domingo, 10 de noviembre de 2013

SIN RUMBO

José Luis ya había tomado una decisión y no podía echarse para atrás, aunque no había dormido en toda la noche.  En cuanto amaneció brincó de aquella incómoda cama de hotel.  Había metido en una pequeña petaquilla sus artículos personales y dos mudas de ropa.  Con eso es suficiente Alis, sólo estaré tres días fuera, no creo que el negocio se alargue.  No te preocupes, no me va a pasar nada.  Deja de preocuparte. Sí, te llamaré todos los días.

Había tenido toda la noche para recapitular la constante obsesión de su esposa.  Su eterna persecución, tomándole el tiempo que debía hacer de la oficina a casa,  sus constantes preguntas Hurgando en los recovecos de sus emociones, queriendo descubrir algún engaño fantasma, alguna mentira sospechosa, que la llevaba a sumergirse en profundas depresiones recubiertas de celos delirantes e insoportables.  Todavía, después de diez años, la seguía queriendo, pero había llegado al punto de quiebre.

Salió con una maletita y se fue directo a la central de autobuses TAPO.  Compró un boleto a Veracruz, después ya vería, no tenía ninguna meta fija.  Ahí mismo se desayunó antes de subir al camión.  El movimiento del vehículo lo arrulló y se durmió enseguida.  Treinta minutos para comer algo… señor ya llegamos a Tecolutla… tiene treinta minutos para estirar las piernas, comer algo… antes de continuar a Veracruz.  ¿Tecolutla, qué hacemos aquí?  Todavía con los ojos entornados vio al chofer bajar del camión y dirigirse al restorán más cercano.  José Luis no tenía hambre, pero bajó para caminar un poco.  No podía dejar su maletín y se lo llevó consigo.

Percibió el oleaje del mar y se dirigió hacia allá.  Notó que los lugareños lo miraban de forma extraña, como asustados.  ¿Será que ando de traje?  Pasó a su lado una hermosa muchacha, que lo miró fijamente y una corriente eléctrica recorrió todo su cuerpo.  Ella le sonrió burlona y siguió su camino.  José Luis la siguió con la mirada largo rato.

Sin pensarlo dos veces corrió tras ella, antes de que se esfumara.  Al llegar a un grupo de casas de palma, se detuvo.  José Luis, casi ahogándose por la carrera, la alcanzó y no supo qué decir.  Dos mujeres mayores se acercaron, lo vieron detenidamente, con curiosidad, con asombro y de inmediato se hincaron, le tomaron la mano y se la besaron.  José Luis se quedó de una pieza.  ¿Qué le pasa a esta gente?

Doctorcito, esto es un milagro.  ¿Será que le rezamos tanto que bajó a visitarnos?  José Luis pensó que lo estaban confundiendo con alguien más.  Pero no podía hacer nada, por lo pronto.  Una de aquellas mujeres lo jaló de un brazo y lo metió en una choza pequeña, donde sólo había una mesa con una foto, rodeada de velas y flores.  Supuso que sería un difunto.  Mire, doctorcito, aquí tenemos su imagen, con velas y flores frescas pa’que vea que lo queremos mucho.  Entonces José Luis se fijó en la foto y se quedó helado.  Era él, pero con sombrero.  Al pie de la misma se leía:  Dr. José Luis Hernández, en proceso de canonización.  No es cierto, no es cierto, esto es una pesadilla.  Sí, todavía voy en el camión… Doctorcito, es un gran honor tenerlo aquí.  Usted sabe que somos gente pobre, pero le daremos el mejor lugar que tenemos.

José Luis no sabía qué hacer, ni siquiera entendía lo que estaba sucediendo.  Le quitaron la maletita y lo llevaron a una cabaña en donde había tan sólo una hamaca, una mesa y una silla.  Ahorita le traeremos un banco para que ponga sus cosas, doctorcito.  Pero… oiga señora…  Me llamo Ángela.  Bueno, doña Ángela, yo no me puedo quedar.  Tan sólo unos días, doctorcito, tan sólo unos días.

