domingo, 13 de noviembre de 2011

Minino

Entró sigilosamente por la ventana abierta, que aunque estaba en la parte alta de la casa,  le era de fácil acceso trepándose por el ciruelo del jardín, cuyas ramas llenas de flores, rozaban la ventana de Cristina, que siempre procuraba dejarla abierta para que su perfume penetrara en la habitación y endulzara sus sueños. 

Con su agilidad habitual trepó al árbol, caminó por la rama que conocía era más segura y se detuvo en el marco de madera de la ventana.  Sus grandes ojos, de un azul tan intenso como la flama de un encendedor, recorrieron el cuarto, observando todo sin moverse.  Con su elasticidad característica brincó al suelo sin hacer el menor ruido y se dirigió a la cama, donde dormía plácidamente la joven.  Estiró su cuerpo para dar el salto y trepó sobre las cobijas.  Sus pasos eran lentos y cautelosos, como tratando de no despertarla.  Llegó hasta sus manos, que descansaban sobre el regazo y posó su cabeza dulcemente en ellas, sin poder evitar interrumpir sus sueños.

Cristina, aún semidormida, sintió el peso de su pequeño cuerpo y de inmediato supo que había llegado, como todas las noches, desde... aquel terrible momento de tanta desesperación que había pedido también la muerte para ella, aunque la respuesta  que llegó fue de forma muy distinta.  Alargó el brazo para acariciar su fino pelo y él de inmediato arqueó el lomo, respondiendo a sus caricias.  El dulce ronroneo y el delicado perfume de las flores los envolvían en sus sueños.

A la mañana siguiente se levantaba alegre y llena de vida.  Iba directo a la regadera, se vestía, bajaba a desyunar y volvía a subir por su bolsa o su saco;  pero, sobre todo, nunca se iba sin darle un beso en la nariz a un gato de peluche blanco con grandes ojos azules, que dejaba bien acomododado en la cama - Hasta la noche, mi amor. 

Por las tardes, al salir del trabajo, Cristina se reunía frecuntemente con un grupo de amigos a platicar de temas esotéricos o acudía a determinados sitios donde se había programado una meditación en grupo.  Los más adelantados hacían viajes astrales, y con eso soñaba Cristi.  Estudiaban y leían mucho, debían estar bien preparados, para protegerse al entrar en otros planos.  Pero había que tener paciencia, el camino hasta la meta, era largo.   Por fin llegó el día en que se reunieron para que Cris hiciera su primer 'viaje'.  Entre todos la guiarían y ayudarían, sobre todo al regreso.  Aunque al principio los desprendimientos fueron cortos, poco a poco se hicieron más y más largos, en tiempo y distancia.  Cristi esperaba ansiosa la reunión semanal para avanzar un poquito cada vez, además de experimentar la grandiosa sensasión de 'salirse' fuera de sí misma.

Por las noches platicaba con Minino sobre sus avances, su esfuerzo y la esperanza del reencuentro, que se veía cada vez más cercano.  -Ya falta poco, ya verás, nuevamente estaremos juntos y entonces nadie podrá separarnos.-  Mientras tanto, todas las noches dormían juntos, él acurrucado en su regazo y ella acariciándolo tiernamente, soñanado que cada día estaban más cerca.

En ocasiones los padres de Cristina se preocupaban, dado que la oían hablar en su recámara y al entrar la encontraban dormida abrazando su gato de peluche.  -No es posible, que a su edad duerma con un muñeco- se quejaba la madre.  -Lo que más me preocupa es ese nerviosismo interno que noto en ella, corre todo el día y cuando llega por la noche, no quiere ni cenar, se va directo a su cuarto, como si algo importante hubiera ahí- comentó el padre.  -Yo creo que ese grupo de gente rara con quien se junta, le ha metido ideas extrañas;  después de tanto tiempo que tardó para olvidarse de aquel... y ahora no suelta el gato que le regaló;  creo que hablaré con ella, no sea que se meta en un problema gordo.-

Las semanas pasaron y una noche esperó despierta a Minino, tenía algo muy importante que decirle.  -Mañana será un gran día para los dos, estaré contigo allá donde vivies y ¡te volveré a ver! no sé si tú podrás verme a mí, pero procura estar alerta entre siete y ocho, mañana.-  Tomó con amor al gato entre sus brazos, lo arrulló y juntos recordaron tantos bellos momentos compartidos, antes del accidente, hacía ya tantísimo tiempo.  Su último regalo había sido aquel gato blanco de peluche, que para ella representaba la presencia misma de su amado, al que se aferraba para calmar la terrible angustia de su ausencia, tan difícil de soportar.

Siguió estudiando, practicando y logrando más habilidad. Así,  poco a poco  se iba materializando su ferviente anhelo.  Por lo que, todas las noches, apenas visibles en el marco de madera de la ventana  alta, se distinguen una bella gatita morisca y un hermoso gato blanco, siempre juntos, ronroneando uno al otro, semiocultos entre las flores y el ramaje del ciruelo, cuyo aroma penetra suavemente al cuarto donde Cristi duerme plácidamente en su cama, abrazando un muñeco de peluche.

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