domingo, 7 de abril de 2013

VIAJE NOCTURNO

La noche se cerró inundando de oscuridad la inmensidad y al canto del sapo la luna respondió asomándose por entre las nubes que corrían tranquilas por el cielo.

Desde la ventana podía contemplar aquel derroche de  luces tintineantes  y los  nuevos sonidos que confirmaban la ausencia del astro solar.  Un mundo diferente despertaba al meterse el sol – un mundo fascinante.  Absorta me quedé ahí, no sé cuánto tiempo y fue mi cuerpo chinito de frío el que me hizo reaccionar.  Corrí de inmediato en busca del calor amoroso de mi cama que me abrazó dulcemente.

Desperté en la madrugada y me alisté para partir, lo antes posible,  al desierto.  Sólo llevaría conmigo una pequeña mochila.  Tras dos horas de caminata, la agreste vegetación había quedado atrás y frente a mí, a poca distancia, se extendían las desafiantes arenas a las que no se les veía el fin.  Llamó mi atención una parvada de aves de rapiña  que sobrevolaban el cielo azul, en busca constante de presas.  De lejos vi un ave gris volando hacia mí, mas uno de aquellos pajarracos la apresó.  Un hueco se hizo en mi estómago,  que se iba agrandando conforme me internaba en aquel mar de arena.

Deseosa de avanzar, hice a un lado las distracciones y fija la vista en las dunas continué.  Más adelante vi la sombra de un ave pequeña, perseguida y cazada por dos cuerpos enormes  alados.   Voltee  hacia arriba y las tres figuras se confundían entre si, traspasadas por los rayos brillantes del sol.  Un presentimiento se apoderó de mí, ¿estarían esperando a que cayera para devorarme?  ¿Alcanzaría a llegar al otro lado?  Algo interno me impulsaba a seguir, me era imperioso llegar a mi destino.

De pronto, pasó volando sobre mi cabeza una paloma blanca, mi corazón se agitó esperando la llegada de los enormes asesinos.  Pero fue y vino varias veces sin que aquellos buitres aparecieran.  Esto me desconcertó mucho, ¿cómo era posible que no la vieran o escucharan el batir de sus alas?  Me quedé observando su vuelo y confirmé que en verdad ¡no la veían!  ¿Sería que los rayos solares se refractaban y los cegaba?  No, eso era absurdo.  Debía haber una explicación y quería encontrarla.  Recordé que dentro de la mochila estaba la camisa de repuesto que había traído y ¡era blanca!  Me la puse y de inmediato los gallinazos se alejaron.  La clave era el color. 

La paloma seguía volando a mi lado, como indicándome el camino, siempre hacia el norte.  Segura y tranquila dentro de aquella invisibilidad, la acepté como guía y continuamos el camino.  Después de tres días y tres noches, el agua de la cantimplora se había terminado.  Cuando estaba a punto de desfallecer, llegaron hasta mí los gritos de muchos pájaros, como si me dieran la bienvenida y para premiar mi esfuerzo sobrevolaban mi cabeza dándome sombra. 

Abrí los ojos y me encontré en el suave confort de mi cama.  Sin embargo, en la ventana estaba la mochila llena de arena, la cantimplora vacía a un lado y afuera un montón de pájaros me deleitaban con sus trinos.  Dos palomas blancas se hacían arrumacos.  Me sentí satisfecha, había llegado a la meta.  A partir de ahora tenía la seguridad de que la vida sería más brillante y sencilla.  Un gran cambio se operó en mi interior: la certeza de que esa paloma me acompañaría siempre señalándome el rumbo de mi existencia.

          < < < < < - - - - - > > > > > >        1991

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