domingo, 6 de noviembre de 2011

Enigmático sino

Errante, sin rumbo fijo, deambula por las calles, arrastrando los cansados pies.  La espalda curvada por los años, camina y camina viendo pasar las cosas, los días y la vida, reflejado en los escaparates que lo ven pasar.  Recoge todo lo que a su paso le llama la atención:  frascos, fierros, corcholatas y mil cosas más.  En los basureros busca "cosas maravillosas" que han desechado aquellos que tienen más que él, como relojes viejos, triciclos rotos, sillas desvencijadas, etc.

Se lleva consigo el hallazgo.  En casa lo limpia y coloca en el lugar que le corresponde;  porque en los ruinosos cuartos donde vive ha destinado un espacio para cada espacie, donde apila sus 'tesoros', uno sobre otro.    Así, en el bracero de la vieja cocina de leña, que ha decenios no se usa, hay latas de diversos tamaños y formas:  unos son de refresco, otras de cerveza, también las hay de chocolate.  Casi llegan al techo.  Junto, en la otra mitad del bracero, hay frascos de mostaza o cajeta y claramente se ve por el polvo que los cubre, el tiempo que cada uno ha estado ahí.

En otro cuarto hay cajones de madera con herramienta, clasificada también por especie:  pinzas en uno, en aquel hay martillos, destornilladores en otro,  en éste navajas(que son las más, porque le encantan).  En las paredes hay tablones a manera de repisas, con colecciones de radios que no suenan, relojes que no caminan, figuras de cerámica rotas, tazas desportilladas o pegadas y pequeños juguetes que pasaron su momento de gloria.

En el salón, que en un tiempo muy lejano fue el comedor, guarda sillas rotas, un sillón y un sofá con las 'tripas' de fuera, entre los enormes y hermosos muebles de la vieja casona, junto a trapos viejos, zapatos sin tacones o suelas, montones de periódicos y un sin fin de cosas más;  todas amontonadas, todas sucias y mojadas por el agua que se filtra desde el techo, que amenaza con venirse abajo en cualquier momento, para espanto de las ratas que ahí anidan.

Por la noche, los espectros parecen hacerse presentes entre los montones de hierbas, piedras y escombro, que hay por doquier.  Las sombras de la noche, el crujido de los viejos muros que cansados de tanto abandono quieren caer, el chillido de los muchos animalitos de ojos brillantes que comparten los espacios y el aullido lastimero de un viejo perro, guardián y protector del territorio de su amo,  se unen a los recuerdos y a los remordimientos, cuando el viejo cuerpo cansado, busca el descanso reparador. 

Pero ¿este hombre tendrá la lucidez suficiente para tener remordimientos o recuerdos?  Después de tantos años de vivir en ese aislamiento voluntario ¿se pondrá a recordar?  Qué cosas podría ponerse a recordar, si a pesar de haber sido el único hijo varón, después de seis mujeres,  muy poco fue lo que participó del calor familiar.  Nacido en el seno de una familia unida y amorosa, con posibilidades para una vida plena, las circumstancias lo marcaron para siempre.  Al dar a luz su madre enfermó de flebitis, por lo que las hermanas del padre lo cuidarían un tiempo, que se prolongó dos años;  al retornar al hogar su madre asegura que se lo cambiaron y lo rechaza (rechazo que duraría toda la vida).  Desde pequeño su padre le exige demasiado, por vivir rodeado de mujeres y minimiza su carácter;  al mismo tiempo que alterna temporadas frecuentes con las tías de crianza, quienes lo chiquean y apañalan.  Al llegar a la secundaria su padre decide internarlo en un colegio para varones en la misma ciudad, pero a donde sus padres jamás se presentarán a visitarlo, tan sólo lo ven cuando son vacaciones y no las pasa con sus queridas tías. 

Recuerdos del esplendor y la felicidad que compartieron sus padres y sus hermanas, él no los tiene.  Remordimientos por destruir su casa o por tener los retratos de sus padres entre la humedad y las ratas ¿por qué habría de tenerlos?  ¿Podrían sus antepasados reclamarle algo?  Quizá él tenga más que aclarar y reclamar.

Vive día a día entre el polvo de los escombros, los vapores hediondos de la basura y el humo constante de los cigarrillos que no se apartan de su boca, terrible vicio que consume su existencia  lentamente y que refleja su inexorable avance la tos que lo acompaña.  Rehusa toda ayuda y sobre todo de un médico, porque sería muy posible que lo internaran y eso significaría dejar su castillo y sus tesoros.  No quiere salirse porque comprende, todavía, que esa casona es de él ... y de sus hermanas.  Y no quiere compartir.  ¡No puede!  Por eso se ha enterrado ahí, por eso ha destruido paredes volviéndolas cerros de escombro, por eso ha llenado las piezas con sus posesiones, por eso ha ocupado todos los espacios...  para que a nadie se le antoje compartir con él esa casona. 

A él no le importa tanto abandono, porque es su creación, su obra maestra, su fortaleza, de donde nadie lo podrá sacar.  ¿Habrá quién se atreva a vivir en ese fantasmagórico y alucinante espacio?  Quizá ni él lo sabe, pero es su forma de vengarse de todo lo que no compartió, de todo lo que ahí pasó y no se enteró, de todo lo que no le dejaron vivir.  Por eso, al morir su madre y dado que él vivía arrimado en un cuartito con un catre en el rincón, apeló a su miseria, a su falta de recursos y a veinte cosas más para que no lo sacaran;  se arrastró e imploró,  hasta que conmovió el tibio corazón de sus hermanas y aunque ellas nunca pensaron que sería para siempre, él se fue quedando, se fue quedando y se quedó hasta el final.  Sobrevivió a sus hermanas y ni siquiera a sus entierros asistió.  Después de todo, él no ´sentía que tuviera algo que agradecerles.

¿Había ganado la batalla?  El sobrevivir en esa atmósfera y llegar a confundirse con el paisaje ¿era un triunfo?  Pero, qué podía hacer, nunca tuvo algo mejor y se aferró a esos muros, a ese pasado sin recuerdos, a muchos rencores contra aquellos que no le enseñaron a compartir y a amar.

Sentada en la fuente tranquilamente, se ve en todo momento, la eterna amiga que nos acompaña desde el nacimiento:  la Muerte, temida por unos, anhelada por otros, pero que al fin y al cabo redime a todos.  Mientras, el viejo toma café y fuma sus cigarrillos, entretenido en desclavar cajones, acomodando pacientemente las tablas, apilándolas por tamaños, separa los clavos chuecos para enderezarlos después... mañana... en otra ocasión.  Al fin no hay prisa.

Serena la Parca espera a que llegue el día en que se hará presente.  Ella tampoco tiene prisa.  Sabe que el día... llegará.
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