domingo, 11 de diciembre de 2011

LAS CARTAS DEL ÁNGEL

Sólo faltaban cinco días para la Nochebuena.  En la ciudad todo bullía:  cantos por doquier, alegría desbordante y carreras por todas partes.  La gente va y viene con prisa, persiguiéndose unos a otros.  Entraban y salían de una tienda para ir a la siguiente, queriendo comprar todos los regalos, sin olvidarse de ningún familiar, amigo o compañero de trabajo.  Aunque fuera un pequeño detalle, pero había que regalar 'algo' a todos.  Los aparadores refulgían con luces de colores:  por aquí se oía el tintinear de las campanas de un Santa Claus ambulante, por allá la risa mal fingida de algún otro.  Sin percatarse bien de todo ello, la gente pasaba y dejaba limosna en cada mano extendida - era la época de dar, la época en que todos se sienten grandemente unidos, como hermanos.

Las avenidas estaban llenas de focos colgantes y en los cruces colgaba una figura alusiva que ilumina  la noche, contagiando su vivacidad a todos los que la contemplan.  En la Alameda central, con sus románticas bancas de piedra, la fuente en el centro y en la esquina norte un kiosko tipo morisco, donde se cantan villancicos.  No podían faltar los globeros - esos maravillosos magos con esferas multicolores suspendidas en el aire,causando la admiración de los niños que con sus ojos llenos de fantasía recorren las figuras transformadas en gusanos, conejos, perros, elefantes y muchos más.  Los Reyes Magos, aunque un poco adelantados, hacen su aparición en una de las esquinas de la plazoleta.  Y en los portales, un sin fin de antojitos y fritanguerías:  sopes, quesadillas, tlacoyos de frijol o haba, tamales de hoja - oaxaqueños o yucatecos - atole, buñuelos, pan de pulque, pan dulce, tacos de carnitas y de cabeza de res, dulces cubiertos o cristalizados... y todo lo que la imaginación, y el estómago, pudieran desear.

Durante los quince días anteriores a Navidad, el zócalo del pueblo se convertía en una feria o kermesse, donde todos compartían en armonía, como una especie de preparación para recibir la más feliz de las festividades del año - la Noche Buena.  Para Antonieta, como para la mayoría de los adultos, la nostalgia por aquellas otras fiestas en que todo fue hermoso, visto con los ojos inocentes de la infancia, resurge de lo más profundo.  Antonieta, aunque se unía a la algarabía, siempre esperaba que ocurriera algo extraordinario en esa noche. 

Sumida en sus pensamientos, Antonia iba una tarde rumbo a la oficina t en un aparador una foto le llamó la atención:  era una calle ancha, flanqueada por grandes árboles que formaban un tunel y el suelo estaba cubierto de hojas.  Vino a su mente una imagen lejana, estaba en tercero de primaria, venía de regreso del colegio, con su hermano, sus amigas y su madre, que siempre iba por ellos.  Corrían y jugaban recogiendo las hojas que la lluvia había tirado, se las aventaban, se perseguían y reían - Aquellas hermosas tardes de lluvia, cuánta alegría nos daban, se dijo a sí misma.  A mamá no le importaba que nos ensuciáramos el uniforme, con tal de vernos felices.  Se había quedado inmóvil, sumergida en el recuerdo mágico que estaba igual de fresco que cuando ocurrió.  Poco a poco se percató de su entorno y sin querer despertar del todo, siguió su camino.

Ya sólo faltaban tres días para Navidad.  En la oficina estaba listo el árbol y alrededor los regalos se iban amontonando.  Ella todavía no había comprado el que le tocaba dar.  Se sentía desmotivada, aunque cooperaba con todos los preparativos.  Esta tarde iré a comprar el regalo - y así lo hizo.  Sin saber bien a bien lo que buscaba, se dejó guiar por la intuición.  Al pasar junto a una casa de antigüedades, algo la hizo entrar.  Recorrió con la vista el lugar hasta frenarse en una casa de muñecas. Se acercó para verla mejor.  ¡Es increible! estos sillones rojos son igualitos a los de Abue, con sus carpetas tejidas a gancho en los respaldos y los brazos.  Mas su asombro se fue agrandando:  en la recámara, la cama, el gran ropero, el tocador ¡eran como aquellos!  Se fue empequeñeciendo hasta penetrar al interior; ahí encontró a los abuelos, tías, tíos, primos,... toda la familia reunida en la enorme mesa del comedor, disfrutando la tradicional ensalada de Nochebuena, que le encantaba a la abuelita.  Hasta el olor del jardín lo podía percibir, a través de las puertas siempre abiertas, hummm...  Alguien la tocó en el hombro y despertó.  Ya vamos a cerrar, si algo le gustó... Su presupuesto no le alcanzaba para llevarse la casa entera, pero salió radiante con la salita de terciopelo rojo - y el regalo para el intercambio.

Llegó el gran día y las labores se suspendieron temprano, se repartieron los regalos, se dieron muchos abrazos.  Hubo muchos brindis, bocadillos y frutos de la estación.  Al cabo de dos horas, unos cantaban desafinados y otros discutían acalorados.  Varios compañeros invitaron a Antonieta a departir la cena en la noche con ellos, pero con todos se disculpó aludiendo a un compromiso anterior.  Esta vez tenía el deseo de compartir sólo consigo misma los recuerdos de tantas noches buenas pasadas.  Siempre había sido el bullicio, la fiesta con amigos y familiares, los brindis, los regalos, los buenos deseos con el amor que brota tan fácilmente en essos momentos.  Ahora quería la tranquilidad, el sosiego, la oportunidad de ser, de sentir el aroma de la felicidad y el perfume del amor que rodea al mundo.

