domingo, 2 de septiembre de 2012

POR UNA RENDIJA

El Sr. Hernández me había llevado a ver la tercera casa que tenía disponible dentro del rumbo que le había solicitado.  Me gustó desde la primera mirada:  al frente un alegre jardín, rodeado por una cerca de madera, el techo a dos aguas con tejas rojas y la fachada pintada de tal forma que simulaba ser de madera.   En el interior todos los pisos eran de madera, bien pulidos y encerados, las ventanas de regular tamaño, una escalera también de madera con el pasamanos bellamente tallado que conducía a las habitaciones superiores.  El pasillo central separaba el comedor y la cocina del lado derecho y al otro lado la estancia y...

-  ¿Qué es ese cuarto señor Hernández? – señalé hacia el fondo.
-  Es un dizque despacho que hizo el inquilino anterior, sin permiso por cierto, quitándole un buen pedazo a la estancia, que originalmente contaba con tres ventanas por donde entra el sol de la tarde.  Yo me di cuenta del cancel y el sobre piso  hasta que dejaron la casa.

-  Me imagino qué hermosa se ha de ver tan grande – Se encaminó directo a esa habitación, tropesando con el pequeño escalón del sobre piso.  Dando grandes pasos calculó las medidas: 2 x 3.50m. aprox.    Llegó a la ventana y al darse vuelta, en la pared contraria, vio un librero de caoba de piso a techo, con paneles abiertos y dos puertas con cristales que protegían sólo la mitad.  Oyó sonar un celular y al Sr. Hernández hablando mientras ella recorría con la mano el fino pulido del mueble. - ¿Cómo pudieron este mueble? pensó.

-  Sra. Mendiola – se acercó el hombre a la puerta del despacho – Tengo un asunto muy urgente que atender, ahora mismo, y...
-  Vaya usted, Sr. Hdez., yo seguiré viendo la casa.  Todavía me falta el piso superior. -  Lo animó Constanza.
-  ¿De veras no le importa?  Gracias. Vea todo a su gusto y cuando salga sólo jale la puerta.  Yo pasaré más tarde a echarle llave. – El hombre hablaba turbado y nervioso.

-  No se preocupe usted.  Espero que no sea nada grave.  Yo veré todo con calma y luego le llamo. -  Contestó Constanza sintiéndose contenta de poder revisar todo a sus anchas.
-  Es usted muy amable, señora.  Discúlpeme y gracias de nuevo.  -  Sin esperar respuesta salió casi corriendo.

Ahora sí, toda la casa era para ella sola y podría escudriñar cada rincón.  Se encaminó a la puerta, situada junto al librero y algo extraño le llamó la atención:  en uno de los páneles estaba una esfera de filamentos translúcidos y brillo iridiscente.  ¿Cómo es que no la había visto cuando acarició el mueble?  Absorta se acercó y notó que colgaba la punta de aquella ‘madeja’.  Sin pensarlo, la tomó y empezó a jalar.  La esfera no se movía y, sin embargo, el hilo seguía fluyendo.  Levantó el brazo y fue hacia la pared contraria,   ¡el hilo permaneció recto en el aire!  Entusiasmada, se puso a caminar de un lado a otro, subiendo y bajando la mano con la punta del hilo entre sus dedos.  Estaba formando una tela de araña.   Constanza estaba cada vez más enredada pero realmente fascinada.

De pronto, oyó abrirse la puerta y escuchó voces desconocidas.  En un instante, todo el entramado se contrajo hacia la esfera, engullendo a Constanza en su interior.  No supo qué había sucedido y, sin embargo, se sentía tranquila. Era como estar en un cuarto oscuro.  Divisó una rendija y por ahí pudo ver el exterior.  Se quedó impactada:  ahora el despacho estaba amueblado con  un escritorio rústico y una silla de madera. Enfrente, un sillón que mostraba los años que tenía y dos cuadros grandes, muy mal colocados.  Entraron un muchacho y una muchacha que podía ser su hermana. Eran muy parecidos: cabello oscuro, tez morena, altos y delgados, como de 20 años.

