domingo, 22 de septiembre de 2013

LA CONQUISTA

Frente a sus ojos estaba la magnífica cordillera , enorme e impenetrable.  Jarmo había llegado hasta ahí siguiendo las indicaciones de su maestro.  Habían transcurrido muchos años de estudio, de paciente espera y sumiso aprendizaje, que ahora le parecían tan sólo unos meses,  ahora que se encontraba frente a la culminación de su devoción y entrega.  Ahora tenía que lograrlo.

Decidió descansar, recuperar fuerzas y reunir el valor necesario para continuar hasta la meta anhelada.  Caminó durante muchas jornadas, subiendo escarpadas colinas, bajando a los llanos, también disfrutó de las aguas mansas de los ríos que se formaban por los deshielos.   Por las noches buscaba alguna cueva o matorral  y se entregaba plenamente a la protección de sus dioses.  Por fin, después de varios meses, desde lo alto de un peñasco, apareció frente a él la cumbre nevada del Djordin – el trofeo más preciado.

Tardó varias semanas en llegar a las faldas de la imponente morada de su Yo verdadero.  Había que subir hasta la cima y por más que buscaba el camino para ascender, las laderas estaban completamente lisas.  ‘Pero, cómo subiré, sólo que fuera ave…’  Se quedó pensativo un instante y la respuesta llegó.  Estaba tan cansado de tanto andar buscando una subida, que ya no tuvo energía para armar la tienda de dormir y simplemente se tiró sobre la hierba.  Antes de la salida del sol, se levantó y, de cara al astro rey, se dispuso a realizar su diaria meditación.  Pero en esta ocasión, el propósito era muy especial y necesitaba más concentración para poder… ¡volar!

Con su maestro había practicado muchas veces el desprendimiento de su cuerpo astral y, guiado por él, habían viajado a diversos lugares.   Pero hoy requería más esfuerzo  para viajar, no sólo su astral, sino también su físico.  Jarmo conocía la técnica, mas nunca la había puesto en práctica.  ¡Ahora tenía que hacerlo!  En un profundo estado de concentración, sin percibir ninguna alteración en su cuerpo, fue percibiendo la cima de la montaña, que le pareció un gigante.  Al acercarse, movido por una fuerza desconocida,  se percató que en mitad del pecho había una puerta y hacia allí se dirigió.

Al traspasar la puerta se encontró en un gran salón repleto de gente.  Se quedó pasmado al darse cuenta que todos tenían ¡su misma cara!  Era como si mirara puros espejos.  Una voz interior le indicó que todos eran él y debía desenmascarar a cada uno, con las mismas artimañas con que lo había creado para defenderse del mundo, hasta que lograra encontrar a su Yo verdadero.  ‘O sea que de todos ellos, sólo Uno es el verdadero y para encontrarlo debo desaparecer a los demás.  Y si me equivoco y elimino al verdadero….’   Ante la sutil posibilidad de fracasar, se le hizo un nudo en el estómago.    ‘No creo que Él lo permitiría, sé que también desea integrarse a mí.  Así que me dedicaré confiado a acabar con todas las máscaras que formé por conveniencia’.

¿Cuánto tiempo pasó? No podría saberse, ya que en aquel lugar no había medidas para nada.  Jarmo fue enfrentándose a cada una de sus falsas personalidades y destruyéndolas.  A veces lograban escabullirse o ganarle la jugada, volviéndose más fuertes y temibles, pero la firme determinación de llegar a la meta anhelada, lo alentó hasta el final. 

Por fin, sólo quedo uno.  Se acercó con paso lento y una amplia sonrisa, de sus ojos brotaba alegría y amor.  Se abrazaron y el que ahí habitaba condujo al otro a un saloncito contiguo al gran salón, donde tan sólo quedaron montoncitos de cenizas por doquier. 

Dentro del pequeño salón había un gran ventanal circular  con vidrios de colores formando una flor de muchos pétalos, por donde se filtraba la luz que bañaba un altar de mármol rosa,  semi cubierto por un mantelillo violeta y en el centro un copón de oro con vino.  El primero tomó la copa y le dio unos sorbos.  Se la ofreció al que llegó y mientras éste bebía el preciado líquido, los dos se fusionaron en uno solo.  Jarmo sintió una corriente eléctrica que subía y bajaba y después un hormigueo que fue disminuyendo poco a poco.  Se sintió eufórico ante el cambio que se había realizado. Y comprobó si había cambios tangiibles en su cuerpo.  Feliz y satisfecho colocó la copa en el altar, elevó una plegaria de agradecimiento y salió por el mismo camino por el que llegó.

Seguro de lo que hacía, se dejó caer desde lo alto de la montaña.  Bajó lentamente sostenido por el viento y llegó hasta donde había dejado sus pertenencias hacia…. no lo sabía.  Emprendió el camino de regreso, que sería el mismo, mas su destino y sus metas habían florecido.


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