De pregreso a casa pasó frente a la parroquia, en el interior sólo había unas 4 o 5 personas.  Sintió deseos de entrar, sin saber por qué y se entó en una banca y miró el nicho vacío arriba del altar mayor.  A los pocos momentos se abrió una puerta yempezó a aparecer la virgen, empujada desde atrás sobre rieles, vestida de azul cielo, un manto blanco que le cubría la cabeza y una dulce sonrisa iluminaba su cara.  Toña calló de rodillas, sintió como si la hubiera estado esperando para salir a recibirla.  ¡Cuánta dulzura y paz había en su mirada!  Ahí se quedó extasiada, en un diálogo tan profundo y sutil que sólo ellas comprendían.  Cuando salió se sentía tan feliz que irradiaba, desde dentro, tanta luz como una estrella.

Al atardecer llegó a casa, encendió el árbol lleno de foquitos y adornos.  Se sentó en un sillón frente a su obra para contemplar las luces tintineantes que poco a poco iban siendo más fuertes conforme la luz huía detrás de las ventanas y la oscuridad llenaba los espacios.  Y los recuerdos volaron hacia ella.  La última Navidad que pasó con sus padres, la pasó feliz y contenta, llena de regalos, ignorante de lo que se avecinaba. Después del día de Reyes vino la terrible despedida, la enviaron a un internado hasta su mayoría de edad, donde compartiría muchas Navidades con otras cuantas niñas olvidadas como ella.  Apareció la estación del ferrocarril, la figura esbelta y fina de su madre, envuelta en un precioso traje de paño azul ultramar y su padre, elegantemente impecable, con su inseparable bastón.  Meses después se enteraría que sus padres se habían separado - 'cuando crezcas, comprenderás' le dijeron.  Pero a los diez años, ¿qué podía comprender... que los dos la rechazaron?  ¿Que los dos tenían con quien rehacer su vida?  ¿Que a ninguno le había importado sus sentimientos?  Se había jurado no perdonarlos, pero al cabo de los años logró olvidarlos... hasta esta noche, en que había regresado aquella caterva de amargos recuerdos.  Había  aceptado que ellos tuvieron el derecho de escoger su propia vida....  ¡y ella también!

Dio un brinco y se levantó.  Aventó toda sombra de nostalgia.  Prendió las luces y puso sus discos preferidos.  Preparó su cena, algo sencillo pero especial.  Después se fue a la cama y tuvo un sueño curioso:  venían un grupo de ángeles y al pie del árbol, le dejaban un regalo.  Abrió los ojos, era de madrugada, pero   se levanó.  Tenía la sensación de que no había sido sólo un sueño.  Encontró una pequeña caja de cartón blanco con una estrella en la tapa.  En su interior encontró un montón de tarjetitas, con una sola palabra y dibujado un angelito, en cada una.  Contenía también un instructivo:  Estas son las cartas de los Ángeles Aliados, cuando tengas una duda, una decisión que tomnar, concéntrate, has tu pregunta y toma una carta; allí encontrarás la respuesta.

Intrigada y entusiasmada por aquel 'juego', puso manos a la obra.  Una avalancha de preguntas surgieron en su interior ¿pero por dónde empezar?  Se sentó en el suelo y extendió las cartas bocabajo frente a ella.  Tomó una profunda respiración.  ¿}Qué objeto tiene mi vida? volteó una carta:  AMOR.  ¿Pero qué hago con el amor?  La carta decía CREATIVIDAD.  Se quedó pensando qué relación había....  ¡claro! a través de la pintura, que tan poco tiempo le dedico y si pinto cosas bellas...  ¿Realmente les llegará mi mensaje de amor?  Respuesta:  FE.  Quiero y no quiero cambiarme de trabajo ¿qué hago?  ESPONTANEIDAD.  O sea que me echo un volado.  Ajá, creo que voy entendiendo.  Ante las calamidades del mundo ¿qué actitud tomar? COMPASIÓN.  ¿Qué hago con todos los recuerdos "olvidados"?  PERDÓN.  En estas etapas de incertidumbre que me agobian ¿qué hacer?  RENDICIÓN.  Pero, ¿por qué, qué gano?  PAZ.  ¿Que hay en la otra vida? NACIMIENTO.  Si vinieran seres de otros mundos ¿qué necesito hacer para que me lleven? PURIFICACIÓN.  ¿Qué me ha causado la úlcera que tengo?  RESPONSABILIDAD.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, lágrimas de alegría.  Fue sintiendo cómo un séquito de ángeles iba llegando a responder sus dudas, a curar sus resentimientos, a develar sus anhelos.   Su corazón se sintió pleno de una seguridad que nunca antes había tenido.  Y sobre el tapete sólo quedaba una tarjeta, su corazón golpeaba fuerte su pecho, no había hecho ninguna pregunta pero sabía que el mensaje era de suma importancia.  Al voltearla leyó la simple y llana palabra:   ESPERANZA.

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