Pasaron muchos días, que se volvieron semanas y luego meses.  José Luis cada día se sentía más contento.  Toda la gente de aquel poblado se desvivía por atenderlo y procurarle todo lo necesario.  Aunque él se fue dejando querer, en su interior sabía que aquello era una farsa, que él no era quien decían que era.  Además de usurpador se sentía un abusivo ante la inocente entrega de toda esa gente.  Todas las noches se prometía irse en la madrugada, como el ladrón que era.  Pero, siempre había alguien velando su sueño.  Hasta que dejó de preparar un escape y aceptó la situación, mientras durara.

Antes del año llegó uno de los campesinos, con machete en mano y muy mala cara.  A ver, doctorcito, vengo por usted pa’que cure a mi muchacho, que se está muriendo.  Dicen que ha hecho muchas curaciones…  Sólo han sido cosas sencillas, ustedes son gente muy sana y yo… Pos m’hijo tose mucho y escupe sangre, así que llévese sus pomadas o lo que tenga y vámonos.  Sin esperar mucho el campesino lo jaló de la camisa.  Apúrese, porque si él se muere… usted también.  Y echaron a andar en medio de la selva.

Efectivamente el muchacho estaba grave.  Y ahora qué voy a hacer, Dios mio.  Mire buen hombre, su hijo está muy delicado, será mejor llevarlo a un hospital… yo no puedo curarlo.  Yo no creo en los doctores, pero me dijeron que usted hace milagros… así que quiero que me lo demuestre.  José Luis se pasó la noche en vela, rezando.  A la mañana siguiente el muchacho había muerto.  Qué le dije, doctorcito, hoy enterraremos  al Chaco y mañana a usted.  Entraron dos hombres y cogieron fuertemente a José Luis de los brazos y se lo llevaron.  ¡Yo nunca dije que hacía milagros… por favor no me mate!

Todo el día y su noche, la pasaron los campesinos trajinando con los preparativos y velación del muerto.  José Luis fue atado a un poste, a la intemperie.  Nadie se acordó de su existencia.  Bien entrada la noche, silenciosamente apareció aquella muchacha de la mirada enigmática que vio al bajar del camión, hacía casi un año.  Le puso la mano en la boca para que no hablara.  Llevaba dos cuencos con comida y agua.  Lo desató y esperó en silencio a que terminara.  Luego, a señas, le dijo que la siguiera.  Caminaron varias horas por entre la selva, ella siempre adelante indicando el camino. 

El corazón de José Luis estaba desatado.  No sabía a dónde iba, si debía confiar en aquella mujer, pero tampoco tenía alternativa.  ¿Y si todo era una trampa?  En aquella selva nadie se enteraría.  ¿Hacía dónde iban?  Entre la maleza empezó a vislumbrar un río ancho.  Al llegar a la orilla, los esperaba una lancha.  Esto es todo lo que puedo hacer por ti, sé que no eres quien ellos quieren.  Sé que eres inocente y no me preguntes cómo lo sé.  Súbete a la lancha, hay algo de comida y el río te llevará con la corriente hasta un poblado bastante distante, donde no saben de ti.  Lo demás es asunto tuyo.  No pierdas el tiempo, seguramente ya se dieron cuenta que escapaste.  Vete ya.

La muchacha de los ojos enigmáticos terminó de hablar y sin esperar respuesta, se dio la media vuelta.  Todavía dudando, José Luis se trepó en la canoa y con el remo se alejó de la orilla, para que la corriente dirigiera su rumbo.  Largo rato se quedó mirando aquel punto por donde desapareció la mujer que le había salvado la vida. Toda aquella aventura había sido incomprensible desde el momento en que dejó su casa.  Ahora, ¿a dónde iría a parar?

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