-  Te digo Paola que no es posible seguir aguantando al viejo. Tenemos que mendigarle hasta para el camión.  Yo estoy harto.
-  Ya lo sé Pablo, cada día nos pichicatea más… hasta la comida.  Quiere que estudiemos muy duro y cree que con un plato de avena en la mañana y otro en la noche, tenemos suficiente.  Cuando vivía mamá no era tan avaro, al menos ella lograba que viviéramos menos limitados.  ¿Será que no le importamos?
-  A él no le importa nada, sólo vive para acumular peso tras peso.  Aunque diga que no hay dinero, he oído que presta grandes cantidades con intereses leoninos...

-  No queda más que esperar a que papá se vaya al cielo  y pedir... que sea lo más pronto posible.
-  ¿Y tú crees que se va ir al cielo, Pao?  Así que vamos a esperar a que vengan los angelitos por él.  Eso podría tomar mucho tiempo, el viejo está flaco, pero es correoso.  Nunca se enferma, se me hace que él sí se alimenta muy bien... mientras,  la juventud se nos va, Pao.-   Se detuvo sondeando la cara de la chica.  – He estado pensando ponerle en sus comidas una nueva azúcar que han inventado, Aspartame – es altamente venenosa y si se combina con Redbul... bummm,  ¡explota!

-  Ay, Pablo, me asustas.  ¿Dónde has aprendido esas cosas?
-  Pues en Internet... y en la disco.  Pero, eso no importa.  Necesito que me apoyes para acelerar su partida... y nuestra independencia, Paola.  ¿Estás conmigo, o voy solo?   Le dijo resueltamente el muchacho.

-  Ya sabes que siempre te apoyo.  Pero, tengo miedo.  Si en lugar de independencia  nos vamos a la cárcel...
-  En la cárcel hemos vivido muchos años.  Te aseguro que esta nueva sacarina que viene de China, es muy tóxica, pero nadie podrá echarnos la culpa de que él la tomara.  Nosotros ni sabíamos... -  Con una sonrisa sarcástica contempló a su hermana.

-  ¿Y durante cuánto tiempo tendrá que tomarla, para... ¿ -  No se atrevió a terminar la pregunta.
-  Yo creo que como un año, más o menos.-  Aseveró muy convencido.

-  ¿Tantooo..? -  exclamó Paola, sin poder contenerse.  – Bueno, es que esperar día a día, a que suceda... eso, durante un largo año.  No lo resistirían mis nervios, Polo.
-  Bueno... podemos combinarlo con coca.  Así las ansias por comer el “azúcar” irían aumentando hasta... -  Se detuvo imaginando ver al vejete comiendo el suculento granulado blanco a puños.  – Podremos festejar esta Navidad como se debe y el año nuevo lo festejaremos en... ¡Cancún!  ¿Qué te parece? -  El rostro de los dos estaba iluminado de alegría.
-  Parece que llega papá, vámonos, que no nos cache en su guarida.-  Paola tomó de la mano a su hermano y salieron corriendo.

El campo visual de Constanza se oscureció totalmente.  La esfera se movió, rodó un poco y cayó al piso.  La “inquilina” fue expulsada y se encontró en medio de la pieza vacía, igual que cuando llegó. ¿Qué había pasado?  Giró en redondo, sentada en el suelo.  Con la vista buscó la esfera, pero se había esfumado.  Se levantó y subió a la parte superior, más bien buscando la madeja luminosa, pero no la encontró.  Decidió que sería mejor irse a casa.

Durante el retorno a su hogar, se fue preguntando por qué habría presenciado aquel plan siniestro.  ¿Se habría llevado a cabo en el pasado o sería una visión a futuro?  Constanza creía firmemente que las cosas siempre pasan por algún motivo, aunque nunca hubiera tenido una visión como aquella.  Pensó que el único que podría aclarar el asunto, sería el vendedor que la llevó allá.

-  Buenos días, Sra. Mendiola, ¿pudo usted disfrutar de la casa,  qué le pareció? -  Se oyó la voz chillona del corredor.
-  Gracias por llamar, Sr. Hdez., estaba a punto de hacerlo yo.  La casa en verdad me encantó, tiene todo lo que me gusta. -  Tratando de parecer despreocupada, Constanza empezó su pesquisa.  - ¿El librero que está en el despachito, lo dejaron los anteriores inquilinos?  Es precioso, ¿volverán por él?

