deseo de alternan con las clases altas, había comprado aquella finca, algo derruida, soñando en que la reconstruirá con la ayuda de su futuro yerno.

- Buenas noches, palomita querida.  Te traigo una magnífica noticia, que de seguro alegrará esa carita triste.  ¿Es que lloraban esos hermosos ojos? -  Antonia inclina la cabeza para ocultar las lágrimas, mientras su padre le toma las manos y la lleva a sentarse en uno de los sofás.

- En dos semanas habrá un baile de gala en el Palacio de Minería, en honor de…  no recuerdo.  Bueno, el punto es que, ahí conocerás a mi futuro yerno.-  El hombre cruza las manos sobre su voluminosa barriga y en su redonda cara brillan dos ojitos chispeantes, en espera de la reacción de su hija.

- ¿Es que has encontrado esposo para Amelia? -  Le pregunta con un nudo en la boca del estómago.

- Claro que no, palomita.  El banquero Emilio Santander se ha fijado en ti y me ha pedido tu mano.  ¿Qué te parece?  Serás una mujer importante, alternarás con la crema y nata de la sociedad y … -

- Pero, padre… yo no… -  Antonia sentía un puñal en el corazón que le ahogaba la voz.

- Así que, irás con tu hermana, mañana mismo, con la modista De Castro para que les hagan unos vestidos dignos de ustedes. -  Ignorando la angustia que ve en la cara de su hija,  su tono meloso se vuelve serio y demandante.

- Quiero que mis hijas sean las más bellas y admiradas del baile.  Ahora me retiro, que duermas bien.-  Sin tiempo a una réplica, sale de la habitación.

Esas dos semanas son un infierno para Antonia.  Rodrigo continúa  escondido sin que ella sepa en dónde.  Y la fecha del baile se acerca inexorablemente.  El padre anda feliz, imaginando un futuro seguro y cómodo.  Y Amelia se encarga de las compras, los preparativos, los sueños.  Sólo la nana Filomena sabe lo que ocurre y procura consolar a su pequeño tesoro, Antonia, quien fue la primera criaturita que tuvo en sus brazos.

El día del baile llega.  Antes de la hora fijada, ya empiezan a llegar los invitados al Palacio de Minería.  La familia del Valle arriba a las nueve en punto, cuando gran número de altos personajes se dedican a recibir a los recién llegados, mientras otros se entretienen en el escrutinio y el cuchicheo.  La entrada de Antonia y Amelia dejan boquiabiertos a muchos de los asistentes.  Las dos lucen vestidos de raso francés, con pedrería en el escote y en la orilla de las amplias mangas, como campánulas, sujetadas arriba del codo con un coqueto moñito.  Aunque el modelo es el mismo, Antonia viste  de azul plúmbago  y el de Amelia es en verde Nilo, que hace juego con sus ojos.

Se entremezclan entre la concurrencia y el Sr. del Valle busca de inmediato a su futuro yerno.  Una vez localizado, toma a Antonia del brazo y la conduce hasta él.  Ella camina cabizbaja  para ocultar su angustia.  Qué puede decirle si tiene un nudo atorado en la garganta.  Al ser presentado el Sr. Santander, éste retiene su mano hasta que las miradas se encuentran.  El corazón de Antonia se para… está ante ¡Rodrigo! quien le sonríe con dulzura.

- Mucho gusto, Srita. del Valle. -  Se apresura a decir, antes de que ella exprese su sorpresa.  – ¿Me concede esta pieza?

En la pista de baile se integran con las parejas.  Antonia no habla, sólo lo ve embelesada.  El Sr. del Valle está muy contento ante la reacción de su hija, que toma como de plena aceptación.

- Rodrigo, ¿en verdad eres tú?  ¿Por qué te presentas con otro nombre?  Te creía en prisión y estuve tan angustiada… -   Empiezan a brotar las mil preguntas que bullen en su mente y salen en torrente.

- No te preocupes, todo se arreglará conforme a nuestros planes.  No encontré otra manera de que nuestro amor…

- ¿Cómo has podido llegar hasta aquí?  Te ves demacrado ¿Dónde estuviste?

