sábado, 7 de abril de 2012

PRESO EN EL CASTILLO

Los soldados llevaron, casi en vilo, al prisionero por los brazos, hacia el interior de un castillo.  Lo soltaron en el amplio recibidor con piso de mármol y una mesa circular al centro con un hermoso jarrón de alabastro.  Le quitaron la venda negra que cubría sus ojos y quedó asombrado, recorriendo con la vista el enrono, mientras un guardia le decía: 

- Aquí permanecerás hasta que se lleve a cabo el juicio y se tenga una sentencia. -  Dicho esto, junto con los dos escoltas se dieron la media vuelta y salieron.

-  ¿Pero, qué es lo que he hecho…  de qué se me acusa? -  preguntó mientras oía que cerraban con llave la puerta de entrada.

Dentro de su desconcierto, sin saber qué hacer, se puso a recorrer el lugar con la esperanza de encontrar a alguien que pudiera darle un poco de luz a su situación, pero por el silencio que percibía era probable que fuese el único “huésped”.  ¿Cuánto tiempo permaneceré aquí?  Trató de calmarse pensando que serían pocos días.

Su asombro fue en aumento conforme recorría pasillos llenos de hermosas pinturas, muebles con figuras de porcelana, candiles de cristal cortado, vitrinas con exquisitas colecciones de miniaturas.  Todo aquello le parecía un museo y la belleza de los objetos le ayudaban a olvidar el encierro.  Todas las puertas eran de cedro, labradas y con herrajes de bronce.  Cuando llegó al comedor, cuya mesa era para doce personas, la quijada casi llegó al piso,  al verla llena de exquisitos manjares:  diferentes carnes, frescas y apetitosas ensaladas, gran variedad de frutas y de postres.  También había varias  botellas de vinos y licores.  ¿Todo aquello era para él sólo?  Entonces, su estómago le recordó que no había comido en todo el día y no lo pensó dos veces.  Ante el primer intento, se paró de golpe ¿sería ilusión de óptica… o una burla con piezas de utilería?  Estiró  el brazo y tocó… con gran sonrisa se abalanzó a tomar pedazos de aquí y allá, abrió varias botellas de las que bebió directamente, se atragantaba queriendo probarlo todo.  La voracidad fue menguando  y sus nervios alterados se destensaron.  Una vez desaparecida el hambre se sentó a saborear, con parsimonia, el vino y los postres. 

La comida y la bebida lo relajaron tanto, que necesitaba encontrar pronto una cama o se tiraría a dormir sobre alguna de las alfombras persas.  Hasta ese momento se percató  de que muchas puertas estaban cerradas.  Sin embargo, logró llegar a un espacioso dormitorio, alfombrado, con pesados cortinajes cubriendo los cristales biselados de la ventana y un amplio y mullido lecho.  Se le antojó brincar sobre el colchón, así que se quitó los zapatos y cual si fuera un crío de seis años, dio tantos saltos como pudo resistir su inestable corpulencia.  Cayó de espaldas y apenas pudo pensar que aquello no estaba del todo mal, antes de ser atrapado por los brazos de Morfeo.

Pasaban los días sin grandes variaciones, pero se dio cuenta de que los muebles, adornos, e incluso los enseres, eran cambiados de tiempo en tiempo.  En una de sus excursiones por aquel inmenso lugar, que le parecía un castillo, llegó al recibidor circular por donde había entrado.  Parecía todo igual y al darle la vuelta a la mesa, deslizando su índice sobre la pulida superficie, se topó con un manojo enorme de llaves de todos tamaños.  ¡Qué maravilla!  Debían ser las llaves de las puertas. Ahora ya podré abrir todas, se dijo con alegría.  Y de inmediato corrió tras la nueva aventura.

Pero la cosa no fue muy sencilla.  Había que observar la entrada de la llave en la cerradura y luego buscar a las  “candidatas” .  Y aunque le tomara varias horas lograrlo, no cejaba hasta abrirla.  Esta diversión se fue volviendo apasionante por el misterio de lo que encontraba  adentro.  Porque algunas veces, después de tanto esfuerzo, se topaba con un muro o un simple closet de escobas.  Esta ansiedad se fue incrementando desde la primera que logró abrir:  era una recámara sencilla, con cama matrimonial, un gran ropero, un chifonier y una cuna, donde había un bebé que de inmediato empezó a llorar.  De súbito apareció la madre, solicita y cariñosa, que lo tomó en brazos y empezó a cantarle – mi niño precioso, florecita de té…  La cara de la mujer le parecía conocida, la canción le dio la seguridad.  Por supuesto ¡es mi madre!  Entusiasmado, fue hacia ella para abrazarla, algo rígido y transparente, se lo impidía.  Apesadumbrado se conformó con ver las imágenes que corrían frente a él y durante largas horas, contempló cómo había sido su vida en los primeros meses.  Y él se hubiera quedado días y días, siguiendo el curso de sus primeros pasos, sus primeras palabras, sus primeros juegos… pero, sin esperarlo el ‘vidrio’ se fue opacando y todo desapareció.  La habitación quedó vacía.  Triste y desconcertado salió. La puerta se cerró  sola.