-  No hay ningún mueble en toda la casa, señora.  Los Arellano vivieron ahí muchos años y se fueron hace un año... bueno, los dos muchachos, después de la muerte del padre y no hemos vuelto a saber nada de ellos.-  Se contuvo un instante y luego siguió con el chisme. - Por cierto que fue algo raro, se dijo que el viejo murió de una sobre dosis.  Yo que lo traté los últimos cinco años, no lo creo,  simplemente porque la droga es cara y el viejo era un tremendo avaro... y agiotista.  Figúrese que para que nadie se enterara que él prestaba dinero, se valía de gente del pueblo vecino para sus “negocios”.  Pero, ya sabe usted, “en pueblo chico, chisme grande”.  Estoy seguro que ahora Pablo y Paola vivirán a cuerpo de rey, con todo el dinero que habrán encontrado escondido.   Pobres muchachos se fueron en seguida después del funeral, estaban avergonzados de que se supiera lo del vicio del padre.  Subieron todo a un camión, sin empacar nada y se llevaron todo, hasta los clavos.  Por eso le digo que no dejaron ningún librero.

Al escuchar esos nombres, Constanza se quedó helada.  Entonces, lo que vio, sí sucedió.  ¿Había sido testigo de una conjura, para denunciarla?  ¿Pero, quién le creería?  No podía demostrar nada, no tenía pruebas.  La voz de Hdez. interrumpió sus reflexiones.

-  Sra. Mendiola, entonces qué ha decidido.  Le aseguro que no va a encontrar otra casa me...
-  ¿En cuánto tiempo podría ocuparla?  Necesito estar instalada para empezar a trabajar en dos meses.

-  Tiempo más que suficiente, mi estimada señora.  En dos semanas, a lo sumo, estarán hechos los trámites legales y si usted desea algún cambio o reparación, de cualquier tipo, con gusto la haremos para cuando llegue su mudanza.  Y en qué va usted a trabajar aquí...  si se puede saber.
-  Soy maestra y pedí mi cambio por esta zona.  El clima es agradable y lo que busco es vivir en tranquilidad, sin carreras como en la ciudad.

-  Pues, aquí en Tenango, tenemos de eso a montones.  Se va sentir muy contenta y cuando tenga un tiempecito puede ir a Ixtapan , con sus aguas termales.  ¿Ya conoce el balneario?

-  Conozco su fama y también por eso estoy contenta de haber encontrado lo que tenía en mente. -  Contanza se sentía eufórica, como si se hubiera encontrado un camino lleno de luz.  – Pues bien, Sr. Hdez. prepare los papeles y me avisa al teléfono que le di, para tener tiempo de arreglar la casa antes de que comience el ciclo escolar.
-  Enhorabuena, señora Mendiola.  Le aseguro que no se arrepentirá.

En un mes, Constanza estaba recibiendo la mudanza y dirigiendo a los cargadores para dejar los muebles, más o menos, donde quedarían finalmente, según sus cálculos.  En el despacho no quiso meter ningún mueble.  Algo ahí la intrigaba:  en efecto, el librero que ella vio, no estaba, mucho menos la madeja de hilos iridiscentes.  Pasó toda la semana atareada vaciando las numerosas cajas que había traído.  Reacomodó los muebles varias veces, arregló los closets y apiló muchas cosas para tirar, cosas que ya no tenían sitio en la distribución de la nueva casa.

El sol se había inclinado en el poniente listo a desaparecer y los últimos rayos entraban a la estancia, inundándola de tenue y acogedora luz.  Constanza se dejó caer en el sofá, colocado frente a una ventana, subió las piernas para descansar del arduo día.  Sus miembros se iban relajando mientras la mirada vagaba y se complacía en su obra.  Se quedó viendo la pared del despacho: ¿y si quitara esa pared y ampliara la estancia como se diseñó originalmente?  El Sr. Hdez. le ofreció hacer cualquier cambio, pensaba entre la bruma de una somnolencia que quería apoderarse de su voluntad.  Sin pensarlo dos veces, dio un brinco y se dirigió hacia esa habitación. Debía tomar una decisión.