- Por ahora no puedo explicarte mucho.  Tendrás que acostumbrarte a llamarme Emilio.  Empezaremos de inmediato con nuestros planes para la boda.  ¿Estás de acuerdo? -  Su voz es tierna y seductora.  Antonia no entiende  cómo ha sucedido todo, pero… ¡qué importa!  En ese momento era  profundamente feliz.

Los preparativos de la boda se realizan con rapidez y en un mes todo está listo.  La ceremonia religiosa se lleva a cabo en San Ignacio,  engalanada de nardos, gladiolas y azucenas.  Dado que los novios son muy conocidos en sociedad, los medios se presentan  a cubrir tal acontecimiento.  Al salir de la iglesia la cantidad de asistentes y mirones llenan la banqueta y la bocacalle.  Al momento de entrar en el carro, Antonia siente una fuerte mirada y al voltear se encuentra con los ojos de… ¿Rodrigo?,  quien le guiñe de la forma coloquial entre ellos.  Y desaparece.

Emilio trata de convencerla, con todos los argumentos a su alcance, de que ha sido una alucinación.  Todas las explicaciones de su cambio de personalidad, no satisfacen a Antonia.  Después de un mes por Europa regresan, con una luna de miel llena de fricciones y altibajos.  Pasan los meses sin que Antonia se convenza del todo, de aquella ‘alucinación’.  Un sentimiento interno le asegura lo que Emilio niega.

Una reluciente mañana, el cartero trae una tarjeta postal para Antonia, la cual está fechada tres días después y sólo dice  “Por los bellos momentos del encuentro”.  Es una foto de la Fuente de la Ranita.  Antonia reconoce la letra de Rodrigo, que la cita para el siguiente viernes, pero ¿a qué hora?  Al mirar   otra vez la foto, nota que en la parte superior izquierda hay un reloj marcando las once.  Su corazón late con fuerza.  Con ansiedad cuenta los días para la cita, sin atreverse a pensar ni razonar.  Sólo le importa volver a verlo.

Antes de la hora Antonia llega al lugar señalado y minutos después aparece Rodrigo, embozado en un saco largo, con las solapas levantadas, a pesar del calor y con gafas oscuras.  Se miran largamente sin hablar.  Él la toma del brazo y se dirigen al café La Rambla, que a esa hora está casi vacío.

- No entiendo nada de lo que pasa, Rodrigo.  Me casé con ese hombre creyendo que eras tú.  ¿Por qué son iguales? -  Con ansiedad busca sus ojos para saber la verdad, mientras se retuerce las manos de nervios.

- No lo sé, créeme.  Que yo sepa sólo tengo tres hermanas, incluso fui a ver a mi madre para que me aclarara este dilema y ella me juró que el único varón que tuvo fui yo.  Debe tratarse de esos casos raros, en que dos personas desconocidas son idénticas.  Y él se aprovecho de ello para engañarte.

- Pero ¿qué vamos a hacer, Rodrigo?  Yo no lo amo… no quiero seguir siendo su esposa… menos ahora que estoy segura que son dos.

- Ten paciencia, mi amor.  He estado pensando en la forma de desparecerlo, para tomar su lugar.  El lugar que me corresponde junto a ti.

- Pero… no pensarás matarlo.  Entonces te perdería para siempre y me volvería loca sabiendo que no habría manera de unirnos.

- No desesperes, pequeña.  Mira, me he tatuado una flor en el hombro para que me reconozcas, cuando llegue el momento… que será muy pronto.-  Con ternura enjuga sus lágrimas y la abraza.

Pasaron varias semanas, durante las cuales Antonia hizo todo lo posible por eludir a Emilio, quien con toda consideración respetó sus cambios de humor, sin desesperar.  Una noche, el esposo se acercó tranquilo para desearle dulces sueños.  Tomó su mano, la besó y mirándola fijamente le dijo,  - Hola, pequeña, ya estamos juntos.-

Antonia se quedó muda y se abalanzó a los brazos de aquel hombre que reconocía su corazón.  Ya estaban juntos y lo demás no importaba.  Pero, ¿no sería un truco? Se apartó con brusquedad.  –Enséñame tu hombro – le ordenó.   Rodrigo, sonriente y divertido le enseñó la flor tatuada.  Ahora sí, su dicha no tendría límites.  Pasaron días de embelesos y ternuras.  Sin embargo, una noche, Antonia notó un cambio repentino que la hizo estremecerse.

