domingo, 22 de abril de 2012

LA ISLA

El barco de poca eslora había dejado las costas muy atrás varias semanas antes y venía vagando en alta mar sin provisiones.  Sólo quedaba el contramaestre; los demás marineros habían saltado por la borda, enloquecidos por los delirios después de tantos días de hambre y sed.

Oliverio salió a cubierta con los catalejos, buscando en aquella inmensidad el barco que lo salvaría.   Entre más tiempo pasaba, más se debilitaba su esperanza.  Por eso su corazón le dio un vuelco, cuando vio que aparecía algo como una isla.  Aunque bien podría tratarse de un espejismo, como muchos que habían visto sus compañeros.

Lentamente, la marea fue llevando la embarcación hacia aquella isla tan larga y  recta.   Seguro estaba de que era una alucinación.  Pero cuando la nave encalló, no pudo seguir negándolo.  Saltó al agua y nadó un trecho hasta alcanzar la playa.  Caminó por la arena hasta encontrarse con una calle larga bordeada por casas y comercios, como la de cualquier pueblo.  Le llamó la atención que la vegetación no fuese tropical.  Continuó su camino, y en el estómago fue apareciendo una extraña sensación  que crecía conforme avanzaba.  Miró por las puertas abiertas de las tiendas, el hotel, la farmacia, la peluquería, el bar... y no había nadie, pero todas estaban arregladas y surtidas.  Esa calle parecía interminable. Decidió doblar en una esquina para ver si encontraba a la gente del lugar, pero la isla era únicamente esa calle. Tanto atrás como por donde llegó,  sólo había  playa y mar.

Decidió entrar a cada establecimiento y gritar hasta que alguien lo escuchara.  Por fin, en una tienda de comestibles encontró a una muchacha que seleccionaba varias cosas, poniéndolas en el mostrador.  Al oírlo, apenas  levantó la vista, siguiendo con su tarea.

- Hola, por fin encuentro a alguien.
- Porque sólo yo vivo aquí.
- Pero... todas las tiendas están abiertas y las casas no se ven abandonadas.
- Yo las abro y las cierro todos los días.  No tengo otra cosa que hacer.
- ¿Y quién te trae lo que necesitas?
- Nadie... siempre hay suficiente.  Por más que coma o use las cosas nunca se acaban. Levantó la cabeza y lo vio con detenimiento:  te ves muy cansado, ¿no tienes hambre?  Ven, vamos a casa.

Oliverio se quedó atónito ante la frialdad de la muchacha.  Sin saber qué decir cogió la bolsa de los comestibles y la siguió.  La casa era de un piso.  El interior era acogedor y amueblado con buen gusto.  Llegó  hasta la cocina para dejar la despensa, mientras se hacía mil preguntas.  Se sentó en un banco para descansar y mientras ella preparaba la comida, le dio algunas frutas para ir mitigando su hambre.  En media hora estuvo todo listo  y dispuesto en el comedor de madera oscura, con mesa redonda y cojines con olanes en las sillas.  Gertrudis le contó de su familia, la escuela, los amigos y de la gente del pueblo, mientras él devoraba cuanto estaba a su alcance.  Ella  lo observaba con curiosidad y simpatía; se levantó y, descolgando una foto, se la mostró.

- Mira, estos son mis padres, y este muchacho supongo que es mi hermano.
- ¿Supones? 
- La verdad es que no los recuerdo, pero dentro de mí algo me dice que así es.   No sé cómo explicártelo,  no lo he vivido aquí, pero todo lo que te conté ha pasado en algún lugar.
- Me imagino que hace mucho que vives aquí, por la ropa que usas y los muebles...
- No lo sé, yo no mido el tiempo por días.  No sé cuánto tiempo me sumerjo ni cuánto tiempo estaré arriba.
- ¿Te sumerges...?   ¿Cómo...?
- Creo que cuando no hay peligro sobre las aguas, salgo al aire, como ahora.  Y cuando empieza a relampaguear en la lejanía es que algo se acerca, así que cierro todas las puertas, me meto en casa y me sumerjo como en un sueño.
Pero...   Oliverio hizo una larga pausa, pues las respuestas de la chica le parecían incoherentes. 
- Entonces, ¿por qué no te sumergiste al acercarse mi barco?
- Pues... no lo sé.  Es algo que no controlo yo.  Más bien lo controlan los de afuera, quizá las tempestades, quizá la marea, los barcos ...   Pero no lo sé.

Los dos se quedaron callados un rato.  Después recogieron la mesa, lavaron la loza y se fueron a dormir.  Oliverio, a pesar del cansancio que sentía, estaba tan confundido que iba de un lado a otro, como fiera enjaulada, por la recámara del hermano de la chica.  Entre más pensaba, más se enredaba a causa del cansancio y el stress de los últimos días.  Este pueblo, o mejor dicho, la calle se parece a muchas que he visto, pero en tierra.  ¿Cómo cree que me voy a tragar que ella vive sola aquí?  Alguien debe venir de vez en cuando.  Pero, la ropa y los muebles son de hace treinta y algo.   ¿En dónde se encontrará exactamente esta isla?  En la foto que me enseñó,  se ve ella igualita que ahora, ¿cómo es que  no ha envejecido?              

A pesar de tantas ideas revoloteándole adentro, por fin cayó en un sueño  profundo.  Al despertar, el sol estaba en el cenit.  Trudy, como le dijo ella que le gustaba la llamara, ya tenía lista la comida.  Y cuando lo saludó, por primera vez la vio sonreír.

