sábado, 3 de marzo de 2012

INOCENCIA

Estaba radiante y llena de ilusiones.  Su cuerpecito cubierto por un primoroso vestido blanco que le hizo su madre: la falda con olanes de encaje y el talle de organza, con el frente alforzado, botoncitos de perla y mangas largas.  Hasta su ropa interior era blanca y nueva.

Llegó a la iglesia donde sus demás compañeras del colegio se apiñaban, nerviosas también, en la puerta de la iglesia, antes de entrar.  Los padres y familiares ya estaban en el interior para contemplar la entrada de todas aquellas caritas radiantes, llenas de alegría que recibirían el Cuerpo de Cristo por primera vez.  La maestra catequista, formaba la fila de dos en dos para iniciar la marcha.  Desde que esta maestra les dijo que ‘cualquier cosa que pidieran a Dios en el momento de la comunión, les sería concedido’,  en su corazón comenzó a anidar la ilusión más grande de su vida.

La Parroquia de San Vicente lucía llena de flores, alfombra roja, olor a incienso y el coro cantando.  Todas las miradas complacientes y orgullosas estaban fijas en las chiquillas.  El gran momento llegó al sentir en su lengua la hostia sacramental, que mantuvo en la lengua para remojarla y poderla tragar, ya que les advirtieron: ‘no la vayan a masticar, sería como masticar a Dios’.  Sus ojos inocentes se alzaron al nicho central y de su pecho salió una petición llena de convicción y ansiedad, de una inmensa necesidad:  Diosito sólo te pido que regrese mi papá con nosotras.

Pasaron los años y Anita seguía esperando que el milagro se realizara en alguna de las visitas anuales que les hacía el padre.  Al llegar a la adolescencia ella lo empezó a visitar, para acercarse  y convivir con él, buscando... esperando siempre el chasquido cuando revienta  la burbuja que contiene el sueño anhelado.    Esos años la ayudaron a conocer a aquel extraño por quien su madre le había sembrado un gran cariño, pese a que las abandonó siendo ella muy pequeña.

Durante las cortas y esporádicas convivencias, Ana se fue dando cuenta del carácter déspota de su ídolo, lo que hizo que poco a poco la imagen que soñó encontrar se fuera difuminando, y en su lugar se reveló un hombre prepotente y carente de amor.  Las visitas de Ana se fueron espaciando, ya que siempre volvía con las manos vacías y el corazón desolado. 

Un día que caminaba sin rumbo, cavilando sobre las teorías de Fromm: el amor del padre se puede conseguir, conquistar – ¿se había equivocado Fromm o ella?   Un coro de niños que cantaban dentro de la iglesia, frente al parque donde se encontraba, la sacó de sus pensamientos.  Hacía tanto tiempo que no entraba a una iglesia, sentía que Dios también le había fallado.  Sin embargo, algo la impulsó a entrar.  En el altar había tres niñas haciendo su Primera Comunión.  Todo el ambiente la regresó al instante en que ella estuvo hincada ante otro altar con el corazón lleno de esperanza y una imploración cargada de doloroso anhelo .  El olor de las velas la mareó, igual que entonces.

Recordó las estúpidas palabras de la maestra de catecismo, que en su inocencia infantil creyó y la hicieron dudar del amor divino tantos años.  Aquella ilusión tan deseada se fue transformando en frustración, hasta convertirse en polvo.  Pero en ese vacío encontró la verdad.  Esta vez, como aquel día, levantó sus negros ojos al altar y siguieron más arriba, hasta la bóveda azul cuajada de estrellas.  Por sus mejillas escurrieron lágrimas de arrepentimiento por tanta ignorancia, mientras  una serena sonrisa se iba dibujando en su rostro dándole gracias a Dios, por darse cuenta que Él la amaba tanto, que en su infinita sabiduría, había ignorado aquella petición, pues llegaría el día en que ella comprendería.

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