- Te quiero tanto, Rodrigo… soy tan feliz…

- Ya te dije que olvides ese nombre.  Soy Emilio, para ti y para todos.  Entiende, no hay ningún Rodrigo, sólo soy yo  ¡no hay otro!-   Sus palabras eran ásperas y tajantes.  –Ya me está aburriendo este juego tuyo.  He condescendido a tus locuras, pero ya me harté.

- En tu hombro está la flor… ¡tú eres Rodrigo! -  Lo dijo en un grito pleno de dolor y rabia.

- Este tatuaje es sólo un juego para convencerte.  No hay ningún Rodrigo, sólo yo, Emilio, tu esposo.  Tienes que aceptarlo o tendré que mandarte a un sanatorio para locos.-   Salió furioso de la recámara, azotando la puerta.  Antonia se quedó desconcertada, ¿en verdad se estaría volviendo loca?  ¿Su obstinación la hacía creer lo que no era?  El llanto y la desolación hicieron que se sumiera en un sueño profundo.

Pasaron días entre una bruma gris, metida en su recámara, lo que aumentaba su desconcierto.  No tenía a quien acudir por un consejo.  Su nana había muerto unos meses antes y cuánta falta le hacía su presencia y su amor.  Y su padre, que había cambiado para bien con ella, desde el matrimonio, tampoco estaba ya con ella.

Finalmente, una tarde clara y serena decidió a salir a caminar por el jardín de la casa, aunque parecía sonámbula.  Se sentó en un sillón de la terraza, junto a la biblioteca.  Contemplaba las flores, las nubes, los árboles…  sin verlos.  Por su mente nublada se fue deslizando una conversación, cuyas voces le parecieron conocidas, a través de la ventana abierta.

-  Te digo que está a punto de explotar.  Sólo tenemos que esperar un poquito  más.

- Pero yo la amo, hermano y no quiero que en verdad acabe loca.  Se trataba únicamente de…

- No me vengas con remilgos ahora.  Los dos empezamos esto de común acuerdo.  ¿O acaso yo te sugerí que sobornaras a Cornelius para que, dizque, te persiguiera?

- Bueno, eso fue para que se compadeciera de mí y me fuera incondicional, no trataba de lastimarla.  Y sin pensarlo… me enamoré.

- Yo también empiezo a quererla.  Es un animalito dócil que despierta afecto. Pero el negocio es primero, hermano.  Ya nos deshicimos del viejo para que ella heredara.  Así que, el siguiente paso…

Antonia había oído suficiente.  Se levantó con cautela y regresó a su habitación.  Con cada paso la luz iba entrando en su mente, aunque la verdad era tan brutal como un fogonazo, que le corroía todo por dentro.  Las lágrimas se negaron a brotar para aliviar el dolor.  Quería conservar ese clavo ardiente quemándole las entrañas.  Se recostó y cerró los ojos.  No quería dormir, sino pensar, llamando a sus dos seres queridos para que la ayudaran.

Al día siguiente fue a ver al abogado de la familia y le dio poderes amplios para que en tres meses, vendiera la casa y todo su contenido.  El dinero se depositaría en una cuenta, que más adelante ella le informaría en qué banco. Sin darle más explicaciones ultimó hasta el mínimo punto a seguir.

Esa tarde, Emilio le avisó que saldría de viaje por una semana, debido a negocios.  Antonia sabía que le estaba dejando el campo libre a su hermano.  Y efectivamente, al día siguiente recibió una carta de Rodrigo, la que aventó sobre la cama, sin abrir.  Estaba a punto de ‘desaparecer’.

Antonia se juró que jamás la encontrarían, tenía suficiente dinero para moverse.  Ni tampoco sabrían del hijo que llegaría para alegrar su vida, fruto de su amor por Rodrigo.  Y, aunque quizá lo hubiera engendrado el cuerpo de Emilio, para Antonia no tenía importancia.  Ellos habían decidido ser uno y el mismo.  Y ella, también, así lo aceptó.

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