domingo, 17 de febrero de 2013

UN BESO DE MAMÁ

Como todos los días, Rosalba salió a pasear con sus mascotas, Pingüica y Muñeca, dos preciosas maltesitas, de pelaje largo y lacio. La primera parecía grisácea, ya que su pelo oscuro estaba entramado con hilos casi plateados y la segunda, era totalmente negra.  Las cuidaba con esmero, paciencia y mucho amor.

Esa tarde, después de varias cuadras, llegaron a su zona preferida, un andador bordeado de viejos árboles, siempre frondosos, cuyos líquenes llegan hasta el suelo y donde había una fuerte y profunda energía llena de paz.  Como siempre, les quitó las correas de las pecheras, para que pasearan a su gusto.  De pronto, apareció un gran danés que cogió a Pingüis del cuello, se dio media vuelta y se fue corriendo con ella.

Rosalba se olvido de Muñeca y corrió tras el monstruo que le arrebataba a su criaturita.  El animal salió del andador, cruzó la calle y se metió en una casa justo enfrente.  Rosalba gritaba como loca ¡detente!  ¡detente!  Por la parte trasera de la casa salieron dos personas que le gritaron algo y el animal soltó su presa.

Pingüica corrió aterrada hacia la salida, pasó junto a Rosalba, cruzó la calle y se internó en el andador.   Rosalba corrió detrás de ella, llamándola para que se detuviera, hasta que la pequeña reaccionó y se paró.  La tomó entre sus brazos, le puso la correa a Muñeca, que se había quedado como esperándola y se fue lo más rápido posible a casa.  Iba temblando.

Dejó a Muñe en casa, tomó las llaves del coche y se fue volada con el veterinario, Luis Manuel, un buen amigo.  “No te preocupes, no fue nada, apenas le abrió un poquito la piel, pero ni siquiera necesita puntadas.  De no ser por la pechera le hubiera hincado los dientes y con su peso podría haberla herido de gravedad.  Ya me ha tocado curar a otros perros pequeños por algo similar, debe ser la misma perra que cree son sus hijos.  Deben de haberle quitado a toda la camada o se le murieron todos. Y por desgracia no hay siquiatras para ellos.”

Ya más tranquila, Rosalba regresó a casa.  Su madre, al verla entrar con la cara desencajada, se asustó.  “¿Pero qué pasó? oí que trajiste a Muñe y te fuiste volada en el coche…” Rosalba le contó lo ocurrido con palabras entrecortadas por el llanto y los nervios que brotaban estremeciéndola.  Su madre la abrazó para que se desahogara, mientras le acariciaba la cabeza besó su frente.  Ya más tranquila le dijo:  “No cabe duda, mami, que un beso tuyo tiene el poder de curar cualquier herida.”

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