La oscuridad casi cubría la casa y al entrar al despacho la sorprendió una luz tintineante,  ¡era la esfera sobre un panel del librero!  Enseguida, la esfera proyectó un rayo delgado a un punto de la mampara, cerca de la puerta.  ¿Qué significaba aquello? Colocó la mano abierta sobre la madera e instintivamente empezó a golpear con los nudillos.  Sonaba hueco.  Claro, no es un muro sino un cancel, se dijo para sí.  Algo en su interior le dijo “ábrelo”.  De inmediato fue por un cincel y un martillo.  Empezó quitando pedazos poco a poco que dejaron ver un canal.  Haciendo un esfuerzo, arrancó una tabla que llegaba al suelo.  Algo brillaba.  Con más ganas y el martillo rompió la tarima.  Desprendió dos tablas y...  se quedó atónita.

Una gran cantidad de monedas de oro aparecieron esparcidas bajo las duelas.  ¿Cuánto dinero habría ahí?  No podía imaginar la fortuna que sumaría  todo.  Sentada en el suelo lloraba de alegría, envuelta en el polvillo que flotaba alrededor.  Volteó al librero, donde la esfera tintilaba rítmicamente.  ¿Por qué yo?  ¿Por qué este inmenso regalo?  La esfera resplandeció con una fuerte luz y desapareció.  ¡Gracias!  Balbuceó entre sollozos.

Seis meses después una pareja tocó a la puerta.  El sirviente fue a informar a Constanza que dos fuereños querían verla.  Se dirigió a la puerta.

-  Buenas tardes, ¿es usted la nueva inquilina’  Es que... quisimos pasar a ver nuestra casa.  Aquí vivimos quince años y no recuerdo haberla visto nunca tan pintada y limpia.-  dijo Pablo un poco turbado, mientras Paola no se cansaba de voltear a todos lados.

-  Pasen ustedes, por favor.  Me da mucho gusto conocerlos.  El Sr. Hdez. me contó que se fueron tras la muerte de su señor padre.  Lo siento tanto.-  Constanza los condujo a la estancia, ahora en su extensión total, decorada con elegancia y buen gusto.

-  Parece otra – comentó Paola con el asombro en la cara.   – ¿Y el despacho que estaba ahí?
-  Cuando el Sr. Hdez. me dijo que ese cuarto era un “postizo” que hizo su padre, le pedí que lo quitara.
-  ¿¡Cómo...  el despacho lo hizo papá!? -   preguntaron los dos con cara de susto.

-  Sí, eso dijo el Sr. Hernández.-  contestó con total indiferencia.  – Y para qué querría yo un despacho, me parece que la estancia luce más bonita así de grande ¿no creen ustedes? -  Constanza se sentía feliz de ver las caras contrahechas de sus visitantes.
-  ¿Y el Sr. Hdez., pintó y remodelo todo... o usted...? -  preguntó Pablo notándose en su voz el miedo a la respuesta.

-  El dueño se encargó de todo personalmente.  Quiso que volviera a lucir como fue originalmente:  la amplia estancia, los pisos pulidos, las paredes tapizadas, al comedor se le cambiaron las ventanas y la cocina la redecoraron.  El piso superior quedó espléndido ¿no quieren verlo? -  Hizo el intento de levantarse.  La rabia se reflejaba en el rostro de Pablo.  Paola se notaba hondamente desconcertada, quería hablar y no llegaba a decir nada.

Los dos muchachos, modestamente vestidos, se levantaron al unísono.-  Muchas gracias, ya vimos bastante... y ya se nos hizo tarde... tenemos... un compromiso.  Gracias por su tiempo.-  No esperaron que el sirviente abriera la puerta, ellos se adelantaron y salieron como perseguidos por sus demonios.

Constanza se quedó en el umbral de aquella hermosa casita que había comprado, sonriendo por la satisfacción de ver retorcerse a aquellas dos víboras.  – Ahora, ellos saben...  pero no saben.


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