- Hola, flojo, te perdiste de una espléndida mañana.
- Me costó mucho trabajo dormir, tenía mil grillos en la cabeza.  Todavía me siento medio apaleado.
- Pues nada mejor que nadar un rato, mientras termino de preparar todo, y ya verás con qué apetito regresas.  Además, tienes que reanimarte, porque en la tarde hay que trabajar.
- Me parece muy buena idea.   Tú eres el capitán aquí.
- Hay que empezar a subir provisiones a tu barco.  No sabemos con cuánto tiempo contamos antes de tu partida.

Oliverio se sintió reconfortado con la idea de preparar su regreso.

  Durante la comida Oliverio empezó a a formularle muchas preguntas. Trudy le pidió que confiara en ella y no volviera a tratar de averiguar nada sobre todo aquel misterio que la envolvía, hasta su partida.  Durante varios días se entretuvieron llevando provisiones de las tiendas al barco:  comestibles, agua, ropa, herramienta y todo lo que le permitiera sostenerse en el océano siquiera un mes.  Oliverio notó que cuando tomaba algo, al día siguiente en el hueco ya había otra cosa.  Al llegar al barco revisaba si se habían “esfumado” las mantas, sogas, toallas, etc. y hubieran vuelto a la tienda, pero todo estaba en el lugar dónde lo había puesto.

Pasaron varias semanas.  Un día Trudy dijo que había visto la señal para que partiera en dos días más, pero Oliverio ya no quería irse: prefería quedarse con ella.  Se había enamorado y estaba seguro de que ella también.  El tiempo  compartido era algo tan especial, tan diferente; nunca había conocido a alguien tan fascinante.  Pero  Trudy insistió en que cada uno debía seguir su propia forma de existencia .  Él no tenía la capacidad de “sumergirse”, ni ella podía vivir en su mundo.

- Sólo te pido que no pienses en mí.  Quizá tengas que hacer un esfuerzo, pero es necesario que me olvides.  Si no, harás que surja otra vez, en cualquier otro lugar del ancho mar.
- Me pides que no te extrañe, que te olvide.  Pero, si sabes que te amo.
- Si de veras me amas no me vuelvas a atar a esta realidad.  Mi liberación está muy cerca,  en ese barco que se acerca.  Si tú me vuelves a atar, pasarían muchos años en que también sufrirías por saberme en esta soledad; no podrías encontrarme, sino hasta el final de tu vida.
- Si yo hiciera eso, me quitaría la vida para liberarte.
- No te sería permitido y no me preguntes por qué.  Yo también te amo y por eso te quiero libre, sin remordimientos.  Mejor disfrutemos el tiempo que nos queda.

Las horas pasaron volando, y cuando ella empezó a divisar en la lejanía el barco que se acercaba, Oliverio zarpó en el suyo llevando oculta la foto de Trudy con su familia, la que le enseñara el primer día.  Pensar que nunca la volvería a ver, lo llenaba  de tristeza y celos.  ¿Quién era ese alguien que venía en su busca, en un barco que  él no alcanzaba a ver?  Quería  confiar en su historia y sentirse feliz porque ella dejaría esa existencia absurda, tan absurda como muchas cosas que había vivido ahí, pero todavía tenía muchas dudas y creyó que el verdadero amor de Trudy era para quien venía a rescatarla.  

Cuando navegaba a unas cien brazas tuvo una alucinación:  las aguas empezaron a cubrir la isla .  Oliverio no pudo evitar un fuerte sacudimiento, como si algo dentro también se hundiera.  Mientras su velero se alejaba, él permaneció inmóvil viendo cómo la isla desaparecía entre las olas.  Y entonces dudó de cuanto había vivido las últimas semanas.

A los dos días, Oliverio fue rescatado por un enorme crucero y desde la cubierta recorría con la mirada, la superficie del mar buscando algún indicio, que lo convenciera de que no había sido todo un sueño.  Unos gritos lo sacaron de sus reflexiones:  ¡hombre al agua,  un hombre cayó al mar!  Hubo confusión.  La tripulación acudió al rescate, pero no había ni rastro del hombre.  Con un fuerte presentimiento, Oliverio se acercó al capitán para preguntar quién era aquel que se cayó.

- El Sr. Gerardo Navarrete - le contestó.  Anoche cenamos juntos, me contó que estaba feliz porque iba a encontrarse con una damita muy especial.  Y ahora, ella se quedará esperando...

¿Navarrete?   Ese nombre lo había visto, ¿dónde?, sí, en el álbum de fotos que tenía Trudy en su recámara. 

- Sería mucha molestia si me permitiera ver su pasaporte, yo conozco a una familia con ese apellido, inquirió Oliverio, sintiendo crecer por dentro la duda y la angustia.   Al ver la foto, reconoció los rasgos de esa cara.   Sacó la foto que llevaba en el bolsillo interior del saco y comparó los rostros.  Sí, ahí estaba, más joven, pero era él: su padre.

Para serenarse caminó hasta la popa del navío.  Quería entender si había sucedido “lo vivido” o cayó en la inconsciencia alucinando todo.  Pero, ¡en las manos tenía su fotografía!.  Y el ahogado, ¿sería el padre de ella o una coincidencia?   Sus manos temblaban ante la impotencia de no saber si esa mujer que todavía amaba había sido real.   Se apretó el pecho sintiendo que algo se  hundía definitivamente dentro de él, haciéndolo doblarse sobre la barandilla.  Tras una pausa, se incorporó.  Miró la foto y rompiéndola  en pequeños pedazos los lanzó sobre la blanca estela que el barco dejaba atrás.

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