Por los ventanales del comedor, del salón principal y de casi todas las habitaciones se podía admirar los hermosos jardines que rodeaban la construcción:  macizos de flores de todos colores, frondosos árboles, arbustos  cuidadosamente recortados para formar figuras diversas, fuentes de piedra, y en una esquina se alcanzaban a ver manzanos, ciruelos, naranjos e higueras.  Al abrir las ventanas el perfume de las gardenias, los floripondios y los laureles entraba a alegrar aquellos espacios.  Nunca intentó saltar por una ventana y averiguar qué había más allá de donde su vista llegaba, ni tampoco se le ocurrió buscar la llave de la puerta principal, aunque nadie se lo había prohibido.

Un buen día encontró una puerta, hasta el final del pasillo oeste, en la que probó todas llaves y ninguna funcionó.  Ya para entonces había desarrollado un método seguro para ir “separando” las llaves probadas y que no se le revolvieran, pues el llavero era imposible de abrir.  No puede ser, gritó furioso, debo haberme equivocado en algún momento.  Aventó con rabia el grueso llavero al suelo.  Se recargó en un hermoso mueblo estilo inglés, con varios cajones y puertas.  Maldiciendo su suerte y sin saber por qué, empezó a abrir los cajoncillos… era pura ropa de niño, pero en uno de ellos vio un sobre azul, sin cerrar.  Dentro había una tarjeta que decía:  ¿Quién es la diosa griega de la fertilidad?  Pero… qué es esta vacilada.  ¿Me cree tan bruto que no conozco la mitología griega?  Bien, pues juguemos:  La diosa era… Atenea…  no, Calypso… no, la tengo en la punta de la lengua… sí, sí… ¡Afrodita!  gritó con alegría.  Y la puerta se abrió.  Qué ingenioso este carcelero, pensó, mientras su corazón latía ante la expectativa de lo que encontraría en el interior.

Ahí estaba su esposa en las labores diarias del hogar, en la casita donde vivieron los primeros años de casados.    Hola, amor, qué haces tan temprano en casa?   De momento él no supo qué contestar.  ¿Dónde están los niños? le preguntó al azar.  ¿Los niños? pero sólo tenemos  a Fabián ¿es que ya estás pensando en otro?  Nuestro bebé está con sus abuelos y quedé de ir por él en la tarde.   Pasaron el tiempo charlando  y disfrutando el encuentro, mientras saboreaba los ricos platillos que su esposa había preparado.  Con alegría y ansiedad trataba de alargar lo más posible el tiempo, sabiendo que podía esfumarse en cualquier instante.

Creo que ya es hora de ir por Fabián.  ¿Por qué no vas tú y de paso saludas a tus suegros que te quieren tanto?  Claro que sí, amor; en un rato estamos de vuelta.  Tan feliz se sentía que había olvidado su situación.  Se levantó y salió por su hijo.  Al traspasar la puerta, ésta se cerró.  Al encontrarse en el pasillo su realidad le pegó de lleno.  Gritó muchas veces el nombre que antes le abriera la puerta, pero no logró la misma respuesta.  Se sentó en el suelo y rompió a llorar desesperado.  ¿Quién era ese loco que lo atormentaba así? 

Las jugadas iban cambiando periódicamente, sin que lograra encontrar el ‘patrón malévolo’ en todo aquello, si es que existía alguno.  Aquel carcelero desconocido, a veces le parecía ingenioso y divertido, pero otras, lo llevaba hasta la rabia ciega, como cuando se topaba con una pared después de haber pasado horas buscando la llave correcta que  abriera la puerta.  Y es que no había a quién reclamarle.  No había nadie que le ayudara a sobrellevar sus conflictos.  ¿De qué le servía tanto lujo, las mesas siempre llenas de exquisitas viandas, los confortables salones, las suntuosas alcobas… todas esas cosas le eran ajenas, no eran de él.  Nada ahí le pertenecía.  Sólo contaba consigo mismo para sortear los enigmas que día a día se le presentaban.

A veces, cuando estaba más relajado, pensaba que debía haber una salida al exterior, de la que ya no había recuerdos, por lo que la idea pasaba pronto.  Así que él seguía abriendo puertas, a pesar de las desilusiones, con la posibilidad de un encuentro feliz.  Aprendió a buscar, primero, si en algún mueble cercano estaba el sobre con la clave ‘mágica’ que podía ser:  la solución de un problema matemático, cierta palabra en un crucigrama, alguna adivinanza, el autor del poema escrito, las capitales de países lejanos,  el significado de símbolos celtas, autores de citas célebres, datos astrológicos… y mucho más.  En la enorme biblioteca había toda la información que podía requerir para solucionar el enigma planteado.  Ahí fue aprendiendo geografía, biología, matemáticas, teología, historia, etc.  Su perseverancia lo gratificaba con encuentros placenteros con familiares, amigos, compañeros, aquellos con quienes podía platicar y sentir su compañía durante largos o cortos períodos.  No había una medida en nada  y sabiéndolo, disfrutaba esos ratos sin pensar que, siempre serían  pasajeros.

Poco a poco ha ido aprendiendo muchas cosas, sobre todo a saborear los instantes y los detalles, que hacen brillar la vida.  El preso reconoce que en aquel laberinto de continuos cambios, el paso de los días se ha  ido volviendo agradable y divertido.   El deseo de salir, de regresar al exterior se perdió en algún momento.  Ahora le entusiasma estar en ese entorno y espera con anhelo  “el reto del día”, sabiendo que lo va a resolver y… conocer qué le aguarda.  Ha logrado vivir en armonía con aquel castillo y disfrutar de todo.  Sin saber que ya está muy cerca su liberación.

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