domingo, 4 de diciembre de 2011

SOLICITUD DE AMOR

Luisa miraba triste por la ventana a la gente que transitaba bullisiosa por la calle.  Ese era su único entretenimiento.  Su madre no podía cargarla y llevarla al parque, como cuando era pequeña.  Su inseparable amigo era un pastor alemán, Campeón, que le traía varitas y hojas enredadas en el pelo, que recibía como regalos del mundo exterior, al que en muy contadas ocasiones tenía acceso.

Un buen día se le ocurrió colgar al collar de Campeón un letrero que decíá "necesito un amigo" y le pidió que saliera a buscarlo.  El fiel animal anduvo recorriendo parques, mercados, escuelas, cines... Pero uno y otro día volvía con el semblante triste, denotando la falta de éxito. -No te preocupes querido amigo, sé que lo encontrarás.  Ahora come y descansa-.  Al otro día salía con nuevos bríos, alegre y juguetón.

Un domingo se fue directo a la iglesia.  A la salida de cada misa, el noble can se paraba frente a la puerta y estiraba el pescuezo, como para hacerles notar el letrero que llevaba.  Pero todos pasaban sin verlo.  Llegó la misa de una, la última y se esforzó aún más en que lo vieran.  Desde lejos vio a una joven simpática.  Intuyó que era la indicada.  La siguió varias cuadras y cuando iba entrar a su casa, le ladró, se sentó en sus cuartos traseros y alzó una pata.  A la muchacha le llamó la atención y se acercó para acariciarlo.  Al ver el letrero pensó que estaba perdido.  -Ajá, con que ya sabes escribir y buscas con quién vivir-.  Campeón sacudió la cabeza y cogiendo delicadamente la bolsa con sus dientes, la jaló.  -Parece que quieres llevarme a alguna parte ¿verdad?-.  Y le volvió a jalar la bolsa.  -Ya veo, tú me vas a llevar con la persona que escribió el mensaje, está bien-.  Ella se dejó conducir por el perro que seguía con la bolsa en el hocico, siempre tirante, hasta que llegaron a la casa.

La mujer tocó el timbre.  La mamá de Luisa salió limpiándose las manos en el delantal.  Leonor le explicó cómo había llegado ahí guiada por el perro, sin saber de qué se trataba.  -Bueno, yo tampoco, le dijo doña Esther, pero estoy segura que mi hija se lo aclarará todo-.  Y precesidas por el guía de oscuro pelaje, llegaron a la habitación de Luisa.  -Me da mucho gusto conocerte y me doy cuenta por qué te entiendes tan bien con tu mascota-.  Leonor era maestra y se avocó a enseñarle todo lo que estuviera a su alcance, ya que Luisa nunca había ido a la escuela y tenía mil preguntas y, aunque ya tuviera once años, latosigaba a su madre con mil interrogantes, como todos los niños.

Todos los días pasaba Leonor a dar su lección, que muchas veces se alargaba más de lo que había establecido, pero la viveza de Luisita la animaba a seguir.  El carácter de la niña había mejorado notablemente.  Durante las comidas se la pasaba contándole a su madre todo lo que había aprendido, sobre las tareas, los entretenidos trabajos que le dejaba la maestra, y sobre todo, lo mucho que le faltaba.  Doña Esther no se cansaba de dar gracias por semejante milagro.

Los días pasaron tomados de la mano, uniéndose para hacer una semana y al llegar a treinta formaron el mes 1, luego el 2, después el 3,  hasta el 12.  Ese día lo festejaron con un pastel horneado en casa.

Casi a los dos años de comenzado este tutelaje, eonor sufrió un grave accidente en la carretera.  Supusieron que había fallecido.  Doña Esther no sabía cómo darle la noticia a su hija, temiendo una reacción depresiva en la niña.  Pero después de dos días de no aparecerse a dar su clase, Luisa tuvo que saberlo.  El golpe fue tan duro que cayó en cama, con altas temperaturas. 

Después de varios días entre la vida y la muerte, Leonor logró salir adelante.  Como resultado del trauna en la espalda quedó paralítica e imposibilitada de volver a dar clases en la escuela.  Aunque doña Esther se enteró de su recuperación, no le dijo nada a su hija, ya que de todos modos no podría volver a darle clases.

Después de cinco semanas Luisista falleció.  Hubo un largo cortejo de amigos, parientes y conocidos que acompañaron el feretro y trataron de consolar a la desventurada madre.  Nadie se percató que cerca de la tumba estaba un perro pastor.  Cuando todos se retiraron, Campeón se echó sobre el montículo de tierra.  Todos los días salía temprano y se pasaba todo el tiempo junto a Luisa y al anochecer volvía a la casa para hacerle compañía a Doña Esther.  -Qué bueno tenerte junto a mí, así se nos hace menos pesada la soledad que nos dejó mi hija adorada-.

La maestra Leonor se fue recuperando poco a poco.  Cuando se sintió más fuerte preguntó por Luisita.  Hubo que decirle la verdad.  -Ni siquiera puedo llevarle unas flores a su tumba- se lamentó con profunda tristeza.  Había nacido un gran cariño entre las dos y ahora que ella también estaba impedida de caminar, la comprendía mucho más. 

Al pasar de los días fue haciendo cuenta de las fechas y los acontecimientos, llegando a la conclusión de que la niña había muerto al pensar que ella había fallecido.  ¿Qué nadie le había informado que había logrado sobrevivir?  -Tengo que hablar con su madre-.  Le envió varios recados solicitando su presencia, pero doña Esther nunca se presentó, ni siquiera le contestó.

Después de tres meses, un día llegó Campeón hasta la casa de la maestra, jadeante y dudoroso.  -¡Pero que gusto de verte querido amigo!  Mira cómo vienes, lleno de lodo ¿qué andabas haciendo?-.  Campeón volteó hacia la puerta de la recámara que estaba entreabierta, con vivas muestras de alegría.  Unos dedos huesudos se asomaron por la orilla de la puerta y se oyó una voz familiar, clara y alegre.   -Perdón por llegar tarde, Srita. Leonor- dijo, mientras la puerta seguía abriéndose. 

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